El Carmen Valencia guerra y posguerra

El Carmen Valencia guerra y posguerra

Tras la proclamación de la II República en 1.931

En 1.931 se produjeron continuos incidentes contra el clero que ya habían sido constantes en los últimos años y, mayormente, tras las elecciones de febrero hasta diciembre de 1.936 cuando alcanzaron una dimensión sin precedentes.

Producto de la inestabilidad política que se vivía en aquel momento y del citado anticlericalismo existente, a partir del mes de mayo de 1.931, comenzaron los atentados contra los centros religiosos en la ciudad.

En nuestro barrio, a pesar que desde el miércoles 13 se constituyeron patrullas de guardias cívicos desarmados, que portaban un brazalete rojo a modo de distintivo, no pudieron contener a los grupos de amotinados y fueron incendiadas algunas iglesias.

Una de ellas fue la Colegiata de Sant Bertomeu.

A raíz de este incendio se perdió el órgano y otros objetos de culto.

Los muros quedaron calcinados y amenazando ruina, por lo que el edificio fue posteriormente derribado quedando tan solo su torre.

Hubo cierta polémica entre los que estaban a favor y en contra de conservarla y parece ser que los daños del interior religioso no fueron tan importantes como para aconsejar su derribo.

En los años 40 de alzó el edificio que existe actualmente y su torre fue mal restaurada.

La iglesia de San Miquel sufrió importantes daños, en esta iglesia se había guardado el gigante San Cristóbal procedente del gremio de Peraires (artesanos textiles que limpiaban y preparaban la lana para su posterior hilado y tejido. Prácticamente, era lo mismo que cardador).

Eran años previos al alzamiento militar que dio origen a la guerra “incivil”.

Cuando esta estalló el Museo Provincial, instalado en el convento del Carmen, fue desmontado y utilizado como almacén del tesoro artístico, concentrando gran cantidad de obras de arte que estaban diseminadas por la ciudad y alrededores.

Parte de estas obras fueron trasladadas al Museo del Prado de Madrid.

Tras la contienda se realizaron gestiones para recuperar los cuadros y se emitió un informe acerca del estado de las dañadas instalaciones del Museo Provincial de Valencia, con el objeto de rehabilitar el edificio, pero como los daños fueron grandes, el Ministerio de Educación decidió trasladar el Museo y la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos al Colegio Seminario San Pio V, utilizado hasta entonces como hospital militar; posteriormente el convento sería utilizado con fines docentes instalándose allí la Escuela de Bellas Artes.

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Los bombardeos franquistas sobre Valencia dieron comienzo sobre las 9 de la noche del 12 de enero de 1.937.

Hasta entonces la ciudad y la propia barriada no habían experimentado el horror de la guerra  llevado a su más alto nivel.

A este primer cañoneo lanzado desde los navíos, siguieron otros desde el aire y la costa consiguiendo derribar algunos edificios del barrio, en las calles de Dalt, Soguers, Roteros y el Palacio de los condes de Alaquàs, de la calle Pare d’Orfens (Padre huérfanos).

Como recuerdo de un impacto producido en la calle de Dalt se le dio el título de Bomba a un bar situado en el número 7 de esta calle.

Ante estos ataques pronto se tomaron medidas de protección; las Torres de Serrans, durante algún tiempo, sirvieron de refugio a las obras trasladadas desde Madrid y en sus bóvedas se depositaron los cuadros, construyéndose una especie de búnker con cemento, cubierto con cáscara de arroz, muy útil para la protección contra las bombas.

Se construyeron refugios antiaéreos para la población civil que debía acudir al toque de las sirenas.

Los del barrio de El Carme fueron:

El de la plaza del Carmen, con una capacidad para 270 personas, estaba situado frente a la iglesia, en la que hoy ocupa el jardincillo con la estatua de Joan de Joanes, junto a su puerta de entrada se podía ver el título de Refugio en grandes letras de carácter cubista, común para ese tipo de edificaciones.

El de la calle Dalt-Ripalda (actualmente utilizado por la comisión fallera de esta falla), con capacidad para 600 personas, era similar en cuanto a su construcción y carácter.

El de Serrans, con acceso también por la calle de Palomino, se había dispuesto para 400 personas.

Actualmente quedan en pie los dos últimos.

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También existían acondicionados en los subterráneos del colegio de la Gran Asociación de la calle Pare d’Òrfens (Padres Huérfanos)-Blanqueries, para 300 plazas; en el Grupo Escolar Maestro Ripoll (Casa de la Beneficència); en el Instituto de Asistencia Social Gabriela Mistral (Casa de la Misericòrdia) y en algunos sótanos de inmuebles como el de la calle del Marqués de Caro número 14, previsto para alojar a unas 20 personas.

El ejército republicano habilitó varios centros religiosos de El Carme como base de distinto cometido.

La iglesia de la Santa Creu fue habilitada como tenencia de alcaldía y dependencia militar donde se concentraban tropas para su destino; frente a su puerta se hallaban barricadas hechas con sacos de arena.

El convento de Sant Josep fue ocupado por el Sindicato de Matarifes, su iglesia fue utilizada también como almacén y se veían grandes contingentes de pertrechos militares.

La iglesia de Sant Miquel fue depósito de víveres dependiente del Ministerio de Agricultura; en ella entraban y salían camiones por la estrecha portada del siglo XVII.

El otro centro religioso que se vio afectado fue el antiguo convento de Santa Úrsula, convertido en cárcel y comisaría, una de las checas (Una checa o cheka era una instalación que durante la guerra civil española fue utilizada en la zona republicana para detener, interrogar, juzgar de forma sumarísima y ejecutar a sospechosos afines al bando golpista) que funcionaban como locales de la policía política.

El teatro del Patronato fue reconvertido en el teatro de la Industria Ferroviaria y sirvió para realizar reuniones y mítines organizados por las Juventudes Libertarias del distrito Museo que tenía sede en el piso principal de la calle Serrans número 23.

En este trágico periodo se cambiaron algunos nombres de las calles, unos de forma oficial y otros producidos por la decisión popular.

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En los rótulos cerámicos que incluían las palabras San, Santo o Santa estas fueron borradas, como el caso de la calle San Ramón convertida así en la calle Ramón.

En general, el traslado del Gobierno a Valencia, de noviembre de 1.936 a octubre de 1.937, cambio la vida de los ciudadanos y en cierta manera la de los vecinos de El Carme.

En la calle Cavallers se situaban los Ministerios de Justicia, Agricultura y el Tribunal Supremo, tres instituciones de importancia instaladas en el palacio de Trénor, más el de Industria situado en la misma vía.

En la calle Concordia número 6 se hallaba la Sede de la Fue (Federación Universitaria Escolar).

En este periodo bélico y, sobre todo, a partir de febrero de 1.937 la ciudad experimentó un gran incremento de refugiados procedentes de otros lugares de la península.

Este importante contingente de evacuados produjo un colapso en el abastecimiento de alimentos y la falta de estos produjo su encarecimiento.

Se impuso un sistema de control y racionamiento en alimentos como la carne, el azúcar, el aceite, el arroz o el pan.

A finales de 1.936 la carne, los huevos o el carbón eran ya productos de lujo.

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Desde marzo de 1.937 fue obligatoria la cartilla de racionamiento y fue ya habitual el fenómeno de las colas para la compra.

Pronto la carencia de alimentos se convertiría, junto a los bombardeos, en la preocupación fundamental de la vida cotidiana de los valencianos y especialmente de los vecinos del barrio de El Carmen sin recursos económicos que se las veían y deseaban para subsistir con lo más mínimo.

La población del barrio de El Carme, al igual que ocurriera en otros barrios humildes, tuvo que idear una forma de manutención.

A lo largo de 1.937 patios, porches y balcones, se llenaron de gallinas y conejos, pese a que las ordenanzas municipales lo prohibían por cuestiones de sanidad (se hacía presente el olor a Zotal, poderoso desinfectante).

Esta práctica de la cría de animales permaneció en el barrio hasta pasados los años 50, cuando una epidemia azotó a los conejos y por el endurecimiento de las ordenanzas sanitarias.

Los boniatos, las lentejas (llamadas, por aquel entonces, píldoras del doctor Negrín), las patatas, el pa negre (muchos dijeron que estaba hecho de serrín), los caldos hechos con restos de verduras cocinadas una y otra vez o aquel hueso de jamón tan reutilizado que daba sabor a la sopa caliente (a veces se hacía con dificultad encender el fuego por la falta de carbón) eran los alimentos cotidianos con que la población vivía el día a día.

Por aquel tiempo se creó el popular y barato cubierto de guerra destinado a las clases más necesitadas.

Aquí se vio la solidaridad de algunos vecinos que compartieron su comida en los primeros momentos de dificultad; luego este acto solidario fue, poco a poco, desvaneciéndose a medida que los hacían los escasos alimentos o porque algunos, los más abastecidos, vieron la oportunidad de enriquecerse.

Fue en este periodo cuando comenzó a aparecer la especulación, el llamado estraperlo y los estraperlistas.

Una vez finalizada la contienda se habilitó una nueva cartilla de racionamiento para los alimentos básicos, pero pronto se hizo insuficiente.

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Como ocurriera en otras zonas de la ciudad la especulación, el estraperlo y, por consiguiente, los precios abusivos, continuaban cebándose sobre los vecinos del barrio.

Si la mayoría tenía escasos medios económicos antes de la guerra, al finalizar esta, un amplio sector del El Carme, vivía al borde de la supervivencia.

El enriquecimiento de otros pocos fue evidente.

Se formaban grandes colas para conseguir carbón y aceite (Portal de Valldigna, Santo Tomás, Na Jordana, Soguers, Mossèn Sorell).

En las desabastecidas panaderías del barrio se buscaba pan y harina.

En el Palacio de los Pineda, en una pequeña puerta lateral que recaía a la calle de su mismo nombre, se repartían alimentos del plan de ayuda internacional (leche en polvo, queso, arroz, garbanzos, lentejas y azúcar) lo que provocaba igualmente grandes colas y fuertes discusiones.

También se repartieron alimentos gratuitos en el Salón de Racionistas de la calle Blanqueries y en un local habilitado en la del Cabrit.

Como por aquel entonces comprar carne era prohibitivo (tan solo la de caballo se vendía a 14 pesetas el kilo, teniendo en cuenta que un trabajador de media ganaba 7,80 pesetas por jornal diario), las autoridades recomendaban consumir soja que, decían, podía sustituir a la carne.

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El barrio de El Carme continuaba alimentándose de boniatos y pa negre.

El hambre era la consecuencia cruel de una guerra fratricida que se cebaba en las clases más modestas y en la barriada donde vivían personas consideradas pobres de solemnidad.

Era la época del hambre, de las cartillas de racionamiento, de las colas ante los establecimientos de la Administración, del estraperlo, de la sobreexplotación de la mano de obra rural y de la acumulación de riqueza por parte de los medianos y grandes propietarios agrícolas.

Especialmente duro fue el año 1.945 conocido popularmente como el año del hambre.

Los más viejos del lugar recuerdan con cierta tristeza aquellas penurias vividas junto a la hoguera de una destartalada casa que no disponía ni de retrete ni de los servicios básicos necesarios.

Tal vez su relato no revista el rigor histórico y científico que pueda proporcionar un erudito.

Quizás en sus recuerdos se entremezclen las fechas, los lugares e incluso los protagonistas.

Pero el valor de esos testimonios supera con creces al de la bibliografía más exhaustiva de posguerra, porque ellos han padecido en sus propias carnes todas estas circunstancias extremas.

En los años 40 el problema de la escasez de alimentos adquiría en España tintes dramáticos.

Una Comisión Médica, nombrada por el director general de Sanidad, anunciaba en el verano de 1.941 casi 2.000.000 de muertes en toda España por “hambre o enfermedades relacionadas con la desnutrición”.

El gobierno controlaba la distribución de las mercancías entre la población y asignaba a cada persona una cantidad concreta de los productos más escasos (azúcar, arroz, aceite, pan, judías…).

Todo estaba limitado.

La adversidad se cebó como siempre con los más necesitados.

Los ricos, los altos cargos y los más avispados supieron sacar provecho de la desgracia.

Con la ley llegó también la trampa y el mercado clandestino marcó el rumbo de la sociedad española: el estraperlo.

Por medio de la Junta Provincial de Beneficencia se había establecido el “plato único”, un sistema de reparto de comidas sin postre para el cual el beneficiario accedía con su carnet abonando previamente una cuota mensual de 4 pesetas, importe que muchos de los vecinos no podían ni tan siquiera pagar.

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A los que se dedicaban al estraperlo se unían los usureros aprovechados de la depresiva situación.

En la calle de Baix, frente al bar Carxofa, en un primer piso, se hallaba una casa de empeños a la que acudían desesperados vecinos con sus pertenencias de más valor.

En la calle Na Jordana estaba Aurelia, una vecina que realizaba pequeños préstamos a cambio de un alto interés.

En Roteros uno de estos prestamistas realizaba operaciones de mayor envergadura exigiendo como garantía la hipoteca de bienes en un plazo tan corto que al solicitante le resultaba difícil satisfacer y al final terminaba adueñándose de los bienes hipotecados.

Igualmente existió uno de estos personajes, que era abogado, en la calle Serrans.

Situaciones que fueron lamentables ya que con el poco dinero prestado los vecinos tenían que acudir a los estraperlistas que suministraban los alimentos a precios abusivos.

La represión hacia algunos vecinos se hacía evidente cuando tenían que solicitar algún documento, realizar cualquier trámite administrativo o simplemente acceder a un puesto de trabajo.

Mediante un expediente de depuración de conducta se separaba de la profesión y los más jóvenes tenían que realizar el servicio militar que ya habían hecho en la filas de la República.

El hecho de pertenecer al barrio llevaba consigo la alerta de persona sospechosa por el carácter de “rojo” con que se consideraba en general a El Carme.

Esta ley implacable marcó durante mucho tiempo a sus habitantes.

El ambiente de intimidación era asfixiante y las intervenciones autoritarias de los policías procedentes de la comisaría central de la vecina calle de Samaniego se cebaron sobre la barriada.

Era la forma insultante y reivindicativa de los vencedores ante el desamparo de los vencidos.

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Una circular del Arzobispado de Valencia prohibía a los párrocos que avalasen a los feligreses y desde el Gobierno Civil se daban instrucciones para depurar a los porteros, ya que se estimaba que la mayoría había prestado colaboración al Gobierno Marxista y otros habían silenciado la presencia del inmueble de algún “rojo” oculto.

En la calle Viriato se instaló un centro juvenil falangista cuya misión era adoctrinar a los vecinos más jóvenes; este local permaneció en activo hasta los años 60.

La situación depresiva que atravesaba la barriada con sus deteriorados edificios, algunos muy afectados por la guerra, hizo que en julio de 1.943 el Ayuntamiento proyectara la construcción de 14.000 viviendas que se destinarían para los barrios de la ciudad más afectados.

Estas nuevas construcciones se dilatarían en el tiempo y su número no alcanzó la cifra prevista, pero ocasionó que muchos de los vecinos de El Carme salieran de sus hogares de nacimiento hacia nuevas zonas periféricas.

Los planes urbanísticos de 1.944 y 1.946 dejaron fuera del casco histórico al barrio de El Carme y así permaneció una década más.

El 4 de marzo de 1.944, a pesar que a propuesta del Ministerio de la Gobernación se había creado la Comisión Superior de Ordenación de Valencia y Provincia y que esta se tenía que encargar de la reforma interior de la ciudad, se creyó que el centro histórico había que dejarlo tal cual, respetando el existente, tanto el valor artístico como el valor típico.

Lo típico atañía en gran medida al barrio de El Carme.

Fuentes consultadas:

Bibliografía:

Existe mucha y muy variada bibliografía referente al Carmen, por tanto, tan solo mencionaremos algunos de ellos:

  • Guía urbana de Valencia. Marqués de Cruïlles.

  • Barrio del Carme de Valencia. Marí Ángeles Arazo

  • Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.

  • Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.

  • La población del barrio del Carmen. Manuela Balanzá

  • Manual del viajero y guía de los forasteros  en Valencia. Vicente Boix

  • Historias y anécdotas del Barrio del Carmen. Juan Luis Corbín

  • La Valencia musulmana. Vicente Coscollá

  • Avecindados en la ciudad de Valencia en la época medieval. María de los Desamparados Cabanes Pecourt

  • El Carme. Crónica social y urbana de un barrio histórico. Rafael Solaz Albert

  • El Carme de l’obrador al pub. Manuel Hernández i Martí Gil

  • Morfología del barrio de El Carme. Manuela Balanzá

  • El ornato urbano. La escultura pública en Valencia. Rafael Gil y Carmen Palacios

  • Valencia Centro Histórico. Trinidad Simó Terol

Fotografías

  • Archivo fotográfico de Abelardo Ortolá

  • Archivo fotográfico de Rafael Solaz Albert

  • Archivo fotográfico de Lázaro Bayarri

  • Archivo fotográfico de Periódico Levante

  • Archivo fotográfico de José Aleixandre

  • Archivo fotográfico de Marina Solaz

  • Archivo fotográfico de Morales San Martín

  • Archivo fotográfico de Toni Serrano

  • Archivo fotográfico de V. Andrés

  • Archivo fotográfico de Ludovisi y señora

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