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La moderna neurobiología nos demuestra los efectos beneficiosos de la práctica musical en nuestras neuronas.

Cada día nos sorprenden más los últimos descubrimientos de la moderna neurobiología en el campo de la felicidad humana. A las aportaciones a ésta de la práctica de ejercicio, de una sexualidad placentera, las conversaciones con los amigos, la práctica de la meditación, la música, como presentían algunos, es otro de sus pilares, también por su papel, en los circuitos de recompensa.
Como es natural hablamos de una escucha atenta y consciente más que de un sonido de fondo al que apenas prestamos atención. Igualmente nos aporta la práctica de algún instrumento musical.
En 2010 el equipo del neuropsicólogo Hervé Platel demostró en los músicos un aumento de densidad de su materia gris y de sus neuronas en la zona del hipocampo, estructura cerebral esta que juega un papel clave en los procesos de memorización. Otros estudios añaden también la práctica de algún instrumento musical por su afectación a la sustancia blanca formada por las fibras nerviosas y de esta manera a algunas zonas del cuerpo calloso, el espacio puente que asegura la comunicación entre los dos hemisferios. Aparte de una mejor conexión y diálogo entre ambos, derecho e izquierdo, es la llave para una mejor coordinación motriz. Esto es notorio en aquellos músicos que iniciaron su aprendizaje antes de los siete años, a una mayor precocidad corresponde una mayor conectividad entre los hemisferios.
La música, agradecida al hombre por haberla creado, le ha correspondido imprimiendo su marca en el cerebro de éste. Mejor lo dejó dicho Charles Darwi: “ La capacidad de producir notas musicales , el disfrute que nos procura son de gran utilidad en los hábitos ordinarios de la vida, podemos situar esa facultad entre las más misteriosas que le han sido dadas al hombre”.
¿Dónde está el quid de ese disfrute que sugiere Darwin y que hace que produzca tal placer a nuestros oídos? En el 2011 los científicos de la universidad de McGill publicaron un estudio en la revista Nature, dirigido por el especialista Robert J. Zatorre, y que demostró que el placer de la música como el que proporcionan las drogas o un orgasmo, pasa igualmente por la activación de los “circuitos de recompensa”. Estos circuitos nos invitan a repetir o renovar las experiencias placenteras y la reacción química del placer puesto que provocan una liberación de dopamina a los niveles del sistema de recompensa. La secreción de este neurotransmisor se produce en una de las estructuras del circuito cuando reconoce que escuchar música nos va a producir un gran placer. Niectzsche lo vio claro: ”La música aporta a las pasiones un disfrute mayor de ellas mismas” .
¿Un pequeño chute adicional de dopamina mientras sales a caminar o practicas el running o inicias una velada romántica? O tal vez escuchar con la mayor atención y deleitarse con Mozart en “La flauta Mágica” o enloquecer de optimismo con los violines en el allegro de la primavera de Vivaldi? Las posibilidades son tantas como las composiciones de las notas musicales y la práctica de los instrumentos que las hacen posibles.

Bernardo Delgado.