Bajada de San Francisco

Bajada de San Francisco (Devallada de Sant Francesch en valenciano)

Plaza del Ayuntamiento

Primeras transformaciones urbanísticas de la antigua plaza de San Francisco tras la demolición de su histórico convento

Todos los cronistas e historiadores locales coinciden esencialmente que “esta calle discurría desde la también desaparecida plaza de Cajeros, conocida también como plaza de Caxers”, junto al pasaje de Ripalda, hasta la calle de las Barcas por las esquinas de la calle de Barcelonina.

Esta antigua vía urbana desaparecida, reúne una serie de características que la constituyen, además de pintoresca y tradicional, en eje principal del comercio valenciano, así como también de la más destacada personalidad popular de la ciudad; contaba con importantes establecimientos que gozaban de fama y prestigio, no faltando en ella personajes muy típicos que cruzaban asiduamente esta famosa calle.

Por otra parte, la Bajada de San Francisco, no es que fuese ni demasiado larga, ni demasiado ancha, pero sí que fue más que suficiente, para dar cabida a muchas tiendas en cuyas fachadas se anunciaban todo tipo de productos y delicias del consumidor.

En la segunda mitad del XIX, ya lanzaba su publicidad alguno de estos conocidos comercios como el ultramarinos de “El Negrito”, en donde podemos apreciar una larga exposición publicitaria de todas las cualidades de sus mejores bebidas, con una serie de prerrogativas sin competencia, que asombrarían a cualquier lector de la actualidad.

El Conservatorio de Música en Valencia fue inaugurado por febrero de 1.879, la prensa de la época, al dar la noticia, se hacía eco de los donativos, que hacían algunas entidades, para promocionar al Conservatorio.

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Uno de los establecimientos más famosos fue el de la relojería “Carbonell”, cuyo propietario Juan Bautista, llegó a convertirse en un verdadero genio porque inventó el reloj-despertador llamado “Cudolet”.

En uno de los escaparates de su comercio, aparecía como reclamo, un enorme capazo lleno de relojes de la marca “Cudolet” muy apetecidos por los huertanos, a quienes se le vendían al precio de 9 ó 10 pesetas.

Si Juan Bautista Carbonell fue una figura destacada en el mundo de la relojería, no lo fue menos como personaje típico de la Bajada de San Francisco, como anécdota decir, que de joven actuó como torero y hasta se hizo célebre por haber aceptado, en cierta ocasión, una apuesta con sus amigos y clientes metiéndose temerariamente en la jaula de los leones de un circo.

Otro tipo popular de Valencia que iba y venía por nuestra «Devallada de Sanct Francesch», es preciso no olvidar a Pepito Villalonga, con su desproporcionada chaqueta, en cuyos bolsillos guardaba de todo, hasta reventar, de ahí que se hiciera famosa, por aquella época, la frase, cuando alguien guardaba muchas cosas en los bolsillos… “llevas los bolsillos más llenos que Pepito Villalonga”.

Pepito Villalonga ofrecía a todo el mundo, entre disparates y gracias, sobre todo sonrisas y saludos.

En una obra teatral representada en el Teatro Principal titulada “Porfolio valenciano” el actor caracterizado de Pepito Villalonga declamaba:

Soy Pepito Villalonga

Tipo muy original

Todo el mundo me conoce

Porque aquí soy popular.

Como, bebo, gasto y fumo

Sin tener nunca un real.

Lo que pasa por Valencia

De memoria lo sé

Paso el día paseando

La “Baixá de San Francés

Otro personaje no menos popular paseante por la Bajada de San Francisco, que algunos mayores valencianos todavía recordaran, era un vendedor ambulante y anónimo que ofrecía unos libritos a los transeúntes con el siguiente título: “Reducción de kilos a arrobas, cuentas ajustadas”; y otro más procaz (Procaz, que se comporta o habla de manera desvergonzada, descarada o atrevida, en especial en el aspecto sexual) titulado “Los apuros y fatigas que se pasa el hombre que se casa con una mujer cochina”, de todo este repertorio, lo viene cierto es, que según asegura la gente que le conoció, el autor agotaba sus existencias.

Más famoso, si cabe, fue “el pardalero”, este hombre vendía pajaritos de barro fabricados toscamente por él y cuyas alitas de plumas se movían al ser accionadas con un hilo del que se tiraba; su pregón era inconfundible, decía: “¡Dos pardalets, un aguileta!” (Dos pajaritos por cinco céntimos); como generalmente las madres se resistían a dar a sus niños el dinero para ese capricho, en ese preciso momento el “pardalero” entraba en acción vociferando: “¡Ploreu, xiquets, que pardalets tindreu!” (llorad, niños, que tendréis pajaritos).

Todo un verdadero ingenio pedagógico de la publicidad.

No queremos finalizar este anecdotario en la Bajada de San Francisco y traemos a la memoria una bonita y verdadera historia de amor.

Un joven maestro enamorado de una chica que vivía en la Bajada frente a su casa, al prohibirle los padres de la chica el salir a la calle para evitar el encuentro con el pretendiente, este ideó otro ingenio no menos hábil que el del “pardalero”, pues bien, perfeccionando el maestro hasta tal punto su mímica, que llegó a poder comunicarse y entenderse perfectamente con ella.

Como el incidente se hizo tan popular en la Bajada de San Francisco, el vecindario, ante la eficaz comunicación a distancia y sin hilos, pronto distinguió al joven docente con el sobrenombre de “Marconi”.

De todos estos personajes y otros muchos que no detallamos por evitar alargar demasiado estas anécdotas, comentar, que cuando desapareció la Bajada de San Francisco, Juan Bautista Carbonell, a quien le afectó la reforma tanto, que al poco tiempo perdió el buen humor, enfermó y no tardó en morir.

En la no muy larga, Bajada de San Francisco, también estuvieron presentes los célebres Cafés de aquel entonces, así como, restaurantes y hostelerías. Más modesto, pero muy popular y concurrido, era el antiguo “Cafetí de Sento el Cairer”, que fue el establecimiento preferido de todos los futuros toreros.

Junto a un establecimiento de bisutería, cuyo dueño el señor Marcelo, entusiasta admirador de los Fabrilo, tenía su puesto de “cacau y tramusos” (cacahuetes y altramuces) una abuelita que vendía el mejor cacahuete tostado de toda Valencia, de tal suerte que diariamente despachaba más de 2 capazos (dependiendo del tamaño, pero aproximadamente unos 20 ó 30 kilógramos por capazo).

Arropada en su negro pañuelo grande y, alumbrada por su farolillo de aceite, siempre estaba rodeada de parroquianos, al lado de la bisutería donde se vendía de todo.

Tampoco queremos pasar por alto el espléndido “Bar Champagne” con toda suerte de exquisiteces (bombones, caramelos, peladillas, etc.) y que obsequiaba por Pascua a sus consumidores con cachirulos (especie de cometas).

También el muy acreditado y no menos antiguo Forn de Sant Francesc (Horno de San Francisco), en esta Bajada, que hacía las delicias de los transeúntes y de todo el público valenciano que acudía a su pastelería y que hicieron popular y famosa la dinastía de los Martí.

Cuando la reforma de la Bajada de San Francisco, se trasladó este establecimiento a las plantas bajas del edificio de la acera de enfrente que ya pertenecía a la plaza de Emilio Castelar, ostentado el rótulo de “El postre Martí”, que se anunciaba como “insustituible en las fiestas de la familia por ser el más sano, nutritivo y económico: UNA PESETA los 350 gramos”.

Siempre en el ámbito del mismo gremio, tuvieron asidua clientela por su prestigio en esta Bajada, el café y restaurante suizo, el ultramarinos “El Japón” con su especialidad de ensaimada de Mallorca y el muy bien acondicionado “Bar Torino”, lugar de encuentro de los jugadores del Valencia F.C. de los viejos tiempos.

Antes de terminar este corto recorrido urbano, en lo que a calzada se refiere, queremos recordar a la plaza que partía desde la que partía esta Bajada de San Francisco, se trata de la antigua y ya desaparecida plaça dels Caxers (plaza de los Cajeros), de la que actualmente no ha quedado más que un tramo correspondiente a la calle de San Vicente en su confluencia con el edificio y portal del pasaje de Ripalda, a mano izquierda y la del inicio de la avenida de María Cristina, en la parte derecha.

La denominación de plaza dels Caxers era ya muy antigua, este rótulo se le asignó, según cuentan los cronistas, “por estar situados en ella desde tiempos pasados varios carpinteros ocupados en la construcción de arcas”.

Esta vieja e inexistente plaza dels Caxers, como colindante con la Bajada de San Francisco, participó a lo largo del ochocientos y principios del siglo XX, del popular y abigarrado comercio propio de todo este entorno urbano, como futuro de la gran plaza del Ayuntamiento.

Como muestra de aquellos momentos en que florecieron los establecimientos comerciales en la plaza de Cajeros, citaremos el del francés J. Robillard, cuya gran fábrica de esencias, perfumería y demás especialidades del mismo ramo, marcó época en los comienzos del novecientos.

En otro género de fabricantes, recordaremos la tienda “El Paraiso” donde se realizaban y vendían toda suerte de vestidos, así como, de ajuares de casa.

Uno de los hechos más sobresalientes de la plaza de Cajeros, no muchos años antes de su transformación urbana, es el que tuvo lugar con motivo de dedicársela en mayo de 1.921, al célebre novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez,, aprovechando, tras una larga ausencia del mismo, un viaje que por estas fechas realizó a su ciudad natal.

En las antiguas fotografías, vemos sendas perspectivas de la antigua plaza de Cajeros, con objeto que, viendo lo que todavía pervive hasta nuestros días de aquel entorno urbanístico, puedan situarse en la ya desaparecida plaza de Cajeros.

De todo este castizo conjunto arquitectónico de tiempos pasados, solamente queda, y todavía algo transformado, el pasaje de Ripalda.

El característico pasaje de Ripalda, fue una antigua propiedad de la marquesa de Campo Salinas y Condesa de Ripalda, Dña. María Josefa Paulín de la Peña, encargó en 1.889 al arquitecto Joaquín María Arnau Miramón (Valencia, 16 de marzo de 1.849 – Godella, Valencia, 8 de septiembre de 1.906) la construcción de un espacio que llevaría el nombre de la propia Condesa: el Pasaje Ripalda.

Esta obra de carácter italianizante es de estilo neoclásico de fin de siglo, dentro del eclecticismo de su tiempo.

Entre la Bajada de San Francisco y la plaza del mismo nombre, existió también un fastuoso café conocido como “Café de España”, estaba situado casi próximo a la esquina de la calle, llamada desde hace muchos años calle de Barcelonina, que luego se le denominó calle de las Hermanas Chabás y ahora recupera su antiguo rótulo de Barcelonina.

De esta calle de Barcelonina que actualmente discurre desde la plaza de Rodrigo Botet hasta la plaza del Ayuntamiento, no dice Marcos Antonio Orellana que “la causa de obtener dicho renombre fue porque habiendo venido muchos catalanes a la conquista de Valencia, no solo se les premió fuera de las murallas, en los arrabales, como entonces lo era el territorio donde se formó, y existe la dicha calle de Barcelonina, cuyo diminutivo de Barcelona, en alusión a los catalanes que residían, y hacendados que se situaron allí”.

Volviendo al antes citado Café de España, fue una obra de Felipe Narbón, quien se propuso crear uno de los locales más lujosos del país.

El Café de España tuvo su sede en el amplio solar que lucía sus fachadas, anterior y posterior, a la Bajada de San Francisco y a la calle de Moratín respectivamente.

Este café fue construido a finales del siglo XIX por el arquitecto Fernando Dacal, y proyectado exprofeso para hotel en 3 plantas altas, y salones de café en la planta baja, en la que se celebró la solemne inauguración del establecimiento el día 1 de junio de 1.887; todo este conjunto nos ofrecía un atractivo y decorativo estilo neomudéjar.

Fue el Café de España uno de los principales centros de encuentro de ilustres artistas y literatos.

Uno de los más asiduos visitantes fue el escritor José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo, Azorín, quien en su libro Valencia, nos dice: “Íbamos tras la comida, al Café de España. No había más suntuoso en Valencia. No lo habría tampoco en el mismo Paris. Traspuesto su zaguán losado de mármol blanco, se entraba en un primoroso salón árabe, con frisos de alicatados azulejos”.

Las reuniones de esparcimiento, juego y descanso, celebradas en aquel Café de España, se veían amenizadas por las prometedoras figuras del piano y futuros grandes concertistas, José Bellver Abells, uno de los fundadores del Conservatorio de Música de Valencia, y los entonces discípulos suyos, Leopoldo Querol Roso y José Iturbi Báguena.

Próximo capítulo: Barrio de Pescadores

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • Origen e Historia de las calles del centro histórico de Valencia. Juan Luís Corbín Ferrer

  • España. Levante. Guías Calpe. Elías Tormo y Monzón. 1.923

  • Geografía del Reino de Valencia. José Martínez Aloy.

  • Valencia antigua y moderna. Marcos Antoni Orellana. 1.924

  • La urbe valenciana en el siglo XIV. José Rodrigo Pertegás. 1.924

  • Los restos del rey moro Zeyt, en el Monasterio de la Puridad de Valencia. José Benjamín Agulló Pascual. 1.978

  • Notas históricas de las Seráficas Provincias de Valencia (obra manuscrita). Padre Conrado Ángel

  • Valencia Antigua y Moderna. Constantí Llombart. 1.887

  • Origen y carácter de los acontecimientos de Valencia en la noche del 5 y del 6 de agosto de 1.835.

  • Las fiestas de la nobleza valenciana en el siglo XVII. Pilar Pedraza