Construcción de las murallas
Construcción de las murallas
La construcción de las murallas de Valencia en el siglo XIV
Cuando Valencia fue ocupada oficialmente por Jaime I y sus tropas el 9 de octubre de 1.238, Valencia era una ciudad de neta huella islámica en su configuración urbana y en el uso de sus espacios públicos y privados.
En torno al recinto amurallado del siglo XI o medina habían crecido algunos arrabales con función residencial y artesanal como la Boatella, Roteros, la Xerea y otro, de extensión más reducida, entre las puertas de la Calderería y Bab al-Hanax, en el sector occidental.
Todo el espacio urbano y la huerta que lo rodeaba con sus alquerías fueron repartidos y ocupados por los nuevos colonos cristianos entre los siglos XIII y XIV a lo largo de un proceso largo y articulado en varios aspectos, tales como los cambios en el parcelario residencial, la instalación de fundaciones religiosas (parroquias, conventos y hospitales) y la implantación de nuevos centros de poder en el palacio episcopal, la cercana curia o sede del gobierno local y la residencia del rey en el Palacio del Real extramuros.
Lentamente, la población cristiana debió crecer y sobre todo el flujo de inmigrantes aumentó, de modo que hacia la mitad del siglo XIV el aumento demográfico se dejó sentir en la expansión del área urbana y las necesidades defensivas justificaron la construcción de un nuevo recinto amurallado.
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Crecimiento de la población y expansión urbana
Las viviendas musulmanas, repartidas entre los nuevos colonos cristianos, fueron poco a poco sustituidas por casas convenientes para el tipo de familia nuclear de la nueva sociedad y adecuadas al sistema de jerarquías sociales y económicas de esta.
El proceso es por ahora mejor conocido desde el punto de vista arqueológico que documental, aunque el Llibre del Repartiment y los registros notariales de las propiedades son fuentes de primer orden.
El primero informa de la situación inmediatamente posterior a la conquista, mientras que los segundos documentan las transacciones de propiedades urbanas y suburbanas.
De este modo es posible saber que el reparto inicial no fue duradero y se prefirió una parcela urbana de tamaño más reducido y unas casas mejor comunicadas con la vía pública a través de la línea de fachada, mientras que las viviendas islámicas habían acogido familias extensas en espacios cerrados en torno a un patio.
Poco a poco se desarrolló un mercado inmobiliario en el que invertían mercaderes, banqueros, juristas o la pequeña nobleza urbana y donde los grupos sociales menos pudientes tenían que conformarse con alquilar piezas de casas o viviendas modestas, pues las propiedades musulmanas fueron divididas entre varias familias.
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Paulatinamente la población de la ciudad aumentó, ya Jaime I lo describe en el Llibre dels Fets, la marcha de 50.000 habitantes musulmanes de Valencia a Cullera para embarcar hacia otras tierras, pero el cálculo puede ser exagerado o reflejar un número de musulmanes crecido por la población que se refugió tras los muros de la ciudad durante el asedio cristiano.
En todo caso, la población cristiane tardó en asentarse y ocupar los espacios libres de las 3.000 casas mencionadas en el Llibre del Repartiment, de manera que a finales del siglo XIII es verosímil que la ciudad tuviera una población inferior a 20.000 personas y en 1.355, después del azote de la peste, se ha estimado que vivían en Valencia entre 25.000 y 28.000 habitantes, que llegarían en 1.489 al número de 40.000.
El aumento demográfico de la ciudad aceleró las transformaciones urbanas.
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Ordenación de la expansión urbana: Pobles, conventos mendicantes y disposiciones municipales
Desde el principio los fueros y privilegios otorgados por la corona atendieron a la necesidad de ocupar el área urbana y de construir allá donde fuera necesario, marcando así las primaras pautas de la intervención arquitectónica de la ciudad.
Capítulos y rúbricas de los fueros fomentaban la construcción de casas, molinos, hornos, baños, puentes y demás obras de infraestructuras mientras se respetasen los espacios públicos de calles y plazas.
Los privilegios referentes a cuestiones urbanísticas datan en su mayoría del siglo XIII.
Los privilegios otorgados por Jaime I y sus sucesores responden a las primeras necesidades de reorganización del espacio urbano de la ciudad conquistada.
Se especifican en los fueros que las mezquitas y los cementerios entregados a la iglesia para la nueva red parroquial (1.239) y, poco después, se garantiza que los templos permanezcan aislados de las edificaciones colindantes (1.245).
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Los muros, valladares y barbacanas de la ciudad fueron donados a los vecinos con la obligación por parte de estos a contribuir en su mantenimiento y al de la demás obras públicas como puentes y acequias (1.251).
Asimismo se reservaron las plazas como espacios públicos, especialmente la del mercado situada junto a una puerta de la muralla, y se prohibió construir en ellas nuevos edificios, restricción que se extendía al circuito defensivo de la muralla con fosos y barbacanas (1.251 y 1.283. Una barbacana es una estructura defensiva medieval que servía como soporte al muro de contorno o cualquier torre o fortificación, adelantada y aislada, situada sobre una puerta, poterna o puente que era utilizada con propósitos defensivos).
Las instituciones municipales dispusieron, desde el año siguiente a la conquista, de una sede propia junto a la mezquita mayor, convertida en catedral.
Los derribos y nuevas construcciones fueron transformando poco a poco el paisaje.
Más importantes fueron las operaciones de urbanización conocidas como pobles, que se llevaron a cabo preferentemente fuera del recinto de la medina, donde encontraban menos condicionantes, pero también tuvieron como escenario, el núcleo de la ciudad islámica.
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Así, además de parcelas destinadas a casas, que a veces tardaban en ocuparse, se trazaban ejes viarios, pero también podían incluirse infraestructuras y servicios como hornos, baños y carnicerías e incluso el solar ocupado de una residencia señorial, como en la pobla d’en Mercer.
Se han contabilizado más de 30 pobles que eran conocidas por el nombre de su promotor, generalmente un magnate enriquecido con el comercio, las finanzas, una carrera de jurista o las oportunidades que daba la confianza del rey y su corte.
Este tipo de inversor buscaba los beneficios seguros del mercado inmobiliario en expansión de la Valencia de 1.300 y eventualmente podía aspirar al ennoblecimiento de su linaje.
Los habitantes de la pobla abonarían rentas ya por los solares o patis, ya por las casas construidas, ya por el uso de los servicios sujetos a derechos señoriales como los hornos o los baños.
En cuanto a su morfología, las pobles tenían una extensión variable, por lo regular más reducida intramuros de la ciudad islámica que en los arrabales, donde actuaban como polos de expansión del área edificada, y adoptaban un plan regular basado en uno o varios ejes ortogonales (Ortogonal es un adjetivo que se emplea para nombrar a aquello que se encuentra en un ángulo de 90o).
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Lo más común fue la disposición de las parcelas y viviendas agregadas en ejes perpendiculares a partir de una calle rectilínea en relación, a su vez, con los caminos de acceso a la ciudad y a las acequias vecinas.
Estos ejes viarios e hidráulicos y algunas preexistencias del pasado islámico condicionaron la disposición de las pobles, pero no hay dudas sobre su planificación.
En general obedecen a una tradición bien conocida de fundación de núcleos urbanos de nueva planta en Baleares y en el antiguo Reino de Valencia a raíz de la conquista cristiana.
Si las pobles revelan el impulso de la iniciativa privada y la voluntad de planificación, definen también las zonas de expansión urbana que a medio plazo debían quedar incluidas en el recinto amurallado.
No debe olvidarse que los promotores de las pobles estaban bien situados en la sociedad valenciana y podían dejar oír su voz en la toma de decisiones de los órganos competentes en materia urbanística.
Los conventos mendicantes contribuyeron en este proceso de urbanización del área extramuros al implantarse como una constelación que gravitaba en torno a la antigua medina, sus vías de acceso y los arrabales más prósperos; cerca de la Boatella se instalaron los mercedarios y los franciscanos, un poco más lejos del núcleo de esta, los agustinos; los dominicos ocuparon el área entre la Xerea y el cauce del Turia, mientras que los carmelitas dejaron su impronta en el arrabal de Roteros.
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El convento de Santo Domingo fue beneficiado en 1.276 con una ampliación del recinto amurallado en el sector noreste del área urbana, desde la torre del Temple hasta la torre del Esperó en el arranque del camino hacia el mar, abarcando la rambla llamada precisamente dels Predicadors y el arrabal de la Xerea en el perímetro defensivo, que discurría junto a los huertos del convento de los dominicos.
La función de dique era primordial en este sector donde las aguas del río tendían a ocupar el antiguo brazo aluvial de la rambla correspondiente a la actual plaza de Tetuán.
De forma que tras haber sido fundados extramuros, los cenobios mendicantes pronto se rodearon de una cerca que abarcaba la iglesia y el convento con sus huertos, al tiempo que ofrecía cierta seguridad a las comunidades de frailes.
Además de definir el ámbito de sus propiedades, estos recintos configuraron una especie de bastiones defensivos entre los arrabales, las nuevas pobles y el circuito de la nueva muralla trazado a mediados del siglo XIV.
Las instituciones municipales fueron responsables de continuar y profundizar luego, autónomamente, la gestión urbanística en el marco legal establecido por los fueros y privilegios reales.
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Este conjunto de órganos de administración, dotados de amplia autonomía, fue asentándose a lo largo del siglo XIII y, en el siguiente siglo ya estaba en condiciones de llevar a cabo su propia política sin depender de la iniciativa real.
Al principio el mustassaf o almotacén se encargó del cumplimiento de normas de policía urbana sobre la salvaguarda de los espacios públicos, las condiciones de viabilidad e higiene y los litigios entre vecinos, pero conforme avanza el siglo XIV menudean las disposiciones urbanísticas del Consejo municipal (el Consell) tendentes a rectificar el trazado de las calles, eliminar los adarves o atzucats (callejones sin salida), mejorar el tránsito de viandantes y carros así como delimitar los espacios públicos y su uso comunal.
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Nueva y vieja muralla
Durante un tiempo la Valencia cristiana creció al amparo de sus murallas y más allá de estas, desde sus arrabales y pobles, pero la construcción de un nuevo recinto amurallado se planteó antes que se cumplieran cien años desde la conquista cristiana.
El 10 de marzo de 1.337 el Consell ordenó que 4 prohombres supervisaran la limpieza del foso antiguo y el buen estado de las fortificaciones, incluyendo los arrabales de la ciudad, de manera que se abrieran nuevos fosos y barbacanas.
Esta decisión se combinaban, como en muchas adoptadas a mediados del siglo XI con la voluntad de poner a salvo el área urbana ampliada.
La defensa debía actuar, tanto en las avenidas del río, como ante un ataque enemigo y, por entonces, el más temido seguía siendo un contragolpe musulmán desde Granada y el estrecho con la pujanza de los merínidas (Benimerines, mariníes, meriníes o merínidas es el nombre castellanizado que reciben los Banu Marin, miembros de un Imperio de origen bereber zenata cuyo núcleo fundamental estaba en el norte del actual Marruecos).
El sistema de defensa islámico, formado por barbacanas o antemuros, foso y muralla con torres seguía en uso, pero las construcciones de la época cristiana habían comenzado a alterarlo y comprometían su conservación en algunos puntos.
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Las autoridades municipales insistieron siempre en su derecho de propiedad sobre los muros y fosos, y contemplaron como excepciones cualquier concesión de uso o alteración de las condiciones de las murallas andalusí.
En 1.320 ya se otorgó permiso para derribar parte de una torre de la muralla en la parroquia de Santa Catalina, pero se puso cautela en la salvaguarda de la fortificación al servicio de la defensa de la ciudad.
El foso, sobre todo, planteaba problemas higiénicos porque en él se arrojaban desperdicios y se tendía a ocupar este ámbito con puentecillos que salvaran el desnivel e incluso mediante la ampliación de solares vecinos y las construcciones de un puente sobre el valladar.
Las autoridades procuraban la limpieza periódica del vall, que formaba parte de la red de acequias de Valencia, y consintieron ocupaciones parciales del sistema defensivo islámico en los casos que consideraron justificados.
Las excepciones no menoscababan el derecho de propiedad comunal sobre las torres, murallas, fosos y barbacanas, se rechazó incluso la posibilidad de enajenarlo a cambio de un censo en 1.343, sin embargo al año siguiente, el rey autorizó esta operación en un sector de la muralla islámica.
Era solo el principio de un proceso dilatado de amortización del recinto fortificado de la Valencia andalusí que se prolongaría hasta comienzos del siglo siguiente, conforme se alzaba la muralla y crecían las deudas municipales.
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De hecho, los fosos viejos continuaron siendo objeto de atención por parte de la administración que daba orden de limpiarlos, sobre todo después de las crecidas del Turia o en previsión de futuras avenidas.
La construcción de la nueva muralla dejó sin utilidad la anterior, que podía ser derribada o incorporada a otras construcciones mientras que el foso cumpliera su función hidráulica, aunque discurriera cubierto en el futuro.
En 1.372 el Consell consideraba que la vieja muralla había perdido su razón de ser por la construcción del nuevo recinto, por lo que autorizó a Bernat Sicard, obrero de las obras comunes, a resolver los litigios de propiedad y vender a sus ocupantes o a quienes estuvieran interesados en adquirirlos los solares adyacentes al foso y a la muralla andalusí para construir en ellos viviendas “para mejorar y embellecer la ciudad”
La amortización de la barrera defensiva permitió en algunos casos, abrir un paso al fondo de los callejones sin salida (atzucats) salvando el obstáculo del valladar con la construcción de puentes, como se hizo en el distrito de la parroquia de Santa Cruz en 1.372 con cargo al beneficio de la venta de los solares a los interesados.
El incremento demográfico volvió a ser aducido como motivo suficiente para justificar la venta de los terrenos colindantes con los muros y barbacanas antiguos, antes de aceptar que algunas parcelas que no tenían comprador y podían donarse sin compensación alguna, dejando a los nuevos poseedores solo sujetos a las obligaciones de limpieza y saneamiento del foso.
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Los portales y postigos abiertos en los muros viejos estaban también condenados a desaparecer, pero hubo que autorizar el derribo de cada uno de ellos.
En 1.383, cuando le llegó el turno al portal de la Boatella, con su eje acodado, los consejeros reconocieron que tal disposición obedecía a razones defensivas, pero que ya no estaba justificada por la construcción y edificación de los muros y valladares nuevos.
En aquella ocasión, como en otras (También se registraron los derribos de los portales de Avinyó, Valldigna, Roteros y la Xerea), el derribo del portal propició rectificaciones en el trazado de las calles próximas para abrir vías rectas y más espaciosas.
La construcción de la muralla era en realidad una respuesta a una necesidad defensiva, o por lo menos de este modo lo entendía la Corona, pero el enemigo no siempre era humano.
La fortificación desempeñaba en la fachada norte de la ciudad un papel de muro de contención frente a las inundaciones; la de 1.321 causó daños en la vieja muralla, la barbacana y el foso, de manera que las autoridades prohibieron que se tomaran materiales de estas obras públicas bajo pena de 60 sueldos.
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Siete años después, la riada llegó el 28 de septiembre y malogró a la población de los arrabales de la Xerea y Roteros, provocando el derribo de muchos edificios en los suburbios, por lo que se decidió levantar muros de contención en la orilla derecha del río a principios de octubre de 1.328.
Todavía en 1.343, la asamblea municipal rechazaba la propuesta de vender a censo una parte del foso y de la barbacana de la muralla islámica para compensar las deudas que arrastraba la hacienda local, porque actuaba de barrera tanto frente a una ataque militar como ante grandes avenidas de agua, puesto que los fosos canalizaban el agua de las crecidas.
La voluntad de Pedro IV de fortificar Valencia se manifestó con claridad en 1.337.
El rey designó a 4 prohombres para que estimasen el valor de las propiedades afectadas por el trazado de la nueva muralla el 31 de mayo de ese año.
En 1.339 la amenaza del Marruecos merínida (Benimerines, mariníes, meriníes o merínidas es el nombre castellanizado que reciben los Banu Marin, miembros de un Imperio de origen bereber zenata cuyo núcleo fundamental estaba en el norte del actual Marruecos) y del reino de Granada se tradujo en la orden real de Pedro IV el Ceremonioso de fortificar la ciudad y repara los muros y barbacanas de los suburbios y arrabales.
También se ordenó a los que poseyesen huertos junto a la vieja muralla que debían encargarse de repararla y se nombró una comisión técnica que acompañase al rey para decidir el perímetro del nuevo recinto, el proyecto no debió materializarse puesto que en 1.351 se eligió otra comisión para organizar las reparaciones necesarias y fue delimitándose el nuevo foso.
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Entre tanto, la ciudad había sufrido la Peste Negra, la carestía y la grave crisis de la Unión, en la que se había enfrentado al monarca y soportaba todavía las deudas consiguientes, pero la posibilidad de un largo conflicto con Castilla se acumulaban.
Las obras comenzadas en el otoño de 1.351 marcaban en realidad el comienzo de la construcción de un nuevo recinto amurallado, que en sector norte aprovechaba la línea defensiva del viejo circuito junto al cauce del Turia, desde la actual calle de Blanquerías hasta la plaza del Temple.
Algunas referencias topográficas son difíciles de identificar, pero se observa la voluntad de proteger núcleos extramuros, como la zona del burdel (pobla de les fembres pecadrius o Partit) y el convento de San Agustín, molinos y palomares, así como el condicionante que suponían las acequias para el trazado del nuevo foso.
Sin embargo, el peligro de un ataque castellano disminuyó a principios de 1.352 y Pedro IV dio la orden de desmantelar las defensas.
Algunos años más tarde, en 1.356, hubo que retomar las obras con más ahínco, cuando la ruptura de las hostilidades con Castilla era inminente y Pedro el Ceremonioso concibió una estrategia de defensa apoyada en los castillos y en la resistencia que pudiera ofrecer la ciudad de Valencia.
Se comenzó por las efímeras barreras levantadas con prisa para hacer frente a un ataque de Pedro I y su ejército en la Guerra de los Dos Pedros y decidió ampliar el foso hasta una anchura de 40 palmos (unos 9 metros), dejando expedito un camino para los movimientos de tropas en torno a él.
Sin embargo, la riada del 17 de agosto de 1.358 dañó todo el sistema defensivo y en particular la nueva muralla recién construida, con lo que se impuso una reparación rápida y duradera.
La ciudad y el rey pudieron superar la primera fase de la guerra con Castilla, pero la reanudación del conflicto en 1.362 iba a resultar más peligroso para la capital del reino y Pedro el Ceremonioso era tan consciente de ello que ordenó que se trabajase intensivamente en las obras de fortificación con 10 ó 12 parells de tapieres, es decir, equipos de tapiadores que construyesen rápidamente un muro con la técnica del tapial encofrado en madera.
Valencia pudo resistir el cerco castellano hasta la tregua del verano de 1.363, pero la última fase de la guerra volvió a poner a Pedro I de Castilla a las puertas de la ciudad del Turia entre marzo y abril de 1.364; el rey de Aragón, Pedro IV, ordenó dejar libre una zona de toda clase de construcciones en un perímetro de 500 brazas en torno al foso para resistir mejor el asedio.
A finales de 1.370 las tareas de limpieza y reparación del foso antiguo estaban también a punto de terminar, después de 2 años en marcha.
Sin embargo, es seguro que la gran empresa constructiva no se acabó y fue llevada a término después de la guerra, entre los años 70 del siglo XIV y la primera década de la centuria siguiente, cuando el sector norte quedó enlazado con el brillante Portal de Serranos (1.392-1.398) como entrada principal al recinto urbano.
Esta última y dilatada fase de las obras recibió un impulso técnico y organizativo por la consolidación de la sotsobreria de Murs i valls para la administración de las obras (el primer sotsobrer fue designado en 1.370).
Antes de terminar hubo contratiempos, debidos seguramente a la rapidez con que se había querido construir las fortificaciones con medios limitados.
A mediados de noviembre de 1.383 se había derrumbado un sector del muro entre el portal de Quart y el luego llamado portal de la Encarnación (portal de les Setze Claus) en la zona oeste del recinto.
Es probable que los muros de encofrado de tapial con revestimiento de argamasa no respondieran bien a la acción de las lluvias torrenciales del otoño, que habían dañado ya el recinto defensivo, sobre todo la orilla derecha del Turia, o bien que el derrumbe obedeciera a un deficiente proceso constructivo más que a los materiales y técnicas empleados, pero el caso es que se prefirió levantar los muros con fábrica de argamasa armada con un relleno de guijarros, cantos y materiales de construcción reciclados como puede apreciarse en el sector del muro inmediato a las Torres de Quart.
Durante la última fase de los trabajos en el sector norte, a ambos lados del portal de Serranos, la muralla aparecía reforzada con paramentos de mampostería y núcleo de argamasa en su fábrica y 7 torres, además de las almenas que coronaban la muralla en todo el recinto.
Las obras entre los portales de Serranos y de la Trinidad fueron dirigidas por el maestro Arnau Agrafull entre 1.398 y 1.400 con el propósito de reemplazar la fábrica de tierra por otra de argamasa con reble (Cascajo o fragmentos de ladrillos y de otros materiales que sirven para llenar huecos).
Dos potentes torres se situaban al principio y al final del lienzo norte de la muralla, enmarcando la fachada septentrional de la ciudad; al oeste, la torre de Santa Catalina, construida en 1.390, en la confluencia de las calles de Guillem de Castro y Blanquerías; y a oriente, la torre del Esperó, donde luego se construyó la Ciudadela; ambas fortalecían los ángulos de giro del trazado, donde un ataque enemigo o el embate de las aguas desbordadas del Turia resultaban más amenazadores (en este aspecto fueron herederas de la torre del Temple o de Ali Bufat, construida en un principio como torre albarrana (Una torre albarrana es una torre que forma parte de un recinto fortificado con el que está comunicada, aunque generalmente exenta de la muralla y conectada a esta mediante un pequeño arco o puente, que pudiera ser destruido fácilmente en caso de que la torre cayese en manos del enemigo) en el extremo norte de la ciudad islámica y luego incluida en el recinto defensivo del siglo XIV.
El contorno resultante de este proceso constructivo, largo y azaroso, es bien conocido por las fuentes documentales, iconográficas y por la impronta que dejó en el urbanismo de la Valencia moderna, pues las actuales calles de Blanquerías, Conde de Trénor, Pintor López, paseo de la Ciudadela, El Justicia. Colón, Xàtiva y Guillem de Castro delimitan todavía el centro histórico con carácter de “ronda interior” siguiendo las líneas de la muralla y sus fosos.
La superficie intramuros aumentó considerablemente al abarcar los grandes establecimientos mendicantes fundados en el siglo XIII, las pueblas ya urbanizadas y unos terrenos que tardarían a veces en ser ocupados por calles, huertos y construcciones viarias.
En algunos sectores la ocupación pudo ser más rápida y así consta en 1.380 la venta a particulares de diversos solares cerca del portal de Torrent, dentro de los muros nuevos, pero en otros tardó muchos años en ocuparse; a principios del siglo XVIII el plano del padre Vicente Tosca refleja los terrenos aún disponibles para edificación dentro del recinto amurallado.
Hubo también que reordenar caminos, acequias y sectores urbanos como consecuencia del ensanche y la apertura de puertas y portillos en la nueva muralla.
Los espacios de segregación como la judería, la morería y el burdel debían seguir encapsulados sin entorpecer las vías de acceso a los portales próximos.
La calle del Mar y el antiguo arrabal de la Xerea resultaron afectados por el cierre de la judería poco antes del asalto de esta en 1.391, cuando la comunidad hebrea fue reducida y su espacio urbano quedó mermado de manera sensible.
De manera que se acordó trazar una nueva calle desde la plaza de la Figuera hasta el portal de la Xerea en línea recta el mismo año del ataque y en 1.400 se construyó una acequia para el saneamiento de la Xerea desde el molino de las cinco muelas hasta la calle del Mar.
El bordell de les fembres pecadrius reservado para el ejercicio de la prostitución condicionó el trazado del portal vecino y la desviación del camino de Campanar, que en lo sucesivo entraría en la ciudad por el Portal Nou, comenzado en 1.391 y terminado mucho después.
A espaldas del nuevo portal de Serranos se abrió también una plaza que realzaría este monumento, símbolo de la ciudad, y la entrada principal desde el norte, una vez la puerta con sus torres estuviese terminada.
Valencia había conseguido a fines del siglo XIV renovar su aspecto y en cierto modo la empresa constructora que coronó la primera fase de este proyecto fue el portal de Serranos, mientras quedaba todavía pendiente la intervención en el callejero, la mejora de la salubridad y, en definitiva, el acabado de un modelo de ciudad bella y bien edificada que pertenecía en mayor medida a la representación mental que a la realidad construida.
En los siglos venideros, hasta el momento de su derribo en 1.865, la imagen urbana de Valencia era inconcebible sin sus murallas, torres y puentes, de manera que el recinto defensivo con los campanarios y cúpulas de las iglesias asomando por encima de las almenas se convirtieron en símbolo de la ciudad entera.
Fuentes consultadas:
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Bibliografía
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La Façana septentrional de la Ciutat de Valencia. Vicenç María Rosselló i Julià Esteban Chapapria
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Historia de la Ciudad. Colegio Territorial de arquitectos de Valencia y el Ayuntamiento de Valencia.
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La Valencia desaparecida. Ángel Martínez y Andrés Giménez.
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Junta de Murs i Valls. Historia de las obras públicas en la Valencia del Antiguo Régimen, siglos XIV-XVIII. Vicente Melió Uribe (Tesis doctoral)
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Valencia antigua y moderna. Marcos Antonio Orellana.
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La vivienda islámica en la ciudad de Valencia. Una aproximación de conjunto. C. Camps, J. Marti, J. Blasco, J. V. Lerma, I. López, José Pascual
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Los castillos valencianos en la Edad Media (materiales y técnicas constructivas) Volumen I y II. Pedro López Elum
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La urbe valenciana en el siglo XIV. José Rodrigo Pertegás
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Las murallas árabes de Valencia. Ángeles Badía Capilla y Josefa Pascual Pacheco
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El derribo de las murallas de valencia en los años 1865 y 1866. Domingo Andrés y Sinisterra
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Vivir a crédito en la Valencia medieval: De los orígenes del sistema censal al endeudamiento del municipio. Juan Vicente García Marsilla
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La población de Valencia en la Baja Edad Media. Agustín Rubio Vela
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La población de la ciudad de Valencia en los siglos XIV y XV. Enrique Cruselles Gómez
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