Contexto Histórico I

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La Casa de Beneficencia en Valencia

Arquitectura e historia de la Institución

La arquitectura benéfica irrumpe en Valencia a partir de la aparición, basada en las ideas higienistas, del Elaboratorio (Elaboratorio es la sustantivización de elaborar que según el D.R.A.E. es transformar una cosa por medio de un trabajo adecuado), como edificio para la capacitación y desarrollo laboral, por medio del trabajo productivo, de la importante bolsa de parados existente a finales del siglo XVIII.

Estos Elaboratorios o conjunto de talleres artesanales se convirtieron a lo largo del siglo XIX, por el problema de la mendicidad callejera, en establecimientos benéficos de asilo donde serán recogidos, y de ese modo puestos fuera de la circulación pública, un gran número de pobres de la ciudad.

En un principio los talleres nacen con el fin de facilitar la reinserción profesional de trabajadores en paro pero, al formar parte de un programa de necesidades mucho más amplio, los productos que se elaboren ayudarán al mantenimiento de los alojados constituyéndose en el eje de autofinanciación de los centros.

La intención en origen era clara, recoger de la calle ancianos, enfermos y niños, adoctrinar cristianamente y enseñarun oficio saltándose la estructura gremial.

Pero el régimen interno de las instituciones benéficas era similar a un sistema carcelario y fueron utilizadas en demasiadas ocasiones para el encierro de mendigos y marginados.

Afortunadamente no había medios económicos que posibilitaran una utilización masiva y prolongada en el tiempo de los mismos como reclusorios, pues las claves en la solución del problema de la pobreza no deberían haber pasado, en ningún caso, por la privación de la libertad.

Las causas del alto nivel de pobreza y la necesidad que surge de habilitar centros para la recogida de mendigos y enfermos hay que buscarlas en la crisis de la industria de la seda, el incremento de la población, la existencia de la ciudad amurallada y el elevado nivel de inmigración.

Pero sobre todo, en la consolidación de las ideas higienistas surgidas en el siglo XVIII en cuanto a salubridad urbana y trabajo productivo.

La arquitectura conventual será la tipología constructiva utilizada en estos establecimientos con interesantes avances y persistencias.

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Esto se justifica porque en origen la asistencia a los necesitados se prestaba en los conventos y monasterios y, aunque se van produciendo paulatinamente un control público sobre los mismos, la iglesia continuará ligada a la gestión de los centros benéficos.

Era necesario crear comunidades autónomas aisladas del exterior, pero los espacios debían estar convenientemente iluminados y ventilados y sobre todo los moradores era muy diferentes que lo de los conventos.

El muro exterior se abre con abundante fenestración y los claustros son ahora grandes patios donde jugar o relacionarse.

La iglesia sigue ocupando un lugar predomínate y su ornamentación debe continuar siendo atractiva pues sirve a la captación de limosna y fieles.

Por la diversidad de asilados, generalmente cuentan con escuela para niños y talleres para jóvenes y adultos.

Los talleres tendrán la función de academia de oficios y los productos manufacturados servirán para proporcionar vestido y calzado a la población del asilo, y surtirá de utensilios a los propios centros, vendiéndose el excedente en el exterior.

Así pues, la arquitectura benéfica refleja una suerte de juego de interrelaciones entre los cuerpos edificatorios, creando un reducto social marcado por la frontera de unos límites “amurallados” para facilitar el adoctrinamiento.

La unión de tradición caritativa, de limosna, con un nuevo propósito de regeneración social dará origen a los grandes establecimientos benéficos, convirtiéndose a lo largo del siglo XIX en el capítulo más importante de arquitectura pública de la ciudad de Valencia.

En su historia participan todos los hechos socio-económicos significativos del siglo y en sus continuas reformas se trasladan las leyes que marcan el crecimiento de la ciudad a un área acotada.

Su anterior existencia explica la evolución de la trama en algunos sectores de la ciudad y su imponente presencia refleja lo necesario de la escala de lo público en la imagen de lo urbano.

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Estos grandes complejos hoy son bibliotecas, museos, hospitales, centros educativos, iglesias, han desaparecido o corren un incierto destino.

La profundización en el conocimiento de estos edificios, y en particular de la Casa de Beneficencia, nos permitirá entender mejor a la sociedad que los justificó, analizar su forma de construir desde el aprovechamiento de las fábricas, de materiales y elementos de derribo, el lenguaje utilizado, su estética.

También se pretende la puesta en valor de otros edificios, unos desaparecidos, como la Casa de Misericordia, y de otros como el asilo de San Juan Bautista o el asilo del Marqués de Campo que, a pesar que deben ser considerados parte fundamental de nuestro legado histórico y patrimonial, en la actualidad corren un incierto futuro.

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Los orígenes benéficos

La pobreza, esto es, la escasez, y sus consecuencias: mendicidad y marginalidad, ha sido considerada desde siempre como una lacra que distorsiona el paisaje urbano.

La ciudad, nacida por la tendencia a socializar al individuo y con el fin de crear comunidades independientes, crece al convertirse en polo de atracción para el desarrollo de oficios complementarios.

Este crecimiento y diversificación, a su vez, atraerá a más población, pero algunos no lograrán fundirse en la colectividad y necesitarán para su supervivencia de los excedentes que se generen.

El marco integrador, pensado para el trabajo y el ocio, entenderá la solidaridad, pero rechazará todo elemento que viva o actúe fuera de la doctrina comúnmente admitida.

En la sociedad feudal, los pobres eran el pueblo.

Una sociedad basada en la moral cristiana estará obligada al socorro de los necesitados, máxime cuando pobreza y santidad van unidas.

Pero el crecimiento de la ciudad, el comercio y por tanto con la aparición de la burguesía se fueron constituyendo las bases para el libre desarrollo económico para el individuo.

Los que no sean capaces de participar del incremento de la riqueza caerán en la indigencia, bien por enfermedad, edad, viudedad, catástrofe, guerra, caída de los precios, inadaptación o bien por voluntad propia; este último extremo es el que atacará históricamente desde todos los frentes y el que corromperá los distintos intentos para atajar el problema de la pobreza.

En efecto, las clases acomodadas han preferido pensar que el necesitado de ayuda se había buscado su situación y era merecedor de tal condición por mirar hacia otro lado.

Es en situaciones cuando la realidad palpable, el pobre en la calle, asfixiaba la vida urbana cuando los poderosos han intentado buscar soluciones que, si bien en ocasiones, han pasado por el encierro, también han proporcionado auxilio a los desahuciados.

Dentro de los pobres integrados con normalidad en la sociedad cabe distinguir entre pobres de solemnidad y vergonzantes, y entre los pobres que causan molestia encontramos a los mendigos.

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Los orígenes benéficos

Los pobres de solemnidad, que son los que reivindican su condición, han accedido a las ayudas al contrario que los pobres vergonzantes, que al intentar ocultar su condición por orgullo o dignidad, ha tenido que esperar hasta la constitución de un sistema público de prestación social para ver mejorada su situación.

Los mendigos serán los pobres que salen a la calle a pedir limosna.

No son antisociales ni contestatarios, simplemente actúan, adoptan una posición activa ante su situación.

Además, de la mendicidad a la auténtica marginalidad, recurrir a la trasgresión de las normas sociales a través de actos delictivos, ociosidad, vagabundeo o prostitución solo hay un paso.

Otro hecho que molesta especialmente, era utilizar a los niños e incluso hijos en el arte de mendigar, utilizarlos para conmover o exponer a las niñas a abusos sexuales.

Por medio de Hospicios de Corrección se controlaría este abuso, separando a madres e hijos, enseñándoles un oficio, los beneficios de la higiene corporal y del alma y la disciplina de la subordinación.

En un área acotada, una institución, se facilitará la supeditación a las reglas marcadas.

Había que adoptar medidas que evitaran, ante los cambios económicos y políticos que se producen a partir del siglo XVIII, que tanta masa de pobres comprometiera el status quo.

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El humanismo. De la caridad a la justicia social

La asimilación de un grave problema de la miseria y sus posibles soluciones, ha sufrido un largo recorrido en el pensamiento social.

La creación de instituciones benéficas necesitó de la evolución paulatina en el concepto de solidaridad.

En el pensamiento humanista perdura un profundo sentimiento religioso en los actos del hombre; Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro y Luis Vives, entre otros, perviven entre la admiración por el clasicismo y la obra de Dios.

En el caso de los hospitales, que así se llamó en los pueblos, también llamados hospederías, hospicios, y también hostería y hostal, esta palabra es derivada de la raíz latina “hospes” que significa huésped.

Esta pluralidad de palabras representa la variedad de funciones de un hospital medieval, donde se hospeda y socorre al desvalido, ya sea pobre, peregrino, enfermo o niño abandonado, de ahí que desde las primeras fundaciones hospitalarias del siglo XIII se mantuvo la confusión de emplear indistintamente las palabras “pobre” y “enfermo”, abarcando las dos el concepto de enfermedad.

De hecho todos los hospitales existentes en la Valencia del siglo XIII, solo uno de ellos, el de San Lázaro era para un tipo especial de enfermos, leprosos, el resto, Hospital de San Juan Bautista, San Jaime, San Vicente, San Guillem y el Hospital de los Antonianos, constatan la confusión antes citada con la admisión de enfermos de todo tipo como los indigentes sanos.

Juan Luis Vives defiende la ayuda a los pobres por parte de la comunidad, ya no solo por parte de la iglesia, como venía ocurriendo, se enfoca desde su oportunidad para procurar la seguridad, la paz social y el evitar el contagio de enfermedades, es decir, desde el beneficio para la población de una ciudad; propone que se acoja a los pobres en los hospitales.

Estas instituciones tenían unos estatutos establecidos por los fundadores y que no siempre se cumplían por la corrupción de los propios administradores de la herencia.

Es necesario que se hagan censos que arrojen luz sobre el número y situación real de los mendigos de cada ciudad con el objetivo de facilitarles su propio sustento a través del trabajo.

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El humanismo. De la caridad a la justicia social

Como sistema de persuasión, pues en ocasiones reportaba más beneficio vivir de limosna que lo que se pagaba por esos trabajos, no se descartaba el castigo, ni siquiera la cárcel, el objetivo: limpiar las calles.

Para los niños se recomienda que permanezcan apartados de los adultos en instituciones independientes, donde se le eduque, se propone establecer un sistema cerrado en el que los niños que progresen permanezcan en la institución como maestros.

Los planteamientos defendidos por Luis Vives perdurarán casi hasta nuestros días.

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El panorama de descontrol público, de hacinamiento y de falta de salubridad es similar a lo que ocurría en toda Europa y en particular en Valencia, donde la asistencia monástica fue sustituida paulatinamente por la episcopal o laica hasta la constitución del Hospital General, al que se agregaron todos los hospitales particulares, no existió un control sobre la fundación de los pequeños hospitales que habitualmente no perseguían los fines para los que fueron creados.

En Valencia los primeros hospitales conocidos son los de San Vicente Mártir (que en origen se llamó de Santa María Magdalena, que después cambio por el nombre de San Vicente al estar situado en el antiguo monasterio de la Roqueta), cuya fundación por el rey Jaime I arranca del siglo XIII; el Hospital de San Lázaro (estaba situado en el mismo punto de la ermita de la calle Murviedro, actual calle de Sagunto) fundado para atender a los enfermos de lepra o mal de San Lázaro del que se tiene noticias a partir de 1.254, pero que podría datar de 1.238 coincidiendo con la conquista de la ciudad; el Hospital de San Juan de Jerusalem, de los caballeros de la Orden de San Juan; el Hospital de San Guillem fundado por Guillem Escrivá; el Hospital de San Antonio y el Hospital de Roncesvalles fundados por la Orden respectiva; y el de Santa Lucia, llamado posteriormente Hospital de la Reina, porque fue la reina Sofía de Constanza quien lo fundó tras la muerte de su esposo Pedro III el Grande.

Este último hospital situado extramuros de la ciudad, se instaló en un edificio que había formado parte del antiguo palacio de rey moro Zaen, en los aledaños de donde se fundó posteriormente el convento de San Francisco; en 1.375 pasó a ser dirigido por la familia Conca, al agotarse las rentas tras la muerte de la reina.

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Durante el siglo XIV continuó la fundación de hospitales.

El Hospital de En Clapes, fundado por Bernardo Clapés en 1.311 en el lugar que después ocupó el Palacio del Marqués de Aytona; el de Santa María dels Baquins, fundado en 1.333 para asistir a los Hermanos Terciarios de San Francisco; el de los Pobres Sacerdotes, tras la fundación en el presbiterio de la Catedral en 1.356 de la Cofradía de la Beatísima Virgen María, para asistir en sus propias casas o posadas a los sacerdotes pobres (fue tal el auge de esta Cofradía que en poco tiempo adquirieron varias casas para poder construir un hospital con espaciosas habitaciones y un claustro interior; en su capilla se instalaron pinturas de Gaspar de la Huerta, Luis Richart, José Camarón y de Espinosa y una escultura de la Virgen ricamente adornada); el de En Conill, situado en la calle Carniceros y fundado en 1.397 para curar enfermos y asistir a familias y el de En Bou, instituido por Pedro Bou en su testamento de 18 de julio de 1.399 destinado al socorro de los pescadores pobres.

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El Hospital General, tiene su origen en un privilegio dado en 1.409 por el rey Martín I para la construcción del Hospital de Ignoscents, Folls e Orats.

En su institución tuvo gran importancia el sermón que ese mismo año promulgó el Padre Jofré en la catedral, impresionado por la humillación de un loco que acababa de presenciar.

Tras el sermón un grupo de fieles, encabezado por Lorenzo Saloni, decidieron fundar un hospital de dementes; el lugar elegido sería un campo de moreras junto a la Puerta de Torrent, donde hoy se encuentra la ermita de Santa Lucia en la calle del Hospital.

Pero es con la supresión de los hospitales particulares tras el laudo (el laudo es la denominación de la resolución que dicta un árbitro y que sirve para resolver un conflicto entre dos o más partes. El equivalente al laudo en el orden jurisdiccional es la sentencia dictada por el juez) del 17 de abril de 1.512, cuando adquiere el carácter de general adhiriéndose al mismo el cometido, los bienes y las limosnas del resto de hospitales.

El objeto a que se destinan los hospitales cambió con el transcurso de los años y su cometido es claramente discutido.

No existe una legislación que los regulen y en muchas ocasiones los que los gestionan pervierten el modo en que deben ser gobernados.

Aunque el motivo en origen fue plausible, el que se uniera en un solo hospital todo el espectro asistencial: enfermos, dementes y expósitos (recién nacido que ha sido entregado por sus padres a instituciones de beneficencia, denominadas casas u hospitales de expósitos o inclusas), convertía al Hospital General en una institución de difícil gestión y surgiría más adelante la necesidad de creación de nuevos edificios benéficos.

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Con la unión se autorizó el cambio de uso del resto de los edificios que, dispersados por la ciudad, albergaban a enfermos y pobres.

Se permitió su venta, la utilización para albergar peregrinos o la conversión en posadas.

Durante el siglo XIX el Hospital General será objeto de continuas intervenciones, destacando la que Sebastián Monleón y Joaquín María Belda realizaron sobre los solares pertenecientes al antiguo Santo Hospital General, este último, por su gran prestigio, acapara casi la totalidad de los encargos de la época; es uno de los primeros ejemplos de empleo de neogoticismo en Valencia, donde este estilo no se prodigó demasiado, pero no obstante, la precisión historicista con que han sido tratadas algunas partes, Belda utilizó elementos de carácter más ecléctico.

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El rasgo más sobresaliente del proyecto es su rígida horizontalidad y simetría, con 12 tramos idénticos en su distribución y decoración, y a los extremos sendas portadas gemelas.

Todas estas instituciones, junto con colegios y hospicios, fueron creados como consecuencia de la pobreza reinante.

Pero como hemos visto la pobreza va unida a la mendicidad, con lo que se convierte en molesta, y hasta el siglo XVIII está ligada a la santidad; el ir en contra de ella hubiera encontrado la oposición frontal de la iglesia.

En cualquier caso, desde el poder político, se intenta poner coto al libre deambular de indigentes.

Durante el reinado de Carlos I la Ley de 1.535 dispone que “no pueden andar, ni anden, pobres por estos nuestros Reinos, vecinos ni naturales de otras partes, sino que cada uno pida en su naturaleza”; como siempre ha ocurrido, la pobreza es algo incómodo, pero más la que viene de fuera.

En Valencia, desde tiempos de Pedro IV de Aragón existía un funcionario de la ciudad llamado “Padre de Huérfanos” que se encargaba de asistir a los niños expósitos o de padre enfermo, les buscaba trabajo y vigilaba su conducta y salario.

El Consejo de la ciudad les obligaba a llevar un plomo colgado del cuello que les habilitaba para mendigar.

La prohibición de mendigar en otros lugares distintos del lugar de procedencia o residencia se defendía por ser necesaria para evaluar las necesidades reales de la población.

Felipe II dispone en 1.562 que podían pedir aquellos que fueran realmente pobres, donde fueran naturales y moradores.

Si las tierras de la jurisdicción de la ciudad o villa donde residen no tuvieran lugares ni aldeas, se permitía la indigencia, como máximo a 6 leguas de distancia; estaba prohibido, en cualquier caso, pedir limosna dentro de las iglesias durante la misa mayor; para pedir era necesario sacar una licencia de la justicia y una cédula del cura de la parroquia a la que estaba adscrito.

En el caso de los estudiantes la licencia la expedía el recto de su estudio.

De esta manera se tenía controlada la masa de pobres y se intentaba evitar que las manos útiles la usasen indiscriminadamente.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • La Casa de Beneficencia de Valencia. Antonio Ariño Villarroya-Daniel Benito Goerlich-Ramón Cervera Prada

  • Beneficencia, formación y empleo en Valencia (1.874-1.902). Tesis Doctoral de José Antonio Acosta Sánchez

  • Centro Cultural La Beneficencia

  • Guía urbana de Valencia antigua y moderna. Marqués de Cruïlles.

  • Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia. Vicente Boix. 1.854

  • Arquitectura religiosa del siglo XVII en la ciudad de Valencia. Fernando Pingarrón

  • Décadas de la Historia de la insigne y coronada Ciudad y Reyno de Valencia. Gaspar Escolano

  • Memoria de la Casa de Beneficencia. Pascual Guzman.

  • De l’ofici a la fábrica, una familia industrial valenciana en el canvi de segle “La Maquinista Valenciana”. Amparo Álvarez- Carmen García.

  • Prisión, enjuiciamiento y muerte del general Elio, 1.820-1.822. Juan García González.

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