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Rodrigo de Borja, futuro Papa Alejandro VI (Játiva, Valencia, 1 de enero de 1431 – Roma, 18 de agosto de 1503)

Fue el papa n.º 214 de la Iglesia católica entre 1492 y 1503. Su nombre de nacimiento era Roderic de Borja (Rodrigo de Borja en castellano o Borgia en italiano). Hijo de Jofré Gil Llançol i Escrivà y de Isabel de Borja i Llançol, hermana de Alfonso de Borja, obispo de Valencia y sobrino del papa Calixto III.

Rodrigo Borja alcanzó el poder gracias al nepotismo y lo mantuvo por él, consiguiendo su ascenso dentro de la jerarquía de la Iglesia católica gracias a su relación con el papa Calixto III, de quien era sobrino. Esta relación familiar le facilitó el acceso a Cardenal diácono y el desempeño de numerosos cargos de gran importancia dentro y fuera de la Curia Romana, que le permitieron hacerse con las influencias políticas y el prestigio que, finalmente, le llevaron al solio pontificio en 1492.

Una vez elegido papa como Alejandro VI, desencadenó y se involucró en decenas de situaciones políticas, envuelto en intrigas y en las tormentosas y traicioneras relaciones entre los poderes internacionales. Buscó a través de alianzas políticas y conspiraciones hacer que su familia se consolidase dentro de la nobleza italiana y acrecentar en toda posible ocasión su poderío, tarea que emprendió en conjunto con sus hijos, Juan, César, Lucrecia y Jofre, los cuales sirvieron como instrumentos de sus maquinaciones políticas.

A través de la Guerra italiana de 1494-1498 y la Guerra de Nápoles (1501-1504) se las ingenió para no solo asegurar su poderío, sino para acrecentarlo, valiéndose de las rivalidades entre las potencias de la época y las tensiones políticas entre las familias de la aristocracia europea, consiguiendo durante los 11 años que duró su papado impulsar hasta la cima del poder en la península itálica.

Trágicamente, las mismas intrigas y poderes que le sirvieron para llevar a la Casa de Borgia a la cima, aseguraron su destrucción, pues todo el poder que los Borgia habían obtenido, inclusive el éxito militar de César Borgia, giraba en torno a los Estados Pontificios y por ende dependía de la permanencia de Alejandro VI en el poder, por lo cual la vasta red de condados, principados y territorios que los Borgia habían puesto a sus pies, sucumbió ipso facto con su muerte, sellando el destino de César Borgia, quien moriría cuatro años después en 1507, y sepultando la era de los Borgia y su dinastía.

 

Biografía

Origen familiar

La noble estirpe de los Borja o Borgia tiene su origen en el Reino de Aragón, perteneciente a la Corona de Aragón. Varios de sus miembros participaron en la Conquista de Valencia, entre 1229 y 1245, asentándose allí desde entonces.

En lo sucesivo los Borja actuarían en las tres aristas de la vida noble durante la Edad Media, el militar, la política y el clero. Campo este último en el que su primer miembro destacado fue Alfonso de Borja, quien fue catedrático en la Universidad de Lérida y diplomático de la Corona de Aragón, para luego convertirse en cardenal y en 1455 ascender al papado bajo el nombre de Calixto III.

Con el ascenso al papado de Calixto III, su sobrino Rodrigo Llançol i Borja parte con él a Roma, donde se produce la adopción de la grafía italiana por la que serían mundialmente conocidos, pasando de «Borja» al italianizado «Borgia».

 

Primeros años y carrera eclesiástica

El joven Rodrigo recibió todas las ventajas típicas de una familia de la alta nobleza, iniciando sus estudios en Valencia y culminándolos en la Universidad de Bolonia, tras que decidiese seguir a su tío a Roma, donde comenzaría su brillante carrera eclesiástica.

A pesar de que el pontificado de Calixto III duró solo tres años, este tiempo fue más que suficiente para que el joven Rodrigo fuese ordenado y consagrado cardenal diácono de San Nicola in Carcere en 1456 y luego obtuviera el título de cardenal diácono de Santa María en Vía Lata en 1458. Es nombrado vicecanciller de Roma en 1457 y luego es designado obispo de Valencia en 1458. Recibió la diócesis de Albano en 1468.

Cuando fallece Calixto III, el cardenal Rodrigo Borgia, como era conocido, había alcanzado rápidamente una serie de importantes méritos y disponía del prestigio y la influencia necesaria dentro de la institución eclesiástica para asegurar su prevalencia dentro de las altas esferas del poder en la Curia romana.

 

Los cuatro papados

Si bien había sido su tío Calixto III el artífice del ascenso de Rodrigo Borgia, ya para el momento de su muerte, este último no solo se mantendría dentro de la institución eclesiástica, sino que continuaría acumulando más cargos y méritos, manteniendo el puesto de vicecanciller de la Iglesia Romana que su tío le había otorgado en 1458, durante los pontificados de los cuatro papas que le sucederían antes de que el mismo Rodrigo se convirtiese en Sumo Pontífice. Además acumuló numerosos cargos y títulos, consolidándose como alguien de considerable poder e influencia entre la jerarquía eclesiástica.

Su desempeño como vicecanciller de Roma fue el punto de mayor reconocimiento. Habilidoso y eficiente en el ámbito administrativo, Borgia actúa brillantemente al frente de tal oficio, conduciendo con gran acierto los asuntos de la cancillería romana durante los treinta y cinco años que la ejerció. De hecho, su longeva permanencia en el puesto se debe precisamente a su extraordinaria e innegable capacidad para ejercerlo, siendo esto algo reconocido hasta por el mismo Giuliano Della Rovere, quien fuese acérrimo rival de Borgia.

Su temprana carrera, junto con la progresiva acumulación de influencias y puestos, le permitirían disponer de la posición y las herramientas para asegurarse una sólida posición dentro del clero. De hecho, más que eso, ya para el momento un todavía joven Rodrigo Borgia, con sólo 27 años, tenía claro que su objetivo era sentarse en el «trono de San Pedro» y laboraría en adelante con el objetivo de lograr dicha meta.

Pío II

Para el año de 1458, se convoca a cónclave al fallecer el papa Calixto III, y Rodrigo Borgia participa en el mismo y resulta elegido el cardenal Eneas Silvio Piccolomini, quien asume el papado con el nombre de Pío II.

El fallecimiento de su tío no representó obstáculo alguno para la carrera de Borgia, quien con el ascenso de Pío II no solo mantuvo su puesto como vicecanciller de Roma, sino que en 1463 alcanzaría el máximo rango cardenalicio, cuando dicho papa lo eleva a la posición de cardenal protodiácono.

Paulo II

En el año de 1464, el papa Pío II fallece y el cónclave es convocado. Nuevamente participa en su papel de cardenal de la Iglesia Católica, resultando elegido el cardenal presbítero de San Marcos, Pietro Barbo, quien asume la suma investidura bajo el nombre de Paulo II.

Durante su papado, Borgia conseguirá ser nombrado obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, ambas en 1466. Hacia finales de su pontificado debió ceder su puesto como cardenal protodiácono y las dos diaconías que venía ejerciendo desde el papado de su tío Calixto III, Santa María en Vía Lata y San Nicola en Carcere, pero sin perder la dignidad cardenalicia.

Sixto IV

Paulo II fallece en 1471, convocándose a cónclave. Una vez más Borgia participa en el mismo y resulta elegido Francesco della Rovere, quien asume el Obispado de Roma con el nombre de Sixto IV.

Durante este pontificado, Borgia será nombrado cardenal-obispo de Albano y Porto-Santa Rufinaen 1471 y 1476, respectivamente, para luego en 1484 alcanzar el título de decano del Colegio Cardenalicio.

Inocencio VIII

La muerte de Sixto IV, trajo como consecuencia un nuevo cónclave, en el cual saldría electo Inocencio VIII, durante cuyo potificado, Rodrigo Borgia matendría el decanato del Colegio Cardenalicio, además de ser designado obispo de Mallorca y su obispado de Valencia, que venía ejerciendo desde el papado de Calixto III, es elevado a la dignidad de arquidiócesis, siendo nombrado arzobispo de Valencia.

 

Elección

La muerte de Inocencio VIII el 25 de julio de 1492, dejó vacante el trono de San Pedro y entre los veintitrés cardenales que constituían el Colegio cardenalicio, sólo unos pocos eran los que podían considerarse merecedores de ese privilegio: el milanés Ascanio Sforza, el genovés Lorenzo Cibo, sobrino del difunto, el napolitano Giuliano della Rovere, y el valenciano Rodrigo Borgia, eran sin duda los cuatro más sólidos candidatos a ser el nuevo papa, aunque, al no ser italiano, las posibilidades de Rodrigo Borgia eran escasas. Para obtener el pontificado, alguno de los candidatos debía obtener el voto de dos tercios del colegio de cardenales, es decir, que siendo estos veintitrés, el nuevo papa debía contar con al menos dieciséis votos cardenalicios a su favor, para ser reconocido como tal.

De todos los aspirantes, Rodrigo Borgia resulta ganador del pontificado, por un escaso margen en la requerida mayoría de dos tercios, asegurado por su propio voto, siendo proclamado papa en la mañana del 11 de agosto de 1492, bajo el nombre de Alejandro VI, en medio de rumores y acusaciones de simonía y sobornos para obtener la corona papal.

Aunque infundadas, tales acusaciones no resultarían improbables, pero sí carecen de evidencia de peso para avalarlas, pues nunca hubo pruebas al respecto. No obstante numerosos autores han expresado cuan probable resultaría que, en efecto, varios cardenales hubiesen sido sobornados o hubiesen recibido pagos por sus votos, señalando continuamente como principal motivo que ocho cardenales poderosos, a saber: Della Rovere, Piccolomini, Medici, Carafa, da Costa, Basso, Zeno y Cibo, se mantendrían firmes hasta el final en contra de Borgia, por lo cual el último carecería del apoyo necesario. Sin embargo, si se analiza la situación con cuidado se puede vislumbrar que de ser así, entonces Rodrigo Borgia, aunque hubiese sobornado a todos los restantes cardenales, igualmente no hubiese podido ganar, pues sólo habría dispuesto de quince votos a su favor, uno menos de los necesarios para ganar.

Más plausible es que en su elección fuera decisivo el apoyo del influyente cardenal Ascanio Sforza, quien era uno de los candidatos para el solio pontificio, pero que no gozaba del apoyo mayoritario del Colegio cardenalicio, por lo cual, Sforza se habría interesado en conseguir el segundo puesto más importante dentro de la jerarquía eclesiástica, el mismo puesto que hasta entonces Borgia había estado ejerciendo desde hacía décadas, la vicecancillería de Roma. De esta manera, Ascanio Sforza habría dado su apoyo a Rodrigo Borgia y, así, uno de los cuatro candidatos salía del grupo de aspirantes, transfiriéndole a Borgia los votos de sus aliados, que fueron los necesarios para su elección. Además, de haber dependido del aspecto monetario, el gran rival de Rodrigo, della Rovere, que provenía de una familia de más poder y riqueza que la de Borgia, habría fácilmente asegurado el solio pontificio por encima de cualquier posible precio que Borgia hubiese podido pagar.

 

Papado, el ascenso de los Borgia

La «leyenda Negra de los Borgia» asegura que el ascenso al trono papal de Rodrigo Borgia desencadenó disgusto general en la población, algo que ha sido avalado por varios autores. No obstante, tal afirmación es infundada, tomando en cuenta que Roma era una ciudad abierta a ser conquistada mientras no hubiese un papa designado, y además, aún cuando Rodrigo Borgia fuese ambicioso, también era trabajador y sus labores como vicecanciller de Roma, le habían granjeado el apoyo y una vasta popularidad entre los romanos. Por otro lado, para varios miembros y familias de los círculos de poder en Italia, el ascenso de un papa español generó cierto desdén y puso a la familia Borgia en la mira de muchos enemigos poderosos.

Ahora que estaban en el centro de los intereses en la península, Alejandro VI tuvo que actuar deprisa. Debía asegurar su estabilidad política, e inició tales labores inmediatamente, empezando por la ciudad de Roma. El nuevo papa, consciente de la grave criminalidad en que Roma se había venido sumiendo, procedió a actuar, en cuestión de meses, ordenó investigaciones, mandando castigar severamente a los delincuentes, para que sirviese su castigo como ejemplo, siendo cada criminal enjuiciado públicamente y sus propiedades destruidas.

Con el fin de reorganizar administrativamente la ciudad de Roma, divide a la misma en cuatro distritos, cada uno regido por un plenipotenciario encargado del orden público. Además, reservó los martes para dar audiencia a cualquier súbdito que quisiera expresarle sus quejas. La vigorosa administración de justicia, la reorganización administrativa y la mejora de las condiciones de vida de los romanos, así como las continuas festividades que el nuevo papa se encargó de materializar, hicieron que su pontificado fuese bien recibido en sus inicios por la urbe. Alejandro VI, también tomó cartas en el asunto de la expulsión de los judíos de España, por medio del Edicto de Granada, emitido el 31 de marzo de 1492, con el cual entre 50.000 a 200.000 judíos fueron expulsados de todos los territorios dominados por el Imperio Español. Esto ocasionó que muchos de los bienes que los judíos dejaron atrás en su salida, fuesen transferidos a dos receptores; uno la corona española y dos, la Santa Sede, que además, con Alejandro VI, como impulsor, permitió el asentamiento de múltiples familias judías en Roma, a cambio de que estas pagasen anualmente un impuesto especial por su permanencia. De esta manera, la Santa Sede pasó a percibir una gran cantidad de ganancias adicionales.

El papa Alejandro VI, también atendió el asunto del joven príncipe Diem, hermano del sultán de Constantinopla, a quien recibió bajo su custodia a cambio del pago de una cifra de 40.000 ducados anuales. Tal cuestión se debía a que Diem al establecerse en Roma, se alejaba de los peligros de su tierra natal, renunciando a sus derechos sucesorios en favor de su hermano, quien gustoso accedió al trato. No obstante, Diem fallecería en extrañas circunstancias poco tiempo después y debido a que su hermano, deseaba asegurar el trono de Constantinopla, pagó al papado la cifra de 400.000 ducados, por su muerte, además de correr con los gastos funerarios. Era esto lo que hizo que se levantasen sospechas, acerca de la posibilidad de que los Borgia fuesen responsables de tal acción, pues beneficiaría económicamente las finanzas del papado.

Igualmente, con el objetivo de fortalecer la posición de la familia, Alejandro VI, decidió rápidamente tomar disposiciones. Nombró a su hijo Juan, duque de Gandía, Confaloniero de las Fuerzas Pontificias, con el fin de asegurar el dominio militar de Roma. Además tomó acciones para prometer a su hija, Lucrezia Borgia, en matrimonio, en un conveniente enlace con Giovanni Sforza, duque de Passaro, con el cual conseguía aliarse con una de las familias más poderosas de Italia, los Sforza, asegurando una alianza territorial que permitiría el absoluto control sobre la Italia central.

Otra de sus acciones, para dar más solidez a su papado, fue el aumento de tamaño del Colegio cardenalicio, al que se sumarían un total de trece nuevos cardenales, todos aliados de Borgia y entre los cuales se encontraba su propio hijo, César Borgia, quien hasta entonces había ejercido como arzobispo de Valencia. Con ello, el total de cardenales se elevaba a 36 personas, de los cuales, más de la mitad le eran fieles a él. Además, Alejandro VI, con esta maniobra pretendía asegurar su sucesión en el papado, probablemente aspirando a que su hijo César Borgia, algún día, fuese electo por aquel grupo de cardenales leales, como nuevo papa.

 

Primera guerra de Nápoles

El Reino de Nápoles, frecuente campo de confrontación entre aragoneses y franceses, era fuente de conflictos para el papado y para toda Italia. Los Anjou lo habían señoreado en otro tiempo, pero conquistado en 1442 por Alfonso V el Magnánimo, con el beneplácito del papa Eugenio IV había pasado a formar parte de las posesiones de la Corona de Aragón. Cedido en 1458 a Fernando I de Nápoles, hijo ilegítimo de Alfonso V de Aragón, fue regido por aquél hasta su muerte en enero de 1494. La corona habría de pasar por línea directa a su hijo Alfonso II, no obstante, el rey de Francia Carlos VIII, aprovechando el momento sucesorio, adujo unos lejanísimos derechos al trono napolitano por la fenecida vía angevina para reivindicar su ocupación. A tal efecto, despachó un embajador a Roma en solicitud de la investidura del reino de Nápoles, encontrándose con la negativa de Alejandro VI, quien comisionó a su sobrino, el cardenal Juan Borja, para que coronase a Alfonso II. El monarca galo no dudó entonces en movilizar sus ejércitos a la conquista de Italia, como paso previo a la liberación de Constantinopla de los turcos y posterior entrada triunfante en Jerusalén.

El francés irrumpió aclamado en Milán, lo saludaron como salvador en una Florencia abandonada por Piero de Médici y enardecida por el monje Savonarola; aplastó con facilidad la escasa resistencia que le opuso la ciudad de Luca y, sin apenas detenerse en su carrera hacia el sur, alcanzó Roma el último día del año 1494. Hubo gran expectación sobre lo que allí ocurriría; Carlos VIII había manifestado su intención de deponer a aquel papa que había accedido al solio Pontificio por simoníacos procedimientos y que tan indignamente se comportaba. Alejandro VI, cautelosamente, se refugió en el castillo Sant’Angelo aunque nunca perdió la calma. Consciente de que no podía oponerse al francés por la fuerza adoptó ante él un talante de cordialidad y hasta de aceptación. El conquistador se dejó a su vez conquistar por las corteses maneras del pontífice y acabó reconociéndole como papa legítimo y expresándole su filial obediencia. Tranquilizados los ánimos, el ejército francés prosiguió su marcha hacia Nápoles donde entró en febrero de 1495. Alfonso II había abdicado en su hijo Fernando y había huido acogiéndose a la protección de la corona aragonesa. La ocupación de Nápoles por los franceses se realizó sin enfrentamiento bélico.

Entretanto, Alejandro VI había ido urdiendo su juego. Apenas Carlos VIII traspasó los muros de Roma, el pontífice, aprovechando los recelos que el fulgurante avance galo provocaba dentro y fuera de Italia, coaligó en su contra a Ferrara, Venecia, Mantua, la misma Milán, más el imperio de Maximiliano I y la doble corona hispánica (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón); todo ello, unido a sus propios ejércitos pontificios. Acorralado por todos, Carlos VIII no pudo consolidar sus conquistas y a duras penas logró retornar a Francia, maltrecho su ejército. Para el papa se trató de una victoria política sin paliativos.

Mientras que casi toda Italia se unía contra los franceses, Florencia permanecía apartada de la liga. Fanatizados los florentinos por las soflamas visionarias del monje Girolamo Savonarola, habían arrojado a los Médicis de sus dominios y habían creado una república partidaria de Carlos VIII, «salvador de Italia» según las figuraciones místicas del exaltado monje. Fue la actitud política de Savonarola, unida a su espíritu reformista, lo que alarmó a Alejandro VI. El desafiante Savonarola fue excomulgado, sentenciado a muerte y quemado vivo en mayo de 1498 en Florencia.

 

Segunda guerra de Nápoles

En Francia, a la muerte de Carlos VIII (1498), le sucedió su primo, el duque de Orleans, Luis XII, quien suscribió con Fernando el Católico el tratado reservado de Granada (1500) por el que ambos se repartían el reino de Nápoles, todavía bajo el dominio de Federico I. El papa estuvo de acuerdo, viendo el beneficio que extraería de esta partición. En junio de 1501 depuso al monarca napolitano bajo la acusación de haber urdido un contubernio con los turcos en contra de la cristiandad y permitió que franceses y castellano-aragoneses emprendieran la conquista. Surgidas las primeras desavenencias entre los coaligados, Alejandro evitó decantarse por uno u otro bando; la duda quedó despejada cuando en 1503 Fernando de Andrade y Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, derrotaban a los franceses en Seminara, Cerignola y Garellano, inclinando la guerra del lado aragonés; el papa prometió su ayuda una vez fuera tomada Gaeta, pero murió antes de que llegase a ocurrir.

 

Muerte

El 6 de agosto de 1503 Alejandro Borgia y César Borgia celebraron un banquete en la residencia campestre del cardenal Adriano da Corneto, en compañía de otros comensales. Varios días después todos ellos cayeron gravemente enfermos, la juventud de César le permitió superar la enfermedad, pero el papa Alejandro falleció a los 72 años, el 18 de agosto.

La causa de su muerte es desconocida, inmediatamente después de producirse, se difundieron los rumores de que el fallecimiento había sido producido por la ingestión de un veneno que César Borgia había preparado para asesinar a los otros convidados, y que por el error de uno de los sirvientes les fue suministrado a ellos mismos, este hecho fue dado por cierto por varios historiadores contemporáneos entre los que se contaron Francesco Guicciardini y Paolo Giovio, posteriormente Juan de Mariana, o W. H. Prescott extenderían la misma teoría.

Otros autores ponen en duda este argumento, atribuyendo la muerte del papa a los aires malsanos del verano en la campiña italiana, donde en aquellas fechas la malaria hacía estragos entre toda la población; Voltaire20 y Ludwig von Pastor son algunos de los que sostienen esta línea.

Fue enterrado, junto a Calixto III, en la basílica de San Pedro. Cuando el obelisco de Nerón fue trasladado al centro de la plaza, se destruyó el monumento funerario y se recogieron los restos en una urna que años después se llevó a la iglesia de Santa María de Montserrat de los Españoles.

Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como Bos albanus in portu (‘El buey albano en el puerto’), cita que se ha interpretado por los hechos de que fue obispo-cardenal de Albano y Porto, y a que en el escudo de armas de su familia, los Borgia, aparece un buey.

 

Las artes

Alejandro puso su atención en la defensa y embellecimiento de la «Ciudad Eterna». En el capítulo artístico, encargó a Bramante el proyecto para la construcción de una nueva basílica de San Pedro (aunque moriría muy poco después y el mérito se lo llevó su sucesor, Julio II) y mandó levantar el edificio principal de la Universidad de Roma.

Convirtió el Mausoleo de Adriano (actual castillo Sant’Angelo) en una fortaleza capaz de soportar cualquier sitio. Con la fortificación de la Torre Nona aseguró la ciudad contra ataques navales. Merece ser llamado el fundador de la Ciudad Leonina, la que él transformó en el barrio más de moda en Roma. Su magnífica Via Alessandrina, hoy día llamada Borgo Nuovo, continúa siendo hasta hoy la magna llegada a San Pedro. Bajo su dirección, Pinturicchio adornó el Appartimento Borgia en el Palacio Apostólico, indicándole el camino a su inmortal discípulo, Rafael.

Su memoria está asociada, claro, con los edificios que construyó, pero también con los que construyeron reyes y cardenales a los que él convenció de hacerlo. Durante su papado Bramante diseñó, para los Reyes Católicos Fernando e Isabel, esa joya exquisita de la arquitectura, el Templete de San Pietro in Montorio o Tempietto, sobre el sitio conocido tradicionalmente como el del martirio de san Pedro. Y si no fue Bramante, ciertamente fue algún otro de los grandes arquitectos, igualmente atraído a Roma por la fama de la liberalidad del papa, quien construyó para el Cardenal Riario el magnífico palacio de la Cancellaria. En 1500, el embajador del Emperador Maximiliano puso la primera piedra de la hermosa iglesia nacional de los alemanes, Santa Maria dell’ Anima. Para no quedarse atrás, el cardenal francés, Briconnet, erigió la Santa Trinità dei Monti, y los españoles Santa Maria di Monserrato. A Alejandro le debemos los hermosos techos de Santa Maria Maggiore, en cuya decoración fue utilizado, según la tradición, el primer oro llevado de América por Cristóbal Colón.

Aunque se dice que nunca presumió de grandes conocimientos, siempre apoyó las artes y la ciencia. Siendo aún cardenal había escrito dos tratados sobre asuntos canónicos y una defensa de la fe cristiana. Reconstruyó la Universidad Romana y realizó generosas contribuciones para el mantenimiento de los profesores. Siempre se rodeó de personas muy cultas y sentía una predilección especial por los juristas. Su gusto por las representaciones teatrales fomentó el desarrollo del drama. Disfrutaba mucho de las ceremonias papales, a las que añadía gracia y dignidad con su figura majestuosa. Le gustaba escuchar a los buenos predicadores y admiraba la buena música. Cabe destacar también que el papa Alejandro VI fue un gran admirador de Pinturicchio, un artista poco reconocido por la sociedad italiana y que fue uno de los artistas favoritos de Alejandro VI.

 

Política

Una de las primeras cuestiones que abordó el papa Alejandro fue el reparto de las tierras del Nuevo Mundo entre las dos potencias que optaban a su descubrimiento, colonización y dominio: Castilla y Portugal. En las Bulas Alejandrinas de 1493 (las dos Inter cœtera, Eximiœ devotionis y Dudum siquidem), previas al Tratado de Tordesillas (1494), se fija el meridiano divisorio de las zonas de influencia castellana y portuguesa a cien leguas de las Azores y Cabo Verde.

El ascenso de Alejandro VI al solio papal marcó un punto clave en la política italiana e internacional, siendo él mismo el comienzo de toda una nueva etapa en cuanto al balance del poder en Europa.

Es claro que la más grande ambición de Alejandro VI era lograr que su familia dominase toda Italia, lo cual aspiraba a lograr mediante las alianzas y convenientes enlaces de su familia con las más poderosas dinastías italianas, usando tales vínculos, en conjunto con el poder del papado, para conseguir la sumisión de toda la península.

Alejandro VI, además, en parte por sus orígenes valencianos, tomó a la Corona de Aragón como su más poderoso aliado, al beneficiarla en el proceso de distribución de tierras del nuevo mundo, además de otorgar a los reyes españoles el título de Reyes Católicos y también apoyar en el ámbito internacional a tal imperio. Esta acción, le benefició ampliamente, pues en lo sucesivo, la Corona Española, fue muy allegada a su papado, además de darle el aval internacional que quería. No obstante, permaneció aparentemente neutral con respecto al Reino de Nápoles, puesto que dicho territorio era reclamado tanto por la Corona Española como por la Corona Francesa, así pues, jugó en el ámbito internacional con las aspiraciones de ambas potencias, de acuerdo a las circunstancias.

Su acercamiento a España, no le impidió aproximarse a la órbita de la segunda gran potencia de la época, Francia, con quien tuvo algunos roces iniciales durante la Primera Guerra Italiana (1494-1498), pero gracias a sus dotes diplomáticas fue capaz de dominar la situación y en lo sucesivo su acercamiento con el país galo, sería de gran ayuda en sus planes.

A pesar de tanto trajín político, siempre encontró momento para las acciones que permitieran a su familia consolidarse como una de las más poderosas de Italia. Las herramientas que utilizó para estos menesteres fueron, en ocasiones, sus propios hijos, a los que inculcó una conciencia de clase demasiado elevada y cruel, dejándoles claro que lo principal ante todo era la familia.

Naturalmente, para tales objetivos, Borgia se dedicó a tejer una red de entramados y coaliciones, impulsando el matrimonio de su hija Lucrecia Borgia con Giovanni Sforza, luego con Alfonso de Aragón y finalmente con Alfonso d’Este, asegurando su alineación con tres de las más poderosas familias de Europa, Sforza, Aragón y d’Este. En conjunto con tales enlaces, se aseguró además de consolidar el poder de la familia Borgia sobre los Estados Pontificios, logrando someterlos al dominio personal o de su hijo César Borgia, o de la Santa Sede.

Benefició a su hijo, César Borgia, también en su plan de instaurar en la Romaña, un principado independiente de la Santa Sede y de cualquier otro estado, a fin de aumentar aún más el poder de la dinastía Borgia en Italia.