En heráldica, el blasonamiento, en su sentido más frecuente, es la acción de leer (describir), y aun descifrar las armas. Esta lectura se ejecuta según un orden muy riguroso, que en principio y según unas armas dadas, debería corresponder un texto y sólo uno. Para las armas simples, la práctica confirma bastante bien este principio. En cambio, desde el momento en que las armas se complican, se pueden encontrar bastantes versiones sinónimas.
En su sentido más extendido, el blasonamiento describe el conjunto de armerías. En este caso, salvo el escudo obligatoriamente descrito primero, el orden de citación es más fluido.
Si el escudo acompañado de sus ornamentos, es la representación gráfica de las armerías, el blasonamiento es su representación verbal.
Nacidos de la práctica en los torneos, los heraldos (que darían su nombre a la heráldica) y de la necesidad de constituir verdaderos anuarios (los armoriales) con la doble función de recoger identidades y de depósito de exclusividad, en una época donde la ilustración, sobre todo en color es una empresa de larga duración, el blasonamiento se desarrolla como una verdadera lengua, con vocabulario y sintaxis, lleno de rigor y precisión, permitiendo describir rápidamente y sin ambigüedad los blasones más complejos.
La identidad heráldica, estando por mucho tiempo limitada a los elementos portados por el escudo, el blasonamiento se contenta frecuentemente con no describir más que aquello que estaba en el mismo ya que los ornamentos no tomaron importancia sino tardíamente y el blasonamiento completo busca integrarlos.