Colegio Imperial Niños Huérfanos

Colegio Imperial Niños Huérfanos

Los orígenes históricos de la Casa de Beneficencia

El colegio

El inicio de los colegios como establecimientos benéficos se da con la recogida de niños vagabundos por parte de los Hermanos Beguines (personas cristianas dedicadas a Dios, contemplativas y activas, que dedicaban su vida a la ayuda a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos, y también a labores intelectuales. Organizaban la ayuda a los pobres y a los enfermos en los hospitales, o a los leprosos) tras su fundación en 1.334 por Ramón Guillem Catalá.

Como la cofradía también comenzó a recoger niños moriscos se le llamó Colegio de los negritos o Colegio de los moritos.

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San Vicente Ferrer en una de sus visitas a Valencia vio multitud de niños deambulando por las calles y decidió que fueran recogidos en este colegio pasando la cofradía a denominarse de los Niños Huérfanos de San Vicente.

Esta cofradía desapareció en 1.540 y años más tarde el emperador Carlos V fundó un nuevo colegio para que fueran recogidos los hijos de los moriscos convertidos.

El colegio permaneció abierto hasta 1.621 tras la verificación de la expulsión de los moriscos en 1.609 durante el reinado de Felipe III.

Su sucesor convirtió este colegio en el Colegio Imperial de niños y niñas de San Vicente Ferrer.

La historia del Imperial y Real Colegio de Niños Huérfanos de ambos sexos de San Vicente Ferrer de la Ciudad de Valencia aparece en una nota firmada por el Gobernador Civil de la provincia el 19 de abril de 1.835.

La edad de los niños y niñas estaba entre los 7 y 14 años, contando en 1.835 con 100 niños y 50 niñas, careciendo la casa de fábrica o taller de algún arte u oficio a excepción de un taller de zapatería.

El Reglamento fue aprobado en 1.825.

La Constitución de 1.812 establecía en su artículo 321 que los ayuntamientos debían cuidar de los establecimientos de educación que se pagasen de los fondos del común y de todos los de beneficencia.

En el caso del Colegio de Niños de San Vicente el ayuntamiento nombró una comisión el 30 de noviembre de 1.820 y aseguró que este colegio no se hallaba en este caso porque “[…] la parte más segura de su haber consistía en propiedades y capitales procedentes de la voluntad de varios bienhechores que los legaron a aquel Establecimiento […]”.

Una carta, fechada el 16 de julio de 1.857 firmada por Francisco Carbonell, al Ministerio de la Gobernación solicita que el establecimiento mantenga la independencia de la autoridad local como lo había sido desde su fundación.

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Los orígenes históricos de la Casa de Beneficencia

El colegio

El mismo día en que se realizó la inauguración de la Iglesia de la Beneficencia se colocó la primera piedra de la escuela en el huerto de la Casa cuyo proyecto se había encargado al mismo Joaquín María Belda Ibáñez.

La inauguración de la escuela se produciría el 8 de diciembre de 1.886.

Fue, sin duda, uno de los aciertos más sobresalientes de la obra del arquitecto provincial.

En las crónicas del momento se califica de modélica considerándola una de las mejores de España.

La edificación presentaba una única planta en forma de “T” que permite una total iluminación al dejar dos patios colaterales y en la base, con función de fachada principal, se encuentra la entrada a la escuela desde el patio trasero de la Casa.

Esta fachada está limitada a derecha e izquierda por el gimnasio y por una herrería vecina que no formaba entonces parte de la Casa, y comunica, a través de un pequeño vestíbulo flanqueado por un despacho para el maestro-director y una pequeña biblioteca, con un gran salón central de uso docente.

Dicho salón central se prolonga en la cabecera por los dos brazos de la “T”, estando colocada la plataforma para el profesor en el centro del triple espacio, el testero incluye también una sala destinada a dibujo que recae a dos pequeños descubiertos donde se encuentran los retretes.

El salón central mide 30 metros por 10 y los laterales 14 por 8 metros cada uno, siendo la altura de 6 metros.

La planta permitía a un único profesor ejercer el control de la escuela del mismo modo que Jeremy Bentham defendía la economía de medios y de personal y el control que se ejercía sin posibilidades de contagio en la planta de los hospitales o de las cárceles con una torre central en su obra Panopticon: or, the Inspection-House.

Este programa persigue una autonomía para la escuela dentro de la propia institución, al tiempo que unos espacios perfectamente adecuados para la enseñanza según los planteamientos más adelantados de la época.

El giro de la escuela respecto al resto de construcciones de la Casa se adapta justamente a los solares contiguos propiedad de la dicha herrería y fundición de hierros recayente a la calle de Guillem de Castro.

Los patios que encierra el complejo se convirtieron también en jardines de recreo que envuelven totalmente la escuela comunicándose íntimamente con la parte edificada.

El derribo de este complejo, que comprendía aproximadamente 1.800 metros, en los años 80 para dotar de un amplio solar al IVAM dio lugar a una fuerte polémica reflejada por la prensa diaria y constituye un hecho lamentable dado el alto interés histórico por su carácter de modelo y la gran calidad arquitectónica del planteamiento de esta escuela.

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El colegio

Pudo ser razonable a causa que la Casa de Beneficencia constituía en aquellos años un gran edificio semidesierto por el radical descenso de los asilados y la prevista extinción de la institución benéfica, aunque bien pudo haber sido previsto el importante uso cultural que le aguardaba.

Respecto a los colegios religiosos son varios los que se edifican coincidiendo con el proyecto de Belda para la gran Casa de Beneficencia.

El primero cronológicamente es el colegio de jesuitas de San José proyectado en 1.879 por el arquitecto municipal José Quinzá, este se inspiró en el cercano modelo de la Casa de Beneficencia, recién inaugurada entonces y construyó un edificio de vastas proporciones con numerosos vanos neorrománicos, y otro mayor para el ingreso.

Por otra parte mantiene las proporciones académicas, con la rígida simetría, la horizontalidad y el carácter de basamento de la planta baja, reforzado por la imitación de almohadillado en su enlucido.

La monotonía y pesadez que le dan aspecto carcelario se aligera por la división en 5 tramos de fachada, resaltando 3 de ellos coronados por frontones triangulares con rosetones, introduciendo así un ritmo tomado de la arquitectura privada de la época.

Diez años después, en 1.889, es el propio Belda quien se encarga de la construcción de un nuevo colegio: el del Sagrado Corazón de Jesús, para las religiosas Carmelitas de la Caridad, destinado a la educación de niñas.

El proyecto es más reducido en sus proporciones, si bien se sitúa en un lugar más céntrico.

Su fachada está dividida en tres cuerpos con una extraña mezcolanza de elementos estilísticos.

El interior se ordena en torno a un patio central de planta cuadrada y en una de sus crujías se encuentra la capilla de estilo románico.

Así pues las características generales de estos edificios benéficos quedan claramente expresadas.

Son construcciones de gran tamaño, de decoración y distribución uniforme hasta el aburrimiento, en la que la parte central y más ricamente decorada es la capilla o iglesia.

El lenguaje empleado suele ser indiferente y tan pronto se refiere a modelos de la arquitectura privada como a elementos de un medievalismo sui generis, empleados solamente a un nivel decorativo como meras referencias a la arquitectura cristiana, a nivel de ornamento.

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Los orígenes históricos de la Casa de Beneficencia

El colegio

También por estas fechas se decidió la ejecución de una galería porticada en el patio principal, que terminaría dos años después, a base de columnas de fundición que “a la par que lo hermosee será de mucha utilidad, puesto que servirá para cobijar a los niños en días de lluvia y de fuerte sol”.

Otras muchas mejoras de pavimentación y dependencias tuvieron lugar al habilitar a lo largo del ala derecha del edificio recayente a la medianera y los dos patios adyacentes a esta parte la instalación definitiva de los baños, talleres, lavaderos y enfermerías.

Estas últimas se caracterizan por la elegante concepción de sus espacio columnado que permite una marcada diafanidad.

En 1.888 se emprenden nuevas mejoras en la iglesia y la reforma de la capilla de la Comunión.

En la nave de la iglesia se instalaron cuatro altares con frontales de mármol y nichos con estatuas de San José, Nuestra Señora de los Desamparados, San Vicente Ferrer y San José de Calasanz, también se colocaron sendas imágenes de San Joaquín y Santa Ana en el altar mayor en sustitución de las pinturas de Antonio Cortina.

La capilla de la Comunión que con carácter provisional se hallaba incluida en la parte de la epístola, en el cuerpo que separa el patio principal del segundo patio, fue completamente redecorada en armonía con el resto de la iglesia.

Esta decoración se encargó a Antonio Cortina que pintó el techo, también plano como el de la iglesia, con motivos religiosos que incluyen dos espléndidos cuadros, uno con la figura de Jesucristo Pantocrator rodeado de tetramorfos sobre una ilustración de salmo 41 que representa al cordero místico sobre la fuente a la que acuden a beber los ciervos, y el otro con la Virgen María entronizada bajo la mandorla (En el arte medieval, óvalo o marco en forma de almendra que rodeaba algunas imágenes religiosas) centrada por el Santo Cáliz de la Cena de la Catedral de Valencia adorado por ángeles con atributos eucarísticos, ante la que se postergan las figuras de San Agustín y Santa Mónica.

Una serie de inscripciones eucarísticas, acordes con la función de la capilla de la Comunión y medallones con efigies de diversos santos y profetas como Isaías, Malaquías, Melquisedec, Pablo de Tarso, Tomás de Aquino, etc. completan el programa decorativo de este suntuoso techo iluminado con vivos colores y profusión de oros.

Un retablo de madera dorada centra el testero de la capilla donde se colocó la célebre imagen del Niño Jesús del Huerto flaqueada por esculturas de la Virgen María y de San José.

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El colegio

Constituye esta antigua escultura del Niño Jesús del Huerto, aunque no sea de notable calidad, un hito importante en la historia de la piedad religiosa valenciana.

Fue esculpida en el siglo XVIII en Segorbe por el escultor aragonés Nicolás Camarón y llegó al convento de la Corona de manos del sacerdote y pintor Eliseo Bononat.

Este eclesiástico fervorosamente devoto de San Joaquín promovió que los religiosos recoletos de la Corona trasladasen una imagen de dicho santo que tenían en una ermita de su huerto a uno de los altares de la iglesia.

Para sustituir aquella imagen en la ermita les envió desde Segorbe un Niño Jesús de escultura que consiguió de su cuñado Nicolás Camarón, autor entre otras obras de la sillería de la catedral y los retablos del colegio de jesuitas de Segorbe.

Colocado en dicha pequeña capilla del huerto fue objeto predilecto de devoción de uno de los frailes del convento, fray José Cots, que gozaba de fama de santidad.

Extendió este la veneración a esta imagen, haciéndola responsable de varios milagros, hasta el punto que se consideró necesario trasladarla solemnemente a la iglesia del convento para facilitar su culto público.

El año 1.763 una solemne procesión trasladó la imagen, a la iglesia y fueron fundadas dos cofradías en su honor, una en la ciudad y otro en El Palmar de la Albufera de cuya iglesia de cuya iglesia parroquial quedó constituida como titular.

Cerrada la iglesia del convento al culto por la desamortización eclesiástica de 1.835 la cofradía y su imagen fueron trasladadas a la cercana iglesia parroquial de San Miguel, en donde poco a poco fue extinguiéndose por falta de cofrades.

Los frailes recoletos no volvieron jamás al convento de la Corona, pero al ser cedido este edificio para establecer en él la Casa de Beneficencia procuraron los gestores de la Institución el retorno de la imagen, nombrándolo patrón de la Casa.

Por aquel entonces la imagen fue revestida con ricos ornamentos bordados, manto de púrpura, peluca y sombrero de peregrino recibiendo la advocación de Niño Jesús Perdido por la ocasión en que según los evangelios lo extraviaron sus padres en una peregrinación al templo de Jerusalén.

Adornada la imagen con ricas alhajas, entre ellas la gran Cruz de Isabel la Católica y el bastón de mando con empuñadura de oro y el fajín de capitán general que le concediera Alfonso XII en su visita en 1.868, se obtuvieron en 1.890 indulgencias que favorecieran el culto del papa Pio IX; como se expresa en el diploma ricamente grabado que cuelga de uno de los muros de la esta capilla.

A pesar de las vicisitudes y los trastornos políticos, esta escultura ha sobrevivido hasta nuestros días, resultando ser la única obra artística de importancia y relevancia histórica que conserva la institución en el momento de su extinción.

Ese mismo año, 1.888, Joaquín María Belda Ibáñez, vuelve a encargarse del tema del asilo con la reedificación del antiguo Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer.

También en este caso el proyecto se caracteriza por su rígida simetría, y pesada reiteración, aunque esta vez con predominio del vano sobre el macizo.

La extensa fachada se encuentra animada por la instalación de una galería acristalada en el primer piso y el retranqueo del piso superior que da origen a la terraza; así como por los grandes vanos escarzanos enrejados que alumbran la planta baja.

El aspecto del edificio es menos carcelario que los anteriores y por otra parte el tamaño y cantidad de los vanos permiten una mayor iluminación y ventilación.

Los extremos son simétricos y torreados, y rematan con frontones decorados con palmeras neogriegas, que compitan con los jarrones barrocos de la parte central.

La tradición barroca se hace patente también en la portada de acceso al jardín, situada a la parte derecha de la fachada en el muro enverjado que lo circunda.

El callizo (se dice de una calle o senda estrecha, calleja o callejón) de acceso desde la calle de Guillem de Castro resultaba un problema por su falta de limpieza y porque en él tenían lugar escenas consideradas poco edificantes.

Así pues en 1.891 se decide comprar el terreno correspondiente a la herrería para tener también el control sobre dicho callejón y poder disponer de un lugar más amplio para ubicar una escuela de párvulos, puesto que la existente en el edificio se había quedado pequeña.

A la manera de escuela de niños sería también otro modelo en su clase, esta escuela, inaugurada el 18 de mayo de 1.894, constaba además de anexos de comedor, jardín, local de esparcimiento y salón de aseo.

El proyecto también lo redactará Belda que en la primera planta instala una escuela de niñas con una superficie de 32 por 10 metros y una altura de 5,5 metros.

Tras insistentes gestiones la institución adquiere finalmente, en diciembre de 1.899 por cesión del Ayuntamiento, el control del callizo, con dicha adquisición se culmina lo que será el perímetro definitivo de la Casa de Beneficencia.

 

Fuentes consultadas:

Bibliografía

  • La Casa de Beneficencia de Valencia. Antonio Ariño Villarroya-Daniel Benito Goerlich-Ramón Cervera Prada

  • Beneficencia, formación y empleo en Valencia (1.874-1.902). Tesis Doctoral de José Antonio Acosta Sánchez

  • Centro Cultural La Beneficencia

  • Guía urbana de Valencia antigua y moderna. Marqués de Cruïlles.

  • Apuntes históricos sobre los Fueros del antiguo Reino de Valencia. Vicente Boix. 1.854

  • Arquitectura religiosa del siglo XVII en la ciudad de Valencia. Fernando Pingarrón

  • Décadas de la Historia de la insigne y coronada Ciudad y Reyno de Valencia. Gaspar Escolano

  • Memoria de la Casa de Beneficencia. Pascual Guzman.

  • De l’ofici a la fábrica, una familia industrial valenciana en el canvi de segle “La Maquinista Valenciana”. Amparo Álvarez- Carmen García.

  • Prisión, enjuiciamiento y muerte del general Elio, 1.820-1.822. Juan García González.

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