Convento Corona de Cristo

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Los orígenes históricos de la Casa de Beneficencia

El convento de la Corona fue habitado en un principio por religiosos Agustinos y después por religiosas de la misma orden.

Fundado en 1.520 bajo la advocación de San José en el entorno del antiguo burdel que resultó inadecuado para las religiosas por los alaridos que se producían en el silencio de la noche.

Esta manera tan elocuente de mostrar el placer conocido por aquel entonces como “relinchos” recuerda a las albórbolas (Vocería o algazara, y especialmente aquella con que se demuestra alegría) de los beduinos en los aduares (Pequeña población de árabes nómadas formada por tiendas o cabañas) de Berbería, costumbre que mantenían los huertanos de Valencia en sus muestras de júbilo o de angustia, que los diferenciaba de las gentes de la ciudad.

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Pero como la casa de las mujeres perdidas cayese a las espaldas de la huerta destas religiosas y pudiesen los relinchos de aquellas yeguas lascivas alcanzar a los honestos oídos destas religiosas, acordaron de desamparar el puesto y pasarse a la iglesia de Santa Tecla…”.

Debido a que “las vecindades del convento no eran muy oportunas para las religiosas, así por ser punto estremo como recaer a su huerto las espaldas de la célebre mancebía o el Partit de esta Ciudad”, con la competente autorización se trasladaron en 1.562 a los edificios del antiguo convento de Santa Tecla, erigido en la calle del Mar varios siglos antes.

Fue entonces cuando sor Felicia Pardo y las demás religiosas trasladadas lo “vendieron por 400 libras a Doña Ángela de Borja mujer del Noble Don Gerónimo Ferrer”, según nos cuenta Josef Teixidor.

Los nuevos dueños fundaron allí un nuevo convento de religiosos recoletos Franciscanos dedicados a la Coronación de Espinas del Señor, que vulgarmente se designó por el de la Corona.

Para ello instalaron a 18 frailes Observantes de la provincia de Valencia y algunos años después reedificaron el convento construyendo la nueva iglesia que subsistió hasta la desamortización.

La iglesia era de una sola nave de orden dórico y bóveda de medio punto con lunetos (Bóveda pequeña, generalmente de cañón, en una cúpula o una bóveda que suele servir para iluminación).

Carecía de cúpula y tenía seis capillas, tres a cada lado, dos de ellas con altares de orden corintio.

A la derecha entrando, a los pies de la iglesia estaba la capilla de la Comunión en la que se veneraba la imagen del Niño Perdido o del Huerto a la que rodeaba gran devoción y que presidía una escultura de Santo Tomás de Villanueva obra de Francisco Vergara “el joven”.

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El altar mayor se hizo y se doró en 1.667, era de orden corintio, de dos cuerpos: el primero con columnas estriadas y el segundo con columnas salomónicas y en su centro un cuadro de Juan Sariñena (1.545-1.619), según Antonio Ponz y obra firmada de Espinosa, según Orellana, representaba la coronación de espinas de Cristo.

Otras obras de arte notables de esta iglesia eran una tabla de Santiago Apóstol obra de Joan de Joanes, una escultura de San Judas Tadeo de Raimundo Capuz, un cuadro de Agustín Gasull representando a Santa Gertrudis con Jesucristo copia de Ribalta y un San Joaquín de Eliseo Bononat.

Una serie de pinturas, dos de ellas firmadas de Vicente Salvador Gómez decoraban el claustro.

El convento contaba, junto a la iglesia, con numerosas dependencias como: portería, refectorio, celdas y de un huerto e instalaciones que permitían la recolección y transformación de productos agrícolas.

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Fernando Pingarrón describe de esta forma el convento:

[…] una estructura rectangular adosada por poniente totalmente a la muralla. Comprendía longitudinalmente a la iglesia, cuya fachada se abría a la plazoleta que se extendía ante la puerta de la muralla y que presidía una cruz de hierro apeada sobre columna pétrea. Era de una sola nave con cabecera plana y altares adosados en vez de capillas, pues la fábrica casi aérea que dibuja Tosca hace que su teulada a dos aguas cubra totalmente el conjunto no apreciándose estribos. Una espadaña, no centrada sino labrada a la parte izquierda de la fachada, coronaba su sencillo hastial que daba y que tenía entrada por la citada explanada. Tras la iglesia se aprecia un diminuto claustro en el seno del convento. Más atrás, huertas y árboles se cerraban por la propia muralla, que seguía circuyendo el conjunto, y tapias interiores que los separaban de otras propiedades urbanas intramuros. Manceli (nº 32) destaca el tejado del convento, con la diferencia de visualizar una espadaña, no en el lugar indicado sino en la cabecera del templo […]”.

Además del testimonio del plano de Tosca, la adición del convento a la muralla queda reflejada en una carta que autoriza a los vigilantes de la ciudad a entrar en la Casa para vigilar la muralla contigua, dando orden para que pasase el resguardo de la muralla por el establecimiento.

El fundador del convento, Gerónimo Ferrer, al cabo de unos años, se retiró a una celda del mismo, y como Carlos V, se hizo celebrar las exequias en vida “y estando tendido de largo a largo sobre un paño de bayeta en la iglesia de su convento le cantaron el oficio de difuntos, con suma admiración de los miradores”, según nos dice Gaspar Escolano.

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Dos frailes fueron especialmente famosos en la posterior historia del convento: fray Antonio Margil de Jesús (1.726) que misionó 45 años en México y cuya biografía se recoge en “El Peregrino Septentrional Atlante”, publicado en Valencia y en México en 1.742 como recoge Teodoro Llorente, y el célebre arquitecto fray Francisco Cabezas (1.709-1.772).

La excavación arqueológica realizada por Josep María Burriel en 1.997 por encargo de la Diputación Provincial de Valencia previa a la intervención en la iglesia de la Casa de Beneficencia nos aporta una valiosa información para el conocimiento del antiguo convento de la Corona.

Las partes del convento que se pueden analizar corresponden únicamente a aquellas sobre las que se erigió, a finales del siglo XIX, una nueva iglesia.

En la excavación aparece una porción de un claustro del siglo XVII y niveles de hábitat anterior que podrían corresponder a las casas medievales en las que los franciscanos se instalaron en 1.563.

El claustro, con unas medidas de 15,15 metros de lado, y como ocurre con cualquier convento o monasterio, se erige como elemento articulador del espacio.

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Se encontraba centrado, de manera que en él recaen el resto de las dependencias: iglesia, sala capitular, refectorio, etc.

De la excavación realizada en el subsuelo de lo que actualmente ocupa la iglesia, tenemos información de una parte de las pandas (galería de un claustro de monasterio, donde se distribuyen las distintas dependencias. Así se le llamaba en la Edad Media a cada lado de estas galerías) de tramontana, de limitada al norte por un muro tapial y las de levante delimitadas y separadas del refectorio por otro potente muro de carga.

De acuerdo con el informe arqueológico, las naves estaban cubiertas y porticadas con pilares de ladrillo.

El claustro, que en principio consistía en un piso de tierra con una sucesión de capas de cal, sería pavimentado con un enladrillado entre finales del XVII o principios del XVIII, tanto en su parte cubierta como en la descubierta, canalizándose las aguas de lluvia.

En la porción del claustro excavado tan solo se aprecia una puerta que conducía a la almazara, que posteriormente sería tapiada.

El viejo refectorio transcurría paralelo al corredor del claustro orientado al este; era de planta rectangular de 6,30 metros de anchura y longitud indeterminada, pero de más de 14 metros.

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Al norte del refectorio se abrían dos puertas.

La pavimentación era a base de baldosas colocadas a escuadra, enmarcada por otras baldosas de menor formato y estaba ornamentada en su parte central por azulejería policroma con temas florales y vegetales de la primera mitad del siglo XVIII formando cuadrados de 1,60 metros de lado; siempre según la Memoria arqueológica de Josep María Burriel, estos azulejos aparecen desgastados, a diferencia de lo que ocurre con las baldosas, por lo que podían haber sobrevivido a alguna reforma y haber sido por tanto reutilizados.

En la zona sur se observó una intervención puntual con rasillas.

En la cara interior del muro oeste, a una altura de entre 0,40 y 0,50 metros, se documentaron una serie de mechinales (Un mechinal u opa es, en construcción, un vano situado en una pared o muro que, cuando se levanta un edificio, sirve para introducir en él una viga de madera en horizontal para formar parte de un andamio o cimbras) de forma rectangular donde se empotraban los bancos de madera o asientos del comedor.

Así mismo, en el suelo con huecos, nos indican el empotramiento de los apoyos de las mesas probablemente de madera.

Este refectorio se mantendrá sin grandes modificaciones hasta el siglo XVIII cuando se abriría una puerta para comunicarlo con el espacio donde anteriormente había una almazara.

En la excavación se identificó un molí de sang (Llamado así porque era accionado por la fuerza de un animal, generalmente burro o asno, el cual girando alrededor del molino movía el mecanismo de las muela que convertían el trigo en harina. La existencia de estos molinos data del 1.350. Este molino, de uso básicamente doméstico, era muy corriente debido al reducido coste de montaje y mantenimiento, que si bien es cierto, producían menos cantidad que los de viento, tenían la ventaja que podían moler harina en cualquier momento) que podía formar parte de una almazara situada en una sala, al norte del claustro, de planta rectangular y 4,75 metros de ancho por 9,60 de longitud.

Quedaban señales del piso hundido, en forma de corona de 3 metros de diámetro, por el continuo paso rotatorio de la piedra de moler y de resto de mortero, ladrillo y piedras en el centro del anillo donde podría haber estado la base del molino.

El desmantelamiento total y a nivel del suelo de las instalaciones en el siglo XVIII para la posible construcción, debido al crecimiento de frailes, de un nuevo refectorio monacal imposibilitó averiguar el producto agrario que se transformaba en la almazara.

Del norte del refectorio arrancaba un pasadizo pegado a su muro de levante que daba acceso a los huertos, según el plano del padre Tosca por el muro este.

Por la superposición y variedad en la calidad y el formato de los pavimentos se deduce que sufrió numerosas intervenciones.

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El entorno geográfico urbano

La situación descentralizada del convento y la posibilidad de adquisición del huerto adjunto hacían idóneo el nuevo emplazamiento.

Analizar el entorno es volver a un momento, aún no superado, en que la ciudad en pleno proceso de expansión aislaba o rechazaba la diferencia y en que no se tenía conciencia del valor de la pérdida de Patrimonio.

La calle de la Corona, que recibió este nombre del mismo convento, anteriormente era conocida como Partida de los Tintes Mayores; por ella circulaba hasta 1.778 la acequia de Rovella, utilizada por el Gremio de los tintoreros y pelaires en sus trabajos.

Esta calle separaba, en la antigua ciudad cristiana antes de la construcción de la nueva muralla, la Morería del arrabal de Roteros.

La Morería, extramuros de la muralla árabe, era un recinto cerrado delimitando por lo que hoy es la plaza de San Jaime, plaza de Mosén Sorell y las calles Pinzón y Quart.

El acceso a la ciudad se producía por la puerta de Bab al-Hanax o puerta de la Culebra que coincidiría aproximadamente con lo que actualmente es el Portal de Valldigna (1.400) y por esto recibió también el nombre de Puerta de la Morería.

Sobre su mezquita se construiría en 1.521 la iglesia de San Miguel que daría el nombre a lo que había sido la calle Mayor del poblado y sobre los solares de sus baños y viviendas se edificó la Casa de la Misericordia y el Palacio de Mosén Sorell, ejemplo magnífico de virtuosismo del gótico flamígero que fue víctima de un incendio en 1.878.

En el barrio de Roteros o de la Pobla Vella recibe el nombre de les roters, (campesinos que trabajaban las rotas, árbol oriental de la familia de las palmas del que se saca la madera para hacer bastones) y también era el nombre que recibía la puerta, derribada en 1.401, de la muralla árabe anterior a lo que hoy son las Torres de Serranos.

Además de estos arrabales, había una serie de casas, más o menos aisladas, en las que las famosas meretrices valencianas hacían las delicias de los lugareños y viajantes.

A modo de pequeños hostales constaban de numerosas cambras o habitaciones y generalmente de cuidados jardines lo que daba lugar a que, a diferencia de lo que ocurría en otros burdeles europeos, fuera una de las zonas más hermosas de la ciudad.

Este emplazamiento al oeste de Valencia fue cerrado con un muro por decisión dels Jurats en 1.392, y se accedía por una sola puerta en la calle del Muret, aunque según Luis Lamarca contaba con dos puertas, una en torno al Portal Nou y otra en la calle de la Corona, de manera semejante a como se encontraban el poblado de la Morería y de la Judería, esta última ya dentro de la muralla árabe.

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El entorno geográfico urbano

Junto a esta puerta se encontraba la casa del portero; como apunta Vicente Boix en sus Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia de 1.854, esta era la única propiedad que tenía la ciudad en su interior, a pesar que era un recinto reglamentado por el Consejo de la ciudad y autorizado por los Fueros, y así nos lo cuenta:

[…] Había una especie de inspector, a quien los Fueros lo llamaban Rey Arlot, que respondía a la autoridad de los escesos que allí se cometían: cuidaba de que la Mancebía se cerrase a las 10 de la noche, y no se abría hasta cierta hora de la mañana. Acompañaba a las mujeres públicas los días de fiesta a alguna iglesia para que oyesen misa, y no permitía la entrada en la casa pública los mismos días, hasta después de oída la misa. También las acompañaba cuando salían a ver las procesiones u otras fiestas religiosas o civiles, en los puntos que de antemano tenían señalados.

Cada casa de la Mancebía estaba regida por un hombre, que la legislación foral llamaba hostaler, dependiente del Rey Arlot: el hostaler cuidaba de la ropa, comida, asistencia en las enfermedades, etc.; pero de modo que estos hostalers tenían sus casas particulares dentro de la Mancebía, pero sin comunicación interior ninguna de ellas […]”.

El Rey Arlot pagaba la visita diaria del médico y los hostalers pagaban un impuesto por cada mujer que tenían a su cargo.

La ciudad además se encargaba de ayudar económicamente a aquellas que decidían abandonar la prostitución.

El burdel comprendía una vasta extensión conocida como Pobla de les fembres pecadrius o Pobla de les males dones, limitada por las actuales calles de Salvador Giner, Alta, plaza de Mosén Sorell y calle de la Corona.

La construcción de la muralla cristiana en 1.356 englobó los antiguos arrabales, el burdel y los Huertos de los Tiradores a espaldas de la Morería desde las Torres de Serranos (1.392-1.398) hasta la Puerta de Quart (1.356), sobre la que se construirían un siglo más tarde las Torres de Quart (1.441-1.460).

Además en este tramo de la muralla se levantaron el Portal Nou (1.390-1.471) en la plaza del mismo nombre, la imponente torre de defensa de Santa Catalina (1.392), en la confluencia de la actual calle de Na Jordana con la ronda, y el Portal dels Tints (1.356) contiguo al posterior convento de la Corona; actualmente todos ya desaparecidos.

Durante el reinado de Alfonso V (1.416-1.458) hubo un intento de clausurar el burdel de la ciudad, pero este permaneció activo, contando incluso con la protección del heredero de Alfonso, su hermano Juan II (1.458-1.479), que según Manuel Carboneres “[…] concedió cierto privilegio, según el cual ponía bajo salvaguarda la mancebía o burdel de Valencia, amparando a los hostalers (proxenetas), a las mujeres y familias de estos, a las prostitutas y a los que frecuentaban dicho lupanar, e imponiendo castigos muy severos a los perpetradores de algún delito de dicho lugar […]”.

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El entorno geográfico urbano

Lupanar es la palabra latina de casa de prostitución, pues a las prostitutas se les denominaba lupas (lobas); esta denominación, al parecer, tiene su origen en que antiguamente ejercían su actividad en los bosques y era habitual que perpetraran robos.

Aunque históricamente se entendía la prostitución como un mal menor, incluso por los hombres de iglesia, la creciente importancia de la burguesía y las ideas de la contrarreforma, cargados ambos de puritanismo, se opusieron a esta práctica por poco cristiana.

La galera o cárceles de mujeres será el lugar en el que se recluirá a las prostitutas por haber demostrado su eficacia que se instauraba.

Si hasta el siglo XVI las cárceles tenían como única la de retener al reo hasta su enjuiciamiento o hasta la ejecución de la condena, que podía consistir en la tortura o la muerte, con las Casas de Corrección y con las galeras de hombres, que había sustituido a las mazmorras de los castillos, monasterios y fortalezas, y las galeras de mujeres se perseguía el castigo pero con la idea de regeneración social.

El burdel continuo en su ubicación hasta el último tercio del siglo XVII, consecuencia tardía de la Real Pragmática que el 10 de febrero de 1.623, que firmó el rey Felipe IV prohibiendo las mancebías en la ciudad, villa ni lugar de estos reinos… donde mujeres ganen con sus cuerpos.

En el plano de Tomás Vicente Tosca de 1.704 se aprecia que el área entre el Portal Nou y las Torres de Quart era la más esponjada de toda la ciudad, destacando los huertos sobre las construcciones.

A lo largo del siglo XIX las nuevas edificaciones fueron acotando las zonas verdes y se fueron consolidando las nuevas calles de Na Jordana y Beneficencia, que gracias al derribo de la muralla aparecen con su trazado definitivo ya en 1.878.

Borrado el pasado del barrio, y tras la elección de antiguo convento de la Corona como Casa de Beneficencia, la situación del establecimiento atraería la instalación de nuevos asilos.

El Asilo de San Juan Bautista o de Romero fue fundado por Juan Bautista Romero Almenar (1.807-1.872) y su esposa Mariana Conchés y Benet, marqueses de San Juan.

Mariana Conchés lo inauguró el 12 de abril de 1.874, ya fallecido su esposo, con la intención de acoger a 100 niños y 50 niñas, que se redujeron a setenta por problemas financieros, dos terceras partes debían ser niñas procedentes de los sectores obreros del arte de la seda.

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El entorno geográfico urbano

La Casa, regida por las Hermanas de la Caridad, contaba con sus estatutos desde 1.883 y fue levantada según los planos del arquitecto Sebastián Monleón entre mayo de 1.868 y mayo de 1.874 con la colaboración del aparejador Francisco Guijarro.

De planta rectangular está situado en la ronda de Guillem de Castro, ocupando una muy extensa parcela frente a la fachada lateral de la Casa de Beneficencia.

Su construcción pudo servir de precedente o al menos de estímulo a la hora de plantearse la reedificación de la Casa de Beneficencia.

La capilla ocupaba una posición central, el ala derecha del edificio estaba ocupada por los niños y el ala izquierda por las niñas y la comunidad de religiosas, contando ambas alas con un amplio claustro con jardín para cada una y reservándose la planta baja para escuelas, comedor y servicios.

Varios años después, en 1.882, y en la misma manzana que la Beneficencia se inició la construcción de otro importante edificio benéfico, esta vez de fundación privada; se trataba del Asilo del Marqués de Campo (actualmente Universidad Católica), levantado a iniciativa del importante financiero y político valenciano José Campo, para completar y ampliar el Asilo de Párvulos, que él mismo había fundado anteriormente.

Este último, en opinión de Trinidad Simó, había sido construido por James Beaty entre 1.862 y 1.863 en estilo clasicista.

Para llevar a cabo el nuevo proyecto había sido contratado un hombre perteneciente al grupo político liberal que capitaneaba el propio José Campo, el licenciado en Ciencias y Derecho y también arquitecto José Camaña, que presentó un proyecto inspirado por el cercano modelo de Asilo de San Juan Bautista y por tanto de corte clasicista con paramentos  de ladrillo rojo decorados a base de piedra blanca con embocaduras de vanos, cornisas, etc.

Este proyecto, sin embargo, fue rechazado por José Campo que impuso al arquitecto la realización de una obra de estilo neogótico, que de acuerdo con un prejuicio generalizado en esa época consideró más acorde con la significación caritativa y religiosa del edificio.

El edificio cuyos muros se realizaron en piedra, cosa poco corriente en la arquitectura valenciana de la época, resultó un tanto híbrido con la aplicación de un ostentoso, pero poco conveniente, repertorio neogótico a la gran caja de la construcción que no logra evitar la impresión de pesadez y monotonía.

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El entorno geográfico urbano

Sobre una portada “románica” decorada con arquivoltas (Conjunto de molduras que decoran la parte frontal de un arco siguiendo la curvatura del intradós, superficie curva inferior), que da paso también a la iglesia, colocó el arquitecto un gran balcón de obra con acceso a través de un gran arco conocopial (tipo de arco algo apuntado, pero que tiene una escotadura en la clave, de modo que esta tiene un vértice hacia arriba. Se encuentra formado por dos arcos de cuarto de circunferencia cóncavos en los arranques y dos convexos. Su aspecto es similar a la llave mecanográfica).

Los extremos están torreados terminando en hastiales (Parte superior en forma triangular que presenta la fachada de un edificio cubierto con un tejado a dos vertientes, o esta fachada en su totalidad) formados por arcadas ojivales decoradas con angrelados, bajo las cuales se situaron, sobre ménsulas, estatuas de santos y ángeles.

En conjunto la decoración manifiesta falta de interés por los procedimientos constructivos y proporciones históricas del estilo gótico, cuyos elementos han sido forzados a extremos inverosímiles para adaptarse a la concepción tradicional de los asilos, pensados como caserones macizos de grandes crujías, enormes bloques prismáticos sobre los que repiten reiteradamente los elementos decorativos en interminables series de vanos idénticos.

La ostentación derivada del costoso material de las fachadas se evidenciaba también en el interior, con la construcción de una esbelta capilla, ejecutada enteramente en hierro fundido, incluidos los altares e imágenes, que servía de marco al sepulcro de mármol destinado al fundador y su segunda esposa, convertidos en marqueses de Campo a raíz de la Restauración Alfonsina de la monarquía borbónica.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • La Casa de Beneficencia de Valencia. Antonio Ariño Villarroya-Daniel Benito Goerlich-Ramón Cervera Prada

  • Beneficencia, formación y empleo en Valencia (1.874-1.902). Tesis Doctoral de José Antonio Acosta Sánchez

  • Centro Cultural La Beneficencia

  • Guía urbana de Valencia antigua y moderna. Marqués de Cruïlles.

  • Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia. Vicente Boix. 1.854

  • Arquitectura religiosa del siglo XVII en la ciudad de Valencia. Fernando Pingarrón

  • Décadas de la Historia de la insigne y coronada Ciudad y Reyno de Valencia. Gaspar Escolano

  • Memoria de la Casa de Beneficencia. Pascual Guzman.

  • De l’ofici a la fábrica, una familia industrial valenciana en el canvi de segle “La Maquinista Valenciana”. Amparo Álvarez- Carmen García.

  • Prisión, enjuiciamiento y muerte del general Elio, 1.820-1.822. Juan García González.

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