De furtivos a tiradas reales

Si te gustan nuestros artículos puedes suscribirte a los boletines semanales con las últimas noticias sobre la historia de Valencia

Albufera de Valencia. De furtivos a tiradas reales.

En el pasado la caza era un pilar de la sociedad y constituía la pasión de la aristocracia, pero también del vulgo. Para la gente del común la búsqueda de alimentos era la finalidad esencial de la caza, mientras que para la aristocracia y los monarcas era una señal de superioridad que los distinguía del resto. Por eso la corona se reservó el uso exclusivo de la caza y ahí están las tiradas reales en la Albufera para confirmar este principio. Los demás se tenían que conformar con la caza furtiva si querían comer carne, bien descrita por Blasco Ibáñez en diversos pasajes de su novela cañas y barro y sancionada en las numerosas ordenanzas al respecto.

La tradición cinegética en la Albufera de Valencia hunde sus raíces en el pasado más remoto y han sido muchos los autores que se encargaron de estudiar y enumerar las especies de aves que alberga el lago, entre los que conviene recordar ya desde el siglo XVI a Juan Bautista Anyes (1.543) con su “Apología venatores pro avibus ad Illustrem Olivae Comitem”, seguido por Gaspar Escolano en sus capítulos de las “Décadas“, Marcos Antonio de Orellana, Tomás de Villanova, Antonio Boscá y otros muchos en nuestros días.

Y lo mismo sucedía con la Dehesa, cuya exuberante vegetación y abundante caza (ciervos, jabalíes, liebres, conejos, cabras monteses, nutrias, aves acuáticas, etc.) convertían este lugar en algo excepcional; razón por la que el rey Jaime I se reservó su propiedad tras conquistar Valencia, dictando una serie de privilegios y ordenanzas que garantizan el buen uso y conservación de ambos enclaves, tarea proseguida por todos sus sucesores y por la ciudad de Valencia.

Durante toda la Edad Media se reiteraron las disposiciones reales para controlar la caza en la Albufera, y así se siguió haciendo en los siglos posteriores.

En el año 1.512 se editó un pregón prohibiendo la caza durante el periodo de veda, en este periodo, se diferencia al cazador, del tirador con arco, mientras que otros utilizaban lazos o perros. Desde San Miguel hasta San Vicente se autorizaba la libre caza de “fotges e boxos”.

Una de las constantes preocupaciones de las autoridades responsables del Lago y de las regalías del mismo, era el control y cumplimiento de las normas por sus moradores, evitando cualquier transgresión, ya que iba en detrimento de la Ley y en perjuicio del fisco Real. Una de estas normas era la prohibición de pescar y cazar el domingo, el día del Señor, cuyo respeto por las gentes de la época no era todo lo que a la iglesia le hubiera gustado. La Albufera estaba en un paraje aislado y, con un poco de suerte, nadie se iba a dar cuenta de que alguien preparaba ese día las trampas para cazar fochas y otras aves, o levantar altozanos de fango y arena. Eso pensó, equivocadamente, el pescador Vicente Borbosa cuando fue sorprendido por el guardián de la Albufera, y fue multado con 60 sueldos por dejar preparada la trampa para aves en domingo, y con otros veinte por haber preparado altozanos (alters), en contra de las ordenanzas vigentes.

En los tiempos modernos las prohibiciones fueron más severas, ya que la caza furtiva se había convertido en el principal delito en la Albufera y así lo vemos reseñados en las pragmáticas de 1671, 1676, 1671 o 1676, donde se citan los lazos y tancades (trampa de redes e hilos) para cazar aves. Sí el arco y la ballesta fueron las principales armas utilizadas en los siglos medievales, ahora aparecen ya las armas de fuego: las escopetas y los arcabuces, que permitieron incrementar la práctica de la caza furtiva. De ahí que se prohibiera circular por el lago con armas de fuego y hubiera que llevar atados los perros, o tener barca de cazador, para lo cual, lo que se hacía era marcar las barcas de los pescadores, con el fin de diferenciarlas.

Más drástica fue la política de Carlos III respecto a la casa en el lago, pues en sus ordenanzas del 18 de julio de 1.761, tratando de fomentar el número de animales y especies, en particular de conejos, prohibido la caza de cualquier clase con escopetas, lazos, perros, hurones y otros artificios, bajo la pena de ser ahorcados al instante los perros y hurones de un árbol, perder la caza y fuertes multas.

“El de entrar a matar los ánades y fojas es de reyes”

Esto es lo que pensaba nuestro cronista Gaspar Escolano de la caza en la Albufera, aunque no olvidaba aquellas cuadrillas de valencianos que se reunían a holgar con todo el aparato de “comidas y músicas”. Porque, no lo olvidemos, igual que sucede en nuestros días, si la caza es lo más importante, no muy lejos le anda la comida que le sigue. De ahí que nuestro cronista se esmere en explicar todo el proceso de la caza, para concluir esta con el “descanso a los cuerpos con las largas y costosas comidas: y tomando aliento, se salen a la dehesa a dar otra batalla a los conejos y francolines”.

Escolano describe con todo detalle en sus “Décadas” esta avifauna y a él han seguido todos los estudiosos del tema. F. de P. Momblanch, que dedica un capítulo de su obra sobre la Albufera a las cacerías reales, recoge en un largo apéndice decenas y decenas de las especies de aves que pululan por la Albufera.

Pero hoy hace ya mucho tiempo que los jabalíes desaparecieron y los Halcones de Berberia no remontan el vuelo hacia la Albufera, aunque todavía en el siglo XVIII, en tiempo de Cavanilles las aves eran tantas que cubrían el sol, nos cuenta de forma un tanto exagerada el famoso botánico, a la vez que nos explica la táctica de acorralardas, consistente en hacerles levantar el vuelo para luego disparar el fuego graneado, un sistema que fue habitual en estas batidas.

Los viajeros extranjeros también se hicieron eco de estas cacerías, como el inglés Henry Swinburne, que visitó nuestras tierras en el siglo XVIII (1.775-1.776).

Dice asi:

una o dos veces por estación todas las escopetas de la zona se reúnen en barcas y hacen un enorme estrago entre las bandadas de pájaros que casi cubre la superficie del Lago”.

Naturalmente en estas cacerías de época moderna no podían faltar nuestros monarcas, Austrias o Borbones, ya que unos y otros fueron grandes cazadores y la ciudad tenía a gala obsequiarles con una visita a La Albufera y una tirada de caza.

  1. de P. Momblanch las estudio con detalle en su monografía sobre el Lago.

Visita y cacería sonada fue la que hicieron Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia en febrero-marzo de 1.599 con ocasión de la boda de ambos en Valencia, con los archiduques Margarita y Alberto de Austria, hijos de Maximiliano II, celebrada por el patriarca Juan de Ribera en la Catedral de Valencia. De estos actos nos dejaron sus crónicas y poemas Felipe de Gauna y Gaspar Aguilar. También hay que recordar la excursión a La Albufera en abril del 1.632 de Felipe IV o los buenos recuerdos que el archiduque Carlos guardaba de sus cacerías en el lago en sus estancias en Valencia.

Con la nueva dinastía de los Borbones instalada en el trono tras el triunfo militar en la Guerra de Sucesión no decayó el interés de los monarcas por visitar el lago, y sabemos que Felipe V y la familia real cazaron en la Albufera el 6 de mayo de 1.719, mientras que el 12 de noviembre de 1.731 se organizó una cacería al infante don Carlos, rey de las Dos Sicilias, futuro Carlos III, el monarca Borbón que más se preocupó por la Albufera.

Carlos III fue no solo soberano, sino gran cazador pues en su itinerario desde Sevilla a Nápoles, en el otoño de 1.731, aprovecho todas las paradas en el camino para cazar. En Valencia pernoctó en una buena casa que pertenecía al beneficiado Francisco Selma, pero no sin antes salir por la tarde “a tirar a la gran huerta del convento de San Francisco, de donde volvió muy contento”.

En su breve estancia en Valencia, Francisco de Goya, durante los meses de agosto y septiembre de 1.970, estuvo alojado en una barraca de El Palmar buscando reposo para él y su esposa Josefa Bayeu. La relación del pintor con Valencia se remonta a 2 años antes cuando pintara por encargo de la condesa duquesa de Benavente, María Josefa Pimentel, heredera asimismo de los títulos de las casas ducales de Osuna y de Borja, dos cuadros destinados a la capilla de los Borja de la Catedral Metropolitana.

Aquel año sería nombrado académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, seguramente a iniciativa del secretario de la misma, Mariano Ferrer, a quien le unía una buena amistad. La carta dirigida a su íntimo amigo, el zaragozano Martín Zapater y Clavería, el 3 de agosto de aquel año, no tiene desperdicio, pues nos encontramos ante un Goya del que las gentes del lago desconocían su fama de pintor y al que consideraban como un buen cazador, que no duda en comer la pitanza habitual de aquellas gentes: “guiso de rata con arroz y un plato de pato y anguila que te mataría de gusto”.

Un dato interesante para los que busquen recuperar la memoria gastronómica de la Albufera.

La fama de las tiradas de caza de la Albufera llegaron también a oídos del General Prim, que en el año 1.861 realizó una expedición de cetrería entre el 7 y el 9 de noviembre, cazándose 500 piezas, “de las cuales 200 han sido muertas por el bravo general” escribía el diario valenciano “La Opinión”.

También la visita a La Albufera efectuada el 26 de octubre de 1863 por doña Eugenia de Guzmán, esposa de Napoleón III, la conocida emperatriz Eugenia de Montijo, fue minuciosamente relatada por la prensa de la época. La cacería fue breve, tan solo media hora, cayendo 27 piezas: “La emperatriz, con la mayor maestría y con notable acierto, tomó feliz parte en la caza, cayendo a sus pies cuatro pájaros“.

En la segunda mitad del siglo XIX, al pasar a ser propiedad estatal en el año 1.865 se continuó arrendando la caza en el lago, correspondiendo al concesionario la regulación y organización de las tiradas y subastas de puestos.

Las tiradas organizadas en la Albufera siguieron practicando sé hasta finales de los años 70, cuando el Ayuntamiento de Valencia decidió suprimirlas y dejar, únicamente, las tiradas populares de San Martín y Santa Catalina, en las que se dejaba cazar a todos; estas tiradas causaban un notable impacto sobre la fauna del Lago, tanto por el número de piezas abatidas, como por el número de especies protegidas (garzas, cormoranes, etc.) que eran víctimas de las escopetas.

En el año 1.982 se prohibió la caza en La Mata del Fang, en 1.985 en la Mata de Sant Roc y el 1.986 en la Manseguerota y en el Lluent, para, finalmente, suprimir la caza en el lago en el año 1.987.

 

Fuentes consultadas

  • Archivos autores

  • Archivo del Reino de Valencia

  • Archivo Histórico Municipal

  • Biblioteca valenciana

  • Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia

  • Archivo de la Diputación provincial de Valencia

  • Hemeroteca valenciana

  • Wikipedia

Bibliografía

La bibliografía sobre la Albufera es muy extensa, por lo que, solo recogeremos una pequeña muestra:

  • El cas de L’Albufera, zones humides valencianes, Emili Piera

  • L’Albufera de Valencia, Daniel Sala, Francisco Calero, Pepe Sapena

  • La Albufera. De Lago Real a Parque Natural, José Hinojosa Montalvo

  • Historia de la Albufera de Valencia (1.960) Francesc de Paula Momblanch

  • Fauna valenciana. Geografía General del Reino de Valencia. Boscá. A., 1.916

  • Tratado de los derechos y regalías que corresponden al real patrimonio en el reino de Valencia y de la jurisdicción del intendente, como subrogado en lugar del antiguo bayle general. Branchat, V., 1.784-1.786

  • Estudio histórico y jurídico de la Albufera de Valencia. Su régimen y aprovechamientos desde la Reconquista hasta nuestros días. Caruana Tomás, C., 1.954

  • Observaciones sobre la Historia Natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia. Cavanilles, A. J.

  • Décadas de la historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia. Escolano, G. – Perales, J.B. 1.879-1.880.