Manicomio de Valencia. Discusión y conclusiones.
La España del siglo XIX estuvo en un estado de guerra civil permanente. Con el Estado en bancarrota y con un colapso comercial y agrícola, la población estuvo sometida al azote de las crisis de subsistencias.
En España el período que va desde 1.808 hasta 1.843 tuvo lugar la revolución burguesa.
En Valencia la llamada Guerra del Francés (Guerra de la Independencia Española 1.808-1.814) tuvo un significado de ruptura respecto al antiguo régimen.
Las peculiaridades de una agonía lenta de las estructuras feudales en el campo, y el proceso de disolución gremial sin que fuera patente una alternativa industrializadora, fueron factores que generaron un proceso acumulativo de población excedentaria miserable y en el borde de la delincuencia. Bandoleros, facinerosos, pordioseros, inválidos, pobres artesanos o campesinos emergieron como una manifestación innegable de las contradicciones tensas y dramáticas de esta sociedad convulsa.
Y estas condiciones tuvieron un microcosmos privilegiado en la ciudad de Valencia, no es casual que, en 1.826, surgiera una de las experiencias en el trato moderno de la marginación, la Casa de Beneficencia.
El nacimiento de un nuevo Estado y la articulación de una nueva realidad económica se presentaron como las dos caras de la misma moneda para la burguesía revolucionaria.
Sobre una sociedad que logró derechos políticos a través de la práctica revolucionaria, fue articulándose la red legal de la legitimidad de estos nuevos derechos y se fue dibujando el marco institucional a través del cual se ejerció, por delegación de la soberanía, la práctica política. La constitución, como carta magna, incluyó ambos aspectos.
Las cinco desamortizaciones constituyeron un profundo proceso, discontinuo y prolongado, de cambio de propiedad que, bajo modalidades distintas, según a quien afectaba, atravesó todo el siglo XIX con hechos importantes.
Dependientes de las condiciones de vida, las enfermedades infecciosas se presentaron como enfermedades sociales. La actuación médica contó con poco, en la centuria, pues la naturaleza de las enfermedades infecciosas no fue comprendida antes de 1.850 y la lucha contra ellas fue inoperante hasta el descubrimiento de la quimioterapia en los últimos años del siglo. Antes de que el legislador se ocupase del abastecimiento de aguas potables y de la correcta evacuación de las aguas residuales, en el último tercio del siglo, la lucha contra las enfermedades intestinales se hallaba condenada al fracaso. Además, la Sanidad Pública se caracterizó por el inmovilismo. Fue in siglo de numerosas epidemias y grandes mortandades, donde el vínculo entre la virulencia de la enfermedad y el bajo nivel de vida fue muy íntimo.
La asistencia sanitaria a los enfermos pobres estaba basada en hospitales que pasaron a ser controlados por los poderes públicos y su situación en el transcurso de los años fue cada vez más precaria.
La desestabilización política acentuó el colapso de la medicina española y de la actividad científica al impedir o retrasar la incorporación de las innovaciones. El panorama de la asistencia clínica, de la farmacoterapia y de la higiene pública fue lamentable.
La asistencia psiquiátrica, basada en instituciones en franca decadencia desde comienzos del siglo, fue prácticamente inexistente, carente de médicos alienistas y basadas en esfuerzos individuales.
El saber psiquiátrico presentaba a la locura como fenómeno estrechamente ligado a las alteraciones morales generadas por factores sexuales, formas de vida desintegradas, malas costumbres y problemas económicos. También se consideró la carga hereditaria y la búsqueda a través de los estudios forenses de causas anatómicas el último tercio del siglo.
En el siglo XIX la literatura psiquiátrica española brilló, prácticamente, por su ausencia.
El confinamiento de la locura fue ajeno a la medicina. Se configuró una nueva forma de encierro, en el cual la reclusión y la función médica debían desempeñarse en el interior de una estructura única: el Manicomio. Y la legislación se desarrolló en ese sentido.
La Institución: Del Asilo de Dementes al Manicomio.
Los edificios donde estuvieron alojados los dementes, permanecieron durante siglos destinados a la misma función con condiciones de insalubridad crónicas. Estos edificios correspondían a la parte más antigua del Hospital y constituían una serie de locales, separados espacial y funcionalmente del resto del Hospital General.
La Casa de Locas fue el edificio destinado durante 472 años al internamiento de las mujeres enajenadas, las calificadas de pacíficas iban a los dormitorios y las agitadas a las jaulas.
La antigua Casa de Locos estuvo destinada, durante 349 años, a los llamados vesánicos (locos, dementes, furiosos). En 1.761 se construyó una nueva Casa de Locos que les sirvió de residencia durante los siguientes 123 años. En ella ingresaban los calificados de locos agitados, los pacientes alimentistas y los que no estaban muy deteriorados respecto a su estado mental.
Los pacíficos, los simples o los que presentaban mayor deterioro, dementes crónicos considerados como irrecuperables y también los soldados calificados de dementes ingresaban en la Goleta de Dementes o Segundo Departamento de locos de convalecencia.
Los edificios del Departamento de Enajenados se caracterizaron por sus condiciones de insalubridad crónica. Las mujeres estaban en los edificios con peores condiciones de habitabilidad e higiénico-sanitarias.
En 1.880 todos los enajenados fueron trasladados a otro edificio situado en las afueras de la ciudad, el Exconvento de Santa María de Jesús trasformado en fábrica de filatura de la seda y que fue reformado para ser Hospital de Enajenados. Al Departamento de Jesús se ingresaba por un espacioso patio donde se encontraban las habitaciones para el personal laboral. El segundo departamento comprendía dos extensos descubiertos destinados a la sección de hombres y la habitación del Director Facultativo. El grupo de edificación que constituía el claustro se destinó a la sección de mujeres. Había cuatro salones de descanso, dos comedores, una cocina general y lavadero con sus dependencias y cincuenta y seis celdas. Desde el primer momento el edificio del exconvento de Jesús resultó insuficiente en cuanto a capacidad. Lo cierto fue que a lo largo del siglo todos los edificios requirieron de múltiples reformas parciales e incompletas.
Los poderes públicos conocían las pésimas condiciones de estos edificios y a finales del siglo acordaron la construcción de un Manicomio Modelo, pero este proyecto no se hizo realidad.
Si bien el Departamento de Dementes siempre fue regido por el Hospital General, se produjeron cuatro cambios en su estructura administrativa y de gestión que contribuyeron a empeorar la situación de la Institución y sus aliados.
De 1.808 a 1.822.
El destino de los dementes fue regido por la Real Junta de Gobierno del Hospital que a su vez estaba sometida al Jefe Político Provincial. El antiguo estilo asistencial humanitario y tradicional cambió por otro autoritario y rígido. En la práctica, el verdadero administrador era el Padre de Locos, cuya autoridad fue progresivamente mayor.
De 1.823 a 1.834.
Las Juntas Provinciales de Beneficencia, creadas por la Ley de Beneficencia de 1.822, tuvieron a su cargo la asistencia de los enajenados. Elaboraron las Primeras Normas y Reglamentos de Locos. El Jefe siguió siendo el Padre de Locos, si bien la economía y las cuestiones domésticas fueron competencia de las Hijas de la Caridad.
De 1.835 a 1.868.
Trascurrió un período transformador conocido como la etapa isabelina en el que se procedió a la secularización de la asistencia benéfica bajo el patrocinio estatal eliminándose la autonomía administrativa y la actuación de ámbito privado. El Órgano de Gobierno del Hospital General y por tanto del Departamento de Dementes fue la Junta Municipal de Beneficencia. Se eliminó la figura de Padre de Locos y, en 1.848, se instauró la figura de Director Médico del Departamento de enajenados quien dependía de los Inspectores y Directores del Hospital. También se incorporó la figura de Director Económico dependiente directo del Presidente de la Junta Municipal de Beneficencia. Este proceso reformador en la práctica no introdujo mejoras en las condiciones materiales y legales de la asistencia psiquiátrica. El Departamento de dementes carecía de rentas propias para su manutención, dependiendo del fondo común del Hospital General, es decir, estaba en un estado de déficit permanente. La decadencia del Establecimiento se aceleró porque a este estado se añadió la Ley General de Desamortización de 1.855 con la que se prohibió la autosuficiencia económica privándoles de poseer bienes inmuebles, censos y propiedades y pasaron a depender por completo del Estado y de los presupuestos públicos.
De 1.868 a 1.900.
Con la revolución de 1.868 desaparecieron las Juntas de Beneficencia y las funciones directoras y supervisoras del sector benéfico público fueron transferidas a los respectivos Ayuntamientos y Diputaciones, transfiriéndoles también los gastos que estos generaban. Se creó un problema económico grave pues aunque por Ley el sostenimiento de los dementes correspondía al Presupuesto General del Estado, interinamente se encomendó esta responsabilidad a las Diputaciones Provinciales.
Durante todo el siglo, exceptuando los años centrales, los útiles para la represión física fueron muy utilizados (cinturones de hierro, sillones de fuerza con correas, trabas, grilletes, etc.).
La iluminación consistió en luz de aceite y en 1.895 se instaló la luz de gas.
El personal que trabajó en el Manicomio, siempre fue escaso y mal pagado.
El médico primario del Hospital tenía la obligación de visitar las tres Casas de Dementes dos veces por semana, además de acudir cuando fuera requerido. El médico bachiller vivía en el Hospital y estaba obligado a atender las urgencias las veinticuatro horas del día. El practicante realizaba las curas y el mozo de la botica tomaba nota de los remedios indicados que tuvieran que ser suministrados. En la práctica la asistencia a los enajenados estuvo jalonada de incumplimientos, el médico no pasaba diariamente y solo dos veces al año pasaba visita a los ingresados en observación para determinar su dolencia mental.
A lo largo del siglo ingresaron un total de 6.189 enajenados de los que 3.635 fueron hombres y 2.835 mujeres. Partiendo de la edad en el momento del ingreso entraron más hombres de todos los grupos de edad pero en distintas proporciones: entre la población de 20 a 39 años ingresaron el doble de hombres que mujeres; entre los 50 y 59 años ingresaban la misma proporción de hombre que de mujeres, sin embargo en los grupos de 70 años y en el que no constaba la edad, los ingresos de mujeres triplicaron al de hombres. La mayoría de la población ingresada tenía entre 20 y 50 años.
El 72% procedían de Valencia, el resto venían de Alicante, Castellón, Albacete, Cuenca y Ciudad Real, existía un pequeño porcentaje de ingresados procedentes del resto de España y algunos extranjeros.
Estaba en calidad de pobres el 83% de los hombres y el 95% de las mujeres. Un 7.11% eran presos, mayoritariamente hombres, un pequeño grupo eran alimentistas o pensionistas (4%).
Casi la mitad de los ingresados eran solteros, más hombres que mujeres, un tercio casados y un 11% viudos, más mujeres que hombres.
La profesión se registró en un 30% de los hombres y en un 13% de las mujeres. Los hombres eran labradores, jornaleros, soldados y artesanos; las mujeres eran labradoras, sirvientas, artesanas, dedicadas a sus labores y pordioseras.
Los ingresos permanecieron estables el primer tercio del siglo, a partir de 1.833 hubo un progresivo incremento y a partir de 1.866 disminuyeron lenta pero progresivamente debido principalmente a la falta de capacidad del establecimiento y a las medidas restrictivas de los órganos de gestión.
Permanecieron ingresados menos de un año el 60% de los aislados y un 19% permanecieron más de siete años, habiendo casos de reclusión de cuarenta y cinco años y hasta de sesenta y cinco.
Las salidas de los enajenados se produjeron por diferentes causas, la principal fueron las defunciones, pues fallecieron el 56% de los ingresados.
Por curación salieron el 41%, de los que reingresaron bastantes.
Las fugas fueron también muy numerosas, especialmente de hombres.
Los presos tuvieron una media de estancia de un año hasta ser entregados a la Autoridad, las presas tuvieron una media de cuatro años y medio.
La mortalidad general fue muy elevada, el 56% de la población aislada, con una manifiesta mayor mortalidad femenina a lo largo del siglo.
La mortalidad específica fue originada, por orden de importancia, las enfermedades infecciosas, afecciones cerebrales, el marasmo (extremado enflaquecimiento del cuerpo humano), la epilepsia, las afecciones digestivas y las afecciones cardíacas, y circulatorias, traumatismos y heridas, el cáncer, y la vejez.
La locura fue considerada como una amenaza social. El saber psiquiátrico de la época la consideraba como consecuencia de alteraciones morales y formas de vida desintegradas, colocaba a la mujer en la marginalidad al considerar su propia condición femenina responsable de sus dolencias mentales.
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Manicomio de Valencia. El Manicomio de Valencia 1.900-1.936.
Fuentes consultadas:
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Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
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Archivo Histórico Municipal
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Biblioteca valenciana
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Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
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Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Hemeroteca valenciana
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Wikipedia
Bibliografía
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El manicomio de Valencia del siglo XV al XX. Lorenzo Livianos, Conxa Císcar, Ángeles García, Carlos Heimann, Miguel Angel Luengo, Hélène Tropé
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HEIMANN, C (1.994) El Manicomio de Valencia (1.900-1.936). Tesis Doctoral. Facultad de Medicina de Valencia.
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Hélène Tropé. Del Hospital de los Inocentes (1.409 – 1.512) a la Casa de Locos del Hospital General 1.512 – 1.699)
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Conxa Ciscar Vilata. El manicomio de Valencia del siglo XV al XX. La sección de locos del Hospital General de Valencia en el siglo XVIII.
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Ángeles García Rodríguez. Del Asilo de Dementes al Manicomio de Valencia en el siglo XIX.
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Carlos Heimann. El Manicomio de Valencia 1.900-1.936.