Monasterio de San Miguel

Monasterio de San Miguel

El Monasterio de San Miguel de los Reyes

Tan pronto hubo diligenciado sus asuntos oficiales, el Duque de Calabria pretende dar rápido cumplimiento a los deseos de su esposa, porque ambos cumplieron su ilusión de engrandecer , darle suntuosidad, embellecer y amueblar el Palacio Real y entornarlo de bellos jardines, Fernando de Aragón, iba a entregarse a hacer realidad la esperanza del matrimonio, es decir, levantar otra residencia donde descansar sus cuerpos tras su fallecimiento, buscando una orden religiosa, de vida contemplativa, que cuidara sus mausoleos y rezase por sus almas.

Se ha especulado acerca del tesoro escondido y hallado por el Duque, que este aplicaría en la obra del Monasterio, pero lo cierto es, que desde el momento mismo de su boda con doña Germana de Foix, a partir de 1.526, ambos iban a disfrutar de los privilegios que la Corona de Aragón les concediera como Virreyes vitalicios del Reino de Valencia, recibiendo el Emperador grandes y extraordinarias cantidades y valiosos donativos, que le permitieron comprar algunas villas y poblaciones como: Toro, Viver, Caudiel, Novaliches, Manzanera, Jérica, Pina y Barracas, estas fueron, por diferentes medios, conformando el gran patrimonio del Duque de Calabria.

Estos bienes, aparte de la hacienda que le aportara su esposa, le permitieron al Duque de Calabria desplazarse a Valladolid, para exponerle al Emperador su proyecto, de quien recibió su complacencia.

Inmediatamente marcha al Monasterio de San Bartolomé de Lupiana, en la provincia de Guadalajara, precisamente en el que los jerónimos estaban congregados en Capítulo General (Un capítulo, en religión, es un órgano colegiado dotado de personalidad jurídica y de autonomía en el ámbito de su jurisdicción en las iglesias católica, anglicana y luterana), en el que será elegido prior fra Pedro de la Vega.

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La renta de los 1.000 ducados que donó Doña Germana, se destinarán, en partes iguales, para el sustento de los monjes, así como, el de los colegiales y sus maestros, que hubieran de residir en el Convento; al propio tiempo hizo llegar a la comunidad una copia del testamento de la reina Germana para que los monjes conocieran su voluntad y propósitos.

Estos aceptan, tanto la proposición como las cláusulas del testamento, concediéndole al Duque, el 5 de mayo de 1.537, el privilegio de presentación del religioso que debía ser el primer Prior de la nueva Comunidad.

El Duque regresa a Valencia con la esperanza de iniciar de inmediato las obras del Monasterio y administrar la hacienda de su difunta esposa, vendiendo o permutando lo que juzgase había de ser de mayor utilidad para dicho Monasterio, a la vez, el príncipe Enrique, príncipe de Bearne, inicia un pleito considerándose con derechos sobre los bienes de doña Germana que iban a truncar sus ilusiones.

Port si fuera poco, por esos días (4 de marzo de 1.542) fallece su hermana, la infanta doña Julia de Aragón, que venía residiendo en el Palacio del Real; su cuerpo depositado con el de la reina doña Germana, como ya hemos indicado, en la iglesia del Convento de Jesús y sus bienes pasaran a sus hermanos, pero poco después, incluso la infanta doña Isabel otorgará plenos poderes al Duque.

No le iban a ser fáciles los trámites a seguir porque, precisamente Pedro Pastrana (clérigo regular, que fuera criado y maestro de música de la capilla del Duque), abad de una comunidad de tres monjes, andaba temeroso que, extinta la comunidad, pudiera perder las prebendas de las que ahora disfrutaba, razón por la cual hacía saber al abad y a la comunidad de Valldigna del desalojo en ciernes, quien iba a formar un piña con aquel.

El Duque  abrió información para conocer el estado canónico y la vida regular de aquellos pocos monjes y resultó que la comunidad Bernarda, por no tener el número de religiosos señalados por las leyes canónico-regulares, no podía gozar de los derechos, gracias y privilegios de las comunidades religiosas, por otra parte, los monjes apenas residían en la casa, no celebraban en ella de forma que los criados debían ir a oír misa a otras iglesias, no rezaban en el coro el oficio y raramente cuidaban el campo, por tanto, le monasterio había quedado reducido a una granja por casa de labor.

Todo esto lo trasladó, el Duque, a su primo el Emperador, quien lo hace llegar al papa Pablo III, al tiempo que le ruega encarecidamente la posibilidad de enterrar a la reina doña Germana en el Monasterio de San Bernardo, que deseó fuera de los jerónimos y en donde una comunidad de religiosos atendieran el culto y cumplieran los sufragios de las almas de los difuntos allí enterrados, a la vez que el Duque, juntamente con su esposa, pretendía inhumar allí los cuerpos de sus padres Federico e Isabel (reyes de Nápoles y Sicilia) y los de sus hermanos Alfonso, César, Julia e Isabel.

Por consiguiente se le ruega al Papa que, considerando extinguida la pequeña comunidad de bernardos, pueda, en su lugar, congregarse otra de 20 o más monjes de la Orden de San Jerónimo, que mantendría con la renta de los 1.000 ducados que había dejado la reina.

Pablo III expide la Bula de supresión de los bernardos el 1 de noviembre de 1.545 e instituye, en su lugar, la Orden de los Jerónimos, con todos los detalles y pormenores.

El obispo enviado a Roma no esperó la publicación de las Bulas Plomadas (Cartas plomadas son aquellas en que el Príncipe dispensaba alguna gracia o merced y atribuía algún título de posesión. Dicha concesión se expresaba después de invocado el nombre de Dios y se anotaba en ella el día, mes, hora, y año con el nombre también del Rey poniéndose, para demostrar el fin de la perpetuidad, una cuerda o cordón de seda, pendiente de éste un sello de plomo e impresas en él las Armas Reales que la autorizaban y signo constitutivo de los Privilegios. Se añadía la pena que solían imponer los Príncipes a los que repugnasen su observancia), que iban a tardar y se trajo un Breve (un breve apostólico es un documento emitido por el Papa y que está redactado de manera menos solemne y formal que una bula o una encíclica), firmado por su Santidad.

El Duque de Calabria mandó a su secretario, con algunos oficiales de su Curia, trasladase la notificación a la comunidad cisterciense de San Bernardo (Prior y 7 religiosos), que debían abandonar inmediatamente el cenobio, para preparar las dependencias donde acomodar a los nuevos religiosos; a principios del año siguiente, tomaba posesión del cenobio, en nombre del General de la Orden de la Orden Jerónima, acompañado de un buen grupo de nobles, cortesanos y vecinos del entorno.

Y a finales de 1.546 ordena a un criado se desplace al monasterio de San Bartolomé de Lupiana para que, el General de la Orden, le mande 20 monjes, nombrando como Prior al fra Antonio de Valdárrago, con la ilusión que por Cuaresma estuvieran todos en San Miguel de los Reyes, donde ya había preparado iglesia y sacristía, coro y enfermería, cocina y despensa, refectorio, etc.

En cuanto a la sustitución de los cistercienses por los jerónimos se sostuvo que el Duque se valió de la treta de convidar a los primeros para introducir a los segundos en el cenobio, pero lo cierto es que, habiéndoles comunicado la Bula, el notario Sebastián Camacho, conminó a abandonar el edifico a la comunidad Bernarda.

Pero se le pide al Duque que espere a la celebración del Capítulo General de los Jerónimos, si bien para no desagradarle, el Prior convoca cierto número de monjes para que, reunidos todos en monasterio de San Bartolomé de Lupiana, partieran hacia Valencia.

En el Monasterio de Nuestra Señora de la Murta, esperó la nueva comunidad de monjes hasta el 2 de julio de 1.546 para hacer su entrada solemne en el cenobio de San Miguel de los Reyes.

El 31 de octubre de ese mismo año, consigue Fernando de Aragón un Breve de Pablo III para trasladar los restos de sus padres, los reyes de Nápoles y Sicilia y de sus hermanos, consiguiendo la autorización del monarca francés.

Aprovechando las inesperadas dilaciones, el Duque de Calabria, traslada los cuerpos de la reina doña Germana y de su hermana, la infanta doña Julia, desde el Convento de Jesús, donde provisionalmente reposaban, al nuevo Monasterio, situándolos en la parte del Evangelio.

Hasta que llegará la nueva comunidad, el obispo del Duque  y 12 sacerdotes seculares rezaban el oficio en el coro de la iglesia, mientras se disponían las celdas que debían ocupar los monjes, y el 14 de ese mismo mes se celebraba ya la primera misa ordinaria.

El templo presentaba un estado ruinoso y de abandono, prueba de la vida lánguida que venía llevando aquella comunidad Bernarda.

El Duque, inmediatamente, le hace donación de cálices de plata, ornamentos de sacristía, alfombras e incluso les entrega la Capilla que había sido de la reina doña Germana; de inmediato los jerónimos iban a reunir, para complacer al Duque, a los monjes más notables de sus monasterios, con el fin de congregar la primara comunidad, vienen de Lupiana (Guadalajara), Salamanca, Guadalajara, Sevilla, Madrid, etc., así como de los cercanos cenobios de La Murta y Cotalba, allí van a reunirse una comunidad de 20 monjes, aun cuando poco después, algunos de ellos volvieron a sus monasterios de procedencia.

Muerto el primer Prior el 15 de abril de 1.548 será elegido Juan de Vidania.

Tomada posesión del Monasterio de San Bernardo, tras la Bula de Pablo III, extinto el antiguo monasterio e instituido el nuevo, una de las primeras medidas del Duque fue cambiar el nombre del titular del cenobio por el de San Miguel de los Reyes, al tiempo que retiraba el retablo de San Bernardo de la capilla y colocaba en su lugar la imagen del arcángel San Miquel.

Este monasterio se llamará “De los Reyes” por la creencia mantenida por los familiares de la Real Casa de Nápoles, que la reina doña Isabel contaba entre sus ascendientes al santo rey Baltasar, uno de los 3 Reyes Magos que acudieron a adorar al niño en Belén; y San Miguel por la gran admiración que en la Apulia (Apulia es una región sureña que forma el talón de la “bota” de Italia y es conocida por sus ciudades montañosas encaladas, las tierras de cultivo de siglos de antigüedad y los cientos de kilómetros de costa en el Mediterráneo. La capital, Bari, es una animada ciudad portuaria y universitaria, mientras que Lecce es conocida como la “Florencia del sur” por su arquitectura barroca. En Alberobello y el valle de Itria, se encuentran los “trullos”, chozas de piedra con techos cónicos característicos.) se tenía al Arcángel, en memoria de los milagros y beneficios que había implorado para sus habitantes, origen también de la “Orden de Caballería de San Miguel o del Armiño”, instituida por Fernando II de Sicilia y de Nápoles, a la que don Fernando de Calabria había pertenecido toda su vida.

Según nos relata Francesc Almela y Vives, “de los Reyes”, se explicaba también porque en el Monasterio habían de ser enterrados, no solo la reina doña Germana y el Duque, sino también los padres de don Fernando de Aragón (aunque esto último, no llega a hacerse).

Algunos autores sostuvieron en su día, que solamente por corrupción vino luego a llamarse “San Miguel de los Reyes”; en cambio Luis Fullana, no admitió en modo alguno, que el Monasterio se llamara “de San Miguel y de los Reyes” y que por corrupción, llegara a llamarse Monasterio de San Miguel de los Reyes, sino que siempre recibió el mismo nombre.

Si doña Germana sentía verdadera veneración por el Arcángel San Miguel, cuya imagen tenía en su Capilla Real, el Duque, quería que llevara el nombre de San Miguel el cenobio donde pensaba enterrar a su esposa y, en su tiempo, a sus hermanas, las infantas de Nápoles.

Quiso el Duque emprender las obras de un monasterio que fuera digno de su linaje y, para ello, en 1.546, hizo venir a don Alonso de Covarrubias, arquitecto del monarca y de la Catedral de Toledo, acompañado de Juan de Vidania, maestro de obras, que levantaron la traza del edificio, si bien Alonso de Covarrubias, que firmara en sendos pergaminos del proyecto, regresó de inmediato a Madrid, en tanto que Juan de Vidania, iba a encargarse de la dirección de la obra; si los planos se hubieran ajustado a la traza de Covarrubias, se hubiera levantado uno de los monumentos de la mejor arquitectura de aquel momento.

Una vez llegaron la Bula de Pablo III, sobre la extinción de los bernardos y surgimiento de los jerónimos, aprobadas por el príncipe don Felipe (en ausencia de su padre, el Emperador, que estaba en Alemania), dando orden al Duque que se les retirase la posesión en 9 de julio de 1.548; y en el mes de noviembre siguiente el notario Sebastián Camacho extendía auto por el que los albaceas testamentarios de la reina doña Germana procedían a transferir los bienes de esta en favor del Prior y el Convento de San Miguel de los Reyes.

El 22 de enero de 1.550 moría la infanta doña Isabel y su cadáver será depositado ya en el Monasterio de San Miguel de los Reyes.

La muerte de su hermana, las dificultades ante su proyecto y las incomprensiones en su alrededor, minaron su salud, por este motivo, presintiendo morir pronto, redacta las Bases o Capítulos de concordia con el Monasterio.

Los monjes y el Prior Vidania recibieron estas Bases el 11 de marzo de 1.550 y las consultaron con el Prior General en Lupiana, quien les autorizó a firmarlas en 20 de junio, ante 13 monjes y 3 testigos.

No pudo sospechar el Duque las muchas dificultades que la comunidad del Monasterio habría de soportar tras su muerte.

Seguidamente, una vez saldadas todas las deudas del Duque, para lo cual debieron enajenar diversas alhajas propias de la comunidad, los jerónimos, habrán de enfrentarse a las apetencias, demandas y pleitos que les van presentando, razón por la cual, se verán obligados a vender fincas procedentes de las heredades del Duque (en Viver y Toro, Caudiel y Novaliches) para poder continuar las obras del Monasterios de San Miguel de los Reyes que estaban paralizadas en ese momento.

En 1.555 fue relevado el Prior Diego de Linares por fra Bautista Blanes, quien regirá el Monasterio de San Miguel de los Reyes durante 3 trienios, gobierno largo para la costumbre jerónima, pero provechoso para la comunidad, toda vez que emprendió acciones legales con el fin de cobrar los créditos que el Duque dejara en Italia, Francia y en la misma Valencia, al tiempo que se enfrentaba prudentemente a los abusos de los ministros de la Inquisición en todo cuanto concernía a los bienes de la Casa de Manzanera.

A fra Bautista Blanes le sucede fra Juan de Yuste que deberá intervenir nuevamente en inéditos pleitos que les presenta Jerónimo de Icis y sus herederos; el sucesor de este fra Francisco de Villanueva, vino a ser el primer cronólogo del Monasterio, quien escribirá un manuscrito que iba a ser sumamente interesante, porque recogía la fundación del cenobio y del cual se informarán otros cronistas de la Orden en tiempos posteriores.

Se preocupó sobremanera de la organización y régimen interior del monasterio, pero asimismo de su situación económica: aclara el régimen y administración de la villa de Manzanera, vendió la casa señorial de Viver, las joyas del conde de Benavente y algunas que les quedaban del Duque de Calabria, todo ello para atender la obra del edificio, que era la permanente inquietud de los monjes.

El Prior Francisco de Villanueva hubo de soportar un desagradable pleito, esta vez con los cistercienses de Valldigna, a largo de 7 años, puesto que quienes, en vida del Duque y mientras vivió el último abad comendatario fra Pedro de Pastrana, nunca se habían atrevido a molestarles, ahora llegan incluso a nombrar abad del extinto Monasterio de San Bernardo a Francisco Valls, monje de su comunidad.

Un Breve (un breve apostólico es un documento emitido por el Papa y que está redactado de manera menos solemne y formal que una bula o una encíclica) de Pio V contradiciendo tal nombramiento no satisfizo a los cistercienses que reclaman ante la Santa Sede su rectificación, aunque siempre los tribunales fallaban a favor de los jerónimos, hasta la sentencia definitiva en 25 de septiembre de 1.570.

Próximo artículo: Doña Mencía de Mendoza

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

Existe muchísima y muy variada bibliografía referente al Monasterio de San Miguel de los Reyes, por las limitaciones de espacio, tan solo mencionaremos algunos de ellos:

  • Guía urbana de Valencia antigua y moderna. Marqués de Cruïlles.

  • Diccionario de la Historia Eclesiástica de España. Quintín Aldea Vaquero.

  • Los monasterios aragoneses, Elena Barlés Báguena.

  • Catálogo Monumental de la Provincia de Valencia. Felipe Garin y Ortiz de Taranco.

  • Los monasterios valencianos: Su economía en el siglo XV. Amparo Cabanes Pecourt.

  • Los monjes españoles en la Edad Media. fray Justo Pérez de Urbiel y Santiago.

  • Monasterios valencianos: su historia y arte. Carlos Sarthou Carreres.

  • La Orden del Cister en tierras valencianas. Bernardo Bono y Barber.

  • El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII. Julio González

  • El Monasterio de Valldigna y sus abades. José Toledo Guirau.

  • Historia del Real Monasterio de Poblet. Jaime Finestres y de Monsalvo

  • Historia de la Orden de San Jerónimo. José de Siguenza

  • Las cartujas valencianas y la desamortización de Mendizábal. Francisco Roca Traver.

  • El Monasterio de San Miguel de los Reyes. Francisco Roca Traver

  • Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia. Vicente Boix. 1.854.

  • Arquitectura religiosa del siglo XVII en la ciudad de Valencia. Fernando Pingarrón.

  • Décadas de la Historia de la insigne y coronada Ciudad y Reyno de Valencia. Gaspar Escolano.

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