Albufera. El “asalto al agua”. El arroz como fuente de riqueza
Albufera. El “asalto al agua”. El arroz como fuente de riqueza
La Albufera. El arroz como fuente de riqueza
En la mentalidad del agricultor de los pueblos del entorno albufereño estaba la convicción que Dios no ha creado la tierra para que la contemplemos sino para que la cultivemos, y la Albufera es una superficie lacustre susceptible de ser transformada en un terreno productivo. De ahí que “el asalto al agua”, en este caso, comenzara muy pronto, de forma legal o subrepticiamente.
El proceso de desecación de los marjales al mediodía de la ciudad, en el entorno de la Albufera, es ya antiguo y desde fecha muy temprana los reyes hicieron concesiones a particulares para incrementar el terrazgo en estas zonas pantanosas. Por el privilegio real dado el 16 de agosto de 1.386 por Pedro IV, se aprobaba la concordia entre el Consistorio de la ciudad de Valencia y el Obispo Jaime de Aragón con su cabildo, para desecar y poner en cultivo una extensa zona de marjal al sur de la ciudad. Para ello se creó un comisario de Francs e Marjals (Institución valenciana, dependiente del Ayuntamiento de Valencia, creada en 1.386 para gestionar lo que era una zona de marjals, al margen de las acequias islámicas gestionadas por el Tribunal de las Aguas), nombrado por el justicia, jurados y Consell de la ciudad, que se encargaría de que las acequias, brazales, escorrentía y puentes estuvieran en perfecto estado.
Los límites fijados a la zona de Francos fueron la acequia d’en Fluvià hacia abajo hasta el camino de la Conca, cuya acequia comenzaba en Cassen Jusà y acababa en el río, en la Punta d’en Silvestre.
Los proyectos de desecación siguieron en reinados sucesivos, y en 1.430 se contrató a un tal Casanova, de Xátiva, para que valorara el proyecto de transformación de los terrenos pantanosos en el entorno de Valencia, presupuestando las obras en 25.000 sueldos. Pero se trataba, sobre todo, de cultivos planificables, destinados al aprovisionamiento de la ciudad.
Sin embargo, las especiales condiciones de inundabilidad que existían en el entorno del Lago y su escasa profundidad permitieron su transformación agrícola para el cultivo del arroz. La actividad arrocera, pionera del expansionismo agrario en las zonas húmedas, se fue extendiendo a costa de la paulatina reducción de la superficie del Lago, algo claramente perceptible desde finales del siglo XVII y especialmente a partir del siglo XVIII.
Ya en el amojonamiento de la Albufera en 1.577, por ejemplo, si hablaba del arrozal de Albal, lo que supone un espacio consolidado y especializado en este cultivo. Ello por una razón muy sencilla: para entonces la situación de la Albufera desde el punto de vista económico era deplorable y solo había dos salidas, o restaurar la producción piscícola mediante la correcta gestión de los recursos hidráulicos, o su abandono como principal medio de vida del Lago al iniciar el aterramiento y proceder a su transformación agraria mediante el cultivo del arroz. En definitiva, pasar de una economía feudal, a unas formas de producción capitalista, que es lo que se hizo, como ha puesto de relieve el trabajo de X. Quartierra y X. Román.
Ahora bien, plantar arroz fue considerado tradicionalmente como muy peligroso para la salud de las personas y su cultivo prohibido o muy restringido por las autoridades, ya desde la Edad Media.
Los antiguos ya sabían de estos riesgos, pero también del alto beneficio que les daba el arroz, por eso el botánico Cabanilles, entusiasta defensor de su cultivo, nos dejó escrito en sus “Observaciones” a finales del siglo XVIII:
“en los sitios naturalmente pantanosos que forman una extensión considerable, inútil para todo fruto, cenagosa y poblada de vegetales y de insectos, se deben permitir por ahora los arrozales. Y, porque quando no basta el arte para secar las lagunas, es laudable la industria, y qualquier obra que contribuye a disminuir la masa de infección. Poner en movimiento las aguas embalsadas por la naturaleza, arrancar las plantas espontáneas que muertas y podridas despiden un hedor insoportable, e impedir la multiplicación de los insectos, son medios poderosos para lograr aquel beneficio que puede resultar del cultivo del arroz…”
[…]”sin el valor de los intrépidos operarios, que pisando cieno y trabajando siempre dentro de las aguas, sacan preciosos frutos de aquel suelo, que parecía destinado a una esterilidad perpetua, sería sin duda más infecta la atmósfera. Tales hombres son acreedores al general reconocimiento: parece que el Estado debe darle las gracias, y fomentar su aplicación con premios y con absoluta libertad”[…]
En el siglo XVIII los arrozales formaban un extenso cinturón de tierra cultivada en torno a la Albufera y abundan las concesiones de tierra para convertirlas en arrozal o las transacciones en torno a dichos campos. Como ejemplo la concesión hecha en 1.761 por el marqués de Avilés, intendente general del reino, a Antonio Jiménez, escribano de Valencia, de cuatro cahizadas de tierra inculta en el término de Catarroja, en la partida del Bony, con los pactos y condiciones que en el documento se especifican, referidos naturalmente, a la parte de la cosecha que debe entregar al Real patrimonio.
En otros casos lo que se solicita es la autorización para vender las tierras, como hizo en diciembre de 1.772 Francisco Ramón, vecino de Catarroja, con las que poseía en el límite con la Albufera.
La lengua de la administración era el castellano desde hacía tiempo.
De granizo, lluvia, viento y frío
El éxito del cultivo del arroz, a pesar de las prohibiciones en contra, estaba en sus altos rendimientos y los beneficios económicos que reportaba su comercialización, en parte destinada a la importación.
El Real Patrimonio también encontró en el arroz una fuente de ingresos, arrendando la partición de frutos de estos campos arroceros limítrofes con la Albufera, siendo una oportunidad para hacer negocio con ello para algunos particulares de estas poblaciones ribereñas.
Pero a veces, la caprichosa naturaleza, podía jugar una mala pasada al arrendador y a los agricultores, arruinando las cosechas. Las gentes del campo valenciano, desde el secano a la huerta, saben lo peligrosas que son las granizadas a comienzos del mes de septiembre, esas que se forman en las serraladas próximas a la Albufera, que en un abrir y cerrar de ojos pueden arruinar la anhelada cosecha de arroz, sobre todo si encima, a la tormenta, se le añaden los fuertes vientos, fríos y calores, todo mezclado en un terrible cóctel, como el que tuvo lugar en septiembre de 1.810.
Aguas del Turia para los arrozales de la Albufera
En las primeras décadas del siglo XIX los campos de arroz avanzaban sin parar a costa de la Albufera, y parece ser que no había agua suficiente para los que estaban y limítrofes con Valencia y Alfafar, por lo que se solicitaron las aguas sobrantes del rio Turia, realizándose un proyecto que fue aprobado por Real Orden de 8 de enero de 1.829, siendo costeada la obra “entre los que se aprovechen del agua con proporción a los beneficios que reciban”.
En otro documento posterior del 14 de febrero se ratifica dicha concesión.
“Mejor esto que pescar en malos sitios o trabajar en tierras ajenas”
El cultivo del arroz ha experimentado sucesivos periodos de crisis a lo largo de la historia que han alternado con otras etapas de expansión, produciéndose la última de estas entre finales del siglo XIX y la década de los años 30 del siglo XX.
La dureza de la vida del pescador contrastaba, en el imaginario popular, con la del arrocero, que venía a ser sinónimo de bienestante (palabra de uso obsoleto y que no se encuentra registrada en la RAE, se refiere a una persona que vive en el descanso, reposo, pausa o la cesación y las conveniencias), aunque luego en la realidad solo lo eran unos pocos. Pero todos se lanzaban a la dura tarea de desecar la laguna, empresa que fue descrita por Blasco Ibáñez con todo realismo en su novela “Cañas y barro” a comienzos del siglo XX.
O la dura tarea del segador:
“Los secadores, hundidos en el agua, avanzada hoz en mano, y las barquitas, negras y estrechas como góndolas, recibían en su seno los haces que habían de conducir a las eras. En medio de esta vegetación acuática, que era como una prolongación de los canales, levantándose a trechos, sobre isletas de barro, blancas casitas rematadas por chimeneas. Eran las máquinas que inundaban y desecaban los campos, según las exigencias del cultivo.
Los pasajeros contemplaban los campos como expertos conocedores, dando su opinión sobre las cosechas y lamentando la suerte de aquellos a quienes había entrado el salitre en las tierras, matando el arroz“.
BLASCO IBAÑEZ, V., Cañas y barro.
Fuentes consultadas
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Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
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Archivo Histórico Municipal
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Biblioteca valenciana
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Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
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Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Hemeroteca valenciana
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Wikipedia
Bibliografía
La bibliografía sobre la Albufera es muy extensa, por lo que, solo recogeremos una pequeña muestra
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El cas de L’Albufera, zones humides valencianes, Emili Piera
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L’Albufera de Valencia, Daniel Sala, Francisco Calero, Pepe Sapena
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La Albufera. De Lago Real a Parque Natural, José Hinojosa Montalvo
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Historia de la Albufera de Valencia (1.960) Francesc de Paula Momblanch
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Fauna valenciana. Geografía General del Reino de Valencia. Boscá. A., 1.916
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Tratado de los derechos y regalías del real patrimonio del reino de Valencia y de la jurisdicción del intendente, como subrogado en lugar del antiguo bayle. Branchat, V., 1.784-1.786
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Estudio histórico y jurídico de la Albufera de Valencia. Su régimen y aprovechamientos desde la Reconquista hasta nuestros días. Caruana Tomás, C., 1.954
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Observaciones sobre la Historia Natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia. Cavanilles, A. J.
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Décadas de la historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia. Escolano, G. – Perales, J.B. 1.879-1.880