El arrabal de Roteros

El arrabal de Roteros

A la luna de Valencia.

Espacio periurbano de la ciudad musulmana

Dentro de la elevación sobre la que se fundó Valencia, el arrabal de Roteros es el primer espacio periurbano que adquirió una dinámica propia.

El topónimo, que aparece desde el Repartiment, es sin duda de origen pre-árabe y José Rodrigo Pertegás (1.854-1.927) presuponía que podía provenir de un primitivo “rothorium”, esto es, “la balsa o depósito de agua donde se maceran el lino y el cáñamo”; según este mismo autor, ya en los tiempos anteriores a la dominación musulmana se cultivaban en Valencia el cáñamo y el lino y con este fin se construirían en esta zona las citadas balsas, toda vez que se trataba de un espacio deprimido, “al mismo nivel que el río, por lo que debió ser facilísimo desviar del caudal del Turia la cantidad de agua necesaria para determinada industria”.

El barrio de Roteros formaba una especie de triángulo o elipse delimitado al norte por el cauce del Turia, al este por la muralla musulmana y al sur por la acequia de Rovella, que discurría por la calle de la Corona.

Si nos atenemos al Plano General de Valencia y sus Ensanches, se trata de un espacio en pendiente suave de oeste a este, con algunas hondonadas más acusadas en torno a la plaza del Portal Nou (que todavía podemos apreciar) y junto a la Puerta de Serranos.

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El arrabal de Roteros

A la luna de Valencia.

Esta zona ha sido objeto de numerosas intervenciones en la última década, que nos permiten conocer con bastante exactitud su fisonomía durante el período islámico.

Con independencia de la época clásica, de la que apenas se tienen noticias de la zona (el entorno debía utilizarse como vertedero, como demuestra el hallazgo en la calle Tenerías de un depósito de ánforas de cronología imperial), parece que la colonización del entorno comenzó en época califal con el diseño de un primitivo núcleo de huerta regado por la acequia de Rovella.

La hipótesis, que ha sido objeto de varios trabajos (el hallazgo se dio a conocer por B. Arnau y Javier Martí), viene avalada por el hallazgo de un molino hidráulico junto a la calle de Salvador Giner, con una fecha de amortización del siglo X.

En este punto de la ciudad se descubrieron en 1.996 los restos de un molino hidráulico de época islámica, amortizado en época califal.

En origen, el ingenio se construyó en al inicio de la pendiente que delimitaba el cauce del Turia, en el sedimento arenoso superficial y hasta llegar a un nivel de conglomerados que sirvió de base.

Por su ubicación, cabe vincularlo con el brazo de la Blanquería de la acequia de Rovella.

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Las ruinas se conservan en la parcela, aproximadamente en el centro de la misma.

Los restos afloraron a más de 2 metros de profundidad y por debajo de un fuerte nivel de arenas, inicialmente considerado como suelo estéril, pero que corresponde en realidad a los aportes de una potente avenida que sepultó el molino.

Es difícil precisar si este seguía en uso cuando sobrevino la riada o si, por el contrario, estaba ya arruinado.

Las estructuras halladas consisten en dos cárcavas con planta de herradura, bastidas en sillería contra la pendiente del terreno, habiendo desaparecido cualquier vestigio de la estructura superior.

De las dos, la cárcava oriental está mejor conservada que la occidental, pues esta ha perdido algunos de sus elementos (el desplazamiento intencionado de varios sillares y la ausencia de suelo sugieren que la ruina de esta fue anterior a su obstrucción).

Por encima de las cárcavas, y dispuesto en sentido perpendicular al eje de las mismas, se identificó también un cimiento de sillares y mampuestos, muy arrasado, que pudiera corresponder al muro testero del molino.

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La fábrica de las cárcavas es de muy buena factura, habiéndose empleado en su construcción grandes sillares de piedra reutilizados de edificaciones romanas, tanto para el suelo como para las paredes.

En la oriental, aproximadamente al centro de ella, se advierte un rebaje en el suelo, que se corresponde con sendas rozas en las paredes, y que cabe identificar sin duda como el lecho para el banco de madera sobre el que descansaba el árbol del molino.

Inmediatamente por encima de dicho rebaje se halló la rueda volandera, caída a plomo al desplomarse el laboratorio, y azarosamente conservada in situ.

En la pared de cierre se reconoce un hueco por donde debía pasar la boca que dirigía el agua hacia la rueda de álabes.

No se pudo determinar la conexión física entre el cauce de la acequia y el molino, pues no había evidencia de circulación o embalse de agua junto al supuesto muro de fachada antes aludido, lo que ha llevado a pensar en la existencia de un canal de madera que comunicara la acequia con las cárcavas, disposición documentada en paralelos etnográficos en el Magreb.

El material mueble asociado al molino era muy escaso, pero, afortunadamente, debajo de la rueda moledera se halló un candil de cuerpo circular y piquera muy corta, hecho en cocción reductora, que permite situar la amortización del conjunto en época califal.

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Entre las arenas que acompañaban las estructuras se hallaron restos del ápice, o extremo de hierro en que acababa el árbol, así como varios dados, nódulos rodados de cuarcita con la impronta clara de haber servido de punto de apoyo a aquél.

Las ruinas descritas constituyen los restos de un molino hidráulico más antiguo de al-Andalus, y el primer testimonio material de la huerta de Valencia.

La vinculación entre los molinos y los espacios irrigados es un hecho de sobra conocido y bien estudiado para la etapa medieval.

Como señala Miquel Barceló, “los molinos andalusíes acostumbran a cerrar los sistemas hidráulicos complejos”, suelen estar “cuidadosamente colocados en la línea donde el exterior del sistema de irrigación; una última acequia conduce el agua a los molinos una vez repartida a todas las parcelas del sistema del cual el molino es subsidiario”.

El área de Roteros está atravesada por la acequia de Rovella, que se bifurca en diferentes brazos, uno de los cuales discurre por la calle Salvador Giner.

Se conoce el trazado de la acequia gracias a la descripción detallada que hizo Josep Llop (Valencia, ¿1.630? – 1.685) en 1.675, así como por las pervivencias del sistema en la red actual de alcantarillado y por el hecho que las ramificaciones principales se fosilizaron en el viario de la zona, pero hasta este hallazgo arqueológico, los arqueólogos desconocían en qué momento se puso en funcionamiento.

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La datación del molino permite remontar el diseño del sistema hidráulico (esto es, la huerta donde estaría enclavado) al período califal, coincidiendo con otras remodelaciones del espacio intramuros que parecen apuntar a una primera recuperación de la dinámica urbana tras la conquista musulmana.

Así pues, durante el siglo X y parte del XI el entorno de Roteros era, muy probablemente, zona de huerta.

Las escorrentías (el excedente hídrico del sistema) eran devueltas al Turia entre la plaza del Portal Nou y la de les Furs, siendo aprovechadas para abastecer unas primitivas instalaciones dedicadas al curtido de pieles (este tipo de industria exige un elevado consumo de agua, razón por la cual con frecuencia se instalan en zonas de huerta) instaladas en la periferia del sistema irrigado, y alejadas de puntos de captación de agua de la ciudad, para evitar contaminaciones; restos de las cuales se han localizado junto a las Torres de Serranos.

El abastecimiento de aguas de Balansiya estaba basado en los diferentes ramales de la acequia de Rovella que entraban en la ciudad, así como en las surgencias naturales que existían al sur de la urbe, en el entorno de la Boatella, zona deprimida y en la que afloraban manantiales en diferentes puntos.

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En el siglo XI, sin embargo, la huerta debió dejar paso a las personas.

La Valencia taifa adquirió un desarrollo urbano muy importante, buena prueba de lo cual fue la construcción de la muralla, pero la ciudad siguió creciendo por arrabales fuera del recinto amurallado.

Uno de los barrios periurbanos mejor conocido es el de Roteros, gracias a las diferentes intervenciones realizadas allí en la última década y a un sólido análisis de la trama parcelaria.

La arqueología ha puesto de relieve la existencia de una aglomeración urbana ordenada, con ejes orientados uniformemente y viviendas de tamaño y disposición similar, algo aparentemente ajeno al urbanismo musulmán, que para muchos investigadores todavía se asocia al caos y a la falta de planificación.

La urbanización se desarrolló “en forma de abanico”, dividiendo el terreno mediante arcos concéntricos y radios a partir de un centro, que muy significativamente, debía de estar en la Puerta de al-Qantara.

La impronta de esta operación, quedó fosilizada en el viario de la zona, es muy ostensible en Roteros, eje que sin duda ya existía antes de la urbanización del barrio, y Blanquerías, en calles como Garcilaso, Moret o Padre Huérfanos, y se percibe en la trama parcelaria más hacia el oeste, en especial en el entorno del convento del Carmen.

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Por otra parte, la hipótesis ha ido encontrando su verificación mediante las intervenciones arqueológicas que se realizan en la zona, que además nos permite conocer la fisonomía del barrio y de los espacios domésticos.

Los testimonios arqueológicos ponen de relieve la existencia de calles rectilíneas, con una anchura de 4 metros, y en cuyo centro discurre un canal de evacuación de aguas residuales, al cual desembocan las conducciones de las casas.

En algunos puntos este sistema de alcantarillado se completa con fosas sépticas excavadas junto a la fachada de las viviendas.

Las calles separan manzanas que pueden tener una doble línea de parcelas perpendiculares a la vía, es decir, con viviendas que abren a una calle y con las traseras contrapuestas.

A las viviendas se accede directamente desde la calle (Ricardo González Villaescusa expone los postulados teóricos del urbanismo musulmán, según los cuales las calles de la ciudad se estructuran en una jerarquía arborescente “que tiene como finalidad la de ocultar a la visión del extraño la vida familiar y privada, dando lugar a un tejido urbano que ralentiza el acceso al no iniciado hasta los lugares de dominio privado”.

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En principio el acceso a las viviendas se produce a través de callejones sin salida, los atzucats, de carácter privado y que desembocan en una pequeña plazuela a la que abren las puertas de las diferentes viviendas agrupadas, generalmente agrupadas a partir de lazos de parentesco), ingresando en una pequeña estancia que comunica con el patio.

Por lo demás, la distribución interior es semejante a la que conocemos para las casas del interior de la medina, con habitaciones de planta alargada dispuestas en torno a un patio.

En las parcelas más septentrionales del arrabal, en la franja contigua al cauce del río, se ha constatado la existencia de infraestructuras dedicadas al curtido de la piel, actividad que alcanzó una sólida implantación en el barrio hasta bien entrado el siglo XIX, como pone de relieve la toponimia de algunas calles.

Tras una primera fase de actividad en torno a la segunda mitad del siglo XI, el barrio fue destruido por una fuerte avenida del Turia al final de la centuria, se han encontrado testimonios arqueológicos de esta riada en toda la ciudad, pero probablemente en Roteros fue donde más dejó sentir sus efectos por tratarse de una zona más baja y contigua al cauce del río.

El agua penetró con fuerza en las casas, derribando muros y dejando un potente depósito de arena y gravas en las calles.

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Tras la catástrofe, el barrio recuperó rápidamente su actividad, pero sin retirar el sedimento arrastrado por la corriente, sino construyendo de nuevo sobre él.

A lo largo del siglo XII y primeras décadas del XIII las viviendas de la zona experimentaron la misma evolución detectada en el interior de la medina, apareciendo por ejemplo los patios con canalillos y jardinera central, pero percibiéndose una tendencia (todavía por confirmar) a reducir el área artesanal en beneficio de las viviendas.

La llegada de las tropas de Jaime I dejó su huella en un nítido nivel de destrucción por todo el lugar; pero pasado el episodio bélico y desahuciados sus moradores, el barrio recuperó en poco tiempo la dinámica anterior, si bien habitado ahora por colonos cristianos.

No parece que el arrabal de Roteros sufriera transformaciones de su perímetro a lo largo del período islámico.

En el momento de la conquista cristiana, el barrio arrancaba desde la misma muralla, mientras que al oeste no debía superar la actual calle de Salvador Giner, junto al Portal Nou, donde el Plano General de Valencia y sus Ensanches dibuja una acusada y muy circunscrita depresión (de hecho las viviendas halladas más al oeste son las excavadas junto a la calle Blanquerías 17).

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El límite septentrional lo marcaba la margen derecha del Turia, que en época islámica, antes de la construcción de los pretiles, tendría el aspecto de una suave escarpa acabada en una playa formada por los aportes del río.

En cuanto al límite sur, los investigadores, no saben si la trama ordenada advertida entre las calles Roteros y Blanquerías se extendía hacia el sur, en particular entre la plaza de la Santa Cruz y la calle del Cabrito hay una reurbanización bajo-medieval (la Pobla Vella) que alteró completamente la trama de calles.

En la plaza de la Santa Cruz se hallaron indicios de viviendas, pero más hacia el sur tan solo se constatan estructuras de tipo artesanal, es el caso, por ejemplo, del horno de ladrillos y tejas hallado en la calle del Mesón de Morella o de las tenerías excavadas junto al Portal de Valldigna.

Con independencia de esta franja construida, el cierre meridional del barrio de Roteros venía marcado por una extensa necrópolis, que se extendía desde la calle Palma a la plaza de Mosén Sorell y desde la plaza del Árbol a la calle Sogueros.

El núcleo fundacional de este cementerio parece situarse en un pequeño altozano enclavado en el entorno de las calles Alta, Juan Plaza y Palma, desde donde el terreno descendía en pendiente suave hacia las calles Sogueros, por un lado, y Baja, por el otro (El Plano General de Valencia y sus Ensanches dibuja en este punto dos desniveles orográficos, uno de ellos sin acotar y el otro con acotación decreciente, que indica una hondonada. No obstante ya se ha señalado por los investigadores que el plano contiene errores de apreciación y que, en todo caso, corresponde a la realidad topográfica de finales del siglo XIX. La existencia de una elevación en época islámica quedó completamente atestiguada en las diferentes campañas arqueológicas realizadas en el lugar).

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En esta zona existía la máxima concentración de enterramientos, llegando a distinguirse hasta 7 niveles superpuestos de tumbas, mientras que, a medida que nos alejamos del centro, el número disminuía; partiendo de este hecho Josefa Pascual Pacheco y María Luisa Serrano Marcos consideran que la necrópolis fue extendiendo su superficie durante los 2 siglos de uso, llegando incluso a entrar en conflicto con la zona urbanizada, como se desprende del hallazgo, junto a la calle Fos, de diversos enterramientos superpuestos a estructuras de hábitat del arrabal de Roteros.

El límite occidental del cementerio, en el momento de su máxima expansión, era la calle Sogueros, y por el este la calle Baja, no parece que llegara a superar la plaza de Mosén Sorell por el sur y el palacio de Pineda por el norte.

Al oeste de la necrópolis debió seguir existiendo hasta la conquista cristiana un área de huerta, delimitada por las calles de Salvador Giner y de la Corona, espacio que tras la conquista cristiana pasó a ser ocupado por la mancebía.

En las excavaciones realizadas en este cuadrante no se han hallado estructuras de época islámica, a excepción del molino antes comentado, ni siquiera en la calle Corona, por donde discurría la acequia de Rovella, donde a partir de la Baja Edad Media, se asentaron numerosos talleres tintoreros y de alfarería.

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No obstante, se ha descubierto en el entorno de las calles Sogueros y Ripalda una aglomeración de viviendas datadas entre los siglos XII y XIII, que presentan rasgos aparentemente urbanos, con muros de tapial de tierra enlucidos y suelos de mortero.

En la intervención realizada en la calle Sogueros apareció incluso una calle recorrida por una canalización subterránea, a la que se abren algunas de las casas.

En el plano catastral se advierte la existencia en esta zona (en particular a lado y lado de la calle San Ramón) de una trama parcelaria homogénea, con alineaciones aproximadamente perpendiculares a la calle islámica, pero la forma alargada de las parcelas remite a modelos de división del suelo bajo-medievales.

Las aglomeración no llegaba, por el norte, a la calle Doctor Chiarri, y en la excavaciones realizadas en el complejo de la Beneficencia tan solo se han documentado fosas y vertederos  de época islámica, por lo que no debía llegar hasta allí.

A levante la necrópolis antes comentada le servía de límite, mientras que por el sur no es extraño que alcanzara hasta el partidor de la acequia de Rovella en la plaza de Mosén Sorell, aunque las excavaciones realizadas en el entorno no han atestiguado estructuras de hábitat anteriores a la segunda mitad del siglo XIII, ya en época cristiana.

Próximo artículo: Fachada de Levante de Valencia

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • La Valencia desaparecida. Ángel Martínez y Andrés Giménez.

  • Arquitectos italianos en España

  • Junta de Murs i Valls. Historia de las obras públicas en la Valencia del Antiguo Régimen, siglos XIV-XVIII. Vicente Melió Uribe (Tesis doctoral)

  • Acequias, saneamiento y trazados urbanos en Valencia. Carles Sanchis Ibor

  • Baños, hornos y pueblas. La Pobla de Vila-rasa y la reordenación urbana de Valencia en el siglo XIV. Concha Camps (arqueóloga) y Josep Torró

  • La construcción de baños públicos en la Valencia feudal: el Baño del Almirante. Concha Camps (arqueóloga) y Josep Torró

  • El hammân musulmán en Al-Andalus en Baños árabes en el País Valenciano. Rafael Azuar Ruiz

  • Salas con linterna central en la arquitectura granadina, Al-Andalus (1.954). Leopoldo Torres Balbás

  • Algunos aspectos del mudejarismo urbano medieval. Leopoldo Torres Balbás

  • Historia de la Ciudad. Territorio, sociedad y patrimonio. Servicio de investigación arqueológica municipal.

  • Cartografía histórica de la ciudad de Valencia (1.608-1.944). Amando Llopis (VTM-Arquitectes) y Luis Perdigón

  • Agua y desarrollo urbano en Madinat Balansiya (Valencia). La excavación de un molino hidráulico de época califal. Javier Martí y B. Arnau

  • El arrabal de Roteros. Javier Martí

  • A la luna de Valencia. Una aproximación arqueológica al espacio periurbano de la ciudad musulmana. Javier Martí.

  • La arqueología extensiva y el estudio de la creación del espacio rural. Arqueología medieval. En la afueras del Medievalismo. Miquel Barceló

  • Necrópolis islámicas en la ciudad de Valencia. Josefa Pascual Pacheco y María Luisa Serrano Marcos

Fotografía

  • Palacios y Casas Nobles de la ciudad de Valencia. Francisco Pérez de los Cobos Gironés.

  • Archivo Histórico Municipal

  • Biblioteca de Etnología

  • Centro Cultural La Beneficencia

  • Archivo fotográfico de Abelardo Ortolá

  • Archivo fotográfico de Manuel Cubells

  • Archivo fotográfico de Rafael Solaz Albert

  • Archivo fotográfico de Lázaro Bayarri

  • Archivo fotográfico de Periódico Levante

  • Archivo fotográfico de José Aleixandre

  • Archivo fotográfico de Marina Solaz

  • Archivo fotográfico de Morales San Martín

  • Archivo fotográfico de Toni Serrano

  • Archivo fotográfico de V. Andrés

  • Archivo fotográfico de Ludovisi y señora