Grau. Vilanova del Mar. Consolidación del Grau
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Lenta repoblación del Grau
A principios del siglo XX, el Grau no era todavía un lugar atractivo para vivir, a pesar de que la voluntad de las autoridades era aumentar su vecindario.
Por eso, el 21 de mayo de 1.401 acuerda el Ayuntamiento de Valencia que pudiesen ocupar tierras libremente los que quisieran “obrar cases, alberchs o alfondechs” para habitar en él.
Esta campaña hubo que intensificarla cuatro años más tarde, en que “deseando los prohombres de la ciudad que se extendiera el caserío y pudieran hablar y pudieran hablar en él los que por sus ocupaciones pasaban su vida cerca del mar, el Consell en el año 1.405 autorizó a los jurados para repartir las tierras o solares a todo el que quisiera edificar casas en el Grau para su población”.
Como resultado de esta campaña municipal, se nos ofrecen datos sobre 14 casos escasos vecinos que se empadronan en el Grau entre 1.401 y 1.449.
La lista de estos nuevos vecinos está recogida en el Llibre de Avehinament.
En 1.586 el cronista de la visita de Felipe II al Grau nos informa que tenía “cien casas o por ahí”, y en 1.609 se contabilizan 80 casas de cristianos viejo y ninguna de cristianos nuevos.
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Los pescadores y los astilleros de la ciudad
El núcleo central del barrio de pescadores eran los primeros astilleros de la ciudad.
Ocupaban un gran espacio entre las murallas árabes y las cristianas, donde ahora están el Palacio de Justica, la calle Poeta Quintana (llamada también durante algún tiempo de la Taraçana), el Parterre, la Glorieta y la plaza de Tetuán o Rambla de Predicadores, donde se apilaban troncos de árboles con destino a las Drassanes, que habían sido transportados por el río.
En ese complejo se construían galeras de porte menor, que luego eran conducidas al mar por el río o sobre carros construidos al efecto.
Consta que en 1.416 su edificio estaba rodeado por un muro y que se prestaba para celebrar bodas y banquetes, actividad que debió prohibirse en 1.417.
Durante muchos años perviven las atarazanas de la ciudad y del Grau.
Aunque estos astilleros parecen ser más antiguos que los del Grau, al ser conocidos como “Drassanes Velles”, no conocemos la fecha exacta de su fundación.
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El choque entre dos civilizaciones:
La piratería ataca de nuevo
En el viejo Reino de Valencia, punto de contacto y fricción entre culturas diferentes, acosaba de cerca el peligro tangible y cruel, porque la situación geopolítica del país era muy comprometida, al estar a mitad de camino entre el norte de África y el sur de Europa.
A pesar de todo, los ataques se centraban en la Vilajoiosa y Denia, más cercanas a Granada y a Marruecos y con unas costas más escarpadas, con pequeñas calas y refugios propicios para servir de escondite y desde donde atacar a las embarcaciones de cabotaje (en términos navales, cabotaje es el transporte de carga y pasajeros entre puertos de un mismo país, navegando relativamente cerca de la costa; etimológicamente significa navegar de cabo en cabo).
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Ataques sin tregua y trama defensiva
Las batallas que los granadinos y berberiscos del Magreb libraban contra nuestras costas en los primeros años del siglo XV, no se planteaban como grandes y definitivas batallas capaces de decidir la suerte del Imperio, sino como un modo de suplir los escasos ingresos de un tráfico comercial insignificante.
Para ello, los corsarios berberiscos no atacaban directamente el litoral cercano a la capital, sino que se dedicaban a entorpecer el comercio asaltando nuestras naves en alta mar.
Las autoridades de la provincia y del municipio se veían precisadas a hacerles frente en su mismo escenario.
Simultáneamente a las acciones bélicas, los habitantes del Grau se vieron afectados por un furioso temporal que asoló la costa el 14 de octubre de 1.407, y que constituyó la mayor desgracia natural documentada hasta esa fecha.
Uno de los piratas más dañinos, paradójicamente, fue un valenciano llamado Antonio Poyo.
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Pasos para la construcción del Grau
Al margen de las luchas desatadas en el mar, el Grau necesitaba dotarse de todos los elementos necesarios para poder considerarse propiamente, un pueblo, y hacer frente a los retos del nuevo siglo.
Hasta entonces no era considerado más que como periferia, una calle extrema de Valencia o un “Lugar”, nombre que llegó a ser equivalente a “pequeño pueblo”.
Ahora se iba a consolidar como una factoría en constante ebullición, donde se desarrollaban tres actividades básicas:
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La comercial (con embarque y desembarque de mercancías)
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La bélica (siendo la primera línea de combate en las contiendas y asumiendo un papel de vanguardia en la seguridad de la costa)
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La viajera (como punto de partida y llegada de expediciones de todo tipo)
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Agua potable
Uno de los primeros problemas que intentó resolverse era el del agua potable.
Previamente, el 27 de noviembre de 1.409, el Consell General se ve precisado a tomar el acuerdo de desecar y llevar al río el agua estancada en el plano y marjal que hay entre el río y la población del Grau, a cuyo efecto practicó un rudimentario drenaje (obra de palafanga) consistente en dos grandes acequias, que hicieron retroceder los pantanos, reduciéndolos al actual barrio de Cantarranas.
Hasta ahora, en la Villa había más agua mala que buena.
Ante todo ello, el 9 de agosto de 1.412 fue tomado el acuerdo que “de alguna Font de aygua bona e sana fos portada per canons al dit Grao”, efectivamente, se tomó agua de una fuente particular y se llevó canalizada, cruzando a la altura de Monteolivete por debajo del Turia, y siguiendo por la ladera del Camino Real, llegó a la plaza del Grau el 18 de agosto de 1.414.
Esta plaza del Grau era el descampado que hay al final de las actuales calles Canónigo Rocafull, J.J. Síster y Vidal de Blanes, que antes era la plaza del Mercado Viejo, y donde además, de las transacciones comerciales, se ponían las redes a secar.
El Consejo se hace cargo de la construcción de canales, puentes y desagües para desecar la zona inmediata al manantial.
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Pero una riada del Turia en 1.423 destruyó el acueducto, dejando otra vez al Grau sin agua potable.
Para evitar los frecuentes peligros de las riadas, el Consejo, decide tomar el agua de otro manantial que no tenga que atravesar el río, y se trae esta vez, de la copiosa fuente que nace cerca del Molino de Pilars o Pilades (que antes se había llamado de En Burguera y también de Pedro Despuig), situado en la Alameda.
En el plano de Valencia del Padre Tosca, junto a dicho molino figura una fuente llamada del Grau.
Todas las embarcaciones que se detienen en el Grau, deben contribuir a las obras de su construcción y mantenimiento, impuestos que quedan reflejados en el libro del “Dret de la Font”.
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Un bell portxe de pedra
Junto con el agua potable, había que pensar en los almacenes que necesitaban los mercaderes para conservar Las mercancías.
Hasta 1.409, la falta de estos almacenes provocaba que las lluvias y los temporales estropearan sus productos, que consistían, sobre todo, en tejidos y trigo procedentes de Italia.
Fue el cantero Francesc de Tona quien en 1.410 les hizo la propuesta de construirlo de pedra e archs bellament, por 7.000 florines de oro.
Igualmente se acordó que los gastos o costas se “pagassen de dret o imposició que fos imposada en entrada de Fustes o mercaderies”.
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Otro porche en el recinto de las Atarazanas
En el interior del complejo de las Atarazanas se construyó otro porche dedicado “per a les exarcies, armes e veles, en cost d’una escala de pedra duna gran sala, finestres de pedra, dues cambres, pavimentar les dites cambres, cases e sala ab lo terrats e apitradors en aquells e altres obres necesaries en la dita taracana”.
También se habilitó como lugar noble, donde recibir a los honorables jurados y regidores de la ciudad.
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El Cristo del Grau
Al Cristo del Grau se le venera fervorosamente en la parroquia de Santa María.
Estamos en el año 1.411, Martín el Humano ha fallecido sin sucesor en 1.410.
Es una época de trono vacante, durante la que va agitándose la influencia social de San Vicente Ferrer.
Y, aunque el Grau se va consolidando, su parroquia no tenía párroco propio, y era “de corto vecindario, y formaba parte de la parroquia de Russafa, una de las 12 de la ciudad.
En estas circunstancias, el miércoles 15 de agosto de 1.411, fiesta de la Asunción, titular de Santa María del Mar, el mar estaba tranquilo.
A las 9 de la mañana, el centinela de la torre vigía miró al horizonte y le pareció ver un mástil avanzando majestuosamente hacia la tierra.
Pero a medida que se fue acercando, se advertía que no se trataba del mástil de un barco, sino de una escala de madera de 33 escalones, a cuyo extremo había una imagen de Jesucristo clavado en la cruz, que se detuvo en la boca del Turia.
Esta noticia llegó pronto a los oídos de los vecinos de Russafa, que al tener que al tener una parroquia de la que dependía la ermita del Grau pretendían tener derecho a quedarse con la imagen del Cristo.
Su intención era resolver el pleito por las buenas, acudiendo a los consejos del obispo Hugo de Lupia y del gobernador.
Reunidos en consejo miembros de las dos comunidades, acordaron que el gobernador, acompañado de dos vecinos de Russafa y de dos del Grau, embarcasen en una chalupa y depositasen la escalera con la imagen una legua mar adentro, frente a la desembocadura del Turia.
La providencia tenía la palabra.
Si el Cristo se deslizaba hacia el Grau se quedaría en Santa María.
Si lo hacia en dirección a Russafa, se quedaría en San Valero.
La escalera y el Cristo escogieron el Grau, a pesar de que los de Russafa, según cuenta una tradición, intentaban atraer hacia ellos la escalera con un gancho cuando estaba en la mitad del río.
De ahí el sobrenombre o mote de “ganxuts” que reciben los vecinos de Russafa.
La gran escalera, de 33 peldaños, fue colocada en sentido horizontal en una de las paredes laterales.
Pero poco a poco fue disminuyendo de tamaño, pues todos los fieles, empezando por el obispo, querían llevarse a casa un escalón o al menos una astilla.
El mismo Benedicto XIII estuvo visitando el Cristo, y cenando en las Atarazanas.
En el siglo XIX la Hermandad determinó construir un relicario de plata en el que se guarneciera la escalera, pero previamente le cortaron otros dos peldaños para repartirlos en fragmentos entre los que habían contribuido a la adquisición del relicario.
De modo que la escalera quedó solo con 9 escalones.
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El Siglo de Oro
El Reino de Valencia va adquiriendo un creciente peso específico en la Confederación, y el esplendoroso Siglo de Oro también derrama sus dorados reflejos en la vida del Grau.
Los grandes entramados empresariales se afincan en Valencia, abriéndole un hueco en el panorama económico europeo, superando la navegación de cabotaje (en términos navales, cabotaje es el transporte de carga y pasajeros entre puertos de un mismo país, navegando relativamente cerca de la costa; etimológicamente significa navegar de cabo en cabo) y el comercio de corto radio de acción.
En el tránsito a la Edad Moderna, Valencia fue centro o escala de una serie de rutas marítimas que la unieron directamente con el resto del continente y de África.
Las grandes embarcaciones, tras haber estibado paños de lujo italianos, atracaban a lo largo del litoral para cargar azúcar o frutos secos, de elevada demanda en el norte de Europa.
En el viaje de retorno, el mercado de la capital era el destino de los cargamentos de finas telas holandesas.
Su espacio sería entonces ocupado por grana y lana, con destino final en las ciudades del norte de Italia.
Este flujo suponía una jugosa recaudación fiscal sobre la que reposaba el sistema económico urbano.
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Esbozos de puerto y primer muelle
A pesar de su considerable comercio marítimo, Valencia seguía sin disponer de puerto en el siglo XV, y ni siquiera contaba con un embarcadero permanente.
En caso de necesidad, no había otra solución que trasladar los buques río abajo o arrastrarlos a la playa para evitar el peligro.
La primera alusión a un embarcadero de madera en el Grau se hace entre 1.412 y 1.414, a propósito de la visita de Fernando I de Antequera.
Un paso realmente decisivo hacia la construcción del puerto se dio cuando Fernando el Católico, el 28 de mayo de 1.483, concedió un privilegio al caballero valenciano Antoni Joan, para que pudiera construir en la playa del Grau un desembarcadero o puente de madera para los mercaderes y marinos.
Antoni Joan ofreció construir el embarcadero a sus expensas y a cambio se convirtió en recaudador de los derechos de uso del pont de fusta.
Además, para redondear el negocio, Antoni Joan fue investido con el cargo vitalicio de recaudador de todos los derechos reales concernientes a las entradas y salidas de mercancías, personas o navíos en el Grau.
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Alfonso el Magnánimo y el Grau (1.416-1.458)
Los Estados comienzan a pensar en acciones de envergadura para hacer frente a los ataques piráticos.
Se trataba, nuevamente, de controlar el mar, que no era una buena línea fronteriza.
En realidad, más bien parecía una autopista hacía autopista hacia el propio territorio, pues servía para que por él navegaran hacia nosotros los enemigos de la otra orilla.
Por tanto, había que plantearse la conquista del litoral norte africano y extender el dominio a Italia, para dar seguridad a las costas peninsulares y abrir nuevos mercados a la Corona.
Pocas épocas fueron tan activas e interesantes como esa larga etapa dominada por Alfonso el Magnánimo, que reina nada menos que de 1.416 a 1.458.
Etapa marcada por su aliento expansionista, que finalmente cuajará cuando en 1.443 consiga la corona de Nápoles, aunque la lejanía del trono supuso un cierto abandono de la política interna, que propiciaba un reino poco cohesionado y expuesto a luchas intestinas entre las diversas facciones nobiliarias.
Estas tensiones y la dislocación del equilibrio entre las clases irán incubando la guerra civil a la que desde el primer momento de su reinado deberá hacer frente su hermano y sucesor Juan II.
Esta aventura italiana convirtió al puerto del Grau en centro neurálgico de una intensa actividad bélica.
Poco más tarde, en 1.423, las galeras valencianas sirvieron de ariete para destrozar las cadenas que cerraban el puerto de Marsella, trayéndose como trofeo de guerra el cuerpo de San Luis y unos eslabones de las cadenas, que se conservan en la Catedral de Valencia.
En 1.428 se emprende la construcción de atalayas en todo el litoral y se fortifica la playa del Grau, erigiendo empalizadas y barreras para resguardar las embarcaciones de marinos y pescadores.
Mientras tanto, se realizan turnos de vigía de día y noche en lo alto del recién construido Miguelete.
Durante la noche, cuando el tiempo es claro, se establece comunicación con otras atalayas por medio de señales de humo durante el día y de hogueras por la noche.
Toda esta situación se vivía en el Grau con efervescencia, pues en él se congregaban grupos militares (segundones de las familias nobles) deseosos de trasladarse a Nápoles y ponerse al servicio del Rey, así podrían adquirir honor y fortuna.
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Scarincio, corsario de la Costa Azul
Toda esta guerra de desgaste con Génova nos ofrece unos episodios de graves repercusiones en el Grau.
Nos centraremos en las andanzas de uno de ellos: Scarincio.
La primera noticia que tenemos de Scarincio data de 1.457.
Ese apodo deriva de scarano cuyo el significado es e de “ladrón”.
Scarincio es el aventurero que encuentra en la lucha la única razón de su existencia y que ofrece su nave y su persona al servicio de los príncipes.
Es un pirata, convertido en corsario por la ocasión, que hace resonar con sus gestas las crónicas de la época.
En realidad, se llamaba Gian Battista Alcardo y era un aventurero de Puerto Mauricio, en la Riviera luguria de Poniente, la actual Costa Azul.
Con nacionalidad genovesa, durante años rastrea todo el Mar Tirreno, seguro de la ayuda y del refugio que le ofrecían las costas ligures, aunque a veces asaltaba las naves de sus propios conciudadanos.
Aunque estuvo a sueldo de la república genovesa, sus acciones piráticas fueron tan arriesgadas que el gobierno genovés pensaba ponerle freno para evitar represalias de países que teóricamente eran amigos.
Tanto valencianos como catalanes, debíamos defendernos de sus gestas con todo empeño.
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Juan II (1.458-1.479)
A Alfonso el Magnánimo le sucede su hermano Juan II, que a los 60 años recibe una herencia política muy envenenada, a la que supo hacer frente con una gran capacidad de maniobra poniendo los cimientos de la nueva España, con la boda de su hijo Fernando con Isabel de Castilla.
Aunque Juan II era un rey común a valencianos y catalanes, no reaccionaban por igual ante él el Reino de Valencia y el principado de Cataluña.
Mientras la mayoría de la sociedad catalana se oponía al monarca, Valencia aceptaba a Juan II como a su señor natural, con la excepción de algunas facciones nobiliarias.
Juan II no ciñó la corona en buen momento, pues además, de los genoveses y los angevinos (Los partidarios de Felipe de Anjou o de Borbón en la Guerra de Sucesión Española de 1700-1715, llamados angevinos, borbónicos, felipistas o botiflers; por oposición a los partidarios de Carlos de Austria o de Habsburgo, llamados austracistas, carolinos, imperiales, vigatans o maulets), se aliaron contra él Francia y Castilla.
Además, la nobleza catalana, pasando por encima del rey, nombraron heredero a su hijo Carlos de Viana en enero de 1.462 y destierra a Juan II, prohibiéndole pisar tierra catalana.
Poco más tarde, y habiendo fallecido repentinamente el Príncipe de Viana, la rancia aristocracia catalana, apresa y da muerte a los representantes más significativos de la fracción popular en la que se apoyaba el rey.
Eso significó el estallido de la guerra civil que duraría 10 años, y durante la cual los descarriados catalanes ofrecen la corona de Aragón, sucesivamente, a cuatro personajes:
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Enrique de Castilla
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Carlos de Berry (hermano de Luis XI)
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Pedro de Portugal
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Renato de Anjou
Juan II afronta este tremendo peligro para toda la Corona de Aragón reavivando las ascuas de la facción de la nobleza castellana más afín a Aragón y poniendo en pie una alianza internacional con la que contrarrestar la presión francesa.
El astuto rey toma dos medidas más, una política y otra bélica:
Casa a su hijo Fernando con Isabel, hermanastra de Enrique IV, y poniendo sitio a Barcelona consigue la capitulación de Pedralbes el 169 de octubre de 1.472.
No habría vencedores ni vencidos, y Juan II jura las constituciones de Cataluña.
Tres siglos tardaría Cataluña en recuperarse de los destrozos sufridos.
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Fraudes, esclavos y contrabando
En un mundo donde se legaliza la captura de enemigos para dedicarlos a la esclavitud, se consideraba fraude la venta clandestina de esclavos sin haber satisfecho el “quint”, 20% debido al rey.
La venta legal de los esclavos tenía lugar en el mercado contiguo a la Lonja.
Los fraudes se desarrollaban normalmente en los puertos, desde donde partían expediciones clandestinas “a tierras de moros” cargadas con armas.
Los fraudes se descubrían generalmente gracias a denuncias presentadas, que son frecuentes porque el denunciante recibe un tercio del precio que las mercancías alcanzan en la subasta.
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Barqueros y pescadores
La vida de los pescadores se desenvolvía en medio de grandes dificultades.
También tenían entre sí sus propias rencillas, pues el derecho a la pesca exigía una reglamentación muy detallada, que no evitaba los roces.
Para que estas cuestiones las dirimieran entre ellos, el Bayle General, Joan Mercader, el 27 de febrero de 1.430, nombraba a Gabriel Pi, pescador de la ciudad de Valencia, lugarteniente de los jurados del Común de Pescadores, así en el Cabanyal, como en la ribera del mar y en la gola de la Albufera.
Su principal cometido era tener a raya o detener a los pescadores que alborotasen o que no usasen las debidas artes de pesca.
Poco a poco, estos pescadores van organizándose y alcanzando algunos derechos y mejoras, concretamente, el 28 de mayo de 1.454, Pere Suret, Joan Balaguer y Antoni Valent, síndicos pescadores, son enviados a Nápoles a entrevistarse con Alfonso el Magnánimo.
Su objetivo era poder comercializar directamente el pescado, el rey, les concede que “de hoy en adelante por todos tiempos tengáis y podáis tener en la Pescadería de la dicha Ciudad tablillas, pesas, esteras, cuchillos y otras cosas necesarias para vender, cortar y pesar el pescado que en la dicha pescadería se vende, y haber, recibir, tomar y exigir de los conductores y alquiladores de aquellos lo que sea justo y se ha acostumbrado recibir, arrendar y exigir hasta aquí por los que semejantes cosas tienen”.
Por esta concesión deben pagar cada año en la fiesta de San Juan el censo de un morabatín de oro o diez sueldos moneda reales de Valencia.
En esta pescadería (situada en el espacio que hoy ocupa la plaza Redonda) no tenía competencias el Justicia de lo criminal, ya que los pescadores dependían directamente de la autoridad del Bayle General.
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Marineros. Tirage y Barcage
Cuando durante el siglo XV, en el puerto no podían anclar los barcos que tuvieran cierto calado, las galeras anclaban mar adentro, y para la descarga se servían de unas barcas que llegaban junto a las naves y transportaban el género a tierra, en una operación llamada “Barcage”.
Una vez en tierra, el género tenía que ser transportado a las Atarazanas, a los almacenes del puerto o al almodin de Valencia, esta operación se efectuaba por medio de recuas que tiraban de los carros, por esta razón se le llamaba “tirage”, tanto las barcas, como las mulas debían tributar unos determinados derechos, que también eran exclusivos del Rey, es decir, el 5% de sus ganancias.
Estas cantidades fueron establecidas por Alfonso el Magnánimo el 23 de enero de 1.422.
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Traginers, mesuradors, garbelladors, tiradors de sachs, venedors, carreters i recuers
Mientras que los barqueros se dedicaban al transporte entre las naves ancladas en el surgidor y la tierra firme, los traginers (arrieros) conducían la mercancía desde la playa hasta los almacenes del Grau o hacia las tiendas de la ciudad por el camino del mar.
Concretamente, el trigo lo transportaban hasta los almacenes del Real o hasta el Almudín.
Las operaciones de descarga son especialmente vigiladas por un notario que cuenta el número de cahíces descargados, aunque en el Grau había un agente de control permanente llamado “le Rebedor dels manifest dels blats del Grau de la Mar”, que arbitraba los conflictos entre barqueros, arrieros y comerciantes.
Cuando llegan las naves cargadas de trigo, junto a barqueros y arrieros están presentes, también, los medidores del Almudín.
La actividad de los carreteros no era menos importante, disponiendo de carros y caballos, efectúan transportes de todo tipo: troncos desde la orilla del río hasta el Real o toneles desde Campanar al Grau.
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Albixers, posaderos y hospitales
En una época sin ningún medio de comunicación, es fácil percibir la importancia del encargado de transmitir la información entre el Grau y la ciudad, sobre la carga de las embarcaciones, sobre las guerras, etc.
Para esta tarea se contaba con el albixer o correo especializado del puerto.
En caso de conflicto o peligro, ordena a los patrones de las naves y a los pescadores que conduzcan a tierra sus embarcaciones y que las pongan a salvo, para evitar males mayores, también avisaba de cuando y donde los “acordats” (contratados como trabajadores temporales en las embarcaciones) podían cobrar sueldos, o se avisaba de la prohibición de cargar fletes para los países en guerra con Valencia.
Los anuncios públicos completan la acción del albixer, y los pregoneros con la trompeta sus auxiliares.
Posadas y posaderos merecen una especial mención, debido a que las posadas, alhóndigas, alfondechs o fonducs (de donde proviene el popular “fonda”) eran como plazas públicas, hostal, almacén, mercado, centro de ocio y de transacciones comerciales, de intercambio de noticias, e incluso, oficinas de la administración.
Por ellos circulan animales y hay gritos y se cruzan cristianos, judíos y musulmanes.
Los posaderos emplean frecuentemente muchachas jóvenes para el servicio.
Las autoridades municipales llegan a acusarles de utilizar este subterfugio para reclutar y ofrecer prostitutas a sus clientes.
Heers (Jacques Heers historiador francés especializado en la Edad Media) afirma que todas las posadas situadas en el Grau practicaban dicho oficio.
Es una pena no poseer ninguna huella física de estos alfondechs, decisivos en la vida del Grau.
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El Guarda del Grau
Un centro de trabajo tan complejo como la factoría portuaria requería una reglamentación estricta y detallada.
El oficial encargado de poner orden en este entramado marítimo fue el Guarda del Grau.
No se conoce reglamentación de esta figura hasta el 18 de marzo de 1.402.
Deben someterse a las normas municipales y la duración de su jornada estaba delimitada desde el amanecer hasta la puesta del sol, con miras a evitar los peligros de la nocturnidad.
El Guarda del Grau tenía plena autoridad, delegada por el Bayle General, tanto en el mar, como en el litoral.
Hasta el 13 de mayo de 1.473 no se consolidan y aúnan todas las disposiciones fragmentarias sobre sus funciones, que quedan definidas en el Estatuto redactado por Domingo Mascó, asesor del Bayle de Valencia.
El Guarda del Grau queda desde este momento retratado como un oficial real, a menudo vitalcio, a quien se le atribuía el derecho de intimidar, ordenar y castigar.
Provisto de vara de mando, su signo distintivo, está facultado para intervenir cualquier nave en busca de maleantes o deudores.
También ejerce funciones de policía y dispone, junto a su casa del Grau, de una cárcel para detener prisioneros judíos, musulmanes o cristianos.
Ahí disponía de cepos, cadenas, grillos y collar de hierro.
En el caso de que algún cautivo se ocultase en la playa, para escapar en alguna nave de las que allí se encontraban varadas, corresponde única y exclusivamente al Guarda del Grau su captura y notificación al Bayle General, encerrándolo provisionalmente en esa cárcel.
Una vez clarificado el delito del que se le acusaba, lo transfiere a las instancias superiores.
Los casos menores los resuelve directamente el Justicia del Grau.
Su gran negocio es la concesión de los albarany, recibos de embarco y desembarco de las mercancías, emitidos por las autoridades de la Baylia, de los cuales es el poderdante.
En su tarea es ayudado por 3 personas: su lugarteniente, el alguacil de los mares y el ujier mayor de la Baylia.
Él es quien delimita el espacio en el interior del cual se realiza el trabajo de los barqueros.
Desde luego, para descargar, la nave no puede alojarse en la desembocadura del Turia, ni mucho menos penetrar río arriba para varar en la ciudad de Valencia.
El espacio será, como siempre, el comprendido entre el río, la “torreta” y los arsenales (Atarazanas)
De ahí no se pueden alejar sin autorización expresa de la Baylia o del Guarda del Grau.
También se les prohíbe a los barqueros mantener sus barcas equipadas durante la noche.
Durante el día, los esfuerzos de vigilancia se deben centrar en los fraudes, el tráfico clandestino y las salidas de naves sin permiso de la Baylia.
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Otros agentes fiscales
Junto al Guarda del Grau, el 20 de enero de 1.463, se habla de otro Guarda del que no están claras las competencias, se trata de un cargo dedicado al control de la pesca, como parecen indicarlo el título y la delimitación territorial: “guardia del estany de la Albufera, devesa e salines prop lo Grau de Valencia”.
El 20 de enero de 1.463, el rey Juan II le otorga la facultad de usar “bastón” como símbolo de su autoridad, su jurisdicción abarca desde la Albufera y el Cabanyal, o dicho de otro modo, desde el cabo de Cullera hasta el Puig.
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Mercaderes valencianos y foráneos
El fomento de la industria naval y la mejora de la infraestructura portuaria, se revelaban como imprescindibles ahora que Valencia quedaba integrada dentro de la política mercantil de la República de San Marcos de Venecia.
Cada año, entre 1.425 y 1.497, llegaban a Valencia dos flotas venecianas, una de Aigües Mortes y otra de Berbería, estas galeras proporcionaban a la ciudad enormes beneficios.
El Grau se convirtió, merced al comercio, en un puerto de proyección internacional, que estimulaba la venida de mercaderes extranjeros.
Entre estos, la colonia más numerosa era la de los genoveses, que traficaban sobre todo por mar, y traían especias, papel, telas, bordados, mercería, acero, hilo de latón, cañamazos, hilo de hierro, pastel, telas de seda, algodón hilado, camelotes, hilo de oro, correas de plata, tártaro, trementina, ceniza (carbonato de cobre artificial), remos, castañas, fustanes, queso, trigo, bombasí (tela de seda), incienso, almáciga, canela, damascos, clavo, libros, jengibre, drogas, tijeras, sándalo, candiles, vino, índigo, cobre, mercería, pimienta y jubones.
Las disposiciones del rey eran que por la venta de todos estos artículos al detalle pagaran impuestos al funcionario estatal Luis de Santàngel, arrendador de los peajes.
Pero los genoveses pretendían beneficiarse de un antiguo y vago privilegio estipulado en la tregua firmada en tiempos de Juan II que las autoridades españolas procuraban poner en entredicho.
Por eso, en 1.479 protestan ante Fernando el Católico porque Santàngel les obliga a pagar esos derechos de peaje, lezda (impuesto sobre las mercancías vendidas a personas foráneas y generalmente consistía en la undécima parte de lo vendido) y derecho italiano por las telas y mercancías que traían de Lombardía.
El rey, después de unos años de litigio, y tras oír al Bayle General, ordena que Santàngel solo perciba el viejo derecho más el 6 por ciento.
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Lluís de Santàngel
Lluís de Santàngel era descendiente de judíos conversos originarios de Daroca.
El 6 de septiembre de 1.436 se avecinda en Valencia su abuelo, también llamado Lluís de Santàngel.
Era mercader y estableció su casa en la calle de los Castellvins, una zona con predominio de los grupos burocráticos y administrativos.
Ahí debió nacer nuestro Luís hacia 1.440, cuatro años antes de la muerte de su abuelo.
Numerosos datos remarcan la intensa relación que Luis de Santàngel tenía con el Grau.
Se sabe de su relación con el caballero Antoni Joan, arrendatario del primer muelle del Grau.
Este, junto con Carles de Vilaragut, Pere Ramón de Montsoriu, Pere Exarch y Bernat Almunia, todos caballeros y habitantes de Valencia, toman en arriendo las tres cuartas partes de los impuestos de la mercadería, al tiempo que Lluís de Santàngel se apropia del último cuarto.
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Relación en el Grau entre Santàngel y Colón
Es muy probable una relación amistosa entre Colón y Santàngel.
Por aquel entonces, los Santàngel comerciaban con lana, al igual que Cristóbal Colón, que antes, de embarcarse en la aventura del descubrimiento, entre 1.468 y 1.473, hacia con su padre Domingo, la ruta de Lisboa, Cádiz, Sevilla, Valencia y Génova, en la órbita de los comerciantes genoveses.
La industria pañera genovesa se abastecía de lana española, materia prima que se adquiría en Cádiz, Valencia y Tortosa.
Esto, precisamente en la época que, según la Real Cédula de Toro de 18 de noviembre de 1.476, Fernando I le concedía a Luís y a su hermano Jaume el arrendamiento del peaje, la leuda (levadura) de Tortosa y los derechos aduaneros que habían de pagar en Valencia los mercaderes genoveses y alemanes.
Y que Colón conocía Valencia consta por la frase que pronunció al descubrir en su tercer viaje la isla de Trinidad:
“eran muy lindas tierras, a tan fermosas y verdes como las buenas huertas de Valencia en marzo”.
De no haberse conocido, es impensable que Santàngel, que formaba parte del círculo de los hombres de confianza de la corona, hubiera tenido tanta confianza en él, la suficiente para arriesgar su dinero y, más que eso, su prestigio para patrocinar la empresa americana, recomendándolo vivamente a los Reyes Católicos como hombre de saber y de buen juicio.
Fuentes consultadas:
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Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
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Archivo Histórico Municipal
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Biblioteca valenciana
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Biblioteca valenciana digital
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Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
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Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Hemeroteca valenciana
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Wikipedia
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Jdiezarnal
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Arquitectos de Valencia
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Arquitectos italianos en España
Bibliografía:
Existe mucha y muy variada bibliografía referente al Grau, por tanto, tan solo mencionaremos algunos de ellos:
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Guía urbana de Valencia. Marqués de Cruïlles.
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Orígenes del Reino de Valencia. Antonio Ubieto.
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Autoritarismo monárquico y reacción municipal. Amparo Felipo Orts.
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Insaculación y élites de poder en la ciudad de Valencia, Amparo Felipo Orts.
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Antonio Sanchis Pallares. Historia del Cabanyal. Poble Nou de la Mar 1.238-1.897
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Antonio Sanchis Pallares. Historia del Grau
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Isidro Planes. Sucessos fatales desta ciudad, y Reyno de Valencia o Puntual Diario de lo sucedido en los Años de 1.705, 1.706 y 1.707
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Antonio Sáñez Reguart . Diccionario histórico de los artes de la pesca nacional (1.791-1.795)
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Antonio Domínguez Ortiz. Carlos III y la España de la Ilustración
Fotografías
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José Huguet
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Diez Arnal