Mujeres de la mar
Mujeres de la mar
A esta imagen pintoresca que nos ha legado la literatura y el arte, le debemos también la idea de unas mujeres de los pueblos del mar de un perfil que redunda en un estereotipo creado en el siglo XIX, un siglo que no acabó de ver con buenos ojos la incorporación de la mujer al mundo laboral.
Precisamente por eso, los salarios de las mujeres eran inferiores a los de los hombres y estas, por tanto, resultaban más rentables como mano de obra, lo que las llevó a ser vistas como competidoras.
Por otra parte, los empresarios de las fábricas tenían una percepción de las mujeres como trabajadoras más dóciles, aunque la realidad no sería así.
Las mujeres tuvieron conciencia de clase proletaria y protestaron ante situaciones injustas del mismo modo que lo hacían los hombres.
Pero la sociedad en su conjunto siempre se ha movido entre el paternalismo y el rechazo.
Esta actitud dual, que nunca se ha llegado a superar, coincidió con el trato de pretendida simpatía hacia las mujeres que desempeñaban ciertas profesiones, como es el caso de las vendedoras de pescado y especialmente las cigarreras, constatable en la literatura de la época.
En ambos casos, el estereotipo de la mujer trabajadora es coincidente, también para las otras zonas de la geografía española, y se ceba en unas mujeres generalmente de procedencia social humilde.
El perfil es el de una mujer laboriosa, alegre y sociable, pero un tanto descarada, provocadora, deslenguada, burlona y grosera, una imagen creada en el siglo XIX y que para las mujeres de los Poblados Marítimos de Valencia conocemos especialmente a través de la obra de Vicente Blasco Ibáñez, Flor de Mayo.
En su novela muestra cierta solidaridad con estas mujeres como víctimas de una vida llena de penalidades.
Sin embargo, así las presenta en su primera aparición en la obra: “[…] solo faltan las pescaderas, rebaño sucio, revuelto y pingajoso que ensordecía con sus gritos e impregnaba el ambiente con un olor de pescado podrido y un aura salitrosa del mar conservados entre los pliegues de sus zagalejos […]”.
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Vivir junto al mar, no es vivir en la ciudad y, del mismo modo que ocurre en los medios rurales, las mujeres tuvieron que implicarse enérgicamente en el sustento económico de sus familias.
Las mujeres de los barrios marineros se han dedicado principalmente a compartir con los hombres las tareas asociadas a la actividad pesquera desde tierra, es decir, a la recogida del pescado para su traslado y posterior venta en el mercado de la ciudad, además de a las artesanías asociadas, como la reparación de las velas, trabajos que se realizaban en la playa y en las calles; algunas incluso, fueron propietarias de embarcaciones, sin embargo esto no las autorizaba a embarcarse en ellas para realizar trabajos en el mar.
Como propietarias, únicamente recibían la parte del beneficio que les correspondía.
En Nazaret, en 1.826, también se puede encontrar una mujer trabajando como barquera, dando el servicio de cruzar el Turia de una orilla a otra, aunque estos no dejan de ser casos poco frecuentes y debidos seguramente a la recepción del medio de vida como herencia del padre o esposo.
El trabajo de estas mujeres, que comenzaba antes del amanecer, no las eximía de soportar también las cargas familiares, el cuidado de los hijos y de sus mayores, la atención de los esposos, padres, etc., todo ellos trabajos productivos, aunque no remunerados.
Su sustento dependía normalmente de los hombres, en cuanto que estos suministraban la mercancía de venta, las capturas del mar.
Como se comentaba anteriormente, la pesca era un trabajo de alto riesgo y los naufragios y muertes en el mar, frecuentes.
La muerte de un pescador, como ya hemos apuntado, tenía como consecuencia más dramática que la miseria alcanzara a su familia, ya que no siempre los fondos de las cofradías y gremios fueron suficientes para atender correctamente a las viudas, quedando las mujeres y los hijos expuestos a buscar cualquier opción que les permitiera la supervivencia; en ocasiones, algunas de estas mujeres se vieron en situaciones tan extremas que las llevaron a la indigencia y a la prostitución.
Trabajar en las casas y en las calles era algo habitual en cualquier pueblo, incluso en muchos barrios de las ciudades, especialmente del Mediterráneo.
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La calle se utilizaba como parte de la casa o del taller, es decir, como un espacio más en el que trabajar y vivir.
Hacia la mitad del siglo XIX, tras las revoluciones burguesas, se intenta, a través de la legislación, eliminar estas costumbres y convertir las calles en vías públicas, para el uso de todos los ciudadanos, por lo que se procede a su empedrado, se mejoran las canalizaciones o se dota de servicios de limpieza.
En el caso de los barrios marineros, y aunque las ordenanzas de finales del siglo XIX se refieren a las calles como espacio público, la población se muestra resistente al cambio de concepción y uso del espacio, de hecho, en la actualidad permanecen costumbres que delatan el arraigo de su uso privativo.
La particular trama urbana de estos barrios, construidos a base de largas calles paralelas a la línea del mar, donde las apretadas viviendas forman retícula, y la particularidad de la ausencia de plazas (únicamente dos), implica que la calle funcione como espacio donde en el que se desarrolla la vida de pueblo.
Como indica Josep Vicent Boira, la decoración de las fachadas, a base de coloridos azulejos que han contribuido tanto a la conformación de la identidad de estos barrios, contribuye a la sensación de la exteriorización de la vida cotidiana.
El desarrollo económico que se produce en el siglo XIX, significa también la posibilidad de trabajar en la fábrica, especialmente en la de tabacos de Valencia.
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Esta actividad la realizaban las mujeres de los pueblos de Vilanova del Grau, Poble Nou de la Mar y Russafa, y supuso un respiro para muchas de ellas, que encontraron cierta independencia económica; sin embargo, no todas las mujeres podían trabajar en las fábricas.
En 1.883, la Comisión de Reformas Sociales redacta un informe sobre mejoras para la clase obrera, en la que se muestran comprensivos acerca que la mujer trabaje, pero solo la soltera, ya que considera que la casada “debe estar perenne en su casa para atender a las necesidades de su familia”.
Otras mujeres de los pueblos del mar encontraron también en el tabaco una forma de ampliar sus ingresos, a pesar de no haber sido aceptadas en la fábrica, a través de la elaboración clandestina.
El interior de algunas casas eran auténticos talleres de fabricación de cigarros puros donde cada mañana llegaban sacos de tabaco procedentes del contrabando vía marítima o de las plantaciones no autorizadas de nuestras tierras de cultivo.
Algunos agricultores que cultivaban la planta de tabaco de forma legal producían excedentes no autorizados para su comercialización clandestina que se elaboraban posteriormente en talleres domiciliarios.
En ellos, las mujeres que trabajaban en la Tabacalera enseñaban a otras el oficio y los cigarros, ya envueltos en paquetes, eran recogidos posteriormente y distribuidos en las cantinas, estaciones y apeaderos a los largo de la costa valenciana, aprovechando la cercanía de la estación de ferrocarril.
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La necesidad de obtener recursos económicos ante situaciones de absoluta miseria, empujó a muchas mujeres a la marginalidad y la prostitución.
Una actividad económica ejercida por mujeres generalmente procedentes de otros lugares, algo habitual en ciudades y pueblos con puerto, que evitan de este modo evitar ganarse el sustento en sus poblaciones de origen.
La prostitución se presentaba como un recurso rentable por la alta demanda masculina, especialmente en la zona portuaria de Valencia que, además de la población flotante de marineros, comerciantes o viajeros, contaba con militares instalados en el baluarte.
Junto a las casa de prostitución, las tabernas que atestaban la zona portuaria fueron lugares para la prostitución y ha sido espacio de sociabilidad exclusivamente masculina de connotación lúdica en los que se disponía de mujeres como un servicio más.
Las autoridades siempre fueron conscientes de la rentabilidad de esta actividad, que gravaron con sus correspondientes impuestos las ganancias de las prostitutas, eludiendo el drama que lo generaba mientras condenaba su inmoralidad.
Desde la Edad Media, se intentó regular la prostitución por parte de los poderes públicos, civiles y religiosos, con ánimo de evitar muchas veces los abusos que ejercían algunos hombres y también mujeres, que pretendían sacar provecho económico a otras mujeres, obligándolas a prostituirse, llegando a cometer raptos de menores, a veces niñas, que se encontraban lejos de sus hogares o incluso ofreciendo a sus propias esposas o hijas.
Quizá unos de los ejemplos para esta época que indica hasta que extremos se podía llegar, es el caso de Caterina, “muller d’En Lop Tiravino, acusada de alcavota pública (Alcahueta. Un alcavot es una persona que facilita los encuentros amorosos) de ses filles”, en las inmediaciones del puerto de Valencia, en los primeros años del siglo XV.
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A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se produce un cambio en los instrumentos que pretenden su control y erradicación, tratando las cuestiones como un problema relacionado con la salubridad y el orden público, sin dejar nunca de recordar, a instancias de la iglesia, la inmoralidad de estas mujeres.
Hasta entonces, las prostitutas eran recluidas en correccionales como las galeras, cárceles de mujeres y las casas de arrepentidas.
Pero las sucesivas epidemias de cólera, los estragos de la sífilis, los ideales de la ilustración y una burguesía en el poder preocupada por la higiene y especialmente por el orden público, hicieron cambiar el enfoque para tratar la prostitución, pasando a ser los médicos higienistas, y ya no los teólogos, quienes se ocupen de la forma de afrontar la situación.
El primer reglamento publicado en Valencia es de 1.865, uno de los más tempranos de España, y le sucede otro en 1.879.
La reglamentación de la prostitución, dependiente de Vigilancia e Higiene del Gobierno Provincial, significa el control total de estas mujeres: de su libertad de movimiento para garantizar el orden público, al estar obligadas a la reclusión en las casa de prostitución, de su capacidad de contagio puesto que estaban obligadas a someterse a exámenes médicos semanalmente y de su actividad económica, pues los recursos económicos que se invertían en estos controles era sufragados por las prostitutas y sus amas a través de impuestos derivados de la actividad.
Con lo cual, aunque en los propios reglamentos se insiste en que la reglamentación de la prostitución no implica su autorización por ser un “vicio reprobado por la moral y la religión”, el propio reglamento aplica a esta actividad similares parámetros de controles e impuestos de cualquier otra.
De hecho, uno de los cambios más importantes entre el reglamento de 1.865 y 1.879 es que el segundo se extiende en su número de artículos referidos a las recaudaciones.
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Existen varios documentos que constatan la aplicación de estos reglamentos en los Poblados Marítimos.
Y es que es precisamente en las ciudades con puerto y por tanto con mayor contacto con el exterior, así como en lugares con presencia de militares, donde más pronto se aplican estos estos instrumentos de control sanitario.
En 1.890, las ordenanzas de Poble Nou de la Mar, dedican cuatro artículos a la prostitución, del 166 al 169.
El artículo 169 es el que se refiere al obligado cumplimiento de un “reglamento especial de cuya observancia habrá de cuidar en primer término la inspección de policía, [que] determinará cuanto concierne a la inscripción, cartillas, régimen higiénico y demás medios de vigilancia necesarios en esta clase de establecimientos”.
Los otros tres artículos quieren garantizar la convivencia vecinal prohibiendo comportamientos escandalosos “con palabras o acciones ofensivas a la moral y a las buenas costumbres” en lugares públicos, prohibiendo la prostitución en la calle a través de tener un domicilio fijo en el que ejercer bajo pena de ser consideradas vagabundas, es decir, delincuentes, o garantizando la ocultación a la vista del vecindario el interior de las casas de prostitución, puesto que estaban situadas dentro del pueblo, en convivencia con los demás vecinos.
Para este propósito se obliga a cerrar ventanas y balcones que oculten el interior.
De hecho, las denuncias hechas por particulares, no son contra la prostitución en sí, sino por la visibilidad de la “inmoralidad”.
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Así, en 1.894, varios vecinos de la calle del Carmen, en Poble Nou de la Mar, denuncian el establecimiento de “dos casas de prostitución en las cuales se promueven escándalos e inmoralidades continuamente y cuestiones personales entre los concurrentes a dichas casas, causando todo esto en el vecindario gran alarma” y solicitan que “desaparezcan dichas casas”.
Lo mismo ocurre con los vecinos de la calle de San Antonio que denuncian a unas vecinas “por ser un peligro para la educación de nuestros hijos a causa de los actos y acciones inmorales que cometen las expresadas vecinas”, o la denuncia en 1.874 de Josefa Peris, en cuyas habitaciones contiguas a las suyas “habitan dos mujeres de muy malos antecedentes […] y son tantos los escándalos que dan al vecindario que todos están atemorizados”.
Si en Poble Nou de la Mar resultaba incómodo tener prostitutas por vecinas, en la zona del puerto llegó a ser un inconveniente que ocasiones dificultaba trabajar con normalidad.
En 1.910, José Huertas Morión escribía que cuando entraban los buques en el puerto “estos eran asaltados por un gran número de mujeres, que con la excusa de vender a tripulantes o a los pasajeros tarjetas postales, bebidas y otros artículos, ejercían un infame comercio, con la natural protesta de Consignatarios y Capitanes”.
Al parecer las protestas fueron atendidas por las autoridades que solucionaron el problema, ya que como sigue José Huertas “la plaga ha sido extirpada por completo”.
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Por supuesto que no lo resolvieron, ni lo resolverían nunca; lo que hicieron fue desplazar la prostitución un poco más al margen.
Más de un siglo después la prostitución en las inmediaciones del puerto seguirá siendo una lacra, aunque esto no sería el mayor de los problemas sociales a los que se tendrían que enfrentar y que estigmatizarían al barrio durante décadas.
Los conflictos laborales en el puerto también volverían a reproducirse, en diferentes circunstancias, pero con trasfondo común y en estos, los estibadores y portuarios, muchos de ellos descendientes de aquellos que defendieron sus trabajos permaneciendo unidos en las primeras huelgas, seguirían dispuestos a no dar ni un paso atrás.
En el barrio marinero apenas quedan pescadores, pero pervive una incombustible capacidad de resistencia que ha sido necesaria para afrontar las dificultades en el pasado y los embates que vendrían después, que llegarían a amenazar incluso la integridad del barrio y su propia identidad.
Fuentes consultadas:
-
Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
-
Archivo Histórico Municipal
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Archivo Administrativo Municipal
-
Ayuntamiento de Valencia
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Biblioteca valenciana
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Biblioteca valenciana digital
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Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
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Biblioteca Serrano Morales (Ayuntamiento de Valencia)
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Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Amadeo Serra Desfilis
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Inmaculada Aguilar Civera
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Victor M. Algarra Pardo
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Pablo Cisneros Álvarez
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Carles Sanchis Ibor
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Victor M. Algarra Pardo
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Susana Climent Viguer
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Iván Portugués Mollá
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Pablo Sánchez Izquierdo
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Virginia García Ortells
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Ester Medán Sifre
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Mireia Muñoz Vidal
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Victoria E. Bonet-Solves
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Desirée Juliana Colomer
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Sergi Doménech García
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Carmen Pinedo Herrero
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Mª Jesús Piqueras Gómez
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Pep Martorell
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Pedro García Pilán
-
Tribunal de las Aguas
-
Real Academia de la Historia
-
Wikipedia
-
Ferrocarriles de España
-
Valencia Actúa
-
Jdiezarnal
-
Arquitectos de Valencia
-
Arquitectos italianos en España
Bibliografía:
Existe mucha y muy variada bibliografía referente a los Poblados Marítimos, por las limitaciones de espacio, tan solo mencionaremos algunos de ellos:
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Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.
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Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.
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Manual del viajero y guía de los forasteros en Valencia. Vicente Boix
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La Valencia musulmana. Vicente Coscollá
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Orígenes del Reino de Valencia. Antonio Ubieto.
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Antonio Sanchis Pallares. Historia del Cabanyal. Poble Nou de la Mar 1.238-1.897
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Antonio Sanchis Pallares. Historia del Grau
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Ricardo Aparisi. Ruzafa. Evolución histórica de su huerta.
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Albert Ribera Lacomba. Valencia romana, puerto fluvial y marítimo. Instituciones portuarias y vocación comercial.
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Isidro Planes. Sucessos fatales desta ciudad, y Reyno de Valencia o Puntual Diario de lo sucedido en los Años de 1.705, 1.706 y 1.707
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Avecindados en la ciudad de Valencia en la época medieval. María de los Desamparados Cabanes Pecourt
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Los Poblados Marítimos. Inmaculada Aguilar y Amadeo Serra
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La formació de la plana al.luvial de Valencia. Geo-morfología, hidrología i geo-arqueología de l’espai litoral del Turia. Pilar Carmona
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La dinámica fluvial del Turia en la construcción de la ciudad de Valencia. Pilar Carmona
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Los tranvías de Valencia, Transporte y estructura urbana, 1.876-1.970 Antonio Doménech Carbó
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Hasta aquí llegó la Riada: Valencia y el Turia. Francisco Pérez Puche
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La Casa de las Atarazanas de Valencia. Federico Iborra Bernad y Matilde Miquel Juan
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Las Atarazanas del Grao de la Mar. Gemma M. Contreras Zamorano
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El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Rafael Gil y Carmen Palacios
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Arquitectura del eclecticismo de Valencia. 1.983. Benito Goerlich
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Cerámica barroca en Valencia. María Eugenia Vizcaíno
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Composiciones cerámicas valencianas del siglo XVIII. María Eugenia Vizcaíno Martí
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Nomenclátor de las puertas, calles y plazas de Valencia: con los nombres que hoy tienen y los que han tenido. 1.873. Manuel Carboneres Quiles
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