Posteriores reformas urbanas

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Plaza del Ayuntamiento

Primeras transformaciones urbanísticas de la antigua plaza de San Francisco tras la demolición de su histórico convento

Parques, jardines y monumentos en la misma plaza

A partir de los últimos años del siglo XIX, las transformaciones urbanas de esta demarcación de San Francisco fueron sucediéndose a gran escala, hasta que ya bien entrados en el siglo XX es cuando se acelerará la realización de la plaza más representativa de la ciudad, en la que se concentrará toda la construcción de los más modernos edificios que atraerán toda suerte de establecimientos comerciales y también hoteles de lujo y fondas con cierta categoría, teatros y cines, circunstancia que aprovecharán las principales entidades bancarias para introducirse dentro de la actividad de la plaza.

Todo esto favorece a la idea que en la antigua plaza de San Francisco y prescindiendo de los sucesivos rótulos que vendrían a denominarla, se han dado cita toda suerte de comercios.

Las plantas bajas de los edificios que circundan a nuestra gran plaza ya venían siendo ocupadas desde hace mucho tiempo por importantes establecimientos.

Con las múltiples reformas posteriores, sí que es cierto que variaría la decoración, tanto interna como externa, de los comercios, pero estos ya estaban allí presentes en los tiempos en que imperaba la antigua “escaleta de anella y cordón”.

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Fue todo este abigarrado conjunto un auténtico reclamo para instalarse en la plaza de San Francisco, así como en sus inmediaciones, los primitivos medios de comunicación de la metrópoli valenciana con sus pueblos, así como con otras capitales, por medio de las diligencias.

Los “anuarios” de la época nos hablan del Mesón de San Antonio, en la misma plaza de San Francisco; del Parador de la Sang, en la calle de la Sangre; del Hostal del Caballo, en la calle del mismo nombre, actual calle de Cotanda, etc.

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De todos es sabido, como la existencia de tiros de caballos para carruajes, diligencias y tartanas, había atraído a esquiladores de caballerías y “escorcha rosins” (desolladores), a esta populosa barriada y al mismo tiempo había determinado el asentamiento en la misma, de mesones, paradores, fondas, etc. Y donde partían aquellos medios de comunicación al servicio de viajeros y transeúntes.

Y si nos fijamos en los comercios de cierta categoría hay que recordar el estudio fotográfico de un profesional en cuyo artístico rótulo de la portada de su establecimiento aparecía el siguiente título comercial: “Primer fotógrafo de Valencia. Julio Derrey”, el escudo de la Casa Real campeaba en el centro, indicando ser proveedor de la misma.

La famosa Casa de Fotografía de Julio Derrey se hallaba instalada en el comienza de la antigua plaza de San Francisco junto al primitivo edificio del actual Ateneo Mercantil, así como el desaparecido Hotel y Fonda de España en la esquina de la calle de las Barcas.

Forma todo este conjunto edificado, un interesante paisaje urbano de principios del siglo XX, totalmente sustituido por nuevas edificaciones.

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En la misma línea de fachada, cuando esta manzana de casas, bordeando la antigua plaza de San Francisco, asomándose a la calle de las Barcas se alzaba el famoso Hotel y Fonda de España, no hay que confundir con el Café de España del que ya hemos comentado anteriormente, para situarnos mejor indicaremos que este establecimiento hotelero ocupó el solar el edificio “Eurotodo en la actual plaza del Ayuntamiento número 20, llamado “edificio Eurotodo”, porque en este lugar se encontraban estos grandes almacenes hoy ya desaparecidos y que por cierto nada tenían que ver con “todo”.

Pues bien, el Hotel y Fonda de España fue inaugurado el 1 de diciembre de 1.899 y lo regentaba Eduardo Romaguera miembro de una familia procedente de Gerona.

Hacia el año 1.925 estuvieron al frente Emiliano Real y su esposa, que tuvieron también el Hotel Europa, en lo que fue una casa solariega en la calle Ribera.

Respecto a la decoración del Hotel y Fonda de España, dicen que tenía fama su estilo un tanto afrancesado, pues hasta tuvo, en sus principios, el rótulo en francés, con grandes letras de color negro alineadas verticalmente de arriba hacia abajo, de igual modo que cuando su rótulo ya se leía en castellano.

Como era de rigor por aquel entonces, poseía un pequeño “bus” para llevar y traer los viajeros a la estación; era de un color oscuro y llevaba pintada una ancha cenefa de naranjas, como una greca y le llamaban entre los del ramo “El coche de las naranjas”.

Constituía este edificio, por su situación, uno de los puntos caves de la ciudad en la plaza que ya se iba configurando tras la desaparición de la tradicional Bajada de San Francisco, así como el vértice de convergencia con la, hasta entonces, tranquila calle de Moratín, a la que en esos momentos llegaban los chirridos desagradables de los tranvías, faltos de engrase en las casi redondas curvas en su revuelta al entrar a la calle de las Barcas.

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Ya se pensó su demolición cuando la gran reforma de la ciudad por el marqués de Sotelo en los años 1.926-1.927, con el fin de alinearlo a nivel del edificio de la ferretería de Ernesto Ferrer, situado enfrente, sin embargo, no hubo necesidad de llevar a término tal proyecto.

La ferretería de Ernesto Ferrer, lamentablemente desaparecida, inmemorable institución en la antigua plaza de Emilio Castelar, databa de 1.898, baste decir de este popular establecimiento conocido por todos, era muy popular la expresión la frase: “Anem a ca Ernesto” (Vamos a casa Ernesto), pues efectivamente, en sus locales podía encontrarse desde un tornillo hasta un refrigerador. Vaya desde aquí un grato recuerdo.

Cruzando la calle de las Barcas y dando la vuelta a la plaza, enseguida percibíamos en el ángulo con la confluencia de la calle Lauria y Paseo Ruzafa, un característico y fuerte olor, mezcla de café, chocolate y gambas, esto nos indicaba que pasábamos rozando la cafetería Lauria y la Casa Balanzá, cuya publicidad ya la encontramos en los anuncios publicitarios del pasado siglo XX, pero eso era en aquella época porque ahora Balanzá ha cambiado de rumbo, ya no es aquella Casa que desde hace unos muchos años tenía la especialidad, como Casa Barrachina, de los entrepanes que tanto encandilaban a los valencianos, actualmente tiene subsiste como casa de juegos y apuestas.

Bien merecida, también, tiene su popularidad Casa Barrachina, que domina la plaza en el espacio urbano entre las calles de la Sangre y En Llop, aunque actualmente, como muchos tradicionales negocios de antaño, han cambiado su estilo de negocio.

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Por el año 1.893, se avecindaron en Valencia Martín Barrachina Benages y su esposa Emilia Fajardo Pérez, provenientes de Rubielos de Mora y Manzanera (Teruel) respectivamente, el primero comenzó su carrera hostelera, abriendo el primer local, en un edificio del llamado Barrio de Pescadores, en el lugar que ocupaba la administración de Lotería Bello, en la plaza de Emilio Castelar.

Allí permaneció la antigua Casa Barrachina, hasta que fue decretado el derribo del Barrio de Pescadores, pasaron a abrir nuevo local en la parte de enfrente, al lado de donde luego se edificio la actual fachada del Ayuntamiento.

Estaba la Casa Barrachina, al principio de este traslado en la esquina de la calle de En Llop, en un bajo de su propiedad, que junto a otras 5 parcelas, que progresivamente iría adquiriendo el señor Barrachina, constituirían, con el tiempo, un gran solar sobre el que se alzaría el majestuoso edificio de Barrachina.

Una de las fincas adquiridas para la ampliación del solar, fue la que en la calle de En Llop, tenía sobre su fachada adosado el famoso “Nano”, que Martín Barrachina regaló al célebre relojero Juan Bautista Carbonell de la Bajada de San Francisco, y que luego este “Nano” iría cambiando de domicilio, como ya comentamos en otro artículo.

De las referidas parcelas que el señor Barrachina fue adquiriendo, en la más inmediata a la calle de la Sangre, estuvo abierto durante muchos años, el Bar Ideal.

Mientras que en la parte central de la fachada aproximadamente, tenía instalado el ultramarinos “El Cid”, que a partir de las 9 de la noche cerraba, para reabrir a las 23 horas hasta las 3 de la madrugada y en donde se idearon los célebres bocadillos de “blanco y negro”.

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Por aquel entonces, como había pocos bares y restaurantes, y en los trenes no había comidas, ni tampoco en la estación, y el recorrido de los trenes se hacía eterno, los innumerables viajeros que acudían a la estación del Norte, cuando iban a emprender un viaje de largo recorrido, adquirían la “merienda de viaje” en el Bar Barrachina, que se componía de: un bocadillo de jamón; un blanco y negro; un pepito de tomate, pimiento, atún y huevo; un  plátano; media botella de vino de Turis y una servilleta con sal y palillos, todo ello con servilletas de papel en una bolsa; estas “meriendas de viaje” se estuvieron vendiendo muchos años al precio de 2.50 pesetas la unidad.

También desapareció la célebre “Subasta” que estuvo instalada en la que ya desde hace muchos años tiene sus locales la no menos famosa lotería Casa Bello, tanto es así que esta, en sus primeros tiempos se anunciaba como “Lotería de la Subasta”; la gente se divertía mirando desde aquel graderío que, incluso tenía para desde él, poder presenciar el público, la Subasta como un espectáculo.

Todos los objetos se vendían por el procedimiento de subastarlos al mejor postor, y por supuesto, que el dueño tenía sus ganchos entre el público para hacer subir los precios.

Con mirada retrospectiva descubriremos que desde que aparecieron los solares del derruido Convento de San Francisco, la plaza se convirtió en el centro teatral de la ciudad, aunque luego este se fuera desplazando y afincando en otros lugares, pero curiosamente casi siempre en las inmediaciones, como ejemplos podemos nombrar al Teatro Principal, Teatro Ruzafa (ya desaparecido), el Gran Teatro, más tarde convertido en el cine Rex (que cerró sus puertas en el año 1.993. Fue mítica la hermosa lámpara que se albergaba en su hall).

También el cinematógrafo (por usar la palabra más adecuada a la época de su invención), hizo acto de presencia en la plaza en medio de una gran aceptación por parte del público valenciano.

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En el tramo de la acera comprendido entre el edificio del Ateneo Mercantil hacia la esquina de la calle de las Barcas, se montó en los inicios del cine, un establecimiento que llevaba por nombre “cine El Cid”.

Era por aquel entonces cine mudo y por tanto, disponía de un explicador a base de carteles, con lo que hoy denominaríamos subtítulos, pero con la particularidad que como las más de las veces los cartelitos estaban impresos sobre la misma película, la lectura se hacía todavía mucho más difícil.

Igualmente, en la pantalla se proyectaban, generalmente, películas por episodios; y en cuanto a la sala, los bancos eran corridos.

El cine Cid cerró sus puertas en el año 1.933 y en su espacio se abrió una sucursal de Casa Crumiere, dedicada a objetos de óptica y fotografía, discos de piedra, fonógrafos y artículos de regalo.

El antiguo cine Cid fue más tarde convertido en el “cine Actualidades”, y para situarnos mejor diremos que se hallaba en lo que entonces eran los locales de la desaparecida Meca del Pantalón y el actual Burguer King, justo al lado del Ateneo.

La programación del cine Actualidades, que comenzaba su sesión continua sobre las 11 de la mañana, eran solamente a base de documentales, noticiarios y alguna película de dibujos animados.

Este cine se mantuvo hasta su cierre por venta de los locales al Ateneo Mercantil.

Entre finales del siglo XIX y en los comienzos del XX, lo que comenzó siendo solar de San Francisco donde por el momento cupo de todo, fue transformándose al fin en un nuevo jardín que venía a completar lo que había quedado del frondoso arbolado del desaparecido huerto monacal.

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También fue colocada en esta espaciosa área y frente al Palacio de Comunicaciones, el monumento a José Campo (marqués de Campo), introductor en Valencia de los grandes progresos a finales del siglo XIX, como muestran las figuras cinceladas en bronce que decoran los 4 lados del pedestal (el Ferrocarril, el Gas, la Navegación y la Caridad), ubicada actualmente en la plaza de Cánovas del Castillo.

En las reformas de la plaza que en el año 1.933 le fueron encomendadas al arquitecto Javier Goerlich, figuraban en el alzado del nivel de la misma y al que se ascendía por unas escalinatas, 3 grandes fuentes simbolizando cada una de ellas a las 3 provincias de la región valenciana.

Las innovaciones de carácter ornamental en la que se construyó, en el año 1.962, la monumental fuente luminosa, comentar un detalle que quizá sea poco conocido de esta fuente, que todavía existe en nuestra plaza, y es que esta fuente dispone de 8 juegos de agua y 6 colores diferentes, permitiendo una combinación que dura hasta 35 minutos.

En el primer cuarto de siglo, la panorámica que presentaba la plaza de Emilio Castelar con las excepcionales obras escultóricas de Ribera y del marqués de Campo, propias de Mariano Benlliure, era la de varios conjuntos de quioscos destinados a la venta de flores, diseminados por el ámbito de la plaza, constituían un bello paisaje urbano dada la policromía que ofrecían estos quioscos, decorados con la típica cerámica de Manises, a la que se unía el variado color de las flores.

En estos exóticos quioscos de flores imperaba el estilo japonés, puesto que el techo de los mismos formaba como una onda todo alrededor.

Allí cada uno de estos quioscos se instalaron la florista, que hasta entonces había tenido su mercado de flores en la antigua plaza de la Pelota, actual plaza de Mariano Benlliure.

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Estos quioscos que tanto atractivo y realce dieron a la plaza, fueron inaugurados el 6 de junio de 1.924 por los reyes de Italia.

Aprovechando este tema de los quioscos es necesario puntualizar, que no todos estuvieron dedicados a la venta de flores en la plaza de Emilio Castelar, pues hubo, al menos dos, que también alcanzaron fama: el primero, en el que se ofrecían refrescos era el conocido con el nombre de “El japonés”; otro quiosco que hacía juego en su estilo con el anterior, construido de madera, artísticamente trabajada, era el de los hermanos Sanchis, que en posteriores reformas pasaría a instalarse en el edificio que hace esquina a la calle de En Llop; en este quiosco, además de distribuirse la prensa local, se vendían artículos que tuvieron mucha venta, puesto que regalaban unos cupones con los que el comprador tenía derecho, reuniendo una determinada cantidad, a cualquier novela o revista; los cupones eran de diversos colores y cada color correspondía a un valor.

Un artículo que tenía mucha venta era el de las hojas de afeitar.

Entre los hermanos Sanchis, había uno que tenía, según dicen, una barba cuyos pelos eran auténticos pinchos y era el clásico al que le daban la hoja con la que él se afeitaba; él daba la que más le convenía, pues en realidad, según los más asiduos clientes, ya sabían que se afeitaba a navaja.

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La reforma del año 1.929, marcó época en la plaza mayor de Valencia porque fue a partir de entonces cuando se inició su radical transformación; se derribaron árboles de toda especie, entre los que había ejemplares únicos de cuasintorias y corifas, se desmantelaron sin piedad los numerosos y artísticos quioscos japoneses que la había poblado, no solo los dedicados a la venta de periódicos y refrescos, sino también, los destinados a la venta de flores, a fin de ejecutarse el proyecto redactado en 1.929 por el arquitecto Javier Goerlich Lleó.

Breve resultaría aquella obra, conocida popularmente como “la Tortada” y pronto es derruida (1.944-1.959), puesto que en 1.964 se rige una estatua ecuestre de Francisco Franco, realizada por el valenciano José Capuz y réplica de la que Fructuoso Orduna realiza para el Ministerio de Educación Nacional.

Esta reforma no solo cambio la fisonomía de la plaza (por aquel entonces plaza de Emilio Castelar), sino que modificó también el personalísimo ambiente del centro de la ciudad.

La fuente y monumento del marqués de Campo fueron traslados a la plaza de Cánovas del Castillo, donde se encuentran actualmente.

El monumento al pintor Ribera iba a proseguir su deambular por la ciudad y tras ser conducido en un pintoresco carro preparado a modo de jaula, fue llevado a la plaza del Poeta Llorente donde sigue instalado hoy día.

Según el proyecto del arquitecto Javier Goerlich, se había alzado el nivel de la plaza como una inmensa plataforma a la que se subía por escalinatas distribuidas a su alrededor, alternando con las fuentes que ya hemos mencionado, y con otras escaleras por las que se descendía a unos semisótanos en los que se instalaría el mercado de las flores; efectivamente, se había llevado a cabo un proyecto municipal para crear un mercado de flores subterráneo en la propia plaza, frente a la fachada principal del Ayuntamiento.

A la que los ciudadanos les dieron por denominar, a aquella gran plataforma de piedra, con el nombre de “La Tortada”, que durante varios años sirvió de lugar de reunión y esparcimiento de jubilados y pensionistas, que además de tomar el sol, se distraían contemplando el creciente tráfico de la ciudad, sin embargo, a las floristas no les convenció su nueva ubicación y como al parecer les resultaban incómodas las instalaciones de los servicios.

De toda aquella obra pétrea, no quedó absolutamente nada.

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En el año 1.953 el Ayuntamiento decidió reformar de nuevo la plaza cuyo resultado sería dejarla lisa, tras la obra de Goerlich, tras las obras practicadas en aquella década hasta el año 1.961.

Da la sensación que este cúmulo de sucesivas innovaciones por las que ha atravesado la plaza, que todavía no ha encontrado su acabado definitivo en este largo hacer y deshacer, en este siglo XXI, la vemos, aunque mantiene su estructura, la vemos peatonalizada para uso y disfrute del público que quiera pasear por ella.

Esta plaza mayor de Valencia, desde su remota denominación de plaza de San Francisco, hasta su actual denominación de plaza del Ayuntamiento, pasando por otros varios rótulos de los que ya hicimos mención, ha sido siempre el centro de la ciudad, donde se han celebrado los más importantes actos públicos.

Como ya vimos las diversiones públicas empezaron dándose cita en esta plaza, pero también, con motivo de haberse instalado la Casa de la Ciudad, primero en sus inmediaciones y luego, parte en los propios solares de San Francisco, el pueblo valenciano ha acudido a solicitar de sus regidores o ediles, cuanto para el bien común de la ciudad ha sido necesario en cualquier momento.

Además de todo esto, los acontecimientos de cierta relevancia, las fiestas típicas y tradicionales que los valencianos, han venido a manifestarlos desde siempre a este espacioso ámbito de la ciudad, corazón y alma de Valencia.

De los innumerables festejos que ha acogido esta plaza, con cualquiera de sus rótulos, de todos ellos, los más destacados son, por descontado, los tradicionales festejos falleros, que encontraron desde siempre su marco más adecuado en la plaza, cuando recibía en aquellas fiestas josefinas del año 1.927 la gran afluencia de visitantes, que procedentes de Madrid, llegaban a Valencia para presenciarlas en el tradicional primer “tren fallero“ que se organizó, con sus desfiles, pasacalles, cabalgatas, mascletás, etc. Junto con otras innovaciones con que iba manifestando el progreso de la fiesta fallera.

Fue en el año 1.940 cuando se planta por primera vez oficial, por su céntrica situación, una falla que aunase esa alegría que explosiona en cada barrio de la ciudad.

Así pues, esta falla que destaca por su monumentalidad y generalización temática, conceptuada fuera de concurso, desde aquel año, y con periodicidad anual, se planta en la hoy plaza del Ayuntamiento, ese monumento fallero que simboliza el conjunto de todos los que hacen y queman en los diversos rincones de Valencia.

Aquella primera falla que se plantó en los años cuarenta fue una extraordinaria realización del artista Regino Más, y que representaba “El so Quelo”, símbolo del labrador cuya gran figura aparecía en actitud entronizada y ciñendo en sus sienes una corona real.

A este monumento fallero, seguirán otros que se hicieron famosos como el Caballo de Troya, la Torre de Pisa, la falla de Dalí, el avión Concord (como símbolo de la concordia) del también célebre artista fallero Vicente Luna, y así una larga serie de monumentos hasta nuestros días.

Pero entre los alegres y bullangeros acontecimientos de carácter lúdico-festivo que aquí tuvieron su escenario, Valencia todavía recuerda la catástrofe de la riada, acaecida en los primeros días de octubre del año 1.957.

Las aguas desbordadas también llegaron a la plaza y precisamente, fue el lecho de las aguas de un brazo secundario del río Turia que, bifurcándose desde la altura del paseo de la Pechina, discurría hacia la zona de la plaza del Tross Alt (por deformación popular es denominada actualmente plaza del Tossal) siguiendo por la calle de la Bolsería en dirección hacia la plaza del Mercado y avenida de María Cristina, para después torcer a la izquierda por la calle de las Barcas.

Este fenómeno, que, según los estudiosos, suele producirse en el transcurso de los tiempos, pero que produzco estragos en los puestos de flores y en las plantas bajas, ofreciendo una panorámica de dramático aspecto.

Tras la tragedia, y como es sabido, sobrevino el barrizal que habían depositado las aguas del Turia, comenzando desde aquel momento la lucha contra el barro que había quedado depositado.

Para finalizar este recorrido por nuestra tradicional, remota y rejuvenecida plaza mayor, caminaremos en dirección a la que fue, mucho antes, plaza mayor de la ciudad, en el primitivo barrio de la Seu, nos estamos refiriendo a la actual plaza de la Virgen.

Al acercarnos hacia ella por la calle de San Vicente, damos por unos instantes una última mirada, para contemplar la plaza del Ayuntamiento en su amplia perspectiva, y de este modo poder comprender, una vez más, que es una gran plaza, de una gran ciudad, donde se puede admirar, junto con la plástica belleza de sus edificaciones, todo lo concerniente al dinamismo propio de una capital, como es Valencia.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • Origen e Historia de las calles del centro histórico de Valencia. Juan Luís Corbín Ferrer

  • España. Levante. Guías Calpe. Elías Tormo y Monzón. 1.923

  • Geografía del Reino de Valencia. José Martínez Aloy.

  • Valencia antigua y moderna. Marcos Antoni Orellana. 1.924

  • La urbe valenciana en el siglo XIV. José Rodrigo Pertegás. 1.924

  • Valencia histórica y topográfica. Vicente Boix. 1.862

  • La Universitat de València i els jesuïtes. El conflicte de les aules de gramàtica (1.720-1.733). Salvador Albiñana Huerta

  • Enseñanza de latinidad y humanidades en la renovación pedagógica del Seminario Andresiano de Nobles (1.763-1.785). Telesforo M. Hernández

  • Los restos del rey moro Zeyt, en el Monasterio de la Puridad de Valencia. José Benjamín Agulló Pascual. 1.978

  • Notas históricas de las Seráficas Provincias de Valencia (obra manuscrita). Padre Conrado Ángel

  • Valencia Antigua y Moderna. Constantí Llombart. 1.887

  • Origen y carácter de los acontecimientos de Valencia en la noche del 5 y del 6 de agosto de 1.835.

  • Las fiestas de la nobleza valenciana en el siglo XVII. Pilar Pedraza

  • La enseñanza en el seminario de nobles educandos tras la expulsión de los jesuitas. Enrique Giménez López

  • El libro de los cines de Valencia (1.896-2.014). Miguel Tejedor Sánchez