Entre efímero y perdurable

Entre efímero y perdurable

Entre lo efímero y lo perdurable. Recibimientos reales en los Poblados Marítimos

Desde que en 1.238 la ciudad de Valencia fuera conquistada por Jaime I, una de las notas predominantes de la sociedad y su cultura ha sido el mundo festivo.

La Edad Media asentó unas bases que avanzaron hacia la suntuosidad durante las centurias subsiguientes.

El siglo XVI se caracterizó por magnificentes entradas reales, en las que la ciudad se ornamentaba a través de arquitecturas efímeras que jalonaban los itinerarios por los que sus majestades iban a discurrir en cortejo procesional.

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Por el contrario, el siglo XVII destacó por una mayor explosión del rito religioso, derivado también del descenso de la presencia real fuera de los lindes de la corte.

Cada una de estas ocasiones se convertía en un festejo extraordinario que transformaba los centros neurálgicos de la ciudad del Turia y aquellos en los que de alguna manera los personajes ilustres hacían acto presencia.

Plazas como la de la Seu, la de Predicadores o la del Mercado aglutinaron un gran número de festejos y fueron objeto de un importante cambio efímero.

Otros puntos como las vías de entrada a la ciudad, terrestre y marítima, se vieron afectadas por este tipo de manifestaciones; especialmente, los caminos reales fueron adecentados y mejorados para facilitar el tránsito de la corte.

Años como 1.586 con la llegada de Felipe II o 1.599 con la doble visita de Felipe II e Isabel Clara Eugenia y Margarita de Austria y el Archiduque Alberto fueron especialmente prolijos en este tipo de acciones.

Paralelamente, la necesidad de entrada por mar provocó un desarrollo específico de las obras de infraestructuras que, con el transcurso del tiempo, concretamente hacia mediados del siglo XVIII, evolucionó hacia la grandilocuencia.

Así, la llegada de los monarcas, príncipes e incluso las festividades de personajes con fuerte presencia en la sociedad valenciana del momento, hizo que los Poblados Marítimos tomasen también un cariz especial, al margen de la ciudad intramuros.

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Entre lo efímero y lo perdurable. Recibimientos reales en los Poblados Marítimos

Festejos reales y su influencia en la imagen marítima

Dentro del desarrollo de estos festejos reales, las autoridades debieron atender diversos frentes en los Poblados Marítimos, como los preparativos en torno al desembarco, la organización de determinadas arquitecturas efímeras de recepción y la adecuación de las vías de comunicación entre el mar y la ciudad amurallada.

La magnitud de los actos dependió de la época y la relevancia del acontecimiento, pero todos favorecieron el cambio, al  menos momentáneo, de los espacios por los que las visitas deambularon durante su estancia.

La cuestión relacionada con el desembarco fue una problemática que pervivió durante centurias debido a la carencia de unas infraestructuras portuarias que facilitasen el arribo a tierra, por este motivo, desde época medieval, aquellas festividades que implicaban la organización de un acto en las inmediaciones del Grau acarreaban una complejidad y presupuesto mayor.

Las soluciones no eran definitivas puesto que la corrosión ocasionada por el mar junto a la “broma” (molusco marino que actuaba como gusano), hacía que frecuentemente las estructuras desaparecieran.

En la mayor parte de los casos, trataban de crear una especie de muelle que ayudase la llegada a tierra, el cual podían ornamentar de forma magnificente para la bienvenida.

Una de las primeras actuaciones fue la construcción ejecutada para la recepción de Alfonso V.

Sin embargo, debemos trasladarnos al siglo XVI para hallar un mayor número de detalles derivados del agasajo realizado en los Poblados Marítimos a los reyes Fernando el Católico y Germana de Foix.

En estas ocasiones, con frecuencia era el Consell quien ordenaba los preparativos y las actuaciones que debían emprenderse, por esta razón los Jurados encargaron al escultor Damià Forment la fabricación de un puente de madera, que había presentado a través de una sucesión de maquetas y cuya erección debía finalizarse en tan solo 10 días.

El pago por la obra, incluía la configuración, las velas y clavos, ascendió a un total de 40 ducados.

El conjunto debía estar finalizado el día 20 de julio de 1.507, fecha en la que sus majestades honrarían con su presencia a la ciudad de Valencia.

Los alrededores también fueron adecentados con motivo de su llegada.

Espacios como las Atarazanas o licencias a particulares para la mejora de ciertos tramos urbanos con la rectificación de las inmediaciones de sus casas, ofrecieron una imagen diferente para la ocasión.

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Festejos reales y su influencia en la imagen marítima

Este tipo de acciones fueron constantes en aquellos lugares que tenían puerto de entrada, como por ejemplo Vinaróz.

Precisamente el enlace entre Felipe II y Margarita de Austria  provocó la ejecución de un puente de barcas en esta ciudad con motivo de la llegada de la reina.

Lograron transformar el perfil marítimo con el trazado de Francisco Mora, llevado a término por Cristóbal Antonelli.

Más allá de la estructura arquitectónica, el aparato efímero desplegado jugaba un papel importante, pues trataban de ornamentar suntuosamente el espacio, con la transformación del área por completo, a través de la disposición de alfombras, terciopelos, guirnaldas, frutos de la zona, etc.

En este sentido, de modo historicista, Ignacio Pinazo en Desembarco de Francisco I en el Puerto de Valencia refleja el momento en el que tras la victoria de Pavía, el rey francés era recibido como marcaba la tradición, aunque fuera prisionero; una numerosa comitiva hacía acto de presencia junto al mar, espacio donde se intuye pudo instalarse una especie de escalera por la que desembarcó el 29 de junio de 1.525.

Si bien debieron acontecer otras entradas reales por mar, debemos trasladarnos al siglo XIX para hallar ejemplos que incidieron en forma más incisiva en la transformación del entorno y que ayudaron a que las estructuras efímeras lograsen tomar forma definitiva.

Quizá, la motivación principal de este hecho radicó en la mejora de las instalaciones portuarias que facilitaron el arribo por mar a Valencia, pues las visitas se multiplicaron de forma significativa.

Aquellos muelles improvisados y escaleras de madera se convirtieron, en ciertos momentos, en una arquitectura de piedra que, ni siquiera con el paso del tiempo, perduró hasta bien entrado el siglo XXI.

Intrincados procesos políticos favorecieron que Valencia contase con la presencia real e hizo que los Poblados Marítimos participasen de algunos actos.

El período comprendido entre 1.833 y 1.844 fue un momento de cambio en la política española.

Ante la minoría de edad de la princesa Isabel, futura reina de España, comenzó un período de regencias que finalizó en 1.843.

La convulsa situación política a su alrededor la hizo testigo del cambio.

En un primer momento, tras la muerte de Fernando VII en 1.8933, su madre María Cristina de Borbón-Dos Sicilias tomó el mando con el pensamiento de mantener su posición hasta que la princesa alcanzase los 13 años.

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Las Guerras Carlistas, el Trienio Liberal, el Sexenio Revolucionario, etc., supusieron un continuo enfrentamiento que la hizo trasladarse en los últimos instantes su regencia a Valencia, en un intento de salvaguardar su estatus a través de un acercamiento al general Espartero con el que se reunió.

Dicha maniobra se zanjó con el cese de la regencia y el comienzo de la del general, a quien dejó a su cargo a la princesa y a su hermana Luisa Fernanda de Borbón; esta coyuntura puso a la ciudad del Turia en el punto de mira, pues participó de circunstancias amargas, pero también de alegrías por la llegada de la realeza.

María Cristina partió desde el puerto de Valencia a su exilio a Marsella, desde el Grau, espacio que acogió nuevamente su visita en 1.844.

Según las crónicas de la época, el recibimiento poco tuvo que ver con la despedida.

La prensa se hizo eco desde el 7 de marzo, cuando advierten la alegría que inunda Barcelona, ante la presencia de la augusta viajera, que llegaba a bordo del barco Fenicio.

De ahí partió el día 8 para Tarragona y finalmente llegó a Valencia el 11 de marzo de 1.844.

La documentación oficial da cuenta de los trabajos emprendidos en la adecuación de los aledaños al puerto de valenciano.

Es singular la contraposición entre el programa de festejos de ese año y como fue tratada años antes con su partida al exilio.

Los actos organizados por la junta de comercio de Valencia, acordaron la ornamentación de la fachada de la Lonja, y erigir un gran obelisco de 66 palmos de latitud en 4 frentes y una altura de 114 palmos, en el por aquel entonces nuevo paseo de la Glorieta, este obelisco fue creado con imitación al mármol y al bronce de la mano de José Vicente Pérez, pintor y escenógrafo que participó en la creación de diversas arquitecturas efímeras en la primera mitad del siglo XIX.

Debieron ser excelsos los actos con los que acogieron el regreso de la madre de la reina Isabel II, pues la minuciosidad recogida por las crónicas del momento así lo exponen.

En todas las entradas reales, quizá el punto más álgido de la fiesta se recoge en los enclaves intramuros de la ciudad o en las proximidades a palacio.

En este caso, el desarrollo de la fiesta también abarcó el espacio próximo al mar.

Aquellos arcos triunfales que se disponían en las en las inmediaciones de las puertas de la muralla se transformaban en otro tipo de arquitectura efímera y eran trasladados a los Poblados Marítimos.

El Grau acogía a tan magna presencia, en unas celebraciones en las que participaron un nutrido número de entidades, como el Ayuntamiento de Valencia, el del Grau, la junta de comercio, la Universidad Literaria, la Academia de Bellas Artes de San Carlos, etc.

Los preparativos habían comenzado semanas antes de adecuar las inmediaciones y organizar los actos protocolarios.

Entre las acciones más interesantes destaca el pago realizado por el riego del camino del muelle, para el que el Ayuntamiento de Villanueva del Grao solicitó al comandante del presidio 30 presos que ejecutaran la acción.

Además se hicieron cargo de la disposición del desembarcadero, de las lanchas y del convite servido en honor de María Cristina.

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Festejos reales y su influencia en la imagen marítima

Así, el 11 de marzo disparaban un cañonazo de bienvenida desde la ciudadela, al que siguió un fuerte repique general de campanas como muestra de respeto.

Mientras que las autoridades esperaban a la antigua regente, algunas falúas ricamente ornamentadas partían a su encuentro.

En tierra todos los detalles habían sido meditados.

Es una de las primeras descripciones sobre una recepción de tal índole durante el siglo XIX en Valencia, cuya arquitectura y agasajos se repitieron en los sucesivos años.

Construyeron un desembarcadero por el cual abonaron 440 reales a Lorenzo Belenguer.

Junto a él, se hallaba una escalinata cerrada adornada y cubierta por alfombras.

Al lado del desembarcadero se alzó una tienda de campaña costeada por el Ayuntamiento de Valencia, donde pudieron proceder con el almuerzo preparado por el Grau.

Esta arquitectura fue proyectada por el pintor académico de mérito José Vicente Pérez, al cual se debió también el obelisco anteriormente citado.

Destacó por su presencia y por la disposición ornamental de ricas telas de seda junto a esculturas de yeso de tamaño natural.

Del mismo modo, establecieron que una banda de música militar, dispuesta por el Ayuntamiento del Grau tocase la marcha real y un conjunto de 12 jóvenes ataviadas con el vestido regional ofreciese ramos de flores y canastillos de frutas a María Cristina, en representación de los cuatro cuarteles que por aquel entonces formaban la huerta valenciana.

Al mismo tiempo, este acto aportó otra serie de acciones sobre el entorno como por ejemplo la pintura que se llevó a término en todas las puertas de la villa.

Los gastos generales ascendieron a 6.000 reales, de los que 5.000 se cargaron contra los fondos de la Milicia Nacional y los 1.000 restantes procedieron de un donativo del Ayuntamiento de Valencia.

Meses más tarde volvería la expectación a la ciudad con la llegada de María Cristina junto a su hija la reina Isabel II y su hermana María Luisa Fernanda.

El 13 de mayo de 1.844 avisaban de su salida hacia Valencia.

La premura del tiempo del aviso oficial, para el 22 de mayo, condicionó la creación de las escenografías.

Al margen de las estructuras de recepción del Grau, el resto de la ciudad se vistió de gala a través de otras estructuras temporales, como un grandioso templo asirio ideado por el profesor Luis Tellez, y dispuesto frente al palacio de Cervelló, en la antigua plaza de Predicadores, lugar de residencia de los reyes en la ciudad, tras la desaparición del Palacio Real en 1.810.

Además, iluminaron la Glorieta, adornaron la fachada de la fábrica de cigarros, algunas casas particulares y entoldaron gran parte de la calle de San Vicente.

Los preparativos fueron costosos, pues debían organizar su marcha el 24 de mayo hacia Barcelona y posteriormente su segunda recepción en Valencia en el mes de agosto; en este caso, las acciones desprendidas de su despedida alcanzaron los 2.308 reales de vellón, distribuidos entre los fondos de la milicia, los fondos del Ayuntamiento de Villanueva del Grao, los del cementerio y algunos particulares.

Nuevamente destacan las labores de floristería, la disposición del embarcadero, la colocación de almohadones en la zona de espera de la reina y sus acompañantes, la pintura de la puerta de la villa, etc.

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Su presencia era esperada para las diete de la tarde del 13 de agosto de 1.844, tras su partida de Tarragona hacia Valencia.

Habían erigido un suntuoso pabellón a la orilla del embarcadero ricamente decorado con colgaduras en su interior y exterior.

También habían dispuesto engalanados sillones regios, sofás y un delicado almuerzo.

El área del Grau volvería a estar abarrotada de ricos carruajes y la población se acercaría al mar para aclamar a la reina.

Sin embargo, los 2.026 reales de vellón gastados para el desembarco de su regreso de Barcelona fueron en vano; el duro viaje por mar hizo desembarcar a los regios viajeros e iniciar el camino de regreso por tierra, cuestión que implicó el desmantelamiento de los actos organizados.

El hecho de acoger este tipo de visitas hizo que en paralelo a la construcción de las estructuras efímeras, algunas de las obras de infraestructuras se acelerasen.

Casos significativos de estas acciones, son la construcción del Portal del Real y la mejora del puente del mismo nombre con motivo del enlace entre Felipe III y Margarita de Austria en 1.599 en Valencia, volvían a repetirse a menor escala a mediados del siglo XIX.

La prensa del año 1.858, alentada por las reformas en las proximidades del Grau, recordaba la cruda realidad ante el hecho de tener que esperar a este tipo de acontecimientos para que finalizasen los procesos constructivos y de mantenimiento.

La visita de la reina Isabel II ese año provocaba que tomasen las riendas de los trabajos del área de la Glorieta y aquellos comenzados en el camino del Grau.

Según cuentan las crónicas, el estado de este último era ruinoso y necesitaba de una recomposición que favorecería la temporada de baños para aquellas personas que se encaminaban hacia el mar, y que hasta el momento sufrían constantes vuelcos en sus medio de transportes, derivados de los huecos del terreno.

En la conciencia de la época sobrevolaba la necesidad de la perduración de este tipo de trabajos de asentamiento y mejoras, para que no se convirtiesen en meros parches concretos.

Isabel II había comenzado un itinerario derivado de una nueva política, en la que trataba de conocer en profundidad el estado del país, sus deficiencias y emprender un nuevo orden y la aplicación de soluciones; en este contexto, dentro de su viaje incluyó las ciudades de Alicante y Valencia.

A la primera llegó por tierra, pero su llegada a la ciudad del Turia se organizó por mar.

Concretamente Isabel II se interesaba por las particularidades de la urbe, sus reformas y el estado del puerto.

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Nuevamente la visita real provocaba un enmascaramiento festivo en la zona marítima.

La esperada llegada contribuyó a la programación de un repertorio de celebraciones que comenzaban en el puerto con su bienvenida.

Se iniciaba en el mar, donde iban a aparecer barcas pescadoras, que en el caso de haberse efectuado por la noche, hubieran representado un juego de luminarias en su honor.

Las imágenes del álbum dedicado a esta visita referentes a Valencia y su marina, firmadas por Antonio Cosme y José Martínez Sánchez, nos dan cuenta de la envergadura del acontecimiento y de lo que supuso para los Poblados Marítimos, pues aunque fuera un espacio temporal muy concreto, la magnitud debió implicar un conjunto de medidas de mejora en toda el área, de hecho, además de las reparaciones en el camino del Grau, fue el momento en el que aquella escalera que servía de acceso a estos personajes aparecía transformada en una factura ejecutada en piedra alejada de lo provisional y efímero.

Si bien no fue la escalare definitiva, pues en 1.860 fue demolida con motivo de la ejecución de los muelles de un nuevo proyecto de Juan Subercase Krets (1.783-1.856), aquella construcción se había convertido en algo perdurable que sirviera para posteriores acontecimientos.

Marcaba una línea interesante de continuación al trasmitir la importancia en la relación entre la fiesta y los cambios urbanísticos o arquitectónicos que, desde época medieval, se produjeron en la ciudad de Valencia con motivo de la celebración de festejos extraordinarios.

De hecho, volvería a tomar emplazamiento hacia 1.890, en el proyecto de Manuel Maese de la Peña, con una ubicación diferente, en este caso alineada con la avenida del Puerto o calle Mayor del Grau, para facilitar el acceso de otros importantes personajes que visitaron la ciudad en años posteriores.

En cuanto al despliegue efímero, el 29 de mayo día de la recepción destacaba una carpa instalada en las proximidades de la escalera, que visitaría tras su desembarco del navío Francisco de Asís, el cual iba escoltado por otros 6 u 8 buques de guerra, entre los que se encontraba el vapor Pizarro, la corbeta Isabel II y la goleta Corzo.

Estilísticamente  la estructura de la tienda era muy cercana a la configurada en otras poblaciones visitadas por la reina, y volvió a centrar los actos de recibimiento.

La percepción de cronistas de la época como Pedro Antonio de Alarcón nos ofrece la visión que la reina tuvo a su llegada a Valencia.

Una imagen que aunque, un tanto rebuscada de prosa, deja alguna pincelada de lo que por aquel entonces marcaba el área de los Poblados Marítimos.

Parece ser que al dejar Alicante y avistada Valencia aparecían “las mismas salvas, el mismo sol, las mismas armonías en el espacio. Pero añadía la sorprendente perspectiva de aquella huerta, de aquella ciudad de mil torres y mil jardines, del Cabanyal, tendido a un lado como un aduar de tiendas árabes plantadas una mañana en el desierto para ser levantadas a la noche; de alquerías, del puerto poblado de mástiles, del muelle cubierto de tartanas, del aire cargado de perfumes, de las calles y plazas, y los edificios y hasta los caminos tapizados de flores”.

Esa fue la urbe que, según la pluma de Alarcón, recogió la visita real.

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Enmascaramiento que no distó cualitativamente del desplegado para la visita del príncipe heredero de la corona de Alemania, Federico Guillermo Nicolás Carlos de Prusia en 1.883.

El contexto político no era propicio para una demostración de fervor y entusiasmo, sin embargo, hubo analogías específicas en el aparato festivo y en las obras que antecedían la visita.

Al igual que en 1.844, el gobierno tuvo que implicarse en las reparaciones del camino del Grau, pues el deterioro había llegado a tal extremo que el tránsito diario de mercancías era impracticable; de hecho, las obras de mejora por la llegada del príncipe extranjero volvieron a poner en tela de juicio la calidad y oportunismo de estas acciones, pues alejados de imponer un resolución definitiva, enmascaraban las deficiencias para sortear el mal concepto que podían llevarse los extranjeros de esta ciudad.

Tan solo conseguían adecentar la vía momentáneamente y desviar el trasiego por otro camino, en este caso por el camino Hondo del Grau (próximo a la actual avenida de Baleares), que también estaba repleto de carencias.

Además, algunos espacios próximos al área necesitaban de su reparación, como el andén destinado al tranvía.

Por lo que respecta a las celebraciones, hubo una tensa espera, ya que la expectativa de su llegada el 21 de noviembre no aconteció hasta el día siguiente.

Las crónicas de prensa relatan los pormenores de la organización arquitectónica y ornamental alrededor de la recepción.

El heredero de la corona alemana a bordo del Printz Adalbert saludaba con 21 cañonazos que fueron respondidos en señal de respeto.

Los operarios encargados de las estructuras efímeras habían levantado junto al muelle, y frente a la estación del ferrocarril, un pabellón que había sido utilizado en la Exposición Regional de 1.883, y que estuvo dedicado a salón de concierto.

Los mástiles que creaban el conjunto estaban cubiertos de percalina (tela parecida al percal, de baja calidad y con brillo por un lado y mate por el otro; se utiliza especialmente en la confección de forros), con los colores de la bandera alemana, y por otro lado decorados con las propias banderas nacionales, otras de Alemania y los escudos de armas.

A ambos lados del pabellón estaban dispuestas algunas sillas de rejilla, en las que debían colocarse los miembros del consistorio municipal.

Por su parte, el desembarcadero configurado por una plataforma de rejilla dispuesta sobre dos barcazas, estaba decorado con alfombras que culminaban la magnificencia del conjunto.

Además, en este caso cuidaron hasta el último detalle del entorno, y para evitar posibles avalanchas de público, cerraron un espacio acotados con cadenas de hierro que formaban una barandilla alrededor del pabellón.

Entre colgaduras, escudos de armas, ricas telas, lámparas y decoraciones florales, las autoridades españolas y los cónsules extranjeros presentaban sus respetos, acompañados de los miembros de la Diputación y del Ayuntamiento de Valencia, vestidos con gramallas (vestidura talar o traje largo, que llega hasta los talones a manera de bata, que se usó mucho antiguamente) rojas y catorce jóvenes que lucían el traje regional y ofrecían la heredero alemán los frutos de las tierras valencianas.

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El siglo XX también recogió diversos momentos en los que el área del Grau transformó su apariencia.

Si bien Alfonso XIII no llegó por mar, dentro de los actos protocolarios acontecidos durante su visita en 1.905 se incluyó su traslado a los Poblados Marítimos con motivo de la colocación de la primera piedra del faro del puerto.

Por esta razón, habían configurado un amplio embarcadero, que daba paso al tranvía de vapor de las obras del puerto.

Ante la inauguración de las obras, la población acogía al monarca con una calurosa bienvenida, fuera de toda expectativa.

Por último, los reyes de Italia hacían acto de presencia en el puerto valenciano en 1.924, y es por ello por lo que hallamos una nueva estructura efímera, lejos de aquellas primeras tiendas o pabellones cerrados e íntimo; en esta ocasión, podemos observar una evolución arquitectónica en la que mediante la utilización de los mismo materiales consiguen una mayor transparencia estructural.

La Dirección General de Obras Públicas aprobaba a la Junta de Obras el gasto de ejecución de un templete de recepción y el adorno y arreglo de la explanada de la Escalera Real.

La estructura consistía en un templete en forma de “T”, formado por dos bóvedas de cañón, hachas con listones de madera y pintados en blanco.

Estaban sostenidos por pies derechos, sobre el cruce de los cuales se elevaba la cúpula.

Los pies derechos y arranques de los arcos fueron adornados con flor natural en la parte baja y artificial en la zona alta.

El conjunto ascendió a un coste total de 21.648, 01 pesetas, destacó por un gran número de plantas, escudos y bandertas que crearon un efecto de gran suntuosidad.

Entre efímero y perdurable

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Festejos reales y su influencia en la imagen marítima

Estos ejemplos son tan solo algunos testimonios de lo que envolvió a los Poblados Marítimos durante siglos en referencia a las solemnidades de índole real.

No fueron los únicos festejos que transformaron la fisonomía de esta área, pues la celebración de algunos actos religiosos, como la Semana Santa Marinera, el Cristo del Grao, etc., aportaron el despliegue de un ornato diferente en las calles por las que los cortejos procesionales discurrían junto a los pasos.

Del mismo modo, acontecimientos como el recibimiento del cuerpo de Vicente Blasco Ibáñez aportaron de forma concreta una ebullición y cambio momentáneo en el Grau.

Sin embargo, la presencia real hizo que tempranamente el gobierno valenciano tuviera que implicarse en las mejoras, no solo de la ciudad intramuros, sino también de otras áreas colindantes.

Era necesario crear unas infraestructuras que facilitasen la llegada por mar de los monarcas, un aparato efímero acorde con las circunstancias y una adecuación de los puntos de tránsito.

La relación fiesta y urbanismo tomaba otra dimensión en el área marítima, pues si la ciudad intramuros se adaptaba para el tránsito de las arquitecturas efímeras móviles, los Poblados Marítimos con un trazado urbano diferente, que de manera más holgada podía acoger este tipo de procesiones, carecía de otras obras necesarias.

Lentamente, los muelles, los desembarcaderos o la Escalera Real, ejecutados por motivaciones festivas, pasaron de ser simples obras efímeras a tomar parte del conjunto arquitectónico definitivo de la imagen de la fachada marítima valenciana.

 

Fuentes consultadas:

  • Archivos autores

  • Archivo del Reino de Valencia

  • Archivo Histórico Municipal

  • Archivo Administrativo Municipal

  • Ayuntamiento de Valencia

  • Biblioteca valenciana

  • Biblioteca valenciana digital

  • Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia

  • Biblioteca Serrano Morales (Ayuntamiento de Valencia)

  • Archivo de la Diputación provincial de Valencia

  • Hemeroteca valenciana

  • Amadeo Serra Desfilis

  • Inmaculada Aguilar Civera

  • Victor M. Algarra Pardo

  • Pablo Cisneros Álvarez

  • Carles Sanchis Ibor

  • Victor M. Algarra Pardo

  • Susana Climent Viguer

  • Iván Portugués Mollá

  • Lourdes Boix

  • Pablo Sánchez Izquierdo

  • Virginia García Ortells

  • Ester Medán Sifre

  • Mireia Muñoz Vidal

  • Victoria E. Bonet-Solves

  • Desirée Juliana Colomer

  • Sergi Doménech García

  • Carmen Pinedo Herrero

  • Mª Jesús Piqueras Gómez

  • Pep Martorell

  • Pedro García Pilán

  • Tribunal de las Aguas

  • Real Academia de la Historia

  • Wikipedia

  • Ferrocarriles de España

  • Valencia Actúa

  • Jdiezarnal

  • Arquitectos de Valencia

  • Arquitectos italianos en España

Bibliografía:

Existe mucha y muy variada bibliografía referente a los Poblados Marítimos, por las limitaciones de espacio, tan solo mencionaremos algunos de ellos:

  • Guía urbana de Valencia. Marqués de Cruilles.

  • Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.

  • Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.

  • Manual del viajero y guía de los forasteros  en Valencia. Vicente Boix

  • La Valencia musulmana. Vicente Coscollá

  • Orígenes del Reino de Valencia. Antonio Ubieto.

  • Antonio Sanchis Pallares. Historia del Cabanyal. Poble Nou de la Mar 1.238-1.897

  • Antonio Sanchis Pallares. Historia del Grau

  • Antonio Sanchis Pallarés. Historia de la Malvarrosa.

  • Ricardo Aparisi. Ruzafa. Evolución histórica de su huerta.

  • Albert Ribera Lacomba. Valencia romana, puerto fluvial y marítimo. Instituciones portuarias y vocación comercial.

  • Isidro Planes. Sucessos fatales desta ciudad, y Reyno de Valencia o Puntual Diario de lo sucedido en los Años de 1.705, 1.706 y 1.707

  • Avecindados en la ciudad de Valencia en la época medieval. María de los Desamparados Cabanes Pecourt

  • Los Poblados Marítimos. Inmaculada Aguilar y Amadeo Serra

  • El Grau de València. La construcción d’un espai urbà. Josep Vicent Boira y Amadeo Serra

  • El Cabanyal: permanencia y transformación. Luis Francisco Herrero García. Tesis doctoral. Universidad Politécnica de Valencia. 2.015

  • La formació de la plana al.luvial de Valencia. Geo-morfología, hidrología i geo-arqueología de l’espai litoral del Turia. Pilar Carmona

  • La dinámica fluvial del Turia en la construcción de la ciudad de Valencia. Pilar Carmona

  • Los tranvías de Valencia, Transporte y estructura urbana, 1.876-1.970 Antonio Doménech Carbó

  • Hasta aquí llegó la Riada: Valencia y el Turia. Francisco Pérez Puche

  • La Casa de las Atarazanas de Valencia. Federico Iborra Bernad y Matilde Miquel Juan

  • Las Atarazanas del Grao de la Mar. Gemma M. Contreras Zamorano

  • El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Rafael Gil y Carmen Palacios

  • El arte efímero y los artistas valencianos en la primera mitad del siglo XIX; de la fiesta barroca a la fiesta político-patriótica (1.802-1.833). Ester Alba Pagán

  • Arquitectura del eclecticismo de Valencia. 1.983. Benito Goerlich

  • El saber encaminado. Caminos y viajeros por tierras valencianas de la Edad Media y Moderna. Luis Arciniega García

  • Cerámica barroca en Valencia. María Eugenia Vizcaíno

  • Composiciones cerámicas valencianas del siglo XVIII. María Eugenia Vizcaíno Martí

  • Nomenclátor de las puertas, calles y plazas de Valencia: con los nombres que hoy tienen y los que han tenido. 1.873. Manuel Carboneres Quiles

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