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Si la palabra “exigencia” la entendemos, al menos así la entiendo yo, como una necesidad forzosa para que se produzca una determinada acción y, a esta le aunamos el prefijo “hiper” como acepción de exceso, muy grande, superioridad, etc. en principio, y tomándolo taxativamente, entiendo que quien se rija por estos criterios en su vida cotidiana, puede desencadenar toda suerte de problemas, cuando menos, depresivos, puesto que toda forma de perfeccionismo nos imposibilita el desarrollo natural de las personas y nos convierte en esclavos de la sociedad de consumo.

No obstante, existen líneas que hacen claramente a la exigencia algo necesario para conseguir determinadas metas, que con el mero entusiasmo y disfrute no se consiguen, las llamadas en la escala de Maslow, de reconocimiento o autorrealización, que a mi modo de entender, es la forma más sencilla para que lo mucho se vuelva poco; pero ciñéndonos a esta línea, las deportivas de alta competición, por ejemplo, es necesario un esfuerzo adicional, tal vez extraordinario, para conseguir esas metas, que para cualquier persona son inalcanzables, de otro modo, batir records estaría al alcance de cualquier persona y no tendría validez alguna ni, por supuesto, reconocimiento.

Pero me gustaría seguir la otra corriente, la de las personas sencillas, o no tan sencillas, según se mire, la de aquellas personas que no tenemos las aptitudes y/o las condiciones necesarias, o tal vez no queramos potenciarlas, las que queremos mantener nuestro propio equilibrio interno por encima de otras consideraciones, las que no entendemos de perfección y por el contrario, somos seres imperfectos y nos gusta seguir siéndolo.

Pues bien, las excesivas autoexigencias o tan solo aquellas innecesarias, nos hacen daño, nos laceran y constriñen, nos imposibilitan rescatar a ese otro yo, al yo tolerante, al indulgente, al comprensivo, al autocuidador con uno mismo, por el contrario, nos hace aflorar inexorablemente a ese tirano interno, cruel, implacable cuando no vemos cumplidos los objetivos para lo que nos habíamos estado preparando, haciéndonos reproches, concibiendo dudas sobre nuestra valía personal y nuestra capacitación, generando culpas y sufrimientos, todo lo anterior, nos fuerza a crear cuadros de ansiedad, síntomas depresivos, irritabilidad con los demás y nos coarta  nuestra capacidad de relación interpersonal, tan necesaria hoy en día.

En mi vida, trato, no siempre lo consigo, de no obsesionarme con que todo sea perfecto ¿Sirve para algo?, al contrario, para mí no tiene sentido superarme a mí mismo, a cambio de cercenar la felicidad de la otra persona o la mía propia. He aprendido a vivir con las personas y no contra ellas.

¡¡Conoce tus limitaciones y decide hasta dónde quieres llegar, ríndete si culpabilizarte, estás en tu derecho!!

Por mucho que intentemos lo contrario somos seres imperfectos.

Una opinión como otra cualquiera

Cualquier cosita…

 

Erre y eme