Arbitrios Municipales

Arbitrios municipales

El Fielato

El Diccionario define el «fielato» como «Oficina instalada a la entrada de las poblaciones que recaudaba el antiguo impuesto de consumos».

En esencia y académicamente era así, pero a nivel popular eran los controles que desde mitad del siglo XIX hasta 1.963 servían de mini aduanas para supervisar el pago del arbitrio de Consumos, era una tasa que gravaba directamente los artículos de primera necesidad.

Fielato era el nombre popular que recibían en España las casetas de cobro de los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías, aunque su nombre oficial era el de “estación sanitaria”, ya que aparte de su función recaudatoria servían para ejercer un cierto control sanitario sobre los alimentos que entraban en las ciudades.

El término fielato procede del fiel o balanza que se usaba para el peaje.

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La finalidad de los fielatos era recaudar un impuesto que gravaba sobre una serie de alimentos de forma directa al consumidor desde mediados del siglo XIX.

Para tal fin, se situaban unas pequeñas casetas en lugares estratégicos de acceso a la ciudad donde los empleados municipales ejercían también su labor de control sanitario.

Con la existencia de las murallas, los fielatos se situaban en las puertas de entrada, así como en la estación del tren sita en el centro.

Tras su derribo se instalaron junto a los caminos de llegada a Valencia, como eran los puentes sobre el Turia, la ronda de circunvalación, así como en la posterior de tránsitos y las estaciones de ferrocarril, mediante unas casetas de obra que en ocasiones eran de madera, denominadas como “estación sanitaria”.

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El Fielato

Para cumplir con mayor eficacia su trabajo y cuando en su situación urbana coincidía con el paso del tranvía, el consumero subía a este para ejercer su trabajo.

Los productos que estaban sujetos al tributo, básicamente, eran los aceites y vinagres, vinos y bebidas, carnes y pescados, legumbres y frutas y otros de uso alimentario en un impuesto que estuvo vigente hasta el año 1.963.

En este año se estrenó con la desaparición definitiva del impuesto de Consumos, uno de los más impopulares que han existido y cuya trayectoria fue intermitente, desde que se implantó a mediados del siglo XIX, porque motivó revueltas que obligaron a diferentes gobiernos a suprimirlo.

Como hizo Canalejas en 1.911, aunque la necesidad recaudatoria hizo que posteriormente se resucitará.

Se llamaba este Arbitrio de Consumos, y consumeros a los funcionarios que controlaban su aplicación cotidiana, porque era una tasa que gravaba directamente los artículos de primera necesidad, las cosas “de comer, beber y quemar”, como se decía en aquel entonces.

Artículos básicos que entraban todos los días en las poblaciones, la comida sobre todo, que era lo que más circulaba y se hacía notar, y también los combustibles del momento: leña, carbón, petróleo, etc.

El rigor en su aplicación era desigual y aumentaba proporcionalmente al tamaño de cada población.

En las ciudades grandes tenía mayor importancia y se regía esto con más dureza, porque era lógico que todos los abastecimientos para consumo general llegaran de fuera, por lo que era más fácil controlar las entradas.

También la necesidad presupuestaria es comparativamente mayor en grandes núcleos urbanos.

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Sin embargo, las cosas cambiaban mucho en los pueblos, que apenas se recaudaban por este concepto.

La ciudad de Valencia tenía a su alrededor lo que se denominaba una “línea fiscal”, compuesta de 18 puestos fijos “de plantá”, situados en las vías principales acceso, en el puerto, en las estaciones de tren (resto de aquello son los edificios municipales que hay en la plaza de Zaragoza, frente a la antigua estación de Aragón).

Además había una treintena de puestos de menor rango, llamados “registros”, en carreteras y caminos de segundo orden.

Estas instalaciones funcionaban como auténticas barreras aduaneras municipales y era un clamor que su permanencia constituía un freno al libre comercio.

Algunas zonas genéricamente llegaron a conocerse popularmente como «el Fielato cruce”, actualmente queda en el recuerdo una rotonda donde confluyen las avenidas del Doctor Peset Aleixandre, del Primado Reig y de la Constitución, y las calles Sagunto y de Santo Domingo Savio.

Más tarde se fueron conociendo por «estaciones sanitarias” y con la obligación también el de revisar que básculas, romanas y medidas de volumen pesaran y midieran con fidelidad. Al fin y al cabo, todas estas mercaderías eran para vender en Valencia, porque entre sus cometidos figuraba también el de revisar que básculas, romanas y medidas de volumen pesaran y midieran con fidelidad.

Por estar íntimamente ligado a todo esto el término «estraperlo», aclaremos la procedencia de este nombre, viene de Strauss y Perl dos belgas protagonistas de un escándalo económico y político bajo el gobierno de Lerroux, en la segunda república.

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El Fielato

En realidad, aquel impuesto ideado en el siglo XIX fue como el precursor del I.V.A. actual, porque gravaba las compraventas, y su funcionamiento resultaba a menudo tan controvertido como el de ahora.

En su última etapa ya no se llamaba impuesto de consumos, habían preferido utilizar el eufemismo de una supuesta inspección sanitaria, y las propias instalaciones de control se llamaban “estaciones sanitarias”, por más que el funcionamiento práctico era el de siempre, incluidos frecuentes ataques anónimos contra las casetas, lo que se había convertido en los últimos tiempos en un “deporte”.

El Ayuntamiento de Valencia recaudaba por este concepto unos 60 millones de pesetas anuales en la última etapa.

Los 400 consumeros empleados en tales tareas se recolocaron en otras funciones y algunos fueron declarados “excedentes de cupo”, abonándoles el 80% del sueldo.

Curiosamente, no se notó que los productos bajaran de precio al desaparecer el impuesto.

Cuando Valencia se enfadaba, y a veces, lo hacía, la primera víctima de los desmanes públicos eran las casetas de los odiados consumos, el arbitrio, sobre los productos que entraban en la ciudad.

Las había en todos los accesos por carretera, en los puntos clave de la ronda periférica de la ciudad (como Fielatos de Tránsitos, avenida Puerto, avenida de Castilla, Puente del Mar, Estación del Norte, etc.), que era la vía de tránsitos, provista de llantas metálicas de peaje por la que circulaban los carros.

La foto nos muestra una caseta de consumos de fin de trayecto.

La intención del fotógrafo que la pone en contraste con la torre del Hospital Provincial (actualmente llamado Hospital General) es la de hablarnos del fin de una etapa.

La foto está hecha cuando la avenida del Cid (por aquel entonces llamada avenida de Castilla) comienza a crecer y perfilarse como acceso desde Madrid.

Las casetas de consumos, en ese momento, eran ya un reducto nostálgico de una modalidad fiscal que había llenado la vida durante décadas.

Ahora, desde luego, en tiempos del I.V.A., ya son pura arqueología.

 

Fuentes consultadas:

Otras Fuentes

  • Levante

  • Las Provincias

Bibliografía

  • Guía de arquitectura de Valencia

  • Las fábricas de tabacos en España: Proyectos y fundaciones fabriles de la Universal Administración a Tabacalera S.A. (1.731-1.945). Carolina Castañeda López

  • La catalogación del patrimonio arquitectónico de la ciudad de Valencia. María Teresa Broseta Palanca

  • Catálogo Monumental de la Ciudad de Valencia. Felipe Mª Ortiz de Taranco. 1.983.

  • El ornato urbano, la escultura pública en Valencia. Rafael Gil – Carmen Palacios

  • Origen e historia de las calles del centro de Valencia. Volumen I. Juan Luis Corbín-Ferrrer.

  • La arquitectura del eclecticismo en Valencia: vertientes de la arquitectura valenciana entre 1.875 y 1.925. Benito Goerlich.

  • Junta de Murs i Valls. Historia de las obras públicas en la Valencia del Antiguo Régimen, siglos XIV-XVIII. Vicente Melió Uribe (Tesis doctoral)

  • Archivo de arte valenciano. Real Academia de Bellas Artes de San Carlos