Torres de Serranos La prisión
Torres de Serranos La prisión
Las Torres de Serranos realizaron la función de Cárcel durante más de 3 siglos.
Noticias abundantes y de detalle, pero poco sistemáticas abundan en todos los dietaristas (Persona que, por iniciativa propia o por encargo de una corporación, escribe o continua un diario) como Vich, Marc, Ortí, en los cronistas (Diago, Beuter, Escolano, Perales, Boix), en los estudiosos de sus monumentos (Teixidor, Orellana) o de su geografía (Sarthou, Martínez Aloy), en los de sus calles (Garulo, Llombart, Cruïlles, Corbín)
En base a estos proliferaron breves ensayos dedicados a las Torres de Serrano, normalmente para impulsar su restauración (Dorda, Almela, Vives Liern, Vidal Corella, Tramoyeres) o con fines de divulgación artística (Guarner) o turística.
En este capítulo tenemos en cuenta la mayor parte de los datos aportados por unos y por otros, centrándonos en la función carcelaria de las Torres de Serranos, dentro de un marco histórico (finales del siglo XVI – finales del XIX) en que esa fue su utilización principal y, por tanto, época en la que se adaptaron muchos elementos estructurales a ello.
La rapidez con que se intentaron borrar las huellas de aquel uso, hace difícil hoy conocer como eran sus instalaciones y como se vivía en ellas.
Torres de Serranos La prisión
El 19 de enero de 1.586 entraba en Valencia solemnemente el rey Felipe II por el Portal de Serranos que presentaba su más brillante aspecto de “arco triunfal”.
Apenas un mes después, lo que era el impresionante portal de entrada de los llegados por los caminos reales de Aragón y Cataluña, se transformó en una, no menos impresionante, aunque negativamente, siniestra prisión de la ciudad.
Por uno de los privilegios concedidos por el rey Jaime I a la ciudad de Valencia, esta tenía el derecho de tener cárcel en las mismas casas capitulares, donde encerrar a los reos civiles y criminales, pero no en otra parte ni dentro ni fuera de la ciudad.
Al amparo de este privilegio, en el mismo edificio en que residía el Justicia y junto a la sede del tribunal estaban las varias estancias de que se componía la cárcel.
La noche del 15 de febrero de 1.586 la Casa de la Ciudad sufría un devastador incendio que duró día y medio: comenzó en el archivo del Racional, siguió por las porchadas, la casa del escribano y pasó a las prisiones altas o de la Torre, a la capilla y a varios pequeños calabozos.
Los Jurados dieron libertad a casi todos los presos, con la excepción de los más peligrosos que fueron llevados a las Torres de Quart, a la Torre de la Diputación y a la prisión del Santo Oficio.
Aunque no llegaron a quemarse las prisiones bajas o Comuna, se liberaron también a hombres y mujeres presos en ella, excepto algunos que se llevaron a la prisión del Arzobispo.
La misma guardia real de Felipe II, quien todavía se encontraba de visita, tuvo que participar en el traslado de los presos.
Estas prisiones de Valencia ya eran famosas, tanto por sus insalubres condiciones que incluso el jurista Thomás Cerdán de Tallada, en su libro “Visita de cárcel y de os presos”, las había comparado con las mazmorras de Argel, como por su falta de seguridad, demostrada hasta el último momento, pues el incendio según el rumor popular fue provocado por los propios presos de la Torre que, inquietos por no haberse aplicado aún el indulto habitual que se concedía con motivo de las visitas reales, tras perforar la pared medianera con el archivo del Racional, alquitranaron y prendieron fuego a cubiertas y paredes.
Quedaban así las casas capitulares inutilizadas para que en ella se llevaran a cabo sus funciones propias, entre las cuales la carcelaria era una de las más acuciantes a resolver.
La solución adoptada por los Jurados al día siguiente del incendio fue la de habilitar como prisión la casa de la Cofradía de San Narciso, la de los mercaderes gerundenses por entonces muy endeudada, pero ante la insuficiencia de espacio se decidió en julio de dicho año utilizar las torres de la Puerta de Serranos como cárcel para los miembros de las clases altas, habilitándose también una sala para la Audiencia.
Para ello se realizaron las correspondientes obras de adaptación, encomendadas al maestro Agustín Roca.
Las obras básicas concluyeron el 18 de marzo de 1.586, día en que fueron llevados a Serranos “els Cavallers y homens honrats” presos, quedando en Sant Nicolás la prisión “Comuna” para los plebeyos.
Torres de Serranos La prisión
Estas obras de acondicionamiento como prisión suponían la realización de cerramientos en la cara interior de las torres (en parte, ya efectuadas anteriormente), en la primer planta de la zona central, y en los accesos desde la ciudad, lo que implicaba que estas torres perdieran una característica propia de las murallas y puntos fuertes de las ciudades libres: su debilidad respecto a los ciudadanos, frente a su solidez respecto a cualquier amenaza exterior, efectivamente, era difícil que tanto las Torres de Serranos como las de Quart se pudieran defender contra un ataque desde el interior de la ciudad.
En cualquier caso, ya para entonces y pese a lo imponente de las altas torres que protegían las entradas de la ciudad, el conjunto amurallado no reunía las mínimas condiciones para sostener una defensa.
Si bien las torres se destinan inicialmente a prisión de la clase privilegiada, la necesidad obliga pronto a un uso más general.
A mediados del siglo XVII se amplió el abanico carcelario con las Torres de Quart, a donde pasaron “las mujeres lascivas”.
La situación a finales de este siglo era ya de saturación, y aunque proliferaban las penas de galeras, de destierro y el enganche a las tropas de Italia, Flandes o hasta en las tropas imperiales que luchaban en Hungría.
La represión de los años siguientes al triunfo borbónico amplio el uso de Serranos como cárcel general, obligando su mantenimiento a hacer obras de reparaciones.
Torres de Serranos La prisión
Si las Torres de Serrano fueron muy pronto inadecuadas para cumplir una función defensiva, no menos pronto fueron inapropiadas como establecimiento penitenciario.
Las descripciones de las Torres nos permiten conocer lo poco apropiadas que eran como prisión.
En primer lugar, señalemos, que no solo comprendían los tres cuerpos actuales de las Torres, sino un anexo, la torre elíptica de Santa Bárbara, luego llamada del Águila, algo posterior en su construcción y mucho más baja.
La torre de la izquierda vista desde la calle Serranos comprendía la sala de la Cañeta en planta baja, la iglesia en la planta media y el Peñón en la superior; en el cuerpo central de ambas torres, sobre el portal, estaban las salas de la Campana y Chicos; en la torre derecha y en planta baja estaba el Cubo, en la media la Comuna, los calabozos y la Saleta, y en la superior San Vicente.
La Cañeta tenía cabida para 25 presos, abriéndose en el muro frontal una ventana al río, con triple reja y otra, frente a la calle, aún existente, reducida en parte por el arco de la escalera principal.
Tanto a esta celda de la Cañeta como a la otra de planta baja, el Cubo, solo se tenía acceso desde el vestíbulo central de la primera planta, por una estrecha y resbaladiza escalera; la ventana abierta en el muro era más estrecha por lo que apenas había luz ni ventilación; la entrada actual a esta sala estaba tapada por las edificaciones adosadas a esta torre.
En la primera planta estaban: a la izquierda la Iglesia, con dos capillas, que en los últimos tiempos dejó de utilizarse para el culto, pasando a ser la celda de San José; en la zona central, el vestíbulo hasta donde subían las visitas y la celda de la Campana, que reunía buenas condiciones de ventilación y luz por la ventana que daba a la calle (esta zona fue modificada totalmente en la restauración de Aixa); en la torre derecha, estaba la sala de la Comuna; en esta sala se encontraban las únicas letrinas, por lo que en el resto de las celdas se utilizaba el “servicial” que allí se vaciaba.
Torres de Serranos La prisión
Lo que era gran sala se redujo en altura, ya que se aprovechó la bóveda para construir los calabozos: La Leonera, el Limbo, el Fraile, la Virgen, el Palomar, el de Crespí y San Feliú (más tarde, en el siglo XIX, se denominaron Vercher grande y Vercher pequeño, Coche grande y Coche pequeño, la Caleta y la Rusina); no había pasillo común, sino que el carcelero tenía que pasar por todos los calabozos para llegar al fondo, razón por la que allí los recluidos estaban con grilletes o esposas.
El piso de esos calabozos se realizó mediante vigas de madera, encastradas en los muros laterales más debajo de las ménsulas de los arcos y siguiendo el eje mayor de las torres.
Su mal estado hizo que se ordenara derruirlas en 1.814 y en 1.820, sin que llegara a cumplirse esa orden.
Incluso entre los calabozos y la clave, con madera y bovedilla, se hizo otro pequeño calabozo para aislar a los reos de la capilla: la Saleta.
La ventilación era por pequeños agujeros practicados en lo alto del muro; se accedía desde la sala superior de San Vicente.
En la planta superior, tanto el Peñón como San Vicente eran bastante amplias (con capacidad para 25 reclusos cada una) y bien ventiladas, por disponer de ventanas al exterior; entre ambas quedaba la celda para muchachos (els chics), actualmente no solo sin el paramento, sino también la cubierta.-
Parte de esta zona central superior, la ocupaba la enfermería.
Respecto a las ventanas que se abrieron en los muros, bien inicialmente o a medida que se iban habilitando nuevas salas para los presos, en el frente exterior se dejaron tres vanos alineados en el muro central, siendo el superior puerta de paso a la barbacana (es el único de estos que queda); en la torre de la derecha había 8 distribuidas muy irregularmente y en la otra torre, un número no identificado, aunque debió ser algo inferior al no necesitar ventanas la iglesia.
En el frente interior de las torres, se cerraron los 4 arcos con paredes de variado material, abriéndose en ellas muy irregularmente 14 ventanas.
En el cuerpo central, el arco de la primera planta también se tapió abriéndose allí ventanas.
En la torre del Águila (si bien inicialmente sirvió como cárcel de mujeres por el traslado de las de Quart cuando el primer sitio de los franceses y hasta que pasaron aquellas por el convento del Muro de Santa Ana) estaban las habitaciones privadas del Alcaide y de dos locales, con vistas al río, para los nobles y distinguidos.
En los últimos años aún hubo mujeres encerradas en esta torre.
La capacidad de las salas de las Torres de Serranos variaba de 20 a 30 presos cada una, y en los calabozos de las bóvedas apenas si se podía estar tumbado.
Torres de Serranos La prisión
Normalmente solía haber un hasta un total de 200 presos, el doble de lo que entonces se consideraba normal para sus dimensiones.
En la Chicos solo se encerraba a muchachos.
No se disponía pues de ningún patio donde los presos, siquiera, pudieran hacer ejercicio.
Para su “reeducación” solo se disponía de los locales de la iglesia, donde daban clase unos profesores de primaria e incluso dos individuos de la Real Sociedad de Amigos del País y otros dos sacerdotes, los martes y sábados, exhortaban a los presos y repartían ropas a los de mejor comportamiento.
Aunque disponían de personal sanitario, los enfermos graves tenían que ser trasladados al hospital por falta de enfermería; hubo una temporada que si se dispuso de esta, dotada por el arzobispo Mayoral.
Pese a que el Reglamento para cárceles de 1.847 fijaba que dispusieran de talleres para la redención por el trabajo, esto era impensable en la cárcel de Serranos.
En lo que respecta a la seguridad del establecimiento, los dietarios nos muestra frecuentes escapadas de algunos presos, incluso mediante asalto a la cárcel, aunque lo más usual es que fuera provocando fuego.
Es fácil suponer que hubo más de una tentativa de suprimir esta lastimosa prisión, sino por sus lamentables condiciones, sí por su falta de seguridad e higiene y por propio decoro ciudadano.
Si Serranos no fue suprimida como prisión hasta finales del siglo XIX (en 1.888 pasaron los presos a San Agustín) fue por falta de espacio donde encerrar a tanto presos como acumuló el odio y el revanchismo de nuestras guerras civiles, pese a que se fueron habilitando más y más cárceles: las Torres de Quart, la Ciudadela, la Casa-Galera de Santa Ana, San Agustín o el monasterio de San Miguel de los Reyes.
Su supresión solo llegaría con el fuerte impulso que a la ciencia penitenciaria se le dio en los congresos internacionales de los años 70 del siglo XIX, una de cuyas figuras fue Concepción Arenal Ponte (Ferrol, 31 de enero de 1.820 – Vigo, 4 de febrero de 1.893, funcionaria de prisiones licenciada en Derecho, periodista y escritora española encuadrada en el Realismo literario y pionera en el feminismo español) y que en Valencia tuvo como precedente destacado al coronel Manuel Montesinos, director de la prisión de Valencia (España fue pionera en implantar las ideas revolucionarias y humanitarias en el sistema penitenciario. Así, a mediados del siglo XIX, mucho antes de que el resto de Europa abandonara las antiguas estructuras penitenciarias basadas en el castigo físico, la reclusión y la falta de higiene, el coronel Manuel Montesinos, director de la prisión de Valencia, puso en práctica allí el sistema progresivo penitenciario que permitía la reducción de pena por trabajo y mejoraba las condiciones de los presos.
Montesinos creía en la reinserción de los presos y procuraba hacerles comprender que la disciplina era indispensable, pero que ellos podrían redimir sus penas por trabajo y así conseguir, en último término, la libertad condicional).
Torres de Serranos La prisión
Recordar la historia carcelaria de uno de nuestros monumentos más simbólicos y bellos, deja un amargo regusto, sin embargo, algo hemos de agradecer los valencianos de hoy a que las Torres de Serranos y de Quart fueran triste prisión de los valencianos de antaño, pues hubieran tenido otro uso, se habrían derruido a la vez que la muralla o algo más tarde, como lo fueron la torre elíptica del Águila unida a aquellas y tanto otros portales.
Por ello, al igual que cuando hoy se recorre el antiguo Monasterio de San Miguel de los Reyes, hoy sede de la Biblioteca Valenciana, los paneles informativos no dejan de recordar su pasado como prisión, sería correcto con nuestro pasado evocar al visitante de las Torres de Serranos de hoy, algún recuerdo de lo que fueron durante la mitad de sus 6 siglos de existencia: ignominiosa cárcel.
Fuentes consultadas:
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Archivos autores
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Archivo del Reino de Valencia
-
Archivo Histórico Municipal
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Biblioteca valenciana
-
Biblioteca valenciana digital
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Biblioteca Histórica de la Universidad de Valencia
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Real Academia de la Historia
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Archivo de la Diputación provincial de Valencia
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Hemeroteca valenciana
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Wikipedia
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Valencia Actúa
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Jdiezarnal
-
Arquitectos de Valencia
-
Arquitectos italianos en España
Bibliografía
Existe mucha y muy variada bibliografía referente a las Torres de Serranos y de Quart de diversos autores, todos ellos de probada solvencia, pero tan solo mencionaremos, por cuestiones de espacio algunos de ellos:
-
Almela y Vives, Francesc. Pere Balaguer y las Torres de Serranos.
-
Badía, A. y Pascual, J. Las murallas árabes de Valencia.
-
Ayuntamiento de Valencia. Las Torres de Serranos y de Quart. La ciudad amurallada de Valencia.
-
Cervera Arias, Francisco y Mileto, Camilla. Las Torres de Serranos. Historia y restauración.
-
Lerma Alegria, J.V. La ampliación de la muralla y el nuevo recinto urbano.
-
López Cavero, Javier. “Torres de Serranos”. Guía de Museos y Monumentos Municipales.
-
VVAA. El plano de Valencia de Tomás Vicente Tosca.
-
Ferreres Carbonell, José. Cárceles Torres de Serranos. 1.880.
-
Blázquez Izquierdo, Carmen. Historia de una restauración. La Puerta de Serranos.
-
López Cavero, Javier. “Torres de Quart”. Guía de Museos y Monumentos Municipales.
Fotografía
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Joaquín Bérchez
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Mayte Piera
-
Ricardo Moreno
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Valencia Actúa
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José Luis Cervera Torrejón
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Diversos archivos