La Albufera: Disposiciones, amojonamiento y visitas reales
La Albufera: Disposiciones, amojonamiento y visitas reales
“Dista de la ciudad casi dos leguas
un Lago que, entre, muchas maravillas,
aunque menor que el Golfo de las Yeguas,
tiene de redondez catorce millas”
La Albufera: Disposiciones, amojonamiento y visitas reales
Con estos versos el poeta valenciano Gaspar Aguilar (Valencia, enero de 1.561 – Valencia, 26 de julio de 1.623), nos dejó su visión sobre la superficie de la Albufera, unas cifras que han variado con el tiempo en función de los límites del marjal, tal como puede apreciarse en diferentes grabados y mapas de la época, desde Antón van den Wyngaerde (Amberes, ¿1.512/1.525?-Madrid, 7 de mayo de 1.571), conocido en España como Antonio de las Viñas o Antón de Bruselas, fue un dibujante paisajista flamenco en 1.563, y la cartografía posterior.
De lo que no hay duda es que la superficie de la Albufera fue antaño mucho mayor que la actual, pero el peor enemigo que ha tenido el Lago, ha sido siempre el hombre, que buscando el afán de lucro, mejorar su situación económica o simplemente por necesidad, ha ido reduciendo a lo largo de los años la superficie lacustre. Las 30.000 hectáreas (1 hectárea = 10.000 m2) iniciales se habían reducido a la mitad a comienzos del siglo XVI y en tiempos de Carlos III eran de 13.972 hectáreas. Antonio José Cavanilles y Palop (Valencia, 16 de enero de 1.745 – Madrid, 5 de mayo de 1.804, ilustrado, botánico y naturalista) dio la cifra de 8.190 hectáreas; el 12 de mayo de 1.865 cuando la Albufera se segregó del Patrimonio Real tenía una superficie cubierta por las aguas de 102.255 hanegadas o fanegadas (1 hanegada o fanega = 831 m2), 8.130 hectáreas, y en 1.898 se contabilizaron 5.091; en 1.911 eran solo 37.476 fanegas, o sea, 3.114 hectáreas y en 1.927 cuando el Ayuntamiento tomó posesión del Lago, la zona cubierta por las aguas era de 3.114 hectáreas. Un retroceso que hay que calificar de escandaloso.
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De la escasa profundidad del Lago tenemos el temprano testimonio de Gaspar Juan Escolano (Valencia 1.560 – Valencia 1.619, eclesiástico, escritor e historiador valenciano), que se refiere también al complejo mundo del interior de la Albufera, con sus cañaverales, islotes, etc.:
[…] “No es más honda la Albufera de lo que basta para sustentar barcos de a dos remos por banda; y así en toda ella se puede hallar pie, por la mucha arena que le entra con las avenidas de los barrancos. De cuando en cuando, a trechos, se levantan dentro della, unas como islas de cañaverales o carrizales, que sirven de bosques y fortalezas para guarecerse las infinitas aves. Un solo islote o seco de arena se descubre en toda su latitud; y con estar rodeado de aguas saladas, como para alivio de los navegantes, produce una fuente de dulces” […]
Escolano, Gaspar Juan – Perales, Juan Bautista. Décadas de la Historia de la Insigne y Coronada Ciudad y Reino de Valencia. Terraza, Aliena y Compañía Editores.
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La Corona y los habitantes de la Albufera eran conscientes del delicado equilibrio ecológico de la Albufera, y buscando proteger su riqueza dictaron numerosas disposiciones de protección y mejora. Valga como ejemplo la orden dada en 1.342 por Pedro IV a Guillem d’en Fluvià para construir una acequia que impidiera la entrada en el Lago de los sobrantes de riego, pues los expertos opinaban que las acequias de las huertas dulcificaban en exceso las aguas salobres de la Albufera, por lo que Pedro IV ordenó Guillem d’en Fluvià la construcción de la misma. La nueva acequia d’en Fluvià desviaba hacia el rio Turia los sobrantes de las acequias de Favara y Rovella, mejorando el drenaje de la marjal (es una zona húmeda, generalmente cercana al mar, de gran riqueza tanto en fauna como en flora, este terreno bajo y pantanoso se halla cubierto de vegetación prácticamente en su totalidad y su origen puede ser diverso. Estas zonas húmedas a menudo son estaciones de paso en la migración de las aves entre el norte de Europa y África), aunque no se aumentó la superficie cultivada.
El descuido y el abandono por parte de los vecinos del entorno fue una amenaza permanente para la Albufera, y ello desde la época medieval.
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En julio de 1.350 Pedro IV se quejaba del estado deplorable en que se encontraba el Lago en aquel momento debido a la época de sequía que venía padeciendo el reinado y por ello Albufera exuta et desicata est, siendo imposible la navegación e incluso toda la circulación por las aguas. El baile del Reino de Valencia, consciente de la situación, estudió la cuestión y trató con diversos pescadores, tanto de la propia ciudad de Valencia como de los lugares cercanos al Lago, la forma de conseguir aumentar el nivel de la Albufera. Sin embargo pronto pudo comprobar el baile, la negligencia de aquellos pescadores, puesto que ninguno de ellos se prestó a dedicar uno o dos jornales a intentar retornar las aguas al Lago y a la acequia de Fluvià, recién construida.
El baile, ante la falta de cooperación, pidió al rey le indicase alguna solución al problema. El monarca le ordenó que con la mayor diligencia llevara a efecto los trabajos pertinentes y obligara, de su parte, a todos los pescadores a cooperar en el trabajo.
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Ya en la década de los 80 del siglo XIV Pedro IV por un privilegio del 15 de agosto de 1.386 aprobó la concordia entre el consistorio de la ciudad de Valencia y el obispo Jaime de Aragón con su cabildo, para desecar y poner en cultivo una extensa zona de marjal al sur de la ciudad. Para ello creó un comisario de Francs e Marjals, nombrados por el justicia (las zonas de Francs, Marjals y Extremales, son unas zonas de huerta cuyo riego no depende del Tribunal de las Aguas, si no directamente del Ayuntamiento de Valencia. Se llaman así porque los agricultores estaban libres de impuestos y diezmos «francos» para sanear y poner en producción una zona insalubre «marjales». El agua provenía de fuentes, sugerencias «ullals» o sobrantes de las acequias históricas «extremales». La primera concesión data de 16 de agosto de 1.386 (Pedro IV de Aragón) y corroborada en 1.510 por Fernando II el Católico), jurados o Consell de la ciudad, que se encargaría que las acequias, brazales, escorrentías y puentes estuvieran en perfecto estado. Lo límites fijados a la zona de Francos fueron la acequia d’en Fluvià hacia abajo, hasta el camino de Conca, cuya acequia comenzaba en Cassen Jusà y acababa en el rio, en la Punta d’en Silvestre.
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Cuando la Albufera se hincha, una barca en la gola
Aun cuando el camino principal que bordeaba la Albufera discurría por el margen izquierdo, existía otro camino que, como en nuestros días, comunicaba Valencia con las villas de Cullera y Gandía, partiendo de la Punta d’en Silvestre y discurriendo por el paraje de la Conca y la Dehesa. Tenía también la consideración de camino real, pero resultaba peligroso en la época de lluvias o cuando se producía la crecida del Lago, y en esa circunstancia lo que se hacía era romper la gola (canal navegable en la barra de un río o puerto. Se dice también a la garganta o canal en que crecen las encañizadas y las fileras) para que las aguas de la Albufera pudieran desaguar. La solución para no interrumpir la circulación era que los pescadores transportaran en sus barcas a los viandantes, a cambio del pago de una cantidad de dinero, algo que hasta fines de la Edad Media los pescadores hicieron por cuenta propia y sin permiso del monarca, señor del Lago.
Fernando el Católico, el 10 de octubre de 1.487, en consideración a la petición del conde de Benavente y en pago a los servicios prestados a sus antecesores en el trono por Alfonso Miranda, guardián de la Albufera, le autorizó de por vida a tener una barca de pesca en la gola en esos momentos de ruptura para que pudieran cruzar los viandantes, si bien la embarcación debía de ser pequeña para no entorpecer la entrada de los peces desde el mar al Lago. Él o quien indicara tiraría con una cuerda de mulas, caballos, asnos u otros animales que nadaran de una parte a otra, percibiendo por cada hombre, animal o carga lo que solían cobrar los pescadores, dedicando los ingresos a sus usos o a los gastos de dicha barca.
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Con el paso del tiempo la circulación por el citado camino fue en aumento, pero la gente lo que hacía a menudo era utilizar atajos por dentro de la Albufera, lo que lo que resultaba perjudicial para las crías de los peces que entraban por la gola, ya que al caminar pisaban indiscriminadamente y mataba a muchos de ellos, por lo que el 8 de junio de 1.536 Lluís Carroz de Villarragut, baile general del reino, ordenó que en Cullera se diera un pregón prohibiendo a viajantes y trajineros el paso a pie o a caballo por la gola de la Albufera.
Quien queme la Dehesa sea “penjat per lo coll per manera que muira”
Desde que la Albufera entro a formar parte del Real Patrimonio, las prohibiciones contra la caza, la recogida de leña y pastar clandestinamente fueron constantes.
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Pedro Quintana, baile general del Reino, en 1.573 da un pregón en el que destaca en primer lugar la dureza de las penas contra los contraventores, que llegaba hasta la pérdida del puño, de acuerdo con viejas ordenanzas del tiempo de Pedro III el Grande.
Los incendios intencionados en la pinada y las islas del Lago eran ya, por desgracia, un problema por esas fechas, por lo que el castigo para los imprudentes que lo causaban era terrible: perder el puño y si superaba los quinientos suelos suponía la muerte en la horca (penjat per lo coll per manera que muira).
También se trataba de prevenir los incendios de las barracas, muy habituales, dado lo frágil de los materiales, prohibiendo trasladar el fuego de una a otra si no era dentro de una olla.
Hay también normas interesantes sobre la caza (habiendo hecho ya su aparición las armas de fuego, junto a la medieval ballesta), sobre la recogida de leña y la vegetación natural, como eran los palmitos o las bellotas, utilizados en el autoabastecimiento personal y de los animales domésticos, pero que en este caso deja traslucir una cierta inquietud ecológica, de mantener el equilibrio del ecosistema, dado que, se dice: per que són per a la sustrentació de la diversitat dels animals que abiten en la dita devesa e llímits de la dita Albufera.
A la vista de la reiteración de las prohibiciones, del fracaso en su cumplimiento y del resultado actual, podemos afirmar que, a la larga, la naturaleza fue vencida por el hombre.
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La Albufera se amojona por primera vez
Las inundaciones periódicas hacían que los límites de la Albufera fueran variables, algo sabido por todos y que era aprovechado por los particulares, señores vecinos y corporaciones municipales para crecer territorialmente a costa del Lago. De ahí la necesidad que la Corona tuvo de proteger su patrimonio mediante el deslinde y amojonamiento (cuando los límites entre dos terrenos contiguos, privados o públicos, son confusos y no se puede saber la línea perimetral divisoria de cada terreno, el propietario de uno de los terrenos tiene derecho a solicitar un deslinde.
La acción de deslinde es un acto formal para distinguir los límites de una propiedad. Consiste básicamente, en solicitar que se investiguen los límites confusos para saber con certeza los lindes de un terreno.
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Para plasmar física y visiblemente los límites de un terreno se utiliza el amojonamiento. La acción de amojonar es un acto secundario derivado de la acción de deslinde, donde se marcan con hitos o mojones los lindes establecidos) de la Albufera, tarea que se llevó a cabo el 21 de marzo de 1.577, siendo el primero de los que se conoce y fue llevado a cabo por Pedro Quintana, baile general del Reino. Se desconoce donde se colocó la primera fita (marca sobre el tierra que sirve para delimitar un término o finca), para proseguir por los límites de Catarroja y Albal, pasar por Silla, a la Torre de Romaní y el término de Sollana, Sueca, Cullera, Catarroja, Massanassa, Alfafar y diversas partidas del término de Valencia. La mayoría de los mojones estaban dentro del Lago y otros junto a tierras de cultivo, estas se dedicaban en aquellos años a moreral, arroz, tierra campa (tierra que carece de arbolado y por lo común solo sirve para la siembra de cereales o similares), viñedo, olivos y encinar.
“Tanto este canal se hará/como esto se romperá”
Este fue el brindis al cielo lanzado en 1.854 por el gobernador civil de Valencia, Ramón de Campoamor y Campoosorio (Navia, Asturias, 24 de septiembre de 1.817-Madrid, 11 de febrero de 1.901), en la ceremonia inaugural de los trabajos del previsto canal de navegación que uniría Sueca con Valencia. Era el “progreso” y los patricios e inversores de la época soñaban con los buques de vapor atravesando “ese Lago tranquilo, que aguardando/ el sueño de cien siglos recogido”, como cantó en flojos versos el historiador Vicente Boix Ricarte (Játiva, Valencia; 27 de abril de 1.813 – Valencia; 7 de marzo de 1.880 escritor, periodista, catedrático e historiador español, presidente honorario de Lo Rat Penat) para dicho evento.
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No es nuevo este proyecto, ya que en el siglo XVII se proyectó un gran canal de navegación entre el puerto que se pensaba en Cullera y el rio Turia a través de la Albufera, aunque no sino en 1.764 con el proyecto del marqués de la Romana (Pedro Caro y Sureda, III marqués de La Romana. Palma de Mallorca, 2 de octubre de 1.761–Cartaxo, Portugal, 23 de enero de 1.811, militar español que actuó durante las Guerras Napoleónicas) cuando tomó cuerpo.
En la obra que respondía a los principios de la modernidad de la Ilustración (fue un movimiento cultural e intelectual europeo, especialmente en Francia, Inglaterra y Alemania, que se desarrolló desde mediados del siglo XVIII, teniendo como fenómeno histórico simbólico y problemático, la Revolución francesa. En algunos países se prolongó al menos durante los primeros años del siglo XIX. Se denominó de este modo por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento de la fe en el progreso), intervino también la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que en 1.779 elevó al rey Carlos III una memoria sobre dicho puerto y canal. Pero diversas circunstancias hicieron fracasar tales construcciones.
Por el contrario, sí que llegó a las vías de realización el del canal de navegación de Sueca al rio Turia, pasando por la Albufera, para lo cual, se constituyó una sociedad el 8 de diciembre de 1.852, aunque la concesión administrativa fue el 26 de octubre de 1.853 y los trabajos se inauguraron el 8 de enero de 1.854. La formación de la compañía fue autorizada por Real Orden el 22 de abril de 1.855, aunque la empresa resultó un fracaso, y el 14 de octubre de 1.871 se declaró disuelta la “Sociedad del Canal de la Albufera”.
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La vigilancia de la Albufera
Una institución muy importante en estos siglos para la custodia del Lago y de la Dehesa fue el guardián de la Albufera, que nombraba el rey o el baile general del Reino, y que disponía de atribuciones especiales y cierta jurisdicción en todo lo referente a las regalías (se denominan «regalías» ciertos beneficios de orden material que recibe el trabajador de parte de su empleador o patrón, y que son apreciables en dinero para efectos provisionales y tributarios) y rentas de la Albufera.
El cargo surgió en tiempos de Jaime I, pues ya el 11 de agosto de 1.271 encargó a Pedro Erandi la guardia del Lago y la recaudación del quinto del pescado correspondiente al monarca. Unos años después, el 16 de septiembre de 1.279, Pedro III nombró guardia de la Albufera a Pedro de Erando.
Prontyo surgieron problemas en torno al guardianaje de la Albufera, fruto del deseo de la ciudad y de sus oficiales de apropiarse de los beneficios económicos generados por las multas que debían abonar los infractores de las distintas ordenanzas, por lo que el 22 de junio de 1.329, el monarca ordenó al justicia de Valencia que dejara de entrometerse en la jurisdicción del guardián de la Albufera y quedarse con el importe de las multas, disposición que hubo de ratificar Pedro IV el 21 de febrero de 1.344.
Ya en el reinado de Fernando el Católico, en marzo de 1.489, y ante el peligro que para dicho guardián suponía andar desarmado, pues personas desalmadas a las que dicho guardián había detenido, no dudaban en atacarlos y acuchillarlos en venganza por ello, el monarca le autorizó a llevar armas por la ciudad y Reino de Valencia, con objeto de poder defenderse ante cualquier agresión.
El guardián de la Albufera y la Dehesa era un personaje detestado por los que vivían en y del Lago, ya que trataba de impedirles la caza y la pesca fraudulenta, y el retrato de ellos en la novela de Blasco Ibáñez “Cañas y barro” no era muy favorable.
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Pero el espacio a vigilar era enorme y el sueldo magro o escaso y alta la tentación de engrosarlo con un soborno o gratificación para hacer la vista gorda. De ahí que la vigilancia en la Albufera terminara en el siglo XX en manos del Cuerpo de Carabineros y de la Guardia Civil, ante la ineficacia de los guardas forestales, incapaces de impedir los abusos que se cometían en el entorno del Lago, en articular los aterramientos ilegales y deslindes fraudulentos.
Por ello, el Ayuntamiento de Valencia solicitó en 1.920 al Ministerio de la Guerra la construcción de un cuartel para los carabineros del Puerto del Saler.
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Las visitas reales a la Albufera
Un apartado anecdótico, es el que corresponde a las visitas que algunos de nuestros monarcas hicieron al Lago de la Albufera, que, no olvidemos, era patrimonio real.
Pero las visitas no se hacían para comprobar el estado en que se encontraba la propiedad, no, para eso ya estaban los bailes generales, sino para disfrutar y solazarse, en unos casos, y para cazar, en la mayoría de los otros.
Esta presencia está documentada ya en la Edad Media, y es conocida la estancia en la Albufera en el año 1.417 del rey Alfonso V con su hermano don Juan, quienes jugaron a los tarongades en una barca a la que le fueron construidos dos castillos de madera para el lanzamiento de naranjas el uno al otro.
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Otros textos que recogen las visitas al Lago de Felipe II, Carlos IV, Fernando VII e Isabel II.
En la descripción de E. Cook, aparte de las habituales disquisiciones filosóficas sobre el origen del nombre y las características físicas del mismo, es interesante notar como hace hincapié en la gran superficie de tierra cultivada, arrozal, que por entonces había ya al sur de la Albufera, hasta el rio Júcar, un paisaje similar al de nuestros días.
La descripción que hizo Blasco Ibañez en “Cañas y barro” es interesante porque nos está reflejando la permanencia en el imaginario popular de la visita que hizo Carlos IV hacía más de un siglo, con toda la parafernalia que la real presencia llevaba aparejada, y mientras el rey cazaba, Godoy hacía otro tanto en las frondosidades de la Dehesa, solo que en este caso la pieza batida era la propia reina María Luisa, cuyos amores con el valido (El valido fue una figura política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras éste tenía confianza en la persona escogida. No fue algo exclusivo de España, siendo similar el ejercicio del poder por los cardenales Richelieu y Mazarino en el Reino de Francia o por Cecil y Buckingham en el Reino de Inglaterra) eran un secreto a voces, tema de conversación mucho tiempo después al calor del hogar de las barracas.
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En un fragmento de su novela “Cañas y Barro” Blasco Ibáñez, escribió así del decir popular:
[…] “Aquel barquero de otros tiempos también había visto cosas grandes sin salir de allí. Y el tío Paloma contaba a su nieto el viaje de Carlos IV y su esposa a la Albufera, cuando él aún no había nacido. Esto no le impedía describir Tonet las grandes tiendas con bandoleras y tapices levantadas entre los pinos de la Dehesa para el banquete real; las músicas, las traíllas de perros (Cuerda o correa con que se lleva al perro atado a las cacerías), los lacayos de empolvada peluca custodiando los carros de víveres. El rey, vestido de cazador, se rodeaba de los rústicos tiradores de la Albufera, casi desnudos y con viejos arcabuces, admirando sus proezas, mientras María Luisa paseaba por las frondosidades de la selva del brazo de don Manuel Godoy.
Y el viejo, recordando esta visita famosa, acababa por entonar la copla que le había enseñado su padre:
-Debajo de un pino verde le dijo la reina al rey:
“Mucho te quiero, Carlitos, pero más quiero a Manuel”[…]
Vicente Blasco Ibáñez. Cañas y Barro, p. 54
Mucho más farragosa nos resulta hoy la lectura de la noticia que el Diario de Valencia nos dejó de la excursión a la Albufera llevada a cabo por el rey Fernando VII y los infantes Carlos María Isidro y Antonio de Borbón el 23 de abril de 1.814.
El lenguaje es claramente servil, adulatorio, hacia los monarcas y los infantes, y queda como ejemplo de noticia periodística de la segunda década del siglo XIX y la presencia del rey “Deseado” en nuestra Albufera.
Fuentes consultadas:
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Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
-
Archivo Histórico Municipal
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Biblioteca valenciana
-
Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
-
Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Hemeroteca valenciana
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Wikipedia
Bibliografía
La bibliografía sobre la Albufera es muy extensa, por lo que, solo recogeremos una pequeña muestra
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El cas de L’Albufera, zones humides valencianes, Emili Piera
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L’Albufera de Valencia, Daniel Sala, Francisco Calero, Pepe Sapena
-
La Albufera. De Lago Real a Parque Natural, José Hinojosa Montalvo
-
Historia de la Albufera de Valencia (1.960) Francesc de Paula Momblanch
-
Fauna valenciana. Geografía General del Reino de Valencia. Boscá. A., 1.916
-
Tratado de los derechos y regalías que corresponden al real patrimonio en el reino de Valencia y de la jurisdicción del intendente, como subrogado en lugar del antiguo bayle general. Branchat, V., 1.784-1.786
-
Estudio histórico y jurídico de la Albufera de Valencia. Su régimen y aprovechamientos desde la Reconquista hasta nuestros días. Caruana Tomás, C., 1.954
-
Observaciones sobre la Historia Natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia. Cavanilles, A. J.
-
Décadas de la historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia. Escolano, G. – Perales, J.B. 1.879-1.880
-
Etc.