Almoina Cerámica siglo XIV

Almoina Cerámica siglo XIV

L’Almoina: La cerámica del siglo XIII-XIV.

El avance de la Corona de Aragón sobre los territorios del Sharq al-Andalus se consolidó a lo largo del siglo XIII.

En el siglo XII habían sido conquistados los castillos de Olocau y Polpís, y repoblados Villalonga y Benifassà.

Pedro el Católico ocupó el rincón de Ademuz en 1.210.

Con Jaime I, Abú Zayd rey almohade de Valencia, se sometió a su vasallaje (1.226-1.229) surgiendo un nuevo enemigo, Zayyan Ibn Mardanis, que dominaba Onda.

Zayyan era partidario de los califas abásidas de Bagdad y ocupó Valencia en 1.229.

Abú Zayd se refugió en Segorbe tras entregar a Jaime I Peñíscola, Morella, Culla, Jérica y Segorbe por el pacto de Calatayud (1.229) a cambio de protección.

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La conquista de Valencia se preparó en Monzón y contó con privilegio de cruzada dado por el papa Gregorio IX (1.232).

Los primeros ataques empezaron en 1.233 por el corredor del río Palancia.

La avanzadilla cristiana venció a Ibn Mardanis en El Puig (1.237), donde se estableció una cabeza de puente para el asalto de la capital, Balansiya.

En el mismo año se ocupó el entorno de la ciudad llegando a redactarse su repartimiento, según el cual Paterna y Manises, lugares que históricamente han sido más afamados en la producción de cerámica, quedaron en manos del magnate aragonés Artal de Luna.

La toma de la ciudad el 9 de octubre de 1.238 no indica el fin del proceso de conquista ya que el avance prosiguió hacia el sur, incorporando Alcira en 1.242, Montesa y Vallada en 1.244, y la comarca de la Marina en 1.245.

Históricamente se ha reivindicado la continuidad de los talleres musulmanes previos a la conquista de Valencia, sin embargo, este punto de vista se ha visto debilitado a partir de diversas aportaciones de Pedro López Elum y de las evidencias arqueológicas.

De hecho, la pervivencia de numerosa población musulmana que se integró en el nuevo Reino caracteriza especialmente la conquista de Valencia.

A pesar de ello, la inestabilidad social del siglo XIII, con las revueltas de los mudéjares de 1.247 y de 1.264 y su ulterior represión, debió dificultar de alguna manera la continuación directa del oficio.

Si bien en época musulmana se constata la fabricación de cerámica en Valencia, Alzira, Onda, Alicante y Elche, al tiempo que se menciona su producción en Xàtiva, y se ha supuesto que Artana, Olocau y Sagunto también fueron centros alfareros, todavía no hay pruebas arqueológicas de que ninguno de estos lugares continuara con esta industria en los años inmediatos tras la conquista.

Se ha afirmado que Paterna produjo cerámica musulmana, pero no se han constatado hasta el momento evidencias arqueológicas de restos de alfares ni de desechos de su fabricación anteriores a finales del siglo XIII.

Por otra parte, parece que Manises, Mislata, Quart, Alaquàs y otros lugares de las cercanías de Valencia se incorporaron sucesivamente a esta industria tras la conquista.

Sin embargo, sí podemos constatar que existió una transferencia técnica entre ambas culturas, de la musulmana a la cristiana, independientemente de la directa continuidad de talleres alfareros musulmanes previos.

Este hecho ha sido demostrado por estudios arqueométricos realizados por el doctor. Màrius Vendrell Saz, de la Universidad de Barcelona, los cuales evidencian que la técnica cerámica musulmana y cristiana obedece a un substrato común que evolucionó paulatinamente.

Algunos textos orientales del siglo XIII, como el tratado del iraní Abu’l Qasim, nos aproximan a la técnica de fabricación de la cerámica musulmana, a lo que debemos sumar la evidencia arqueológica y arqueométrica de los talleres medievales andalusíes y cristianos de los territorios del antiguo reino de Valencia.

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La técnica de la cerámica valenciana en los siglos XIV y XV.

La documentación se refiere a la existencia en Paterna de dos barrios de talleres alfareros llamados «olleries menors» (a lo largo del camino de Llíria) y «olleries majors» (junto a la Font del Pitxer o Molí del Testar).

Los textos que describen los talleres medievales publicados por Osma, y recientemente por Gimeno, permiten reconstruir incluso parte de su equipamiento.

No sólo se han encontrado los muros de los alfares, los patios, eras, balsas y hornos, sino que se ha podido reconocer su organización funcional.

Las alfarerías ocupan también una dilatada cronología que abarca con seguridad desde el siglo XIII a inicios del siglo XVI.

Sin embargo, hoy por hoy resulta todavía confusa su evolución cronológica y la de sus producciones.

Manises, por otra parte, ha deparado el hallazgo de dos talleres y de otros numerosos restos comentados parcialmente por Pérez Camps y Coll.

Un taller excavado por Algarra y Berrocal, es semejante a los de Paterna con la diferencia de abarcar cronológicamente hasta finales del siglo XVI o inicios del siglo XVII.

Al mismo tiempo, en las investigaciones que se coordinan desde el Museu de Ceràmica de Manises, se han localizado varios hornos medievales, algunos bajo el barrio de obradors y otros en pleno casco histórico.

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Las alfarerías medievales de Paterna y Manises permiten una aproximación funcional a la organización del taller medieval.

En cuanto a las pastas cerámicas de los siglos XIV y XV, procedían de la mezcla de arcillas que se obtenían excavando hoyos o desmontes, un ejemplo de ello es el contrato establecido entre el azulejero Bernardo de Moya y Arnaldo Sancho (1.411), por el que se permite al primero cavar ocho hoyos (clots) en una finca del segundo en Raniosa (suburbio de Valencia), de cuya arcilla podría hacer azulejos, usando las eras de la finca para secarlos, pero con la obligación de rellenar los «clots» con las cenizas y escorias y cubrirlos bien para poder proseguir posteriormente con el cultivo del terreno.

En contratos anteriores los arriendos de explotación para los rajolers se establecen en viñas (en Ruzafa en 1.395) o huertas, aprovechamiento ordinario del llano de Valencia.

En esas pastas usadas por los alfareros tras la conquista se observa una implícita necesidad de material especializado, ya que en el momento de la expansión del oficio alfarero en la sociedad valenciana medieval (hacia finales del siglo XIII), se da un uso extensivo de otros recursos para usos coincidentes (madera, metal, vidrio).

No suele usarse arcilla sin envejecer, sino que como norma esta se trata de forma más sofisticada en los talleres.

Se practica en especial la manipulación de pastas para cerámicas para el fuego o el agua.

Se convierte en usual la mezcla de tierras de dos o más lugares para conseguir calidades especiales, práctica bien conocida por la documentación y por los análisis químicos efectuados, según comentan coincidentemente autores como Coll y Pérez, Amigues, Molera y Vendrell.

Esta práctica de la mezcla de materias primas será ya básica en toda la historia de la cerámica posterior.

Las pastas de uso general en Manises y Paterna son arcillas calcáreo-ferruguinosas, procedentes fundamentalmente de los yacimientos del Pla de Quart y de Los Cabeços d’Alhetx, de donde se obtenía la «Terra de Cànter«.

Autores como Aura, Doménech, Molera y Vendrell, coinciden en que para la loza era habitual usar pastas más calcáreas, por ser más fácilmente decoloradas en el exterior durante la cocción por la formación de fases cristalinas de neoformación compuestas por piroxenos, que encierran el hierro libre produciendo el blanqueo de la superficie.

El equipo del doctor Vendrell ha caracterizado cuatro grandes grupos de pastas en la producción de Paterna, elaboradas en los mismos alfares y especializadas para diversos usos.

Las pastas más calcáreas se usaban en lozas, grandes contenedores y recipientes para aceite, mientras otras menos cálcicas sirvieron para fabricar candiles, orinales, jarros, morteros, etc.

Finalmente, pastas no calcáreas se utilizaron en ollas de cocción oxidante y cazuelas, en especial las barnizadas, a las que se añadía desengrasante silíceo.

Al mismo tiempo, el hallazgo de fragmentos de piezas sin cocer permite conocer la geoquímica de las arcillas.

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Excavación de la plaza de l’Almoina

En la zona noreste de la excavación se hallaron dos conjuntos cerámicos excepcionales, tanto por su importancia, como por su abundancia, de la primera mitad del siglo XIV; uno, el más numeroso, colmataba un pozo de 7 metros de profundidad y otro, un pequeño silo en forma de cubeta.

En ambos las cerámicas estaban prácticamente completas, lo que sugiere una intencionalidad por deshacerse de ellas cuando todavía estaban en uso, esta acción obedecería a algún motivo especial relacionado con epidemias o revueltas.

Los materiales ofrecen una amplia representación tipológica y funcional en la que abundan las piezas de vajilla fina de mesa decorada en verde y manganeso sobre fondo blanco, del denominado estilo de Paterna.

Las decoraciones más usuales son las figuras zoomorfas (que tienen figura de animal como aves, dragones, león rampante), así como los motivos vegetales (flor cordiforme y palmetas) y los geométricos, a los que se suman los escudos y la epigrafía (Ciencia que estudia las inscripciones o los escritos antiguos grabados en una superficie dura. Técnica de escribir sobre piedra, metal u otro material duro).

Entre las formas destacan las escudillas, los platos trincheros, las jarritas y los botes de cuerpo cilíndrico.

También hay cerámicas vidriadas en un solo color, generalmente en verde, como morteros, jarros, platos en ala, cuencos, escudillas, orzas y candiles.

Aparecen, asimismo, cazuelas, graseras y ollas, todas vidriadas, para cocinar, además de “ordeñadoras” y cántaros con decoración pintada para almacenar.

Estos conjuntos presentan un amplio repertorio estilístico y formal dentro de la loza decorada en verde y manganeso en la que se han diferenciado dos fases en su producción; la inicial, de la primera mitad del siglo XIV, con decoraciones que cristianizan temas de tradición musulmana y, al mismo tiempo, con imágenes propiamente cristianas.

Es decir, conviven motivos de raigambre andalusí como la epigrafía árabe representada por la esquematización de la palabra árabe al-mulk (el reino) o alafias (al-afya) que han perdido su significado y, junto a estos, se introducen decoraciones ligadas a la cultura gótica como figuras humanas (damas, caballeros, frailes, etc.).

La siguiente fase, de mediados de la misma centuria, presenta escasa variedad en los motivos decorativos, que son de tipo geométrico.

Las investigaciones más recientes señalan que las producciones en verde y manganeso atribuidas de manera exclusiva tradicionalmente a Paterna, también se realizaban en Manises y Valencia, en esta última se hallaron alfarerías en el Barrio del Carmen dedicadas a este tipo de cerámicas y a otras producciones como la loza azul y la dorada, que estuvieron en uso desde finales del siglo XIII o principios del XIV hasta la primera mitad del siglo XV.

En estos talleres valencianos se producía la cerámica decorada en verde y manganeso en la que se diferencian el estilo clásico, de la primera mitad del siglo XIV, y el esquemático, de mediados y segunda mitad de este mismo siglo.

Con la primera fase convivieron otras destacadas producciones como la loza azul, la loza dorada o reflejo metálico, así como la azul y dorada del tipo “malagueño”.

Con la segunda coexistieron también la loza azul, la dorada y la azul de tipo “Pula”, llamada así por haber sido identificada en esta localidad de Cerdeña, caracterizada por decoraciones radiales.

En el siglo XV algunas de estas producciones alfareras valencianas se hicieron muy famosas al ser exportada a toda Europa.

Próximo capítulo: Época islámica

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

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  • Valencia y las primeras ciudades romanas de Hispania. Llorenç Alapont. 2.002

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  • Los foros de Valentia y Ercavica. Jorge Morín de Pablos y Albert Ribera Lacomba

  • El foro romano de Valentia. Carmen Marín Jordá, Miquel Rosselló Mesquida y Josefina Piá Brisa.

  • Los orígenes del cristianismo en Valencia y su entorno.