Salud y hostelería

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Tiempos modernos. Espacios para el ocio y la cultura en el Marítimo

Ocio marítimo: Salud y Hostelería

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, aproximadamente en torno a 1.840, las playas valencianas se convierten en escenarios sociales de una nueva concepción del ocio marítimo y una nueva búsqueda del significado de la playa, hasta ahora comprendida generalmente como una fuente económica y de subsistencia necesaria.

El cambio de perspectiva que se produce por parte de una burguesía en su máximo esplendor, que comienza a demandar servicios en las playas, abre una brecha y da lugar a la incomprensión por parte de los mismo habitantes y vecinos corrientes de los mismos barrios marítimos, que habían vivido a su manera sus arraigadas costumbres y sus particulares formas de disfrutar el ocio.

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Esta novedad se produce fruto a diversas circunstancias entre las que se destacan la llegada del ferrocarril en 1.852 y del tranvía en 1.876 (que además ofrecía servicio hasta la playa pagando 5 céntimos de más a partir de del 24 de junio), la incipiente corriente higienista y, en general, la construcción de nuevos escenarios para la vida moderna.

Aunque la práctica de veranear y tomar baños de olas se asienta y consolida en la segunda mitad del siglo XIX, había habido ya ejemplos anteriores del disfrute de las aguas de las playas de Valencia como medio saludable y por prescripción facultativa.

Es este último caso el de muchos de los miembros de la aristocracia española que se acercaban acompañados a disfrutar de estos baños, entre ellos por ejemplo, el mismo Francisco de Goya y Lucientes había ido al Cabanyal en 1.790.

Aunque ya encontramos alusiones a la playa de Valencia como escenario de baños en el siglo XVII entre las líneas del dramaturgo Lope de Vega.

En esta coyuntura, la manera de concebir el significado de la playa y del mar comienza a transformarse y a distanciarse de lo que entendían por ello y por sus propias calles los habitantes de los Poblados Marítimos.

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Estas nuevas circunstancias se ven reflejadas en la gestación  de novedosos espacios para albergar las modernas costumbres en torno al disfrute del mar desde vertientes higienistas y de ocio, así como la creación de nuevos espacios de hostelería.

Pero estos nuevos escenarios no están en general enfocados al disfrute de los propios vecinos, que hasta el momento habían vivido sus propios lugares y costumbres, sino más bien a una clase social media-alta, una burguesía en muchas ocasiones con un comportamiento de intención aristocrática, que no solo se podía deducir de la moda parisina que vestían, sino también de la apropiación y creación de novedosas costumbres alejadas en ocasiones de los propios vecinos.

No es de extrañar, por tanto, la denominación de los baños de mar como algo novedoso, ya que hasta entonces bañarse no se concebía como tal en el litoral valenciano, sino que estaba limitado al empleo de utensilios como barreños o las tinas.

Fue entonces cuando en las playas de los Poblados Marítimos contrastaron las costumbres y jolgorios de los vecinos (que llevaban a cabo allí sus espontáneas fiestas entre sus cansadas actividades marineras y pesqueras o descansaban en sus respectivos merenderos y tabernas del barrio más habituales) con la aparición de lugares como los balnearios, los restaurantes y demás espacios sociales para una burguesía que fue acercándose a la playa y demandando baños de olas y fomentando un creciente ocio turístico, debido a las recomendaciones de los efectos beneficiosos para la piel que tanto se dieron en el siglo XIX.

Hasta el momento de la moda de los baños de mar, los vecinos de los Poblados Marítimos disfrutaban de la costumbre de tomar el fresco entre sus cansadas salidas de pesca y actividades rutinarias, muy arraigadas aún hoy en día en barrios de la ciudad y pueblos del área metropolitana en las noches de verano o primavera.

En este contexto, surgían toda una serie de improvisadas charangas, que acompañaban a las cenas o comidas tradicionales y les permitían dar rienda suelta a su espontaneidad y su comodidad apropiándose de sus calles con su presencia a través de sus costumbres.

El resto del año, cuando el tiempo no permitía lo mismo, buscaban la animación y un aperitivo en las tabernas o cafés; una de ellas fue, por ejemplo, la taberna Carabina, asentada en el Cabanyal, de la que Vicente Blasco Ibáñez habla con estas palabras en 1.898, en su novela Flor de Mayo, un ejemplo de como sucedía la vida diaria y las costumbres en dichos establecimientos:

“[…] allí estaba el tío Mariano, solo en su mesa, aguardando sin duda la llegada del alcalde y otros de su clase. Mientras fumaba su pipa, escuchaba con desdeñosa superioridad al tío Gori, viejo carpintero de ribera que durante veinte años iba al café todas las tardes a deletrear el periódico desde el título a la plana de anuncios, comentando especialmente las sesiones de las Cortes ante unos cuantos pescadores que en días de holganzas le oían hasta el amanecer […]”.

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Modestas casas de comidas como La Martinica, la Casa Calabuig frente a las Atarazanas del Grau, o la Bodega Montaña (1.836) tienda de vinos emplazada en una vieja barraca de la calle José Benlliure, son ejemplos de esas tabernas o cafés que proliferaban fomentando la conversación, la costumbre y la rutina con olor a sal.

La progresión de algunos de estos fue tal que llegaron a alcanzar la categoría de restaurante, como el regentado por Antonio Vendrell en la antigua calle Baluarte, conocido como La Cueva.

La aparición de la nueva concepción de la época veraniega en relación con la playa se plasmó sobre todo nuevas infraestructuras cuyos objetivos eran, una mayor comodidad en los baños, un disfrute más privilegiado en un escenario distintivo y en muchos casos se hacía alusión a las mejoras que proporcionaban a la salud de sus usuarios.

En un primer momento, son las conocidas como barraquetes las que surgen para, por primera vez, cubrir una demanda de servicios para ciudadanos modestos que se desplazaban en tartanas, sobre todo desde los alrededores de los Poblados Marítimos, a pasar el día en la playa ya en la segunda mitad del siglo XIX.

Ante esta necesidad, surge el servicio de las Barracas de Baños, cuya localización entre las parcelas existentes para alzarlas se sorteaba entre los propietarios solicitantes.

Se trataba de unas construcciones más bien endebles, realizadas con madera y un techo a dos aguas de cañas y lona que servían para cambiarse de ropa en las cabinas que había en su interior dispuestas a ambos lados del pasillo central, algunas de ellas destinadas a las mujeres y otras a los hombres; contaban también con un barreño de barro cocido con el que los usuarios podían quitarse la arena de los pies, además de ofrecer un servicio de bañadores bajo alquiler si alguno de los bañistas no contaba con ello para poder pasar el día cómodamente.

En el exterior, en su zona trasera, todavía perteneciente a la barraca, se observaba un tendedero destinado a secar la ropa de baño que se había utilizado.

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De montarlas y desmontarlas al principio y final de la temporada estival, así como de su cuidado y manutención, se encargaba la figura del barraquero, personaje que publicitaba su propia barraca cuando estas comenzaron a generar competencia entre ellas ante el gran número de instalaciones que iban surgiendo.

Todas ellas fueron adquiriendo personalidad, distinguiéndose de las demás con nombres llamativos y propios, algunos de los cuales, hoy en día, todavía rotulan los restaurantes presentes en el actual paseo de Neptuno, como es el caso del popular restaurante La Pepica.

Su colorido fue haciéndose cada vez más relevante como estampa en el panorama de la playa de Levante, como relata Vicente Blasco Ibáñez en su novela Flor de Mayo:

“[…] El trozo de playa entre la acequia del Gas y el puerto, olvidado en el resto del año, presentaba la animación de un campamento. El calor empujaba a toda la ciudad a este arenal, del que surgía una verdadera ciudad de “quita y pon”. Las barraquetas de los bañistas, con sus muros de lienzo pintado y sus techumbres de caña, formaban correcta fila ante el oleaje, empavesadas con banderas de todos los colores, rotuladas con extravagantes títulos, y ostentando además en el vértice, monigotes, miriñaques (armazón circular de tela rígida con ballenas o de aros de metal o mimbre que se ata a la cintura de la mujer con cintas, llega hasta los pies y se coloca bajo una falda larga para ahuecarla; fue un soporte del vestido de gran popularidad hasta principios del siglo XIX), barcos, muestras grotescas que distinguían a cada establecimiento para evitar errores. Detrás, en previsión del apetito que despierta el aire del mar, esparcianse los merenderos, unos con aspecto pretencioso, escalinatas y terrazas, todo frágil, como decoración de teatro, supliendo lo endeble de su construcción y lo misterioso de su cocina con pomposos títulos […]”.

A finales del siglo XIX había en torno a 50 casetas de baño y merenderos entre los que destacan los nombres como: El Globo, La Estrella, La Gloria, La Monkilí, La Palma, etc.

Diversos pescadores aprovecharon el gentío que se producía en época estival en la playa y proyectaron 277 metros de longitud de estas construcciones desde Las Arenas hasta los Docks del puerto.

Los merenderos fueron surgiendo ante la necesidad de muchos de los ciudadanos que allí acudían y que no podían invertir en menús excesivamente caros ofrecidos por establecimientos hosteleros refinados o simplemente deseaban pasar el día en la playa y comían en la arena.

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Así fueron surgiendo una serie de mesas de pino donde los usuarios podían al menos disponerse a comer, dando posteriormente lugar a la aparición de construcciones o espacios dirigidos concretamente a albergar merenderos.

Dichos emplazamientos se convertían en espacios frecuentados sobre todo por ciudadanos modestos, con menús asequibles, famosos, sobre todo, por ofrecer platos típicos de la gastronomía valenciana como caracoles en salsa o diversos arroces que obtendrían pronto notable popularidad.

Aprovechando la presencia del gentío y los bañistas que se arremolinaban alrededor de les barraquetes de nadar y disfrutaban del nuevo escenario de baños de olas que se estaban consolidando en la playa, surgieron también personajes como los cocoters o, a principios del siglo XX, las galleteras.

Los primeros vendían cocotets, una especie de empanadilla de pescado en forma de media luna, mientras que las segundas distribuían galletas dulces y saladas que portaban en el interior de una cesta que llevaban consigo.

También deambulaban por las playas personajes como el barquillero, quien repartía barquillos (el barquillo u oblea es un postre que se puede encontrar comúnmente en España y consiste en una hoja delgada de pasta hecha con harina sin levadura y azúcar o miel y, por lo común, canela), además de vendedores de “aigua de civada” y horchata.

Paralelamente a esta eclosión de nuevos espacios y servicios, se incorporan también a esta nueva concepción de la playa infraestructuras destinadas a los baños de mar, como los balnearios, altamente recomendados para la salud en aquel momento, se concibieron tomando como modelo de inspiración otros que ya habían surgido anteriormente en lugares como Biarritz u otros puntos del norte de España.

Las características principales de los primeros balnearios de Valencia eran: su presencia efímera en el litoral, su construcción realizada fundamentalmente en madera y su disposición sobre el agua, a las que se sumaban las características particulares de una playa llana y suave que invitaba al disfrute.

Hasta entonces, fueron diversas las quejas por la carencia de establecimientos dedicados a los baños de mar y a partir de su aparición en escena fueron muchos los halagos y recomendaciones de visita, de lo que se hacían eco los diferentes medios de comunicación:

“[…] con tales elementos hallarán en La Florida cumplidos sus deseos de cuantos buscan en los baños de mar un medio atemperante, un recurso contra los calores estivales y un tributo a la costumbre, y al propio tiempo la distracción y recreo, que para desviarles de sus habituales ocupaciones proporciona siempre la perspectiva grandiosa de nuestras costas. Los que acudan al mar en demanda de su salud perdida, para curarse enfermedades más o menos molestas, conocerán las ventajas de esta mejora […]”.

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Los primeros balnearios en aparecer fueron La Florida y La Rosa del Turia, ambos de carácter efímero.

El primero, inaugurado el 19 de julio de 1.863, era el preferido por la gente más distinguida, construido por el arquitecto valenciano Sebastián Monleón Estellés (Valencia, 1.815-1.878) y decorado por los escenógrafos hermanos Alós.

Este balneario flotante se encontraba emplazado en el interior de la dársena del puerto, a la izquierda de la Escalera Real.

En 1.906 se trasladó al Paseo de Caro, uno de los lugares clave en la transformación del espacio del puerto y del transporte.

La Florida era un espacio de madera de 3 alturas, con dos naves laterales y una cubierta a aguas a la que se accedía por una plataforma de madera a modo de puente, adentrándose así la construcción en el agua y levantándose sobre unas columnas de hierro hincadas en la arena; en su interior, las bañeras de zinc junto a la gran piscina ofrecían servicios que, por la corriente higienista en la que se enmarcaba su construcción, tenían el mayor de los sentidos para los ciudadanos que buscaban los baños de mar en un lugar distinguido.

El coste era de 4 reales para las bañeras de agua fría y de 8 para las de agua caliente, aunque sencillamente para acceder había que pagar un real.

La Rosa del Turia, por otro lado, se construyó una vez La Florida había sentado precedente, situándola al otro lado de la Escalera Real.

Aunque su enfoque y concepto de ocio era similar, según Teodoro Llorente tenía “precios asequibles a la inmensa mayoría de los bolsillos”, por lo que probablemente se ampliase el espectro de ciudadanos que podían acudir a su disfrute.

Más que por los servicios que llegó a ofrecer, las conversaciones sobre la existencia de La Rosa del Turia se han centrado en el accidente que allí tuvo lugar el 29 de junio de 1.869; se conoce que en este fatal suceso murieron en torno a una decena de personas, fruto de una avalancha provocada por la huida  del gentío ante el hundimiento de la construcción, tal y como se detalla en el periódico Eco de Alicante del 3 de agosto de ese mismo año (en este periódico se hace referencia a que la probable causa del accidente fuera el hundimiento por filtración de agua debido al mal calafateado de los cajones sobre los que se asentaba el balneario); esto repercutiría en la confianza que se generó hacia estas construcciones, puesto que se reforzaría momentáneamente la presencia de la gente en las barracas de baño debido al miedo a que esto volviera a suceder.

Además, las aseguradoras no cubrirían todos los desperfectos, circunstancia que sentaría precedente y que afectaría gravemente a la pervivencia de La Florida, tras el incendio que sufriría en 1.871, y que acabó siendo desmontada finalmente en 1.885.

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Posteriormente se construiría La Estrella, que ocuparía el lugar aproximado donde anteriormente se había levantado La Rosa del Turia; o La Perla, un balneario que se colocó donde estaba La Florida, aunque también fue cambiando de ubicación hasta situarse finalmente donde se localizaría el Club Náutico.

Pero sería en 1.888 cuando se establecería el balneario más conocido, incluso hoy en día, aunque actualmente convertido en un hotel, de construcción fija y de carácter permanente, el balneario Las Arenas, instalado en aquel momento en la playa de Levante y tan icónico que acabaría dando incluso nombre a la playa que todavía hoy la conocemos como “playa de Las Arenas”.

En aquel momento la construcción era de estilo colonial y fundamentalmente en madera, inspirado en los balnearios franceses que ya estaban surgiendo en el norte en lugares como Biarritz, y delimitando una zona de la playa que se utilizaría de forma privada de ahora en adelante, con servicios como club social y de espacio de recreo.

La idea de la creación de dicho balneario surgió de una conversación entre varias personas en el Casino de Agricultura, entre los cuales se encontraba Antonio Zarranz (Antonio Zarranz Beltrán fue un militar y diputado que había tenido la oportunidad de viajar por el extranjero, por lo cual se inspiró en el modelo de balneario y de ambiente de las playas francesas), quien finalmente acabaría impulsando el proyecto sin ayuda de los demás.

El triunfo de dicho balneario fue protagonizando el escenario de la burguesía valenciana que se acercaba a la playa, y sus instalaciones fueron paralelamente evolucionando para ofrecer incluso mejores servicios.

En torno a 1.917 el primitivo balneario se transformaría de forma elocuente dejando ver dos templos de reminiscencias clásicas que albergaban baños calientes de agua de mar, de vapor y de algas (unos para hombres y otros para mujeres); así como salones para restaurantes y banquetes.

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En estos últimos destacaban los platos como langostas, paellas, o la leche merengada con canela como merienda.

Es el 25 de julio de 1.922, según cita una noticia de este mismo año el diario El Pueblo, cuando se inaugura el famoso pabellón flotante de Las Arenas, obra de Carlos Cortina Beltrán (Tavernes Blanques, Valencia, 21 de noviembre de 1.872 – Valencia, 2.septiembre de 1.949. Escenógrafo, artista fallero y constructor de carrozas), famoso artista fallero de la época que también sería autor del gran pabellón municipal efímero que se haría para la Feria de Julio de 1.926.

El Pabellón de Las Arenas, como las famosas barraquetes de baños, que hemos citado anteriormente, se montaba y desmontaba para la temporada de verano y por tanto de baños de olas; se trataba de un edificio de madera de color blanco y azul en forma de cruz y con una cúpula central que se colocaba en la orilla del mar sobre unos pilotes de hormigón armado, al cual se accedía a través de unas escaleras con farolas y un estilo afrancesado de la segunda mitad del siglo XIX.

El servicio que ofrecía era de café-restaurante y un gran cartel de una mujer vestida para el baño colgó de uno de sus laterales, como se puede observar en algunas de las fotografías de la década de su inauguración

Debido a los temporales se fue deteriorando, por lo que se acabaría decidiendo años más tarde que se dejaría de montar.

Aunque puede que, la imagen icónica que más se recuerde del balneario de Las Arenas, sean las famosas piscinas pioneras en mezclar agua salda y agua dulce, construidas hacia 1.934 por Juan Gutiérrez Soto y bajo la dirección de obra de Cayetano Borso de nuevo junto a Carlos Cortina, que actuó como interiorista y escenógrafo.

Las piscinas se convirtieron además en el elemento iconográfico protagonista del complejo debido a su trampolín que tantas veces fue representado, especialmente por el famoso cartel de Josep Renau en la inauguración de las instalaciones.

No obstante, su integridad, así como la de los pabellones, se vio afectada en 1.937 por un bombardeo; pese a eso, y aunque de forma diferente a las décadas anteriores, Las Arenas siguieron recibiendo público a partir de este momento, siendo el lugar de baños y entretenimiento atractivo de referencia para distintas generaciones.

Una de las imágenes que más marcó la playa de Las Arenas fue la presencia de famosos panerots, unos asientos de mimbre que al igual que los cañizos que allí permanecían, daban cobijo a mujeres y hombres que en aquel momento, sobre todo las primeras, evitaban el impacto directo del sol en su piel, ya que hasta bien pasada la I Guerra Mundial la práctica de acudir a la playa a broncearse la piel no se extendería, sino más bien era lo contrario, ya que hasta ese momento tener la tez blanca era indicativo de alta alcurnia y distinción, mientras que lucir bronceado era signo de trabajos desarrollados bajo el sol por las clases populares.

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Aunque Las Arenas continuarían siendo las protagonistas, hubo posteriormente otra inauguración que adquiriría importancia en las estaciones de baños y puntos icónicos para el ocio marítimo: Las Termas Victoria.

Se trataba de un complejo ubicado en la playa del Cabanyal con su célebre cartel en hierro colado que daba la bienvenida al establecimiento y que actualmente podemos verlas convertidas en discoteca.

Tal fue su reconocimiento en su mayor momento de apogeo, que contaron con un apeadero propio que llevaría por nombre “Las Termas”, aunque serían más reconocidas como una estación termal  con baños calientes y especialmente por el distinguido restaurante que había en su interior.

El restaurante de Las Termas lo regentaban los propietarios del Hotel Reina Victoria, presente hoy en día en la calle de las Barcas de la ciudad de Valencia.

El nombre elegido era un homenaje a la reina Victoria Eugenia de Battenberg (reina consorte de España por su matrimonio con el rey Alfonso XIII. Era nieta de la reina Victoria del Reino Unido y bisabuela del actual monarca español Felipe VI).

El restaurante se encontraba en el piso superior, donde se accedía por unas amplias y señoriales escaleras.

Su interior deslumbraba por su comedor acristalado y adornado con distintas plantas que le daban un encanto especial, aunque sobre todo destacaba por su amplia carta de platos y sus precios oscilaban entre las 5 y 8 pesetas.

El primitivo emplazamiento se gestó cuando en 1.917 Francisco Alfonso Ibarra se dirigió al Gobierno Civil presentando unos planos firmados por Gerardo Roig para establecer un proyecto de una serie de baños calientes, dos duchas de vapor y vestuarios, con un motor que llevaría agua del mar a las termas.

El proyecto evolucionó conforme fue cumpliendo diferentes condiciones que se le demandaban desde el Estado, a quien pertenecían los terrenos.

Es curioso que tanto en el caso de Las Arenas como en el de Las Termas Victoria los médicos no pagaran entrada si exhibían su carné profesional, ya que se comprendía que estos baños tenían carácter beneficioso para la salud debido a su condición de balnearios.

Se trata pues de un dato importante para comprender con que argumento se construyeron estos espacios, aunque su dedicación fuera más allá de un lugar estrictamente dedicado al cuidado o los problemas de salud.

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No obstante, la fama de la hostelería del momento recaería sobre dos de los restaurantes más famosos y que más publicidad y, consecuente más público generaron: el restaurante Miramar y el célebre Ostrero, ambos dirigidos a este nuevo público burgués que ponía las bases de lo que sería posteriormente el turismo marítimo.

El primero, el restaurante Miramar, estaba situado en el muelle de Levante (o entre la playa de Levante y el puerto, como él mismo anunciaba su localización en las postales publicitarias), pudiendo llegar a él mediante transporte privado que el propio establecimiento ponía al servicio de sus clientes (disponía de automóviles propios en la parada de los tranvías).

Se trataba de una gran construcción de madera, al unísono de los establecimientos de aquel momento, con dos pisos y un salón-comedor con una capacidad aproximada de 500 personas.

El dueño del mismo era Juan Clemente, que se vio obligado a cerrarlo finalmente ante una invasión de cucarachas en el local.

Posteriormente, no tendría ningún tipo de reparo en permitir que uno de sus trabajadores montase el restaurante Petit Miramar, un merendero en la playa de Levante que mantendría el rótulo del primitivo restaurante; y es precisamente este establecimiento el primigenio Hotel Miramar que actualmente se alza en el paseo de Neptuno.

El segundo, el restaurante Ostrero, se erigía en un rincón con encanto al final del paseo de Caro, actualmente industrializado y con un aspecto totalmente cambiado.

Se trataba de una construcción flotante de madera que se levantaba sobre unos pilotes y a la que se accedía mediante un pequeño puente, con reminiscencias arquitectónicas coloniales y detalles modernistas.

Los principales platos que en este restaurante se podían degustar, incluso en comedores privados para familias, eran  las ostras que ellos mismos tenían en sus criaderos, los diferentes tipos de arroces o las langostas a la plancha o americanas que se recogían del agua en el momento y se cocinaban inmediatamente, sirviéndose tanto allí como a domicilio.

Tenían, además, servicios lúdicos como eran las canoas para disfrutar en las aguas de alrededor, siempre previa reserva, se anunciaba el establecimiento de Miguel Collado como una parada obligatoria.

Más al sur se levantó, sobre la década de los 40, unos de los que acabaría siendo icono del trato o evolución que han experimentado algunos de estos espacios que se levantaron en el lugar, un barrio y un distrito que ya nunca volvería a ser el mismo, el complejo Benimar y el balneario de Mar Azul en Nazaret.

El primero, (una vez apagado aquel esplendor y desaparecida la playa), Benimar permanece cerrado y abandonado, y el segundo, el Marazul, tras ser rehabilitado, fue derribado para levantar un nuevo edificio destinado a centro de juventud y universidad popular que apenas recuerda al original.

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El complejo Benimar fue famoso por el gran jardín que lo rodeaba y la su gran afluencia de público para bodas, bautizos y otras celebraciones, localizado cerca de la playa de que Nazaret tenía en aquel momento y que estaba constantemente abarrotada de un gran gentío.

El balneario Mar Azul, por su parte, estuvo en funcionamiento desde la década de los años 50 hasta los 70, convirtiéndose después en una fábrica de importación de maderas hasta su demolición.

Así pues, las transformaciones sociales sucedidas a partir sobre todo de la segunda mitad del siglo XIX, fueron el germen de un nuevo escenario en el que los baños de mar sentarían las bases del turismo de litoral.

Todo ello trajo consigo, al menos inicialmente, la aparición de unos espacios antes ausentes que deberían permanecer en la memoria de todos por su contribución a la generación de una parte de nuestra identidad social reciente.

Por todo ello y por mucho más, cabe reivindicar la historia de unos barrios que junto al mar, almacenan extensos recuerdos sin los que no se podría entender nuestra sociedad, identidad e historia; unos habitantes, unos barrios, un litoral y un lugar que nunca más volvería a ser el mismo.

 

Fuentes consultadas:

  • Archivos autores

  • Archivo del Reino de Valencia

  • Archivo Histórico Municipal

  • Archivo Administrativo Municipal

  • Ayuntamiento de Valencia

  • Biblioteca valenciana

  • Biblioteca valenciana digital

  • Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia

  • Biblioteca Serrano Morales (Ayuntamiento de Valencia)

  • Archivo de la Diputación provincial de Valencia

  • Hemeroteca valenciana

  • Amadeo Serra Desfilis

  • Inmaculada Aguilar Civera

  • Victor M. Algarra Pardo

  • Pablo Cisneros Álvarez

  • Carles Sanchis Ibor

  • Victor M. Algarra Pardo

  • Susana Climent Viguer

  • Iván Portugués Mollá

  • Lourdes Boix

  • Pablo Sánchez Izquierdo

  • Virginia García Ortells

  • Ester Medán Sifre

  • Mireia Muñoz Vidal

  • Victoria E. Bonet-Solves

  • Desirée Juliana Colomer

  • Sergi Doménech García

  • Carmen Pinedo Herrero

  • Mª Jesús Piqueras Gómez

  • Pep Martorell

  • Pedro García Pilán

  • Tribunal de las Aguas

  • Real Academia de la Historia

  • Wikipedia

  • Ferrocarriles de España

  • Valencia Actúa

  • Jdiezarnal

  • Arquitectos de Valencia

  • Arquitectos italianos en España

Bibliografía:

Existe mucha y muy variada bibliografía referente a los Poblados Marítimos, por las limitaciones de espacio, tan solo mencionaremos algunos de ellos:

  • Guía urbana de Valencia. Marqués de Cruilles.

  • Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.

  • Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.

  • Manual del viajero y guía de los forasteros  en Valencia. Vicente Boix

  • La Valencia musulmana. Vicente Coscollá

  • Orígenes del Reino de Valencia. Antonio Ubieto.

  • Antonio Sanchis Pallares. Historia del Cabanyal. Poble Nou de la Mar 1.238-1.897

  • Antonio Sanchis Pallares. Historia del Grau

  • Antonio Sanchis Pallarés. Historia de la Malvarrosa.

  • Ricardo Aparisi. Ruzafa. Evolución histórica de su huerta.

  • Albert Ribera Lacomba. Valencia romana, puerto fluvial y marítimo. Instituciones portuarias y vocación comercial.

  • Isidro Planes. Sucessos fatales desta ciudad, y Reyno de Valencia o Puntual Diario de lo sucedido en los Años de 1.705, 1.706 y 1.707

  • Avecindados en la ciudad de Valencia en la época medieval. María de los Desamparados Cabanes Pecourt

  • Los Poblados Marítimos. Inmaculada Aguilar y Amadeo Serra

  • El Grau de València. La construcción d’un espai urbà. Josep Vicent Boira y Amadeo Serra

  • El Cabanyal: permanencia y transformación. Luis Francisco Herrero García. Tesis doctoral. Universidad Politécnica de Valencia. 2.015

  • La formació de la plana al.luvial de Valencia. Geo-morfología, hidrología i geo-arqueología de l’espai litoral del Turia. Pilar Carmona

  • La dinámica fluvial del Turia en la construcción de la ciudad de Valencia. Pilar Carmona

  • Los tranvías de Valencia, Transporte y estructura urbana, 1.876-1.970 Antonio Doménech Carbó

  • Hasta aquí llegó la Riada: Valencia y el Turia. Francisco Pérez Puche

  • La Casa de las Atarazanas de Valencia. Federico Iborra Bernad y Matilde Miquel Juan

  • Las Atarazanas del Grao de la Mar. Gemma M. Contreras Zamorano

  • El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Rafael Gil y Carmen Palacios

  • Arquitectura del eclecticismo de Valencia. 1.983. Benito Goerlich

  • Cerámica barroca en Valencia. María Eugenia Vizcaíno

  • Composiciones cerámicas valencianas del siglo XVIII. María Eugenia Vizcaíno Martí

  • Nomenclátor de las puertas, calles y plazas de Valencia: con los nombres que hoy tienen y los que han tenido. 1.873. Manuel Carboneres Quiles

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