Costumbres y vida social

Costumbres y vida social

Habitantes

El barrio de El Carme siempre se caracterizó por su arraigado costumbrismo y su penetrante vida social.

En el momento de la llegada de los árabes, Valencia era cristiana, excepción hecha de la colonia judía.

Las familias visigodas e hispano-romanas, especialmente las de mayor poder económico, se fueron poco a poco islamizando con objeto de conservar sus propiedades o parte de ellas y sus hijos y descendientes serían educados desde niños en el Islam por los alfaquíes.

Se estaba creando una sociedad que cambiaría la conducta de los vecinos en la que sería la Valencia musulmana, algo más que una efemérides histórica, todo un legado espiritual que el valenciano lleva muy adentro en lo más recóndito de su afán.

A partir del siglo XIII, como es obvio, tras la ocupación cristiana, se produjo una total variación en las costumbres, a pesar que, por su carácter obrero, el barrio continuó ejerciendo una intensa sociabilidad.

Costumbres y vida social

Habitantes

Presencia musulmana

La vida social del barrio debió ser igual al resto de la ciudad, con la sola diferencia de la actividad que presentaban algunas profesiones que le caracterización y cierta exclusividad a El Carme.

Para los servicios religiosos existían varias mezquitas.

En Roteros se veían algunas, por lo que esta zona se convertiría en centro de interés ciudadano, ya que estas aljamas no eran solo un lugar religioso, sino también político, social y cultural, además de punto para cualquier reunión importante que afectara a la comunidad de vecinos, disponiendo, incluso, de escuela coránica.

La mezquita más importante de este núcleo de población era la de Bab al-Qantara, cercana a la puerta del mismo nombre.

La mezquita de ibn Aysún estaba emplazada donde posteriormente se alzó la iglesia de Sant Bertomeu, inmediata al pequeño templo del Sant Sepulcre.

En las inmediaciones del Tossal existían dos mezquitas, una desaparecida al construir el monasterio de Santa Isabel de Hungría y la otra en la Morería.

Además de estas mezquitas también existían las zawias, santuarios u oratorios privados.

Un punto de reunión social eran los baños (hammân o baños de vapor).

Al principio de Roteros existía uno de ellos; otro se hallaba en las inmediaciones de la plaza de Sant Bertomeu.

En la morería, frente a la mezquita de ibn Aysún, se instaló uno de estos baños construido ya en la época cristiana.

En las inmediaciones del muro y la puerta de la Culebra se encontraban los baños de Belnarach.

Quizá en el barrio de El Carme existiera alguno más, tal vez futuras intervenciones arqueológicas nos ofrezcan nuevos descubrimientos.

En la ciudad se ha detectado la presencia de unos veinticinco baños que permanecían antes de 1.238.

La sociedad cristiana produjo formas radicalmente distintas de organización de espacio y diferentes concepciones sobre el dominio del suelo, por tanto, no es de extrañar que la red de baños de época islámica desapareciera con cierta rapidez, a pesar que durante el reinado de Jaime II (1.291-1.327) tuviera lugar una pequeña eclosión de autorizaciones para la edificación  de establecimientos balnearios.

Costumbres y vida social

Otros lugares de reunión vecinal eran los cementerios (maqbárat).

No solían estar vallados y se ornaba con árboles, particularmente higueras.

Resultaban bastante concurridos, no solamente por familiares de los difuntos, sino también por devotos que acudían a rezar sobre las tumbas, o simplemente por personas que utilizaban el cementerio como lugar de encuentro.

El cementerio situado al sur del barrio de Roteros se fundó en el siglo XI y ocupaba una pequeña elevación del terreno en torno a las calles de Dalt, Mirto, Palma y Juan Plaza; ampliándose sucesivamente siguió en uso hasta el momento de la ocupación cristiana.

Al difunto se le colocaba acostado sobre el lado derecho y de cara a la Meca.

Otro lugar de reunión y paseo fue el tramo que existía fuera de la muralla (al-Yisr), entre los puentes de San José y de la Trinidad, aproximadamente el terreno que hoy conocemos como las Alameditas de Serrano.

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Habitantes

Presencia musulmana

Como en todas las puertas de la ciudad, junto a sus muros, se situaban barberos en la puerta de al-Qantara.

Pasados los años se seguían viendo en la bajada del puente de Serranos, coincidiendo con el llamado mercado de burros.

En la ciudad existía una vigilancia nocturna a cargo de los darrabin, especie de guardias armados que portaban un farol y un perro, a los que se encomendaba el cuidado de una o más calles: este tipo de vigilancia recuerda a los serenos establecidos en Valencia en el siglo XVIII, que durante años iban provistos de un farol y su chuzo (Palo con una púa de hierro en un extremo usado a modo de lanza para atacar o defenderse, en especial el usado por los serenos y vigilantes nocturnos).

También existían patrullas de ronda.

Cuando se detenía a un malhechor la surta, policía dependiente del cadí, era la encargada de castigarlos físicamente.

Existían corporaciones semejantes a los gremios que estaban muy bien organizadas.

El almotacén, entre otras tareas, era el encargado de concentrar a cada artesano o comerciante con los de su oficio en lugares fijos.

El cadí debía señalar para cada grupo a uno de sus individuos, que fuera alfaquí, instruido y honrado, para que mediara en el caso de desavenencias en el ejercicio de cada profesión.

Los hombres se vestían con un pantalón llamado sarawil, de esta denominación proviene el de saragüell prenda autóctona valenciana.

Costumbres y vida social

Los bandos públicos se hacían en voz alta y las asambleas, generalmente, se efectuaban dentro de las mezquitas.

Los acuerdos válidamente aprobados por la corporación, fuera por medio del Consejo o del general de todo el vecindario, eran vinculantes para toda la comunidad presente, ausente o incluso futura.

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Habitantes

Ocupación cristiana

Pronto se verían grandes cambios acordes a la diferente mentalidad de los nuevos vecinos.

Desahuciados gran parte de los moradores musulmanes se aprovecharon las instalaciones obreras del barrio y en poco tiempo los colonos cristianos recuperarían la dinámica artesanal, siguiendo los oficios que años antes habían permanecido en la barriada.

Los que no eran varones o caballeros de conquista, fueron llamados expedicionarios o pobladores.

Entre estos últimos se encontraban aquellos dedicados a la industria o al comercio a los que les correspondieron las casas y obradores musulmanes.

Se tienen detalle de los nuevos vecinos del barrio por las inscripciones en el registro del aveïnament (Acto jurídico mediante el cual, una persona, pasaba a ser vecino de una ciudad y, por tanto, a poseer los derechos, privilegios y obligaciones de sus habitantes, como era participar en las instituciones municipales, aprovechar los recursos naturales del término y disfrutar de ciertas exenciones de impuestos, a la vez, que contribuir en algunos otros. En una ciudad de nuevos vecinos como la Valencia medieval, el ritmo de aveïnaments era constante y acelerado) conservadas desde 1.308.

El barrio comienza a poblarse y aparecen apellidos como: Blasco, Blásquez, Guillem, Ruiz, Roig, Martín, Bernardí, Lope, Sanz, Llopiç, Fayos, Jorba, Lázaro, Vidal, Solsona, Escuder, Pedrós, Romeu, Luna, Miralles, Camarasa, Maçana, Mercer, Junqueres o Espinell, entre otros, según consta en el Llibre del Repartimet y en las escrituras de transmisiones patrimoniales del siglo XIV, y en las que constan explícitamente como vecinos de las partidas de Roteros, Teruel o las jurisdicciones parroquiales de Santa Creu y Sant Bertomeu.

En general las clases cultas y acomodadas musulmanas no quisieron pasar por la afrenta de una dominación cristiana y abandonaron el territorio para trasladarse a otras comarcas, con la esperanza que no existiera la represión de los vencedores y tuviesen más libertad para desarrollar sus costumbres sociales y religiosas.

Lo que quedaron entre los conquistadores, pertenecían, casi exclusivamente, a las clases artesanas y campesinas, un núcleo que formaba parte del carácter principal de la ciudadanía de El Carme.

En la aljama o morería los musulmanes continuaron celebrando sus propias costumbres y el recinto les ofreció un carácter de conjunto vecinal independiente, con la reglamentación y forma de vida propia como ya hemos visto en anteriores artículos.

El Carme permaneció con su carácter arábigo hasta aproximadamente el siglo XVI cuando se inició la decadencia y posterior desaparición.

La conversión al catolicismo de muchos de sus vecinos, obligados a bautizarse, hizo que poco a poco se fueran “integrando” en las costumbres del pueblo dominante, perdiendo la identidad que les caracterizó y adoptando un nuevo título de ciudadano: el de moro viejo.

En 1.349 el Consell acuerda que todos los vecinos de la ciudad barran y recojan las piedras y basuras que pudiesen haber delante de las fachadas de sus casas, al menos los viernes.

En El Carme esta costumbre perduraría hasta nuestros días.

En 1.397, como medida sanitaria, se estableció que un hombre recorriese las calles y plazas más estrechas e insalubres (caso de El Carme) recogiendo perros, gatos y otros animales muertos.

A esta persona se le llamaba Mala Roba, nombre que quizá provenga del apodo del primero que desempeñó el cargo.

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Habitantes

Ocupación cristiana

A partir de la construcción de las nuevas murallas cristianas se incorporaron nuevos terrenos urbanizables al noroeste y sureste de la ciudad, en los barrios que pertenecían a las parroquias de Sant Joan del Mercat y, especialmente, la de Santa Creu, cuya jurisdicción abarcaba prácticamente casi todo el barrio de El Carme.

Fue a partir del siglo XIV, hasta principios del XVI, cuando se produce la eclosión de nuevos vecinos que poblaron el lugar, circunstancia que se aprecia claramente a través de los libros de aveïnament.

Así puede verse a familias enteras solicitando la ciudadanía y el poder habitar en varias calles de El Carme.

Estas calles estaban formadas por ciudadanos de oficios que fueron tan característicos en el barrio: cabanyers, curtidors, blanquers, armers, carnicers, traginers, esparters, peraires y tintorers.

El río Turia servía de frontera a la franja septentrional del barrio; en su viejo cauce existía una vida propia, allí se podía ver a ciudadanos que vivían en edificaciones pegadas al pretil, algunos con sus rebaños pastando u otros que elegían la zona como lugar de esparcimiento.

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Habitantes

Siglos XVII al XIX

La expulsión de los moriscos en 1.609 fue un factor más a añadir a la decadente actividad gremial, en la que gran parte estaba formada por especializada mano de obra árabe, como es el caso de las manufacturas textiles, la piel y la cerámica.

En el siglo XVII y ante el analfabetismo existente, el medio de comunicación más efectivo entre las autoridades valencianas  y sus vecinos fue el pregón realizado con trompetes e tabals.

El recorrido por el barrio era el siguiente: después de salir de la Casa de la Ciudad y publicarse en la de la Virgen se recorría la calle Cavallers hasta el Tossal para girar hacia la calle Bolsería; otro tramo se hacía entrando por la calle de Serranos, Roteros hacia la plaza de la Santa Creu, en el punto donde se hallaba la casa de Blai Llorenç que era uno de los Jurats en Cap de la ciudad que representaba a los ciudadanos, de ahí pasaban a la plaza d l’Arbre, yendo a las cuatro esquinas de Mossén Sorell, bajando por el Alfondech y saliendo del barrio por la zona de Sant Jaume; era muy significativo que esa comitiva no pasara por la morería, lo que nos viene a confirmar la condición de aislamiento de sus habitantes.

En el siglo XVIII más de la mitad de los vecinos del barrio eran analfabetos y casi todos hablaban  tan solo valenciano, así no es de extrañar el inconveniente que supusieron las medidas adoptadas por las autoridades municipales, según disposición real, de adoptar el castellano como lengua oficial.

Un dato curioso es que dentro de las casas rezaban el rosario con el balcón o ventanas abiertas para que se oyeran las oraciones desde la calle, ya que estaba mal vista la familia que no lo hacía.

Cuando fallecía un vecino, era costumbre avisar a la Casa de la Misericordia y de allí salían dos hombres con una escalera y dos bayetas negras que eran colocadas a la puerta de la casa del finado.

La ayuda caritativa para los más necesitados se reducía a raciones de comida, la conocida como sopa boba, que se repartía en diferentes conventos.

Una medida de higiene y salubridad que comenzó a prestar servicio en julio de 1.851, consistía en recorrer las calles de la ciudad y, especialmente, el barrio de El Carme, un pintoresco carrito pintado de verde, que conducido por un empleado municipal, anunciaba su presencia haciendo sonar un campanita, para recoger los animales muertos que los vecinos tiraban a la calle.

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Habitantes

Siglos XVII al XIX

Desde las cárceles de las Torres de Serranos salía la cordá, esta era una comitiva formada por los presos que eran trasladados a Cartagena; iban atados por cuerdas, de dos en dos, y la gente formaba corros por las calles para verlos.

En el Bando General del Buen Gobierno de 1.859 se ven curiosas disposiciones que afectan a la vida social del barrio.

Entre ellas una costumbre muy arraigada de los vecinos de permanecer en las aceras, sobre todo en las tardes-noches de verano, la disposición decía así:

“[…] Solo en las calles o plazas donde el ancho de la acera sea mayor de ocho palmos, podrán colocarse a tomar el fresco los vecinos en las noches calurosas de verano, dejando siempre seis palmos, cuando menos, para el libre tránsito […] Los vecinos de la casa que correspondan las aceras, tendrán la obligación de mantenerlas limpias, barriéndolas de siete a ocho horas de la mañana y de dos a cuatro de la tarde, y quitando el lodo que se hiciera en ellas […]”

Por lo que se desprende del Censo de 1.860, la actividad laboral del barrio, era totalmente artesana, característica que siempre le fue común.

Aproximadamente el 60% de la población era analfabeta, puesto que los niños y niñas comenzaban a trabajar a los once o doce años; el analfabetismo femenino en aquella época casi doblaba a la de los hombres.

El derribo de las murallas en 1.865 hizo que se empleara en las obras a muchos de los parados del barrio, junto con otros de la zona de Velluters (actual barrio de El Pilar) empobrecidos por la crisis de la seda.

Por lo que respecta a El Carme, la desaparición de las murallas hizo que se intensificaran las vías de comunicación importantes con el exterior, como la calle Quart y la de Serrans, aumentando su comercio, especialmente en la última, que se llenó de tiendas de todo tipo revitalizando la circulación mercantil en la zona.

La mayoría de las casas disponían de pozos donde extraían el agua, pero las autoridades dudaron de su calidad y dijeron que no era lo suficientemente potable para el consumo humano, por lo que se incrementó la presencia de aiguadors que la vendían a domicilio transportada por un carro.

Para ver los antecedentes en el servicio de transporte público en el barrio, hay que remontarse a las antiguas tartanas o carruajes de alquiler, que tenían sus puntos de salida en lugares fijos establecidos para su contratación.

Después aparecieron los tranvías con el recorrido ya prefijado; su primitivo trayecto afectaría a algunas zonas de El Carme.

En 1.885 se había inaugurado el tranvía de circunvalación que recorría el trazado de la antigua muralla pasando por las calles de barrio de El Carmen.

Además en 1.876, circulaba el tranvía del interior que seguía un circuito por Serranos, Blanquerias hacia la plaza de Tetuán.

En 1.893 entraron en funcionamiento las dos líneas de la Compañía General de Tranvías (CGT) de tracción animal y como las anteriores (popularmente llamadas ravaxolets) correspondían a las líneas Interior-Estación de Aragón y Tetuán-Ruzafa (o tranvía del Ensanche).

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Habitantes

Siglo XX

Se veían los primeros automóviles en la ciudad.

Entre los primeros 500 vehículos matriculados, tan solo cuatro correspondían al censo de El Carme, lo que da una idea de la disponibilidad económica del vecindario, característica de un barrio artesanal y obrero.

En la calle de Cavallers se comenzaron a ver otros coches a nombre de familias nobles.

Se había pasado de utilizar el patio interior de los palacetes como cobijo de carrozas con sus caballerías, a servir como garaje de un elegante automóvil que ofrecía más prestigio social.

Pero a pesar de la automoción y de los avances técnicos la ciudad en este siglo conservaba todavía muchos de los aspectos tradicionales  que le daban un toque provinciano.

Por las mañanas El Carme se llenaba de labradores de la huerta que llevaban sus vacas para ordeñarlas in situ y vender su leche directamente de las ubres.

Los basureros, que eran agricultores particulares, paseaban con su carro solicitando la basura por las viviendas, al grito de: “Ama, ¿té fem?.

Una serie de vendedores y vendedoras ambulantes entraban por las torres de Serranos ofreciendo pescado, quesos, cebollas, horchata, junto con los drapers, cadirers, esmoladors, granerers, matalasers, llanterners y todo tipo de profesionales que recorrían las calles cargados con su mercancía o artilugios de su oficio.

Desde el siglo XIX se había instalado en el viejo cauce, frente a las Torres de Serranos, el llamado mercado de burros, que se celebraba todos los jueves, y que abarcaba el espacio comprendido entre los puentes de Serranos y el actual puente de Fusta.

Allí solían acudir con sus animales, llamados de desecho, tratantes de caballerías de diferentes poblaciones valencianas, también gitanos que ofrecían sus burros a precios muy altos, que  luego reducían merced al regateo.

Allí se podía apreciar una estampa colorista, llena de matices, muy humana, con espectadores apoyados en la baranda superior del puente que, como si de un espectáculo se tratara, miraban las evoluciones curiosas de los tratos, alguno de ellos bastaba para sellar la operación, un buen apretón de manos.

Entre los años 20 al 30, un burro solía venderse entre 70 a 100 pesetas.

La gran afluencia de gente hizo aumentar la presencia de barberos ambulantes que, in situ, cortaban el pelo y la barba; por una peseta afeitaban y por dos daban el servicio completo.

Poco a poco la actividad del mercadillo fue languideciendo; tal vez, la riada de 1.957 lo ahogó un poco más e hizo que, llegados los años 60, se acabara definitivamente esta feria de caballerías conocida popularmente como el mercat dels burros.

Permanecieron en el barrio muchos de los más atrevidos talleres artesanos (algunos pocos, hasta hace bien poco, todavía perduraban).

Sus vidas fueron una repetición de tantas otras que durante siglos subsistieron en el lugar como vestigios de una Valencia gremial que se resistía a desaparecer.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía:

Existe mucha y muy variada bibliografía referente al Carmen, por tanto, tan solo mencionaremos algunos de ellos:

  • Guía urbana de Valencia. Marqués de Cruïlles.

  • Barrio del Carme de Valencia. Marí Ángeles Arazo

  • Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.

  • Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.

  • La población del barrio del Carmen. Manuela Balanzá

  • Manual del viajero y guía de los forasteros  en Valencia. Vicente Boix

  • Historias y anécdotas del Barrio del Carmen. Juan Luis Corbín

  • La Valencia musulmana. Vicente Coscollá

  • Avecindados en la ciudad de Valencia en la época medieval. María de los Desamparados Cabanes Pecourt

  • El Carme. Crónica social y urbana de un barrio histórico. Rafael Solaz Albert

  • El Carme de l’obrador al pub. Manuel Hernández i Martí Gil

  • Morfología del barrio de El Carme. Manuela Balanzá

  • El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Rafael Gil y Carmen Palacios

  • Valencia Centro Histórico. Trinidad Simó Terol

Fotografías

  • Archivo fotográfico de Abelardo Ortolá

  • Archivo fotográfico de Rafael Solaz Albert

  • Archivo fotográfico de Lázaro Bayarri

  • Archivo fotográfico de Periódico Levante

  • Archivo fotográfico de José Aleixandre

  • Archivo fotográfico de Marina Solaz

  • Archivo fotográfico de Morales San Martín

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  • Archivo fotográfico de V. Andrés

  • Archivo fotográfico de Ludovisi y señora

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